10/13/2021

Los almácigos de Tafira, GC, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Téc. Forestal
Los almácigos de Tafira que los piratas juraron quemar

El entendimiento humano, en general, considera que un árbol grande junto a una casa debió de haber sido plantado por su propietario. Y, seguramente, cuanto más antigua y señorial sea la casa, tanto más vetusto y enorme es el árbol. Y es que el entendimiento suele hacer caso a la costumbre y raro es el caso, al menos en las islas Canarias, que cuando se ocupa un territorio el arbolado natural acabe integrado en sus jardines. Dicen que las primeras casas que comenzaron a construirse alrededor del bosque del Monte Lentiscal, en la zona de Tafira, eran sólo para el disfrute estival de nobles con residencia en el Real de Las Palmas, agraciados, cómo no, por datas terrenales tras la conquista de la isla.
      En islas producto de una fuerte deforestación histórica, como Gran Canaria o Fuerteventura, solemos observar y estudiar muchos de sus árboles en condiciones relícticas, normalmente con escaso desarrollo al ocupar suelos poco profundos, en pendientes más bien elevadas. Guardando esta proporcionalidad, podemos imaginar que los árboles con mayores alturas y diámetros debieron ser aquellos que ocupaban las mejores tierras, localizándose en zonas aplaceradas y abiertas. Los almácigos de Tafira, protagonistas de
este artículo, vienen a corroborar rotundamente esta teoría.
      Junto a la GC-110, en el carril de bajada, a la altura del Campus Universitario, se encuentran dos sobrevivientes vegetales de la especie Pistacia atlantica. Se trata de dos individuos de gran porte, si bien el de sexo femenino –al que la carretera se encuentra inusualmente cercana, y no al contrario–, posee un tamaño muy superior al masculino que se encuentra justamente detrás.
     Sobre la posición 28º 04´ 11´´ Norte y 15º 27´ 12″ Oeste, con sus doce metros de altura y sus más de tres metros de diámetro, se levanta este imponente almácigo, con toda probabilidad el mayor de su especie en el archipiélago. Aproximarnos a la edad de este árbol resulta muy complicado, al tratarse de una frondosa en la que no existen anillos que marquen su actividad fisiológica anual. Además, es un árbol de notable resistencia; en Gran Canaria, sólo el incendio ha logrado acabar con la vida de algunos ejemplares.
      De cualquier modo, a juzgar por sus dimensiones, no sería muy desventurado pensar que debió de ser uno de tantos que conformaba aquella foresta tan impenetrable que, por temor a las emboscadas, frenó la incursión de Van der Does sobre el ocaso del siglo XVI. Uno de tantos que el pirata juró quemar si los canarios que se escondían en el bosque no se entregaban.
      Ambos ejemplares fueron el epicentro vegetal de la zona que se conoció durante muchos años como el Jardín de La Rocha. Hace unos 150 años la finca cambió a la propiedad de la familia Van Isschot, cuyo patriarca eligió la sombra de estos árboles para la construcción de la residencia. Corría el año 1970 cuando la sombra de la expropiación pasa de planear a aterrizar directamente en la finca de la casa roja, afectando también a la zona contigua conocida como Plan de Loreto donde ya se ubicaba el Vivero Forestal de Tafira. El desdoblamiento de la carretera de Tafira no estuvo exento de polémica, la firme oposición de la propiedad, apoyada por el ilustre biólogo y escritor Carlos Bosch Millares, no sólo retrasaron las obras durante varios años, sino que también consiguieron salvar de la tala ambos ejemplares. La Palmera de Tafira, la tercera en altura en la isla, también logró exceptuarse de la corta, pasando de ocupar un lugar respetable junto a la entrada del Vivero Forestal a convertirse en una palmera medianera y aislada por el asfalto.
     La familia que todavía conserva un mal recuerdo de aquella convulsa época de máquinas y talas (121 árboles y 20 palmeras según informe de la Jefatura Provincial de Carreteras. El Eco de Canarias. 10/04/1976), al menos pudo consolarse con la conservación de estos ejemplares, así como con una entrañable carta de condolencias escrita por uno de los grandes: Günther Kunkel.
      Actualmente son muchos los usuarios de la GC-110. Yo mismo paso a diario por la sombra del gran almácigo. Saber de su existencia, conectar con estos embajadores del tiempo, me invita a relajarme y, de paso –por qué no decirlo–, a evitarme más de una sanción de tráfico. Creo que no estaría mal un cartel o una alusión que los significara: “Pasa usted por una sombra de interés botánico e histórico. ¡Buen Viaje!”.

