"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti. A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
viernes, 31 de diciembre de 2010
2011 Año Internacional de los Bosques
martes, 28 de diciembre de 2010
The Fir-Tree looked on stars, but loved the Brook!
"O silver-voiced! if thou wouldst wait,
My love can bravely woo." All smiles forsook
The brook's white face. "Too late!
Too late! I go to wed the sea.
I know not if my love would curse or bless thee.
I may not, dare not, tarry to caress thee,
Oh, do not follow me!
The Fir-Tree moaned and moaned till spring;
Then laughed in manic joy to feel
Early one day, the woodsmen of the King
Sign him with a sign of burning steel,
The first to fall. "Now flee
Thy swiftest, Brook! Thy love may curse or bless me,
I care not, if but once thou dost caress me,
O Brook, I follow thee!
All torn and bruised with mark of adze and chain,
Hurled down the dizzy slide of sand,
Tossed by great waves in ecstsy of pain,
And rudely thrown at last to land,
The Fir-Tree heard: "Oh, see
With what fierce love it is I must caress thee!
I warned thee I might curse, and never bless thee,
Why didst thou follow me?
All stately set with spar and brace and rope,
The Fir-Tree stood and sailed and sailed.
In wildest storm when all the ship lost hope,
The Fir-Tree never shook nor quailed,
Nor ceased from saying, "Free
Art thou, O Brook! But once thou hast caressed me;
For life, for death, thy love has cursed or blessed me;
Behold, I follow thee!"
Lost in a night, and no man left to tell,
Crushed in the giant iceberg's play,
The ship went down without a song, a knell.
Still drifts the Fir-Tree night and day,
Still moans along the sea
A voice: "O Fir-Tree! thus must I possess thee;
Eternally, brave love, will I caress thee,
Dead for the love of me!"
viernes, 24 de diciembre de 2010
Melocotonero lozano
lunes, 20 de diciembre de 2010
jueves, 16 de diciembre de 2010
sábado, 11 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
Cuento popular argentino
Cuando los españoles empezaron a poblar Corrientes, trayendo consigo sus familias, vino a habitar este suelo un caballero que traía consigo a su hija. La bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos azul oscuro y negra cabellera.
Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían una misión evangelizadora y civilizadora, enseñando no sólo el amor a Cristo sino también a cultivar la tierra a los guaraníes.
Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un mocetón veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón, como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus secretos.
Una tarde en que Pilar -la joven española- salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté y fue verlo y prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.
El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre unos arbustos.
El indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.
Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen. No podía olvidar lo hermoso que le pareció su torso desnudo, cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le pegaban al cuerpo, al estar realizando su rudo trabajo.
No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.
Mbareté pidió al sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a Pilar que la amaba desde el primer día en que se conocieron. Y buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle.
Y esa oportunidad la tuvo el día en que halló a la joven rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba el catecismo. El joven se acercó al grupo y sin musitar palabra permaneció observándola hasta que los niños se fueron. Entonces, Mbareté caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español -balbuceante al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó, se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.
Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus vidas.
Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo construida, amparados en las sombras de una noche en que Yasy les brindó su complicidad, escapó con su amado.
A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había desaparecido.
Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río.
Sigilosamente tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.
El padre de la joven no resistió la visión de la tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo, de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por el propio padre. Al ver esto, Mbareté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse.
Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.
El padre, dolorido e indignado, no se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a volver a la reducción.
Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó que los jóvenes se olvidaran de sus diferencias de raza.
Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún rastro de sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco fuerte, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la brisa.
