08 noviembre 2020

Lluvia de oro

BERNABÉ MOYA y FERNANDO FUEYO
Lluvia de oro


El botánico Bernabé Moya explica la importancia de los bosques, y de la caída de las hojas como ahora en el otoño, para la fertilidad del suelo. Las acuarelas del pintor de naturaleza Fernando Fueyo ilustran este artículo divulgativo cargado de ciencia y poesía

“¡Cómo se mezclan todas las especies, robles y arces, castaños y abedules! Pero la naturaleza no se recarga de ellas; es un perfecto granjero que las almacena a todas. ¡Imaginad qué inmensa cosecha es derramada cada año sobre la tierra! Ésta, más que ningún grano o semilla, es la gran recolección del año. Los árboles devuelven a la tierra con intereses lo que han tomado de ella. Están a punto de añadir una capa de hojas a la profundidad del suelo.” Henry David Thoreau (1817 – 1862)

El tiempo pasa, las cosas cambian. Y mientras tanto las ganas de viajar y de conocer crecen. Uno de los rasgos que mejor definen al ser humano es el poder disfrutar de una curiosidad inagotable. Por ello, hoy les proponemos el adentrarnos en un mundo tan desconocido como fascinante, y tan al alcance de todos como el darse un apacible paseo por el bosque o por un parque. Este viaje, a diferencia de el de Julio Verne, no transcurre en la más insondable de las profundidades, sino en la superficie de la Tierra. Ese lugar, especialmente acogedor, en el que se desarrolla el mayor espectáculo del mundo: la vida.

Para llevar a cabo tan intrépido viaje de exploración vamos a necesitar, como en toda aventura que se precie, algo de material técnico y algún que otro plan. Viajar nos ayuda a entender otras formas de vivir, pero sobre todo a comprender lo que tenemos más cerca. La intriga, los sobresaltos, la exploración en lugares ignotos y la aparición de seres inesperados está asegurada, a poco que tengamos ganas de explorar. En esta ocasión vamos a seguir los pasos silenciosos de esas hojas anónimas que tímidamente se desprenden durante el otoño.

“Viajar nos ayuda a entender otras formas de vivir, pero sobre todo a comprender lo que tenemos más cerca”

Empezábamos diciendo que las cosas con el tiempo cambian. Tanto, que lo que hasta hace poco se consideraba fuente de fertilidad, e incluso esencia de lo humano, se ha convertido a ojos de algunos desorientados en sucio y molesto. No son pocos los que andan pidiendo a los árboles que no tiren las hojas. Un fenómeno que ocurre incluso en pleno verano, sobre todo en ambiente urbano, aunque en estos casos la causa principal es una inadecuada elección de la especie. El “suelo” en el que crecen los árboles urbanos puede recibir muchos apelativos, pero no el de fértil o mullido. Plantar un árbol sin conocer el régimen, presencia y disponibilidad de agua de forma natural para ese lugar determinado, es condenarlo de por vida al estrés, la debilidad y la enfermedad. Pensemos que la vida de un árbol se mide en centenares, y con un poco de suerte en miles de años, y no en décadas como la nuestra. Algo que choca con la moda actual que rige en las ciudades, la de plantar árboles de usar y tirar.

Tal vez habría que empezar aclarando algunas cosas, como que los árboles no tiran nada. Lo que en verdad hacen es desprenderse de las hojas, las flores y los frutos que han dejado de cumplir su primera misión, o ya les resulta imposible llevarla a cabo. Pasan entonces a desempeñar el nada desdeñable cometido de proteger y nutrir la Tierra. Al desprenderse de las hojas, los árboles dan vida al suelo, alargan los ciclos del agua y ponen freno a la erosión.

“Plantar un árbol sin conocer el régimen, presencia y disponibilidad de agua de forma natural para ese lugar determinado, es condenarlo de por vida al estrés, la debilidad y la enfermedad”

La presencia de agua en el suelo es fundamental, parece obvio, como también lo es el aire, en el que por cierto solemos pensar aún menos. Pocas veces profundizamos más allá de la sólida y contundente fracción mineral. Es frecuente que ni siquiera se considere parte del suelo la materia orgánica, esa que aportan las hojas, los fragmentos de ramas y troncos y otros restos orgánicos, sean de plantas o de animales, que darán lugar al humus. El humus, al que también se denomina mantillo, es la capa superficial de color café oscuro o negro, la más fértil del suelo. Y la que, por cierto, resulta prácticamente imposible de encontrar en la actualidad. 