nº nº 61 de Gran Canaria
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10/09/2021

El viejo árbol

JOSÉ MANUEL GLEZ. CANO
El viejo árbol, cobijo de fauna 

Veterano pino royo en el cerro de Rosa María (Gúdar)

A lo largo de la vida de un árbol vamos viendo cómo su fisonomía va cambiando. Llega un momento en el que las ramas superiores alcanzan un tope, la guía principal deja de crecer y la copa se ensancha adquiriendo una forma aparasolada. Las raíces del árbol han tocado fondo en el terreno, la raíz principal ya no puede profundizar más y las laterales no pueden ganar más territorio, pues la roca o las raíces de los árboles más próximos constituyen una barrera insuperable. En este momento comienza la senectud del ejemplar, antes o después, en una circunstancia adversa secará parte de las ramas y el tronco empezará a secarse. A partir de este momento comienza el declinar, poco a poco irá perdiendo porción verde y los distintos adversarios le irán atacando.

Pico carpintero (Dendrocopos major). Foto: Rodrigo Pérez
Pensando en aprovechar la madera antes de que se deteriore, los forestales recomendamos cortar, pues no se debe dejar que los árboles lleguen a la vejez, pero para la vida del bosque el árbol viejo es el hogar de la fauna más activa de la foresta; allí, los aficionados a la naturaleza encontramos un mundillo animal de mucha mayor riqueza que en los árboles en pleno vigor.

Es casi seguro que el pico carpintero habrá excavado una oquedad donde alojar su nido aprovechando que la madera en descomposición se trabaja con mayor facilidad que la verde. Pero lo que atrae más a los picos es toda la gama de insectos perforadores que están taladrando la madera. Así pues, el árbol seco, sustenta y cobija a los destructores de madera y sus predadores, con lo que entre ambas poblaciones se produce un equilibrio, ya que el ave desaparecería al escasear el sustento, y el insecto proliferaría sin trabas tras la desaparición del pájaro.

Larva de Saperda carcharias

En un monte, los insectos perforadores siempre encuentren suficientes recursos con los que alimentarse y criar a sus pollos. Por este motivo, eliminar todos los árboles viejos del bosque supone que desaparecen los picos carpinteros, pero no las plagas de perforadores, con lo que en caso de debilidad de la masa boscosa, se puede dar una explosión demográfica de los insectos perforadores que alcance proporciones de daños mucho más elevados que si se respetan unos cuantos árboles decrépitos y secos.

Los orificios abiertos por los picos carpinteros son posteriormente utilizados por gran diversidad de pájaros insectívoros, con lo que un árbol viejo puede ser el inmueble donde se alojan otros muchos desinsectadores del bosque.

En los bosques jóvenes carentes de oquedades, las cajas nido pueden albergar a estas aves, pero siempre da más alcurnia al bosque una vieja mansión que un chalet prefabricado.