El hombre no tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de la azules flores del Jacarandá.
viernes, 3 de diciembre de 2010
José Pascual - El árbol de la música de Soria
EL ÁRBOL DE LA MÚSICA DE SORIA
El árbol con el kiosco de la música era una de las sorpresas que recibíamos cuando de críos íbamos a Soria capital al dentista o algo así. De estudiantes vivimos los paseos veraniegos por la dehesa y el espectáculo de los músicos, uniformados y con gorra, subiendo por la escalera con los soportes para las partituras y los instrumentos. Para nuestro asombro todos cabían. Atendían a la dirección de don Francisco García Muñoz (don Paco, nuestro profesor de música en Magisterio). Numeroso público esperaba pacientemente el inicio del concierto al mediodía. La atención era tan grande como largos los aplausos posteriores. Un intermedio para el descanso y segunda parte. El público recibía con fruición una de las interpretaciones: la "sanjuanera" del año, sobre todo si era el día de la presentación, unas semanas antes de las fiestas. Llegadas estas, tras el pregón, allí, en aquella explanada tenía lugar un baile público muy concurrido, aunque hubiera otros en varias plazas más. Pese a ser jóvenes concedíamos gran valor a ese olmo y a otros dos que guardaban línea con él y que duraron algo más en el tiempo: sus troncos eran descomunales. Al secarse el olmo, la música pasó a situarse en el suelo, junto a una de las fuentes y un sauce llorón, también de hermoso porte.
Este gran olmo había sido plantado, junto a 150 compañeros, en 1611 y fue talado en 1988, tras morir por grafiosis. |
El Heraldo de Soria menciona que un soriano, escultor, pintor, etc. que vive hace 20 años en Irlanda (Kilkenny), localizó en Soria, por casualidad, junto a un irlandés y un escocés, los restos de los tres últimos olmos. Solicitó al Ayuntamiento permiso para poder llevar a cabo un plan llamado "OLMO/ LEAMHÁN/ ELM", en relación con el centenario de la llegada de Machado a Soria (1907-2007), que consistió en convertir los tres troncos en figuras humanas, escaleras, extrañas formas policromadas que pudieron ser contempladas por el público soriano y, luego, por el de Kilkenny.
lunes, 29 de noviembre de 2010
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
Uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Del "DIARIO DE ANA FRANK"
Amsterdan, 12 de junio de 1942, Ana (13 años) comienza su diario. Sus padres, huidos de Alemania en el 33, viendo los acontecimientos sucedidos a otras familias de judíos se refugian-esconden de los nazis. El diario se interrumpe el 1 de agosto de 1944, tres días más tarde los ocho habitantes de la casa y dos de sus protectores son detenidos. Tras la guerra el diario lo publicará su padre Otto, único superviviente de los ocho refugiados.
El castaño, situado en un jardín próximo a "la casa de atrás", lo veían desde la buhardilla y en su famoso Diario lo menciona tres veces, curiosamente después de que en su alma prende el amor por Peter.
"Miércoles, 23 de febrero de 1943
...Cuando subí al desván esta mañana, estaba Peter allí, ordenando cosas. Acabó rápido y vino donde yo estaba, sentada en el suelo, en mi rincón favorito. Los dos miramos el cielo azul, el castaño sin hojas con sus ramas llenas de gotitas resplandecientes, las gaviotas y demás pájaros que al volar por encima de nuestras cabezas parecían de plata,...
Martes, 18 de abril de 1944
Sábado, 13 de mayo de 1944
...Ayer fue el cumpleaños de papá, papá y mamá cumplían diecinueve años de casados, no tocaba mujer de la limpieza y el sol brillaba como nunca. El castaño está en flor de arriba a abajo, y lleno de hojas además, y está mucho más bonito que el año pasado..."
Plantones de este árbol se encuentran en muchos colegios y en el Bosque de Amsterdan, un parque al sur de la ciudad. Para los holandeses tenía un gran valor emocional.
domingo, 21 de noviembre de 2010
El viejo árbol de mango
Mi casa estaba pintada de blanco y amarillo. Y era tan larga como un tren. Tenía grandes ventanales a ambos lados. Era de madera y de noche mis hermanos y yo la escuchábamos hablar y quejarse. Mami decía que era la madera que se estaba acomodando. Para nosotros la casa seguía hablando. A veces nos daba temor, cuando en el silencio, nos despertaba. Pero un día, no sabemos cuándo, solo la escuchábamos y ya era parte de nuestras vidas, de nuestro diario vivir.