Se le atribuye a un discípulo de Hipócrates de Cos, el fundador de la medicina clínica en la antigua Grecia, la siguiente afirmación: “La tierra es el estómago de las plantas, que reciben los alimentos ya preparados para la digestión. La fertilidad o infertilidad de un suelo, así como la repartición geográfica de las plantas dependen (…) de la humedad que necesitan las plantas en un suelo determinado.” No deja de tener interés que de la palabra “humus”, deriven las voces humano y humildad. Un término que fue utilizado en la antigüedad por grandes poetas latinos como Horacio y Virgilio, ambos de origen humilde.

Sí por un momento alzamos la mirada y dejamos que la lluvia nos empape el rostro, además de sentir un completo e inmediato frescor, también apreciaremos como nos golpea. Es cierto, que si la lluvia es muy fina lo hará suavemente, pero si cae con gotas algo más gruesas, de forma intensa o formando bolitas de hielo la cosa cambia. Las hojas depositadas delicadamente sobre el suelo forman un tupido y colorista manto que amortigua esos golpes redundantes y tamborileos persistentes. Ya que de otra forma impactan directamente sobre él, lo desagregan y acaban por arrastrarlo, dando comienzo al ciclo de la pérdida de fertilidad y la erosión.

“Al desprenderse de las hojas, los árboles dan vida al suelo, alargan los ciclos del agua y ponen freno a la erosión”

Al hablar de la lluvia hay un aspecto que conviene considerar, y es que no toda el agua que proviene del cielo está disponible para ser usada por las plantas. La que corre rápida y vertiginosa por la superficie es poco efectiva para sofocar su sed, ya que únicamente está disponible unos pocos minutos o a lo sumo algunas horas. Es la que vemos discurrir por los cauces de los ríos y barrancos de forma tumultuosa, llevándose todo lo que se pone por delante, y en especial el suelo fértil, que es el motivo por el que la vemos de color marrón. Es un agua fugaz, que se mueve a toda prisa impulsada por la fuerza de la gravedad. En estos casos, la tupida y frondosa vegetación de ribera que forman los bosques de galería es la encargada de reafirmar las orillas y frenar su alocada carrera.

Cada planta tiene que encargarse por sus propios medios de suministrarse el agua con la que apagar su sed. Lo mejor para los árboles, para los bosques -y para poder disponer de más agua útil para todos-, es imitar el ciclo vegetal. Los bosques crean estratos de vegetación en altura, y con ello consiguen alargar el tiempo que el líquido elemento permanece sobre la faz de la tierra. La ecuación resulta sencilla, más árboles, más hojas, más agua disponible.

El agua que realmente sirve para hidratar a las plantas es aquella que se filtra pausadamente, rellenando los poros que quedan entre las partículas minerales y la materia orgánica, creando una delgada película líquida en torno a ellas. Una curiosidad: de esa finísima lámina de agua líquida depende la vida de numerosos representantes de la llamada microfauna del suelo. Formada por una miríada de protozoos y pequeños nemátodos, entre una infinidad de pobladores desconocidos, que habitan en la profundidad de la tierra firme como verdaderos animales acuáticos.

“Los bosques crean estratos de vegetación en altura, y con ello consiguen alargar el tiempo que el líquido elemento permanece sobre la faz de la tierra”

Este mecanismo de hidratación del suelo, que facilita la unión de partículas orgánicas y minerales, también reserva un cierto espacio para almacenar aire. Ya que, sin aire, digamos qué disuelto entre las partículas del suelo, las raíces no pueden respirar y se asfixian. Cuando un suelo, o una maceta, se encharca durante un largo período de tiempo no queda espacio para el oxígeno, y las plantas se ahogan. Una aclaración botánica parece necesaria. Los vegetales no disponen de verdaderos sistemas de captura, bombeo y canales de distribución especializados para transportar activamente el oxígeno vital, que se encuentra en el exterior de la planta, para que cada célula pueda respirar, tal y como ocurre en nuestro cuerpo.

