jueves, 22 de diciembre de 2022

Baobabs de Madagascar, del narrador de historias

TOMÁS PITA CASAL
Los baobabs del Castillo de Windsor


Hablar de los baobabs del castillo de Windsor siempre nos traerá a la memoria a la reina de Inglaterra y su impresionante residencia, pero en este caso, por una broma de los exploradores, hablaremos de Madagascar. 

      En el extremo norte de la isla, se halla la ciudad y bahía de Diego Suárez (desde 1975, ambas se llaman Antsiranana). Diego Suárez fue un navegante portugués que la visitó en 1543 (en esa época sólo españoles y portugueses sabían y podían llegar tan lejos) y del que tomó el nombre con el que fue conocida la zona durante siglos. En 1824 -también se habla de 1827-, los ingleses entraron en la bahía a las órdenes del capitán de nave e hidrógrafo inglés Owen, explorando la bahía y levantando unos mapas de la zona. Quizás fuese como una broma, pero lo cierto es que le dieron el nombre de “Castillo de Windsor” a un monolito de roca caliza situado a unos veinte kilómetros al oeste de Diego Suárez. Sería en 1880 cuando Francia puso sus ojos en la bahía para usarla como un punto de abastecimiento de carbón para sus barcos de vapor, y cinco años después firmó un protectorado que incluía la bahía y sus alrededores. El monolito rocoso, el “Castillo de Windsor”, de 395 metros de altura ofrece uno de los panoramas más hermosos de esta parte de la isla, pero hacen falta al menos dos horas llegar a la cima por una empinada pendiente donde el sol golpea sin piedad, aunque afortunadamente, cuanto más arriba, más baja la temperatura por el viento. La ascensión comienza con un hermoso manglar y continúa con una sabana arbolada para dar paso luego a un bosque seco que alberga muchas plantas suculentas, algunas exclusivas de la zona, incluyendo una especie rara y amenazada de baobab: el Adansonia Suarezensis o boabab de Suárez, una especie en peligro de extinción que es el más pequeño de los baobabs de Madagascar. Alcanza de 4 a 5 m de altura, aunque pueden encontrarse ejemplares de hasta 20 metros de altura. Son gruesos, con una corteza de color marrón rojiza y se estrechan antes de las ramas, dándoles una forma de botella muy especial. Aunque son una importante fuente de alimentación para los lémures, no hay mucho en ellos que recuerde a los grandes boababs. 

   La cima de este monte (cuyo nombre oficial, una vez pasada la época colonial es “monte Andramaimbo”, pero sólo para los locales), está ocupada por las ruinas de un puesto de observación construido por los franceses en 1900, que tiene una vista completa sobre muchos kilómetros a la redonda. Los legionarios franceses, mandados por el capitán De Metz realizaron un trabajo genial, aprovechando todas las grietas de este promontorio de piedra caliza. Más de cien escalones están tallados directamente en la roca. En una primera terraza, construyeron un edificio residencial con una cocina y un sistema de recolección de agua de lluvia, y en la cumbre plana, una torre de 5 por 5 metros, hecha completamente de piedra seca y que sería el Centro Óptico del Castillo de Windsor con el único propósito de informar a la ciudad de cualquier intrusión desde la costa. 
     En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, la zona estaba bajo control de las tropas francesas de Vichy y los ingleses invadieron la zona. Después de más de cuarenta años de vigilancia, y por un corte en la línea telefónica, el Castillo de Windsor no pudo avisar a nadie y fue escenario de sangrientos enfrentamientos antes de caer en manos inglesas. Y, por esta vez, en contra de mis habituales escritos, la historia no se halla en los árboles, testigos mudos de una historia de hombres. Que sigan por siempre allí, los boababs de Suárez y del Castillo de Windsor.

Adansonia suarezensis, zona del Monte de los Franceses
Mismos baobabs de la zona del Monte de los Franceses
 
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