02 noviembre 2025

MANUEL RIVAS (A Coruña, 1953)
El ejercito del bosque

Préstame, lluvia, tus palabras
y tú, viento, las ideas tan largas.
Déjame tu rezo breve, río,
y tú, nieve, la corteza del abedul.
Descansa al norte, crepúsculo de musgo.
Pisadas.
Quiebra el mundo como ala de garza.
Socórreme, relámpago.
Ponte a mano, verde espada.
Cúbreme, niebla.

Guardémonos. Viene gente.


(De “El pueblo de la noche”, Alfaguara, 1997)

-----

30 octubre 2025

KITARO (Japón, 1953)
Ki (árbol) 


Es un álbum de 1981 que contiene ocho canciones de Kitaro (喜多郎 Kitarō), (nacido como Masanori Takahashi (高橋正則 Takahashi Masanori) el 4 de febrero de 1953, en Toyohashi, Prefectura de Aichi, Japón. Es un músico, compositor y multi-instrumentista japonés. Su nombre artístico le fue dado por sus amigos quienes lo sacaron de un personaje de una serie manga de la televisión japonesa llamado Kitarō, de GeGeGe no Kitarō. Es hijo de una familia de granjeros sintoístas. En España se le conoció a raíz de su composición sonora para la serie "La Ruta de la Seda".

Biografía

-----

27 octubre 2025

ANTONIO MUÑOZ MOLINA Antonio Muñoz Molina
Como árbol talado (El País, mayo 2025)

Crímenes estúpidos y estupideces criminales se mezclan a diario en el carnaval de esta época, pero su repetición no las vuelve menos hirientes

Fran Pulido
Hay sospechas de que la simple estupidez puede ser tan dañina como la crueldad. La crueldad, entre nosotros, se asocia muchas veces a la inteligencia, sobre todo cuando es una crueldad verbal o ideológica, o cuando la ejercen esos asesinos en serie que gozan de tanto crédito intelectual en el cine y la televisión. Mentes privilegiadas europeas consideraron que las matanzas de Lenin, Stalin y Mao eran accidentes dolorosamente necesarios en el devenir de liberación de la Historia. Y sigue habiendo mentes contemporáneas para las cuales los regímenes desastrosos de Cuba, Venezuela y hasta Nicaragua —¡y Rusia!— poseen la legitimidad de oponerse al imperialismo americano. Si hay formas de crueldad que son agravadas por la estupidez —el citado imperialismo americano y sus actuales dirigentes serían sin duda un ejemplo— queda la duda de si se podrá ser bueno y estúpido, compasivo y obtuso.

“Ahora la estupidez sucede al crimen”, dice un verso terrible de Luis Cernuda, en un poema en el que acusa a un poeta vinculado a los vencedores de la guerra civil, Dámaso Alonso, de querer apropiarse la memoria de Federico García Lorca. Estupideces y crímenes, crímenes estúpidos, estupideces criminales, se mezclan a diario en el carnaval de esta época, pero su repetición y su monotonía no las vuelven menos hirientes, aunque a muchas personas las empujen hacia una indiferencia anestésica. A mí, por el contrario, algunas me provocan una curiosidad algo morbosa, sobre todo cuando parecen ejemplos de una estupidez pura, sin mezcla de ninguna otra sustancia, una estupidez cruel y al mismo tiempo gratuita, sin beneficio alguno para quien la practica, sin motivo visible, una especie de arte por el arte.

Desde hace tiempo vengo siguiendo en la prensa extranjera el misterio de ese árbol de casi 200 años y 15 metros de altura que se alzaba solitario y magnífico en las ruinas de los que fue la Muralla de Adriano, erigida en el siglo II para marcar la frontera entre la Inglaterra romanizada y los territorios de las tribus belicosas del norte. En un territorio de monte bajo y colinas desnudas, el Sycamore Gap Tree era una presencia imponente, plantado como un guardián en el muro mismo que señalaba la antigua frontera, con esa majestad tutelar de los grandes árboles que no sin razón tuvieron una naturaleza sagrada en muchas culturas. La gente de las comarcas cercanas acudía a él para celebrar bodas, comidas de fraternidad, rituales fantasiosos de paganismo céltico. El árbol, un arce sicomoro, había ganado incluso una celebridad cinematográfica. Aparecía en la película Robin Hood: Príncipe de los Ladrones, de 1991, y tenía en ella una prestancia más heroica que sus dos protagonistas humanos, Kevin Costner y Morgan Freeman.