Ni las plantas, ni los árboles tienen pulmones. Aunque sí se puede decir que los bosques son los pulmones del planeta. Al capturar y retener el dióxido de carbono –ese gas que emitido de forma masiva por las actividades humanas es en gran medida el responsable del efecto invernadero y el calentamiento global– y liberar oxígeno. Todo ello gracias al maravilloso proceso de la fotosíntesis, que se produce en las hojas. Continuemos resolviendo la ecuación: más árboles, menos dióxido de carbono, más captura de energía solar, mayor creación de materia orgánica, más riqueza en formas de vida. Plantar en 10 años 3.000 millones de árboles en territorio europeo es una buena forma de reconocer los hechos y empezar a cambiar las cosas.

Las plantas se valen de poderosas alianzas con otros organismos, como las bacterias y los hongos que habitan en la rizosfera, la parte del suelo en la que se desarrollan las raíces, que está bajo su influencia directa y que frecuentemente no suele superar los dos metros de profundidad. No podemos negar que nos resultan más próximas las relaciones que establecen las raíces de las plantas con los hongos que viven en el suelo.

Las hifas que forman sus cuerpos, al ser aún mucho más delgadas, prolíficas y extendidas que los pelos absorbentes de las raíces, pueden cubrir una mayor superficie con menor gasto de materia y energía, y por tanto captar más agua y nutrientes. Son las llamadas micorrizas, y tanto las plantas como los hongos y algunas bacterias sacan provecho mutuo de esta íntima comunicación y relación. Tan útil les resulta que la práctica totalidad de los árboles tratan de tenerlas, si las condiciones son favorables para ambos. Un suelo bien mullido por las hojas desprendidas durante el otoño facilita su presencia, las nutre y fortalece. Es gracias a ello que podemos disfrutar, y en su caso degustar, de una extraordinaria abundancia y diversidad de setas en los bosques. En las florestas en las que hay poca materia orgánica en el suelo hay pocas setas.

Cuando una hoja se desprende y cae al suelo es oro lo que llueve, dando comienzo a un complejo proceso que habitualmente ignoramos. Bueno, no del todo. Si estamos en época otoñal en un bosque caducifolio, y es fin de semana o período vacacional, nos placerá en grado sumo caminar sobre la otoñada. Los poetas y las personas románticas siempre encontrarán las palabras justas para presentarnos la emoción del instante.

En los versos de Rosalía de Castro: Los robles (fragmento)
 
Más tarde, en otoño
cuando caen marchitas tus hojas,
¡oh roble!, y con ellas
generoso los musgos alfombras
¡qué hermoso está el campo;
la selva, qué hermosa ¡

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06 noviembre 2020

Una protesta en los 80

ANA CHACETA
Una protesta espectacular


Hay personas que tienen ideas excéntricas que por su originalidad rayan lo inverosímil. La foto que adjunto es real y tiene una explicación. A principio de los años 80, en la carretera de El Pajar a Arguineguín, Gran Canaria, se talaron unos árboles y ello fue motivo para que muchas personas del lugar estuvieran en desacuerdo con esa tala, eran defensores acérrimos del medio ambiente. Entre estas personas se encontraba Don Elías Molina Ríos, encargado por ese tiempo de la fábrica de cemento de Arguineguín. El Sr. Molina tuvo la genial idea de coger dos de los árboles talados y trasladarlos con una grúa hasta El Pajar, hacer un hoyo y plantarlos del revés, con las raíces mirando al cielo. En uno de ellos, depositó un coche que tenía ya un poco destartalado donde colgó un mensaje: “La tecnología por encima de la naturaleza”. No cabe duda de que, a partir de ese momento, fue un espectáculo para toda persona que pasara por allí. El coche estuvo expuesto como unos quince años más o menos, con su cada vez más deterioro, por lo que se hizo famosa la típica frase -cuando te querías referir a un coche viejo-: “está peor que el coche de Molina”.


     Yo llegué a verlo, pero se me borró de la memoria. Ayer, mi hijo Sergio -que por ese entonces tendría unos siete años- me dijo: “Mamá, ¿te acuerdas de un coche que había encima de un árbol en El Pajar? Realmente, no me acordaba, pero pregunté a las personas que vivieron en ese pequeño y acogedor pueblo pesquero por esa fecha y ellos me contaron la historia. Puede que tenga algún error, pero está escrita con la intención de recordar a las nuevas generaciones, esas que no lo pudieron ver, que un señor, con ganas de reivindicar y protestar por la protección del medio ambiente, puso un Renault Gordini encima de las raíces de un árbol.
     Hoy día, pudría haber sido etiquetado como una obra vanguardista, sin embargo, fue la voluntad de un hombre de enseñar al mundo el poder aplastante de la tecnología ante la mano destructora del hombre.