Era una casa grande y larga como un sueño. Aún hoy me parece estar caminando por ella y sentir el crujir de la madera a mi paso, casi siempre en el pasillo que daba a nuestro cuarto. El patio, nuestro jardín de ensueños, era muy pequeño. En realidad eran dos pequeños “callejones” donde mi mamá había sembrado flores, plantas medicinales, con las que ella preparaba unos deliciosos guarapos para cuando estábamos enfermos y también para tomarlos en las tardes de mucho calor. Aún hoy recuerdo esos aromas, muy en especial el de la hierbabuena que ella me daba con leche y el de naranjo, claro, el de paletaria no podía faltar con sus hojas tan bellas y cristalinas. Pero lo que más me impresionaba y amaba era nuestro árbol de mango. Sí, era nuestro, estaba a la parte de atrás de la casa, y todos le queríamos.
Siempre estaba alegre y sus hojas se mecían al rumor del viento. ¡Cómo se llenaba el patio con sus hojas y con sus florecitas amarillas! Y cuando el viento era muy fuerte, los mangos que caían golpeaban el techo y nosotros corríamos al patio a ver cuántos habían caído. Era nuestro momento de fiesta.
Cuando estaba lleno de frutas, parecía un árbol de navidad con sus bolas amarillas. ¡Eran tantos! Los había grandes, pequeños, bien amarillos y un poco anaranjados y rojizos como el color del sol. Tomar uno entre mis manos era como tener un pedazo de atardecer. Ya en la noche, cuando los cubría la sombra de la oscuridad, eran esas mismas sombras las que los bendecían con su luz callada y serena, presagiando la hermosura de otra eternidad. Mis favoritos eran los bien amarillos y las chovitas. Aún me parece sentir su forma en mis manos, esa suavidad de terciopelo, ese sabor tan dulce, que se enredaba en mis dientes y llenaba de jugo mis labios.
¡Cómo lo disfrutaba! Era tan inexplicable ese aroma, que arropaba mis sentidos y me perseguía por las noches con el suave vaivén de su silencio que hacía eco en mi almohada.
Nos divertía verlos caer, pero nos gustaba más poder cogerlos con nuestras manos o con la vara mágica que nos hizo nuestro padre para que no intentáramos subir a sus ramas. Era una vara larga como un sueño que quería alcanzar las estrellas. Al final tenía una lata, recuerdo que era de leche en polvo, para que el mango cayera dentro y no se machucara. ¡Cómo nos divertíamos en esas tardes en que nuestro árbol nos daba tan rico manjar y tan deliciosa sombra! Mi mamá preparaba dulce de mango en almíbar, también preparaba la pasta de mango que era muy apreciada en la familia y por nuestros vecinos. Me parece verla en la cocina, con ese olor a mangos frescos, dulces, el olor de la canela, del azúcar cuando está hirviendo. ¡Esa mezcla de aromas de mi tiempo!
Siempre reinaste en aquel patio, como reinas ahora en mis recuerdos. ¡Qué felices nos sentíamos bajo tu sombra! ¡Qué tranquilidad cuando el viento mecía tus hojas y los mangos que estaban aún verdes se movían al compás del viento. Nunca quería recoger las hojas, eran como una alfombra que cantaba cuando caminaba sobre ella. Todavía hoy me disgusta recoger las hojas. Me gusta verlas caer, es como si cayera un pedazo de cielo enredado en esas hojas secas, a veces amarillentas, otras como el color canela de la tierra, la tierra de mi niñez.
Un día llegaron ellos. Los nuevos dueños de nuestro patio, de nuestra casa y de nuestro árbol de mango. La casa era nuestra, el terreno no. Esa fue parte de la conversación que escuché de mis padres. Compraron los terrenos donde estaba nuestra casa, la de nuestros padrinos, donde estaba todo lo que amábamos, donde estaba nuestro árbol de mango.