Sycamore Gap Tree

Un día, el 28 de abril de 2023, el árbol amaneció talado, con huellas dentadas de motosierra en tronco macizo, derribado como la columna principal del templo que era el árbol en sí mismo. Apareció derribado y tan sin explicación como esos cadáveres de las novelas y las series británicas que inauguran un misterio en principio insoluble. Policías y forenses botánicos emprendieron de inmediato una investigación tan rigurosa como la que habría merecido el hallazgo de una víctima humana. Un índice de civilización es el trato que reciben, además de las personas, los animales y las plantas. La tala del Sycamore Gap Tree fue noticia prominente en portadas de periódicos y telediarios. En las fotos, la hondonada en la que se había perfilado su silueta durante casi dos siglos era un vacío inaceptable, la señal de una ausencia que ya no se podía remediar. Le preguntaron a Ronald Reagan qué opinaba sobre los redwoods de California, las secuoyas monumentales que pueden vivir 1.500 años y medir hasta 90 metros, y contestó encogiéndose de hombros: “Que una vez has visto uno, ya los has visto todos”.

Por suerte, las autoridades de la región de Northumberland tuvieron algo más de sensibilidad, y al cabo de unos meses habían descubierto a los autores de la tala, dos cretinos de 38 y 32 años que eran compañeros de barras y pintas de cerveza y que la noche del 27 de abril, por broma, por distraerse, por una apuesta beoda, concibieron la idea y la pusieron en práctica, muertos de risa, usando una motosierra que llevaban en la trasera de la camioneta. En unos minutos y sin demasiado esfuerzo —los dos tenían experiencia en trabajos de construcción— talaron lo que había crecido con extrema lentitud durante dos siglos, al ritmo solemne de los procesos de la naturaleza, con la paciencia gradual con la que crecen y se edifican las obras más valiosas, las naturales y las humanas, los bosques y las catedrales, los arrecifes de coral, las ciudades crecidas orgánicamente sin que nadie las haya planificado, las formas civilizadas de convivencia.


La estupidez tiene una gran ventaja para los investigadores criminales, y es que deja todo tipo de pistas. Aquellos dos cretinos se grabaron mutuamente en sus teléfonos móviles mientras se esforzaban en su hazaña, y luego intercambiaron mensajes en los que se congratulaban del impacto que estaba teniendo en las redes sociales y en los noticiarios. Quizás el mayor embuste de las ficciones policiales es la dificultad y encontrar la pista de un asesino o de un delincuente. A la mayor parte de ellos se les atrapa tan rápido que la búsqueda no daría ni para un relato corto, y cuando quedan impunes no es porque tuvieran la maña suficiente para desaparecer, sino porque nadie los buscó, o porque los investigadores eran todavía más lerdos o chapuzas que ellos.

En este caso particular, los dos sospechosos tienen, como cualquiera, caras de culpables en las fotos de frente y de perfil de la policía, pero tienen sobre todo caras de imbéciles. Hace justo un mes empezó el juicio contra ellos, y se calcula que la sentencia será dictada hacia mediados de julio. El fiscal dice que aquella noche se lanzaron a una “moronic mission”, una tarea de cretinos, y solicita una pena de diez años para cada uno de los dos. La estupidez y la crueldad tampoco son incompatible con la bajeza: ahora los dos acusados se declaran inocentes y se echan la culpa el uno al otro. Ni siquiera les cabe la justificación de una ceguera ideológica religiosa, como la de aquellos talibanes que pusieron tanto esfuerzo en dinamitar los Budas gigantes de Bamiyán o los milicianos madrileños que en el verano de 1936, en vez de ir al frente a combatir a los fascistas, se desplazaron en camiones al Cerro de los Ángeles para fusilar heroicamente la estatua del Sagrado Corazón.

Talaron un árbol de 200 años por pasar el rato y porque era fácil y en mitad de la noche era difícil que alguien los viera. Talaron un árbol porque el esplendor de las cosas mejores y de la suma belleza despierta el rencor de algunos imbéciles igual que despiertan la codicia de los depredadores y la crueldad de los doctrinarios y de los aprovechados que se amparan en ellos para obtener beneficios. En la bella Baeza, que forma con Úbeda un espejismo doble de clasicismo italiano en medio de los olivares de Jaén, un ayuntamiento regentado por bárbaros decretó hace unos meses la tala de los árboles enormes que daban sombra y vida al paseo de la Constitución. La tala no se hizo de noche ni fue anónima, y, sin embargo, los concejales arboricidas no corren el menor peligro de ser acusados ante un tribunal. Dejan desierto y pelado un paisaje que uno lleva viendo toda la vida y están talando al mismo tiempo este momento presente y el recuerdo.

Dice Montaigne: “Hasta los árboles si tuvieran voces gritarían por el trato que les damos los seres humanos” Al menos el arce de la muralla de Adriano está empezando a echar brotes nuevos. Con algo de suerte, es cuestión de esperar unos 100 años.