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04 noviembre 2020

Giuseppe Penone - Escultor

GIUSEPPE PENONE (Italia, 1947)
Escultor

Atención: Un árbol puede ocultar otro. Un viaje a las extraordinarias esculturas de Giuseppe Penone, revelando la unidad arquitectónica que oculta dentro.  

     Giuseppe Penone, el escultor contemporáneo, que vincula la ciencia, la botánica, la naturaleza y los árboles, e incluso podemos decir productos manufacturados porque comienza con vigas de madera. Quita la madera, capa por capa, anillo por anillo. Un árbol es como una muñeca rusa [Matroska] hecha de cientos de árboles rodeando el uno al otro. Cada año, el árbol produce una capa de madera sobre la del año anterior. Así que Giuseppe Penone simplemente quita, pela, presta atención a no dañar el ritmo del crecimiento dentro del árbol, para revelarlo. Incluso diría que hace renacer de nuevo al árbol joven original. Un eje vertical cónico y pisos de ramas, no sólo es hermoso, además es educativo.
 
«Desde hace tiempo, con un horario de obrero, trabajo cerca de Geressio, mi pueblo, en una nave abandonada, y el hecho de que sea un antiguo aserradero aún siendo casual es significativo… allí trabajo para extraer de una viga de 11 metros la forma de un árbol que está fosilizado dentro. Técnicamente, para devolverle el aspecto del árbol que fue en determinado momento de su vida vegetal, tengo que establecer primero donde está la punta y dónde está la base. Puedo verificarlo en base a los anillos de crecimiento, que se corresponden a las dos capas que se pueden detectar siempre en la madera, una más densa y otra más blanda. La base coincide con la capa dura más amplia. Desde allí empiezo a excavar y es suficiente que continúe siguiendo siempre escrupulosamente esta capa más dura para recuperar la forma del árbol. De esta forma no sólo obtengo una forma, sino que he recorrido también todo el fenómeno del crecimiento…»
 

En otro momento continúa...
«Siento la respiración del bosque, oigo el crecimiento lento e implacable de la madera, modelo mi respiración sobre la respiración del vegetal, percibo el deslizamiento del árbol alrededor de mi mano apoyada sobre su tronco.»

Elevación, 2001, Material: Tronco de árbol, Rotterdam
2008, Espacio de luz, Tronco de árbol, Palacio de Versalles
2008, La vida oculta, Tronco de árbol, Art Gallery of Ontario, Toronto
2003, Entre corteza y corteza, Tronco de árbol, Palacio de Versalles
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01 noviembre 2020

En el tronco de un árbol

COMPAY SEGUNDO (Cuba, 1097-2003)
En el tronco de un árbol


En el tronco de un árbol una niña
Grabó su nombre henchida de placer
Y el árbol commovido allá en su seno
A la niña una flor dejó caer.

Yo soy el árbol conmovido y triste
Tu eres la niña que mi tronco hirió
Yo guardo siempre tu querido nombre
 y tú, ¿qué has hecho de mi pobre flor?
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29 octubre 2020

Historias en los anillos de los árboles


AINA S. ERICE
Las historias que se esconden en los troncos de los árboles

De todas las insensateces que hemos cometido los humanos, hay una de la que se habla sorprendentemente poco, quizás porque su coprotagonista (y víctima) fue un árbol.

Los anillos del interior del tronco reflejan las épocas de crecimiento del árbol.
     Las circunstancias que la rodean son controvertidas, pero nadie discute lo que sucedió el 6 de agosto de 1964 en el Estado de Nevada (EE UU). Como relata Stefano Mancuso en su último libro, La pianta del mondo, los implicados fueron tres: el ejemplar de Pinus longaeva marcado como WPN-114, el servicio forestal estadounidense, y el que probablemente sea el investigador más odiado de la historia de la dendrocronología, Donald Currey. Tampoco existen dudas sobre el trágico resultdo: un tocón y un tronco seccionado que revelaban, por fin, la información que Currey andaba buscando. 

