19 julio 2025

EL YATAY, leyenda guaraní

Según historias de los viejos Arandu (en guaraní es Manos Sabias), esas que se escuchan junto al fuego por las noches envueltas en humo de tabaco fuerte, Yatay era uno de los Arandu que guiaba a su pueblo guaraní hacia la tierra sin mal.
     Alto y muy fuerte, de edad indefinida, decían que sus años no podían contarse, que seguía vivo y vital gracias a su adoración a Tupa; su astucia y capacidad de conducir a su pueblo lo hacían uno de los sabios mas consultados.
     En la gran migración, después de haber pasado por guerras con otros pueblos, la marcha se continuó durante el invierno. Recolectores y cazadores como eran, sabían que los meses donde caen las hojas la comida es escasa y los animales se vuelven esquivos, situación que sumada a los fuertes fríos comenzó a hacer mella en el espíritu del pueblo.
     Reunidos los Arandu junto al fuego mayor todos buscaron el consejo de Yatay, que indicó que debían seguir avanzando, que llegarían a tierras más cálidas y con mejores condiciones, que quedarse allí sería peor aún. Los Arandu le hicieron escuchar el llanto de los niños que colgados a los pechos de sus madres sin leche lloraban ya de hambre y, seguramente, pronto comenzarían a morir.
     Yatay se mantuvo firme, dijo que a la mañana él encabezaría la marcha y que si en dos días no encontraban comida él daría de comer al pueblo.
     La marcha continuó pero el terreno cada vez fue peor, encontrando arenales ya sin árboles, casi sin leña para el fuego, ni animales, ni frutas, así que volvieron los ancianos a reunirse. Acusaron muy duramente a Yatay de fracasar por lo que fue expulsado del pueblo y su pipa de comunicarse con Tupa (El Dios) fue rota. Se le quitó abrigo, comida y agua, y así, sólo, debió marcharse.
     Cuando ya se perdía en la noche pidió que siguieran la picada por donde él se alejaba, que como prometió allí alimentaría al pueblo. Esto le valió ser golpeado y apedreado por las mujeres desesperadas por el hambre.
     Al día siguiente, apenas se asomó el sol, el pueblo que puso en marcha, entre el llanto de las madres que sabían que en un día mas y sus hijos perecerían de hambre. En la tierra del camino aún se veían las huellas de Yatay.
     Casi con el sol en lo alto, vencidos por el hambre, hicieron un alto y, al mirar hacia adelante, vieron a lo lejos una palmera que no conocían y que estaba rodeada de muchos animales. Los Arandu continuaron caminando hasta árbol cuando, con asombro, vieron que las huellas de Yatay llegaban hasta allí y se perdían. Era una alta palmera de tronco fuerte y de su copa brotaban, entre las grandes hojas, cachos de frutos maduros de penetrante olor. 
     Los cazadores consiguieron carne pero cuando las mujeres probaron los frutos sintieron una nueva energía y sus pechos se hincharon de alimento para sus hijos. Esa leche tenía un fuerte gusto al fruto de la desconocida palmera.
     Ya a salvo el pueblo los Arandu  se dieron cuenta que el viejo Arandu cumplió su promesa. Al segundo día alimentó a su pueblo transformándose él en esa nueva palmera que les daba comida.
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     El Yatay justamente se llena de frutas en agosto cuando toda otra fruta escasea, así alimenta a los animales y hombres cuando nada hay para comer, sus hojas secas sirven para fuego que si bien dura poco da excelente calor. Las vacas que comen sus frutas dan leche con gusto a las frutas, e incluso el queso hecho con esa leche mantiene el agradable sabor del Yatay.
     Yatay (Butia yatay) es una palmera propia del Taragui, que da unos frutos sabrosos y de muy buen valor alimenticio. En el campo es común consumirlos y lo que cae de la planta naturalmente sirve de excelente alimento a vacunos y otros animales. La edad de estas palmeras es difícil de calcular y hay quienes dicen "que algunas de ellas están inclinadas porque allí se rascaban los dinosaurios", son elegantes, de tronco duro y lleno de cicatrices de las hojas.