AGUSTÍN COMOTTO
Los viajes del abuelo
Todas las noches antes de acostarse, el
abuelo se sienta sobre la cama, abre su cofre de madera y mira las
cosas que hay dentro. Luego, lo cierra y vuelve a ponerlo en su
sitio.
Me gusta observarlo, en silencio, desde
la puerta.
Nunca le he interrumpido. Pero me
intriga mucho lo que el abuelo guarda con tanto interés. Por eso, y
porque creía que el abuelo no estaba, he cogido el cofre para
tocarlo y ver si podía adivinar lo que contenía.
¿Qué guardará aquí dentro? Entonces ha aparecido el abuelo.
-¿Qué buscas debajo de mi cama?
-Te gustaría saber lo que hay dentro
del arcón, ¿verdad?. Ven, Jorge, siéntate conmigo. Te voy a contar
una historia...
-Mucho antes de que tú nacieras,
incluso de que naciera tu madre, fui marinero de La Celeste, una
fragata mercante que me llevó a lugares muy lejanos y en la que
recorrí los siete mares.
Soy perezoso para escribir, pero
quería recordar los lugares fascinantes por los que anduve. Así
que, se me ocurrió guardar, en este cofre, semillas de árboles
originarios de los sitios que recorrí en mis viajes.
Ahora, al verlas, como tengo buena
memoria, recuerdo lo que ocurrió tanto tiempo atrás.
Esa semilla que tienes en tus manos
es del Polo Norte. Para que allí fructifique, como hace tanto frío,
tiene que caer en un hueco del terreno y permanecer abrigada bajo la
superficie helada. De la semilla nace una plantita tan frágil y
transparente que, si la tocas, se quiebra como el cristal. Aquel
invierno fue tan duro que el hielo nos atrapó y tuvimos que
quedarnos hasta que llegó la primavera. Encontré la semilla, un día
que salí a explorar los alrededores.
-¿Y esta que parece un granito de
arena, abuelo?
-Una vez, encallamos en una playa de
los Mares del Sur. Los habitantes de esa isla eran enormes. A los
pocos días, un grupo de ellos se acercó por el barco. Pese a su
fiero aspecto eran afectuosos, y nos trajeron comida y regalos. Una
mujer depositó un granito de arena en mi mano. Era una semilla. Con
dibujos y señas, me explicó que esta semilla sólo crece en el
desierto y que, cuando brota, apenas vive unos minutos antes de
secarse abrasada por el sol.
-Esta grandota la encontré en la
selva brasileña. La Celeste ancló en el delta de un río enorme
lleno de yacarés y rayas venenosas. Nos internamos en nuestras
chalupas, río arriba. Nuestro propósito era comerciar con un pueblo
que vivía en la selva y tejía unas telas vistosas. Por desgracia,
caí enfermo de unas fiebres extrañas. Estuve muy grave. El
hechicero de la tribu me curó con raíces y plantas medicinales que
él mismo recogía.
-Durante mi convalecencia, el
curandero me contó muchas historias; cómo surgió el cielo, la
tierra, el sol, todo lo que conocemos. También me habló del secreto
de la selva madre, que mantiene y renueva el Universo. Fue allí donde me hablaron de un árbol
que hoy no existe. Entonces quedaban unos pocos de esa especie, pues
sólo algunas de sus semillas germinan. Pero, si una de ellas logra
brotar, el árbol se hace tan inmenso como una montaña.
-¿Por qué, abuelo?
-No lo sé, nadie lo sabe. Al regresar
de mis viajes traje dos de esas semillas. Una, como ves, está en la
caja, la otra la planté hace años, fuera, junto a la casa. Todas
las tardes la riego pero no ha brotado nada...
-Abuelo, ¿todos los árboles dan
semillas?
-Los árboles dan frutos y los frutos
tienen semillas. Las semillas tienen memoria. Si supieran hablar nos
contarían nuestra historia y la de nuestro planeta, pues las plantas
llegaron a la Tierra mucho antes que nosotros. Las semillas han
viajado siempre. Algunas flotando por los mares y los ríos antes de
que nadie inventase un barco; otras, arrastradas por el viento mucho
antes de que los pájaros volasen.
Esta semilla tiene una historia
triste. La recogí de un lugar de África donde el paisaje es seco y
árido.
La Celeste nos dejó junto a una ciudad
hecha de barro. Mientras conseguíamos provisiones, pude ver cómo
hacían una casa. Las paredes eran de adobe: un barro hecho con paja
y arcilla; pero allí, en vez de paja, usaban semillas. Las plantas
crecían por los muros como un ser más de la familia.
En las afueras de la ciudad encontré
una llanura con restos de una antigua guerra. Me explicaron que la
misma semilla que usaban para construir, también les servía como
proyectil. La semilla, tan llena de vida, era, al mismo tiempo, un
instrumento de muerte.
-¿Y ésta otra, abuelo?
-La encontré en Asia, en una isla muy
pequeña. La gente del lugar me contó que en las noches calurosas,
las madres ponen esta semilla dentro de la mano de sus hijos. Si
éstos le dan calor, brota una plantita que los cubre y protege
mientras duermen para que nada malo les suceda.
No oí las últimas palabras del abuelo
ya que me quedé dormido en su regazo.
Soñé con un árbol enorme que crecía
y crecía hacia el cielo. Más grande que la Tierra. Incluso más
grande que el mismo Universo.
Siguió hablando un rato. Ya era de
noche y no iba a salir a regar su semilla. Me llevó con suavidad a
mi cama y me acostó.
---Fin---