Entrevista de JAVIER PIZARRO
Siete maravillosos cuentos con árboles
Ilustración del libro ‘El bosque es nuestra casa’ |
(…) Gracias al trabajo de Sara Fernández Sainz y Sonia Roig, autoras del libro El bosque es nuestra casa, publicado por A buen paso, vamos a descubrir como funcionan, porque cada bosque es diferente, cómo debemos cuidarlo. Nos han hablado con tanta pasión de los bosques y de sus secretos en esta entrevista, que esperamos que su entusiasmo nos ayude a crear más conciencia medioambiental entre lectores de todas las edades.
Tras el verano que tuvimos, con más bosque quemado que nunca en las últimas décadas, ¿por dónde empezamos?
Somos bosquedependientes. Así que empecemos por acordarnos de los bosques no solamente en verano, cuando son protagonistas a causa de los incendios, sino durante los 365 días del año. Y empecemos también por darnos cuenta de que somos nosotros los que les necesitamos a ellos. Un incendio de sexta generación como los que hemos tenido este verano puede arrasar varias decenas de miles de hectáreas. Además, por las altísimas temperaturas que alcanzan (¡más de 2.000ºC!), destruyen también la mayor parte de bancos de semillas que guarda un bosque. Esto hace muy difícil que, tras el incendio, nazca vegetación de forma espontánea y el suelo fértil quedará totalmente desprotegido y expuesto. Las lluvias que vienen después arrastran ese suelo que tardó entre cientos y miles de años en crearse. Y, sin embargo, es más que probable que, pese a todo, dentro de varias decenas o de varios cientos de años, de forma natural, allí surja de nuevo un bosque. Pero la naturaleza tiene unas escalas de tiempo muy distintas a las nuestras y el verdadero problema lo tenemos nosotros, que no podemos esperar todo ese tiempo. Somos nosotros los que necesitamos los bosques para vivir y el ejemplo más claro lo tenemos en el agua potable, que es lo primero que perdemos tras un incendio.+
¿Qué tendríamos qué hacer para evitar nuevos veranos como el de este año?
En España no existen bosques vírgenes, todos tienen influencia humana desde hace miles de años. Y aunque el fuego siempre ha formado parte de nuestros ecosistemas, ya sea de una forma natural o provocada, nunca antes lo ha sido de este modo. Que los incendios que conocíamos se estén convirtiendo en estas bestias de fuego que se escapan a nuestra capacidad de extinción responde a un cúmulo de causas, todas ellas englobadas en el cambio climático y cambio global: sequías y olas de calor, abandono de usos y de paisajes culturales, despoblación rural, urbanismo desestructurado, auge de las macrogranjas en detrimento de una ganadería extensiva bien gestionada, etc… Por eso no existe una simple, única y rápida receta para evitar que se vuelva a dar una situación como la de este verano y la solución no puede ser simplemente limpiar los bosques.
Cuando hablamos de incendios nos encontramos con varias paradojas, que contamos en nuestro libro. Una es que toda esa vegetación que queremos proteger es, a la vez, el combustible que utiliza el fuego para crecer y avanzar. Equilibrar estos dos platos de la balanza es de todo menos sencillo. Actualmente tenemos más y mejores medios de extinción y la mayoría de los incendios se apagan muy pronto. Pero cuando uno de estos incendios se desborda, nos encontramos ante situaciones como las que hemos visto este verano (y unos años antes en Australia, en California, en Portugal): incendios de unas dimensiones tan bestiales como nunca antes se habían visto y que, sencillamente, no podemos apagar. No somos capaces de diseñar y construir los medios para extinguirlos, es imposible. Por eso, los grandes expertos en este tema nos dicen que “la era de la extinción” ha llegado a su tope y que la solución pasa por centrarnos en la prevención, mediante gestión forestal sostenible, ganadería extensiva bien gestionada y gestión del paisaje. Es decir, saquemos algo de ese combustible, usando una pequeña parte de lo que los bosques nos ofrecen y nosotros necesitamos y, siempre, velando por su persistencia.
Por supuesto, la solución ha de tener en cuenta a las personas que trabajan en prevención y extinción, que se les reconozca su profesionalidad y no estén solamente contratadas en verano (tarde y mal). Yo añado que también hay que abrir la perspectiva más allá del límite del bosque: cualquier decisión que se tome no solo en el bosque, sino también en el resto del territorio rural (urbanismo, agricultura y ganadería, industria…) se debería tomar siempre con el fuego en mente. Y a todos, como ciudadanos, nos toca también darnos la vuelta para volver a vivir de cara a ese territorio que tenemos olvidado. En cualquier caso, el bosque no arde si no se prende y solamente el 10% de los fuegos son por causas naturales, el 90% restante se debe a causas humanas y, de estos, la mayoría se deben a accidentes de maquinaria que se usa en época de máximo riesgo, tendidos eléctricos, chispas de trenes, colillas voladoras, etc…
Se habla mucho de que niñas y niños tienen ‘déficit de naturaleza’. De niñas y niños que ya no saltan en los charcos, que no se llenas los bolsillos de arena y de hojas, que no se manchan las manos de barro y que esto influye negativamente en su desarrollo. Vuestro libro invita a hacer todo lo contrario, a que se ponga a disposición del bosque y se dedique a realizar descubrimientos. ¿Cómo nació la idea del libro?
