AARÓN RODRÍGUEZ, Tenerife
La "sangre" de pino tinerfeño que partió en busca del Pacífico
De "Microhistorias de Tenerife"
Últimos días del mes de septiembre de 1519...
En los altos de antiguo reino de Abona, un particular sonido se ha convertido en habitual: el de las hachas al impactar con los poderosos y corpulentos pinos canarios. Tras un rítmico "tac-tac" se escucha el crujido de los voluminosos troncos al quebrarse, y entonces sucede lo impensable: siglos de crecimiento paciente se desmoronan en unos instantes.
Un pino de 50 metros de altura y 7 de circunferencia cae derribado y, a continuación, los hombres se precipitan sobre él para dividir el gigantesco tronco en fragmentos más pequeños. Necesitan reducirlo para que pueda entrar en el horno, una especie de boca del infierno que se encuentra a unos metros de donde el gigante ha caído.
Dentro, y tras pasar el día y la noche abrasándose al calor de las llamas, el corazón de tea es reducido a la resina o alquitrán, casi incandescente, que los pegueros llaman "pez".
Al enfriarse, la mezclan con aceites y esto da lugar a la brea, una de las fuentes de riqueza más importantes para Canarias. ¿Por qué razón? Porque, en un mundo que se expande gracias al avance de las naves de madera sobre las agua, la brea es la mejor sustancia que existe para impermeabilizarlas, y evitar así, que entre el agua en su interior.
La brea de nuestro pino de hoy tiene como destino la flota que se encuentra en la rada de Montaña Roja, en la costa. Deja constancia de ello Antonio Pigafetta, uno de sus tripulantes, quien detalla en su diario cuál es la razón de su escala en las costas de Abona: abastecerse de "poix" (pez), que es "algo necesario para nuestros navíos". No se trata de nada extraordinario: muchos navíos se abastecen de brea en el sur de Tenerife, en su camino hacia el Nuevo Mundo. Sin embargo pocos pueden preesumir, como la que nos ocupa, de haber juagado un papel estelar en la Historia de la Humanidad, porque la expedición que hoy descansa en la bahía partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre. La componen cinco naves: Trinidad, Victoria, Santiago, Concepción y San Antonio. La ha financiado la Corona Española. Su misión es encontar un paso hacia el Océano Pacífico por el extremo sur de América. Y la dirige un marino portugués llamado Fernando Magallanes.
Tres años después, el 6 de septiembre de 1522, regresa por fin la Victoria, única nave superviviente. Y con ella, apenas 18 de los 265 hombres que iniciaron el viaje. Los capitanea Juan Sebastián Elcano. Son los héroes que han completado la Primera Vuelta al Mundo.
La "sangre" de pino tinerfeño que partió en busca del Pacífico
De "Microhistorias de Tenerife"
Pinar canario al sudeste de Tenerife |
En los altos de antiguo reino de Abona, un particular sonido se ha convertido en habitual: el de las hachas al impactar con los poderosos y corpulentos pinos canarios. Tras un rítmico "tac-tac" se escucha el crujido de los voluminosos troncos al quebrarse, y entonces sucede lo impensable: siglos de crecimiento paciente se desmoronan en unos instantes.
Un pino de 50 metros de altura y 7 de circunferencia cae derribado y, a continuación, los hombres se precipitan sobre él para dividir el gigantesco tronco en fragmentos más pequeños. Necesitan reducirlo para que pueda entrar en el horno, una especie de boca del infierno que se encuentra a unos metros de donde el gigante ha caído.
Dentro, y tras pasar el día y la noche abrasándose al calor de las llamas, el corazón de tea es reducido a la resina o alquitrán, casi incandescente, que los pegueros llaman "pez".
Al enfriarse, la mezclan con aceites y esto da lugar a la brea, una de las fuentes de riqueza más importantes para Canarias. ¿Por qué razón? Porque, en un mundo que se expande gracias al avance de las naves de madera sobre las agua, la brea es la mejor sustancia que existe para impermeabilizarlas, y evitar así, que entre el agua en su interior.
La brea de nuestro pino de hoy tiene como destino la flota que se encuentra en la rada de Montaña Roja, en la costa. Deja constancia de ello Antonio Pigafetta, uno de sus tripulantes, quien detalla en su diario cuál es la razón de su escala en las costas de Abona: abastecerse de "poix" (pez), que es "algo necesario para nuestros navíos". No se trata de nada extraordinario: muchos navíos se abastecen de brea en el sur de Tenerife, en su camino hacia el Nuevo Mundo. Sin embargo pocos pueden preesumir, como la que nos ocupa, de haber juagado un papel estelar en la Historia de la Humanidad, porque la expedición que hoy descansa en la bahía partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre. La componen cinco naves: Trinidad, Victoria, Santiago, Concepción y San Antonio. La ha financiado la Corona Española. Su misión es encontar un paso hacia el Océano Pacífico por el extremo sur de América. Y la dirige un marino portugués llamado Fernando Magallanes.
Tres años después, el 6 de septiembre de 1522, regresa por fin la Victoria, única nave superviviente. Y con ella, apenas 18 de los 265 hombres que iniciaron el viaje. Los capitanea Juan Sebastián Elcano. Son los héroes que han completado la Primera Vuelta al Mundo.
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