Sarga trasmocha en el Regajo de Jorcas.
Original
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10/05/2021

Historias con árboles, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
Historias con árboles

      Este es el tejo de Ankerwycke, en la orilla izquierda del Támesis y no lejos del aeropuerto de Heathrow, próximo a Londres. Según se cree, tiene al menos 1.400 años, aunque podría tener hasta 2.500, pero como casi siempre, suele citársele por la mayor. Se trata de un tejo macho de unos 8 metros de circunferencia, medidos tan sólo a unos 30 cm del suelo. Si importante es su edad y tamaño, no lo son menos las circunstancias que lo rodean, que se adentran en el terreno de la leyenda. 
     Cerca del tejo se encuentran las ruinas del Priorato de Santa María. Sus muros derruidos fueron un convento de monjas construido durante el reinado de Enrique II, alrededor del 1.160, y dedicado a Santa María Magdalena. Nunca fue gran cosa, no llegó a albergar a más de 10 monjas. Después de la disolución de los monasterios, el priorato pasó a manos privadas y fue reparado muchas veces a lo largo de los años. Durante los siglos XIX y XX, el edificio cayó en el abandono y hoy solo quedan de él unas pocas paredes cubiertas de maleza. 
     En el siglo XIII, esta área pantanosa formaba parte de la llanura de inundación del Támesis. El tejo de Ankerwycke está en un zona de tierra ligeramente elevada, por lo tanto seca, de la que se dice que podría haber sido un 'axis mundi', el centro sagrado de un territorio tribal y por la proximidad del Priorato quizás se otorgue cierta credibilidad a lo que allí se dice que ocurrió y que puede ser o no leyenda. 
     Se dice que el 15 de junio de 1215 se firmó bajo este árbol la Carta Magna entre Juan I y un grupo de barones sublevados. Aún sin ser una constitución tal y como hoy en día se conoce, su importancia legal fue poca, pero tuvo tal importancia simbólica que marcó desde entonces la historia de Inglaterra e incluso impregnó, entre otras, la constitución de EEUU. 
     Hoy existen cuatro copias auténticas de la carta de 1215: dos en la Biblioteca Británica, una en la Catedral de Lincoln y otra en la Catedral de Salisbury. El 3 de febrero de 2015, en conmemoración del 800º aniversario, se exhibieron en la Biblioteca Británica las cuatro cartas originales de 1215.
     Según la creencia popular también fue bajo este árbol que Enrique VIII cortejó a Ana Bolena y donde le propuso matrimonio. Nadie dice si fue aquí también donde pensó en decapitarla, pero… podría ser. En la actualidad el terreno está administrado por el National Trust, un grupo privado especializado en la conservación de los bosques ingleses.
(Las fotos proceden de Internet).

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10/02/2021

GIOCONDA BELLI (Nicaragua, 1948)
Sin palabras

Yo inventé un árbol grande,
más grande que un hombre,
más grande que una casa
más grande que una última esperanza.
Me quedé con él años y años
bajo su sombra
esperando que me hablara.
Le cantaba canciones,
lo abrazaba,
le rascaba su rugosa corteza
entretejida de helechos,
mi risa reventaba flores en sus ramas,
y a cada gesto mío le crecían hojas,
le brotaban frutas...
Era mío como nunca nada ha sido mío,
pero no me hablaba.
Yo vivía pendiente de sus ruidos,
oyendo su suave aleteo de mariposa,
su crujido de animal de la selva
y soñaba su voz como un hermoso canto,
pero no me hablaba.
Noches enteras lloré a sus pies,
apretujada entre sus raíces,
sintiendo sus brazos sobre mí,
viéndolo erguido sobre mí,
sabiendo que me estaba pensando,
pero no me hablaba...
Aprendí a cantar como pájaro,
a encenderme como luciérnaga,
a relinchar como caballo.
A veces me enfurecía y hacía que se le cayeran
todas las hojas,
lo dejaba desnudo y avergonzado
ante los guanacastes,
esperando que tal vez entendería por mal,
como algunos hombres,
pero nada.
Aprendí tantas cosas para poder hablarle,
me desnudé de tantas otras necesidades
que olvidé hasta cómo me llamaba,
olvidé de dónde venía,
olvidé a qué especie de animal pertenecía
y quedé muda y siempreverde
-esperanzada-
entre sus ramas...
 
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