La idea surgió de unos talleres de ciencia, bosques y agua que empecé a dar en colegios hace unos nueve años. Ahí me di cuenta de que las niñas y niños son capaces de entender ciencia a un nivel muy profundo y de hacer unas deducciones asombrosas si se les plantea de forma adecuada. También me di cuenta de la necesidad de trabajar desde la perspectiva de la relación personas-bosque en un sentido amplio. Y de ahí fue surgiendo la idea (y la necesidad) de hacer este libro en el que, al igual que pasa en un bosque, todo está conectado.¡
¿Por qué son importantes los bosques?
Están presentes en nuestro día a día mucho más de lo que nos imaginamos, incluso en las ciudades. Muchas veces no somos conscientes de todo lo que hay en nuestras casas que procede de los bosques: el agua potable que bebemos, el papel higiénico… incluso la madera que se utilizó para encofrar los cimientos y estructuras de nuestras casas de hormigón, todo eso viene de los bosques. Insisto en nuestra total bosquedependencia, somos nosotros los que los necesitamos a ellos y por eso somos nosotros los que necesitamos cuidarlos, tenemos que asegurarnos de que persistan. Necesitamos los productos que nos ofrecen y todos sus servicios, porque son fundamentales para preservar los ciclos hídricos, los suelos fértiles, la biodiversidad… De hecho, hablamos ya de Una sola salud (One Health) en la que nuestra salud, la de los animales y la de los ecosistemas son interdependientes. Solo se cuida lo que se ama y solo se ama lo que se conoce, por eso es tan importante que niñas y niños conozcan los bosques. Para ellos, además, los bosques son uno de los mejores lugares para descubrir la naturaleza y lo que eso implica: también para descubrirse a sí mismos. Porque existimos en relación al otro, pero también en relación a nuestro medio.
Si no se tiene un bosque cerca, ¿vale con observar y sentir curiosidad por los árboles que nos rodean?
¡Por supuesto! Los bosques urbanos y periurbanos son lugares estupendos donde se puede disfrutar de la naturaleza y descubrir muchísimas especies de animales y plantas. Son espacios que presentan una gran biodiversidad y a los que se puede llegar con más facilidad, ya que es más probable que haya transporte público y no hay que invertir tanto tiempo en desplazamientos, sobre todo cuando hablamos de grandes ciudades. Además, son los lugares idóneos para practicar ciertas actividades en la naturaleza, como algunas prácticas deportivas que, si las hiciéramos en el bosque, tendrían más impacto ambiental
¿Qué huellas negativas dejamos en los bosques y de las que no somos conscientes?
Hay muchas… Pero una curiosa y de la que muy poca gente es consciente es la compactación del suelo por nuestras pisadas. No pasa nada porque una persona pase por allí, pero si esto se convierte en varias decenas (incluso centenas) de personas al día, la compactación puede llegar a ser considerable. Por eso es importante respetar los senderos. Y luego hay huellas que dejamos en los bosques sin ni siquiera pisarlos. Por ejemplo, cuando creemos que para cuidar y respetar un bosque no hay que tocarlo, muchas veces estamos haciendo todo lo contrario a nuestra intención. Ya he comentado que en nuestro país no existen bosques vírgenes. A menudo nos encontramos con que los árboles están demasiados juntos, no hay espacio ni agua para todos… lo más probable es que muchos mueran, se conviertan en un foco de plagas que ataque al resto y, con tanta madera seca en el bosque, el riesgo de incendios aumente muchísimo. Sin embargo, si cortamos alguno, estaremos permitiendo que los que quedan tengan más recursos, crezcan más sanos y fuertes, y también dejaremos sitio para que otros arbolitos nuevos puedan crecer: estaremos ayudando a que ese bosque tenga más diversidad de especies, de edades y a adaptarse al cambio climático y, además, podremos utilizar esa madera, que ya hemos visto que necesitamos. Otra huella es la que dejamos cuando vamos a comprar: cada vez que elegimos productos de ganadería extensiva bien gestionada (en la que se aprovechan los pastos y matorrales y se disminuye el combustible en los bosques) frente a productos de macrogranjas (en la que se utilizan toneladas de cereales importados), estamos contribuyendo a prevenir incendios forestales; cada vez que elegimos un producto procedente de un bosque bien gestionado frente a su homólogo de plástico, contribuimos a que nuestros bosques estén mejor cuidados…
¿Quién es esa niña pelirroja de melena infinita que nos acompaña por todo el libro?
Esa niña se llama Silvia. Acompaña a los lectores y va descubriendo los secretos del bosque a la vez que ellos, con una mirada científica pero también emocional. Es un personaje que no hemos querido definir muy bien, pero que podría ser una pequeña Basandere (de la mitología vasca) o una pequeña Anjana (de la cántabra) o quizás una mezcla de ambas. Aunque en versión moderna, porque a lo largo de todo el libro aparece, además, como naturalista, investigadora, operaria en campo, técnica especializada, directora de operaciones en incendios forestales, comunicadora, analista de datos, calculando estructuras y un muy largo etcétera. Y es que queríamos que, además, fuera un modelo para que las niñas se acerquen a todas las profesiones relacionadas con los bosques y las carreras STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
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