Había que partir. Dejar nuestra casa, nuestros sueños y recuerdos... dejar atrás nuestro árbol de mango. Todo se convirtió en un mar de silencio, mis padres susurraban como queriendo callar la realidad de la partida. En esos días caminaba más mi casa, quería grabar cada espacio en mi memoria, recordar cada momento que viví en ella. Todos esos años en que fuimos tan hermosamente felices, en especial, mi época favorita, la Navidad. Mi casa se vestía de magia para esperar a los Reyes Magos. Cada rincón guardaba su recuerdo, cada rincón dejó una huella en mi corazón. Cada tarde caminaba mi pequeño patio, me subía a la verja para verle más de cerca. Una tarde salté la verja, me acerqué para sentirle de cerca, me abracé a su tronco como se abraza un sueño, como se abraza una canción que se graba en los recuerdos. Y esa tarde al abrazar su tronco, la brisa que mecía mis cabellos los enredaba suavemente, como se enreda un sueño de amor. Sus ramas se mecían queriendo alcanzar el viento. Sus ramas en el silencio de aquella tarde me decían su último adiós, su último abrazo a mi niñez y a mis recuerdos.
Partimos una noche. La casa quedó sumida en el silencio, vacía y llena de nuestras risas, de nuestro llanto, de nuestra algarabía infantil. Llena de nuestros días felices y de aquellos que nos llenaron de tristeza y dolor.
Como lo fue el tener que partir, ver cómo se mudaban nuestros vecinos, mis padrinos, cómo se nos mudaba la vida a otra eternidad. Atrás quedaban los días de ir a la escuela, de correr por el patio, de esperar a los Reyes Magos, los gritos y risas de mis primos, las travesuras de mi hermana y las carreras de mi hermano buscando dónde esconderse cuando jugábamos.Todo quedó en aquel silencio, en aquella noche. Buscaba a mi amigo, le busqué en la oscuridad y cuando salí a la calle miré hacia donde se extendían sus ramas y un silencio nos cubrió a los dos. Sus ramas estaban quietas, dibujadas en las sombras de la oscuridad. Y en ese silencio vi la luz de los mangos teñidos de atardeceres, de ramas que querían alcanzarme...
Sus ramas se extendían hasta mis recuerdos. ¡Lloré tanto! Las lágrimas seguían mojando mi rostro, bañando mi alma. Lloré un llanto tan callado y largo como la soledad que envolvía mi casa y mi corazón. No pude más y de mi garganta solo salió un grito callado que desgarraba mi ser, un adiós cuajado de días de estrellas amarillas que colgaban de mi alma, de un cielo bañado de atardeceres, de un tronco que en su silencio me decía: ¡te amo, mi niña!
La casa en su dolor y desgracia se veía imponente, no suplicaba, solo callaba, guardando en sus entrañas el recuerdo de nuestras vidas pasadas, de nuestro amor por todo lo que significó en nuestra vida, por lo que significaba nuestro adiós. Ella fue la casa en que vivió mi padre, la de mis antepasados y el principio de la vida de mis padres cuando se casaron. Dolía dejarla ¡guardaba tanta vida en ella, tantos recuerdos grabados en sus paredes, en sus pisos!... Era como el dolor que guardaba mi árbol de mango, un dolor lleno de tristezas.
Mi madre me despertó del adiós y dijo, no llores, volverás a verla porque siempre vivirá en ti.
Volví una tarde. Vi mi casa despojada de sus vestidos de madera blancos y amarillos, y convertida en un monte de madera carcomida por el tiempo y la desidia. ¡Qué dolor tan grande sentí! Las lágrimas asomaron a mi alma, y allí estaba él, mi árbol de mango. Nos miramos en silencio. Yo le quería alcanzar, pero mis manos no podían tocarle. Una verja inmensa nos separaba físicamente. Pero en un momento de silencio eterno su alma y la mía se alcanzaron, y sentí que una paz inmensa inundaba mi corazón. Era el adiós del tiempo que nos daba una oportunidad para abrazarnos una vez más.