-----

Condena a los infractores:  https://elpais.com/cultura/2025-07-15/condenados-a-cuatro-anos-de-carcel-los-dos-hombres-que-talaron-un-arbol-en-el-muro-de-adriano.html

----- 

24 octubre 2025

ARMAND PAZ RICO (fotos de 2019) 
 
UN PINO VERDADERO: El “Pi Verot” o “Piverot” del bosque de La Devesa del Saler en el TM de Valencia es un pino piñonero, Pinus pinea, monumental y estimado. No es muy alto porque la cercanía del mar y sus temporales dificulta su crecimiento en altura. La pedanía de El Saler donde se encuentra le dedica incluso una calle, y se le respetó e integró al construirse el colegio de primaria, situado en la pedanía en el PN de la Albufera, que no tiene espacio no protegido donde construir equipamiento público si no es en el mismo bosque.
     El nombre en valenciano de esta especie era “PI VER", aunque ahora es más común “pi pinyer” (pino de piñas). Este gran “pi ver” se tomó como nombre propio en aumentativo por su tamaño “pi verot”. Pi ver significa pino verdadero. Su nombre es parejo al de su nombre gallego y portugués “pino manso” (pino domesticado) y en cierta manera el propio castellano de pino piñonero (pino frutal, de piñones) por oposición a las especies autóctonas "pino bravo" o "piñeiro" (de piñas) en Galicia y Portugal (Pinus pinaster) y aquí en Valencia con el "pi bort" (Pinus halepensis)
     El lugar originario de esta especie es confuso. Si bien hay restos de la Península de hace 50.000 años, todo los piñoneros del Mediterráneo son, sorprendentemente, genéticamente similares desde Portugal a Turquía (sólo en El Líbano son ligeramente diferentes). La razón como en otros árboles de frutos secos (p.e. almendros o castaños) es que los romanos trajeron y repartieron por todo el Mediterráneo variedades homogéneas de fruto mayor (o de más calidad y producción) provenientes de Asia Menor. Allí llevaban ya entonces al menos 4000 años de selección previa. Así que el pino piñonero es como el castaño un cultivo forestal siendo difícil saber si es originario de una zona concreta.
     Roma tenía, y tiene, una relación especial con este pino. Su suelo volcánico al igual que su clima subhúmedo son ideales para esta especie. Por ese amor el árbol llena y representa la ciudad eterna y su entorno, y así debió ser ya en época imperial.
     Por su parte, el Pi Verot se integró en el patio del colegio y en los juegos de los niños en el recreo desde hace casi 40 años. Como crece en arena, el pisoteo que compacta el suelo, ahoga las raíces y causa la muerte a medio plazo de árboles monumentales muy visitados, no le afecta a este pino y convive bien con el griterío de los niños.
 
 
Pino en el Colegio de primaria "Lluis de Santàngel", foto de 2025
-----

21 octubre 2025

CÉSAR JAVIER PALACIOS e IGNACIO SEVILLA HIDALGO
Árboles singulares: Cuaderno de campo de los árboles más fascinantes de España

 
Cada árbol es un ser excepcional con pasado propio, y cada página de este libro, un homenaje a la belleza, la resistencia y la singularidad del mundo natural que nos rodea. 
 
Este libro es mucho más que una guía de árboles monumentales: es una declaración de amor al paisaje y los hermosos seres que lo habitan. Con espíritu de naturalistas clásicos, el periodista ambiental César-Javier Palacios y el ilustrador Nacho Sevilla seleccionan cerca de medio centenar de ejemplares de toda España, ofreciéndonos con sus notas y dibujos un viaje pausado por su geografía arbórea más emblemática.
      Cada página de este cuaderno respira campo, observación y respeto. Desde el tejo milenario de Bermiego al drago canario de Icod, pasando por robles, alcornoques, pinsapos o sabinas, los autores nos invitan a conocer no solo sus características botánicas, sino también su contexto natural, histórico y humano. Aquí el paisaje se entrelaza con el paisanaje: gentes, leyendas, ritos y anécdotas que dan vida al protagonista en un feliz encuentro tanto cultural como biológico.
     Los textos de Palacios, cargados de rigor y emoción, se acompañan por las delicadas y detalladas acuarelas, casi meditativas, de Sevilla, capaces de capturar magistralmente la esencia de cada hábitat y sus pequeñas criaturas. Esta obra nos brinda la oportunidad de mirar de otra forma los árboles que nos rodean, a detenerse y escuchar lo que el tiempo ha tejido en sus cortezas, las mil y una vidas que sostienen en perfecto equilibrio natural.
     Una guía ideal para amantes de la naturaleza, la ilustración de campo y para quienes buscan reconectar con el alma verde del territorio.

Editorial: Anaya          Páginas: 208         Año: 2025         EAN: 9788491589273

-----