"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
sábado, 16 de febrero de 2013
CLEMENTE
SOTO VÉLEZ (Puerto Rico 1905-1993)
ROY BROWN (Florida 1945) ÁRBOLES
Esos árboles
Que no se llenan los bolsillos
De aguaceros
Que no solo viven
De verdes pensamientos
Amarillos
Sino que les sacan puntas a las hojas
Para adelantarse al rumbo
Venidero de sus frutos.
Esos árboles
Que aprenden con la lluvia
A no mojarse los pies
Aun cuando el agua les suba
A la cintura.
Estos árboles
Se comunican con la doncella que está
Con dolores para que multiplique
El número de su amante por si misma
Para que pueda decir
Amado multiplícate dentro de mí
Para que cuando la emoción se acerque
A su cuadrado
Su imaginación cautive
La palabra con labios.
Estos árboles
Le dan albergue a la opinión
Desamparada que tan elocuentemente
Cultiva la anonimia
Donde la madera verde de la lluvia
Le brota en llamaradas
Por los dedos.
Aquellos árboles
Producen la tela incombustible
De su fuego con la nieve
Imposible del verano
Con lo que sucede
En la noche de abril
De cualquier mes de mayo
Para que lo imposible escale
En el gozo de su desaventura
La cima infranqueable
De lo que la claridad no deja ver.
Aquellos árboles
Ponen a madurar su ir en su venir
Aprendiendo a salir en su llegar
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"Árboles" Clemente Soto Vélez (1905-1993)
Esos árboles que no se llenan los bolsillos de aguaceros, que no solo viven de verdes pensamientos amarillos. Sino que le sacan puntas a las hojas para adelantarse al rumbo venidero de sus frutos.
Estos árboles que aprenden con la lluvia a no mojarse los pies, aún cuando el agua les suba a la cintura.
Estos árboles se comunican con la doncella que está con dolores para que multiplique el número de su amante por si misma, Para que pueda decir amado multiplícate dentro de mí, para que cuando la emoción se acerque a su cuadrado tu imaginación cautive la palabra con labios.
Esos árboles le dan albergue a la opinión desamparada que tan elocuentemente cultiva la anonimia. Donde la madera verde de la lluvia le brota en llamaradas por los dedos… Aquellos árboles producen la tela y combustible de sus suelos con la nieve imposible del verano con lo que sucede en la noche de abril de cualquier mes de mayo para que lo imposible escale en el gozo de su desventura la cima infranqueable de lo que la claridad no deja ver.
Aquellos árboles ponen a madurar su ir en su venir, aprendiendo a salir en su llegar.
Esos árboles que lavan con el corazón la casa deshabitada del cariño, donde el llanto no tiene tiempo ni de llorar su muerte; donde la esperanza no espera para desatarse en llamas por la doliente vecindad del desaliento.
Esos árboles que ven la pena salir corriendo a gritar por las ventanas, anudando la voz de los vecinos para que puedan bajar a despedirse de su propia despedida.
Esos árboles que meditan sobre los que malbaratan el caudal de su talento para asegurarse de que el sol no los comprenda, –los que gastan pródigamente la mañana de la doncella que está con dolores– los que pisotean la niñez de los caminos, los que lo saben todo menos lo que no saben.
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