Soñé que tenía la vara en mis manos y que alcanzaba una de mis estrellas favoritas, las que estaban bañadas de atardeceres. Y lloré sintiendo el despertar del sueño de que ya jamás nos volveríamos a alcanzar. Y supe que su recuerdo se quedaba dormido en mi recuerdo y que estarían por siempre en la memoria de mi corazón, mi casa y mi viejo árbol de mango.
Pasaron los años. Y una mañana le robé una vuelta al tiempo, al recuerdo y le fui a ver. Allí estaba tras una inmensa mole de cemento que le tapaba como un pecado por ser tan hermoso y esbelto. Vi que ya no eras tan frondoso y que de tus ramas ya no colgaban mis estrellas llenas de atardeceres, pero yo te amaba, te amaba tal como eres. Te amé en mi tiempo de niña, como te amo en este momento en que soy una mujer y te puedo amar más porque te amo como eres. Mientras te miraba, sentía cómo mi alma se desbordaba de dolor y empezaron a correr por mi rostro las lágrimas de mi niñez, las lágrimas de mi vida, de ese llanto que una esconde dentro del alma y que en un momento como éste al estar frente a ti, corren, para darte la libertad de vivir.
Horizontes es la Revista de la Facultad de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico.
viernes, 19 de noviembre de 2010
The apple-tree
Old John had an apple-tree, healthy and green,
Which bore the best codlins that ever were seen,
So juicy, so mellow, and red;
And when they were ripe, he disposed of his store,
To children or any who pass'd by his door,
To buy him a morsel of bread.
Little Dick, his next neighbour, one often might see,
With longing eye viewing this fine apple-tree,
And wishing a codlin might fall:
One day as he stood in the heat of the sun,
He began thinking whether he might not take one,
And then he look'd over the wall.
And as he again cast his eye on the tree,
He said to himself, "Oh, how nice they would be,
So cool and refreshing to-day!
The tree is so full, and one only I'll take,
And John cannot see if I give it a shake,
And nobody is in the way.
But stop, little boy, take your hand from the bough,
Remember, though John cannot see you just now,
And no one to chide you is nigh,
There is One, who by night, just as well as by day,
Can see all you do, and can hear all you say,
From his glorious throne in the sky.
O then little boy, come away from the tree,
Lest tempted to this wicked act you should be:
'Twere better to starve than to steal;
For the great GOD, who even through darkness can look,
Writes down every crime we commit, in His book;
Nor forgets what we try to conceal.
sábado, 13 de noviembre de 2010
Platero y yo - Las brevas - IX
Fue el alba neblinosa y cruda, buena para las brevas, y, con las seis, nos fuimos a comerlas a la Rica.
Aún, bajo las grandes higueras centenarias, cuyos troncos grises enlazaban en la sombra fría, como bajo una falda, sus muslos opulentos, dormitaba la noche; y las anchas hojas - que se pusieron Adán y Eva- atesoraban un fino tejido de perlillas de rocío que empalidecía su blanda verdura. Desde allí dentro se veía, entre la baja esmeralda viciosa, la aurora que rosaba, más viva cada vez, los velos incoloros del oriente.
... Corríamos, locos, a ver quién llegaba antes a cada higuera. Rociillo cogió conmigo la primera hoja de una, en un sofoco de risas y palpitaciones. - Toca aquí. Y me ponía mi mano, con la suya, en su corazón, sobre el que el pecho joven subía y bajaba como una menuda ola prisionera - . Adela apenas sabía correr, gordinflona y chica, y se enfadaba desde lejos. Le arranqué a Platero unas cuantas brevas maduras y se las puse sobre el asiento de una cepa vieja, para que no se aburriera.
El tiroteo lo comenzó Adela, enfadada por su torpeza, con risas en la boca y lágrimas en los ojos. Me estrelló una breva en la frente. Seguimos Rociillo y yo y, más que nunca por la boca, comimos brevas por los ojos, por la nariz, por las mangas, por la nuca, en un griterío agudo y sin tregua, que caía, con las brevas desapuntadas, en las viñas frescas del amanecer. Una breva le dio a Platero, y ya fue él blanco de la locura. Como el infeliz no podía defenderse ni contestar, yo tomé su partido; y un diluvio blando y azul cruzó el aire puro, en todas direcciones, como una metralla rápida.
Un doble reír, caído y cansado, expresó desde el suelo el femenino rendimiento.
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martes, 9 de noviembre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
lunes, 25 de octubre de 2010
Tu tronco desciende en acantilado
sobre Sietearroyos; orilla escarpada
donde se deshace el corcho acabado,
abierto en canal de tu piel vejada.
El agua corroe tu añejo esplendor
y ríe entre espumas, huyendo de ti.
Compañero, sigo buscando el amor,
que me dio la espalda y renuncia a mí.
¡Oh, tosco alcornoque, paraguas abierto
de ramas vencidas por pesada copa,
levanta, atrevido, tu emparrado muerto
al triste y sombrío palio que te arropa!
Ya el gris del otoño tus verdes apura;
te ronda el invierno, mi callado amigo.
Deja que me arrime a tu costra dura
y, aferrado a ella, solloce contigo.
lunes, 18 de octubre de 2010
"el apóstol del árbol"
El árbol en el huerto
Mas cierto día, un diminuto insecto, algo emparentado con la temible filoxera, y cuyo nombre vulgar es tan nauseabundo como feo el que le asignan los naturalistas (1), llegó a una hoja, y después de corto paseo, atravesó la epidermis con el pico, que hundió en el tejido celular, para no volver a sacarlo. El resto de su vida lo pasó el animalito chupando y chupando, como hacen las sanguijuelas con la sangre humana; pero hay la diferencia de que cuando éstas se sacian, se sueltan para hacer la digestión, y el parásito del árbol sigue adherido, hasta el fin de su existencia, como el empleado a la nónima, ¡sí le dejan!
Creció el cuerpo del insecto, mas no sus patas, que por el género de vida adoptado le habrían de ser inútiles en lo sucesivo. Al mismo tiempo, empezó a exudar cierta sustancia semejante a la cera, con la que formó una coraza muy útil para defenderse contra la lluvia y otros enemigos. Luego puso muchos huevos que pronto se hicieron insectos, los que, reproduciéndose rápidamente, llenaron no sólo aquel árbol sino también los de los alrededores, tiznando hojas y frutos y convirtiendo la belleza en fealdad y miseria.
El hortelano se esforzaba en combatir aquel terrible enemigo del árbol y del hombre. ¡Cuántos y cuántos medios puso en práctica para exterminarlo! Lavó y pulverizó el árbol con los malolientes menjunjes formados por el jabón cáustico, petróleo, creosota, aceites de pescado, brea,… Hasta empleó vapores de ácido cianhídrico, del terrible veneno que mata el insecto… y aún al hombre, ¡al menor descuido! Después de gastar mucho dinero, el hortelano se declaró vencido por falta de recursos y, resignado, dejó obrar a la Naturaleza.
Entonces empezaron a llegar volando otros insectos, cuya mayor longitud no pasa de medio milímetro y corresponden al mismo orden en que están clasificadas las laboriosas abejas y hormigas. ¿Qué podían hacer los insectillos de débiles mandíbulas contra los acorazados himenópteros de largo pico? Sin embargo, las hembras llevan en el extremo de su abdomen un taladro y es curioso saber como lo emplean.
Al llegar a la hoja elegida, se posan sobre una coraza, y atentamente la recorren del borde al centro, una vez y otra, hasta cerciorarse de que debajo existe el insecto que buscan. Segura ya la hembra, endereza el aladro y traspasa con él la capa cerosa; saca el instrumento, prueba la gotita de líquido que sale del agujero, acaso para ver si agradará a su descendencia; de nuevo una, dos y tres veces vuelve a introducir el oviducto, hasta que, satisfecha de sus investigaciones, pone algunos huevos, ya junto al cuerpo de la víctima, ya en su interior. (2)
Cuando las larvas del parásito salen del huevo, comienzan a devorar a su víctima, mas con la prudencia necesaria para no quitarle algún órgano de los absolutamente indispensables a la vida, pues si muriese antes de tiempo, también la larva moriría de hambre.
Al fin todo es comido, y en breve salen nuevos insectos a continuar su labor, en extremo perjudicial para el insaciable chupador de naranjos, que es vencido al fin, gracias a la rápida multiplicación del casi invisible amigo del hombre.
Curioso es recordar que el utilísimo insecto alado, en la mayoría de los casos sólo tuvo madre y en no pocos, ni siquiera abuelo ni aún bisabuelo.
(1) Piojo rojo (Chriysonphalus distyosperni)
(2) Entre los afelinos que son parásitos en el interior del piojo rojo, figura el "Coccophagus lunulatus", y al exterior el "Aphelinus chrymsophali"; éste, descubierto por el famoso entomólogo español Don Ricardo García Mercet.
viernes, 8 de octubre de 2010
Los "hibakuyumoku" de Hiroshima
Los japoneses los llaman "hibakuyumoku", árboles supervivientes de la bomba
http://www.lang-arts.com/survivors/
Documentación: http://www1.ocn.ne.jp/~hirosima/a-bombed-tree/
y propia (MAPA, VIDEO)
(los enlaces con las páginas japonesas están fallando)
Nº--Distancia --- Dirección --- Propietario --- Uso del espacio --- Nombre del árbol --- Coordenadas
(Salix babylonica) N 34º 23'
(Ilex rotunda Thunb.) N 34º 23'
Cartel esperanza del trabajo sobre los árboles |
(Salix babylonica) N 34º 23'
(Cinnamomum camphora) N 34º 23' 24”---E 132º 27'
(Celtis sinensis, Melia azedarch,Diospyros kaki, Aphananthe aspera)
(Eucaliptus globulus) N 34º 24'
(Catalpa bignonioides Walter) N 34º 24'
(Neolitses sericea, Paeonia suffruticosa,)
(Ilex rotunda Thunb.) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Lagerstroemia indica) N 34º 26' 57”--- E 132º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cycas revoluta) N 34º 24'
(Platanus orientalis) N 34º 23'
(Firmiana simplex) N 34º 23'
(Pinus thunbergii, Cycas revoluta)
(Ginkgo biloba) etc N 34º 24'
(Celtis sinensis) N 34º 23'
(Salix babylonica) N 34º 23'
(Ginkgo biloba)
(Celtis sinensis) N 34º 23' 57”--- E 132º 28'
(Prunus x mume, Prunus serrulata, Acer palmatum, Prunus munue, Quercus glauca) N 34º 24'
(Cycas resoluta) N 34º 23' 44”--- E 132º 28'
(Salix babylonica) N 34º 23'
(Citrus × natsudaidai) N 34º 24' 19”--- E 132º 27'
(Ilex rotunda Thunb.)
(Prunus x yedoensis, Machilus thunbergii) N 34 24' 26”--- E 132º 28'
(Ginkgo biloba, Pinus thunbergii,) N 34º 24' 13”--- E 132º 28' 17"
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora) N 34º 24'
(Cycas revoluta) N 34º 24'
(Cinnamomum camphora)
50---2100m--- Naka-ku hakushimakitamachi19--- MLIT ---Green belt--- Camphor Tree (Cinnamomum camphora) N 34º 24' 45”--- E 132º 27'
(Ginkgo biloba) N 34º 24' 33”--- E 132º 28'
Crinum asiaticum (es un bulbo) N 34º 23'
Estos árboles todavía sobreviven (número de ubicación) |
Círculos de 1 y 2 km alrededor del epicentro |
Templo Hosenbou. Ginkgo a 1130m del epicentro. Para la reconstrucción de este templo se tuvo en cuenta la supervivencia del árbol |