      Todos hemos visto espectáculos parecidos en multitud de ocasiones, más o menos felices: una serie de círculos concéntricos de anchura y color variables, que llamamos "anillos de crecimiento", y que dibujan el análogo arbóreo a una huella dactilar. No hay dos ejemplares que formen exactamente el mismo patrón de anillos; cada uno es, como nosotros, único e irrepetible.

En climas templados, donde un ciclo anual consta de estaciones favorables y desfavorables para el crecimiento vegetal, aparece este patrón anillado que refleja de forma aproximada el paso de los años. Aina S. Erice

     La existencia de los anillos de crecimiento no es ninguna novedad: desde que el ser humano emplea madera sabe que están ahí, que forman bellos diseños al cortar el tronco para convertirlo en vigas, mesas o tablas de pared. Sin embargo, una de las primeras personas que se interrogó y dejó testimonio de sus reflexiones sobre la naturaleza de estos anillos fue Leonardo da Vinci, que en su Tratado de la pintura escribe: "Los círculos de las ramas de los árboles talados muestran el número de sus años, y cuáles fueron más húmedos y más secos según su mayor o menor anchura". Intuición genial, que ve en estos anillos la memoria de los árboles. La planta sedimenta sus recuerdos —capa tras capa, anillo tras anillo— desde su más tierna infancia; al igual que nosotros, guarda en su interior la marca de todo lo que le ha sucedido a lo largo de su vida. A diferencia de nosotros, sin embargo, los árboles no olvidan fácilmente: en el caso de las especies más longevas conocidas, como el bien llamado Pinus longaeva, las memorias arbóreas pueden abarcar varios milenios.
     Para acceder a estos anillos hay que tener una llave y saber emplearla bien: conocida como barrena de Pressler, se trata de un pequeño instrumento que permite horadar el tronco de un árbol y extraer un cilindro de madera, sin causar mayores daños al ejemplar. Se requiere habilidad y práctica (hay que aprender a orientar la barrena correctamente, y no todas las maderas te ponen fácil su perforación); no se requiere, en cambio, el sacrifi cio de ningún árbol... a no ser, claro está, que seas Donald Currey. Al no lograr obtener muestras de WPN-114 mediante barrena, se decidió talar el árbol para consultar su memoria arbórea.
     ¿Pero, por qué? ¿Qué pueden decirnos un montón de anillos que sea interesante? El primer dato que pueden ofrecernos es, por supuesto, la edad aproximada del árbol en cuestión —un dato que a veces se revela dramático, como le sucedió a Currey al contar los anillos de WPN-114 y descubrir que acababa de talar a Prometeo, el Pinus longaeva más viejo de la Tierra.
Anillado de una rama de enebro de la miera (Juniperus oxycedrus). Aina S. Erice
     En segundo lugar, la secuencia de anillos —cuya madera muestra diferencias anatómicas según si fue temprana, hija de la primavera, o más tardía— proporciona una crónica de las condiciones de crecimiento del árbol: como ya decía Leonardo da Vinci, puedes saber en qué años creció más, y en cuáles menos. Si eliges al árbol adecuado y tomas muestras con cuidado, quizás puedas incluso detectar el rastro de incendios o heridas de rayo, que generalmente dejan cicatrices reconocibles en el tronco, unidas a tejidos que el vegetal desarrolla como reacción a la herida, y que un ojo entrenado logra distinguir. Quizás esta crónica parezca algo sosa y aburrida de buenas a primeras, pero si sabes interrogarla puedes desvelar tesoros; y la disciplina que se ocupa de bucear en los recuerdos de la madera y acercarse al tiempo (cronos) de los árboles (dendron) se  conoce como dendrocronología
     La memoria de los árboles es, por ejemplo, una extraordinaria fuente de pruebas que muestran cómo está cambiando el clima. Sin embargo, para ello debes escoger bien a tus compañeros vegetales, y asegurarte de que sus recuerdos son fiables. Las palmeras, por ejemplo, no te servirán de nada, pues ni siquiera forman anillos de crecimiento; si te adentras en los trópicos e interrogas a un árbol cualquiera, quizá la respuesta no sea satisfactoria, pues la madera de la mayoría de especies tropicales no muestran patrones anillados. Incluso hay árboles con tendencia a la amnesia, como los tejos (Taxus baccata); existen varios ejemplares, como el famoso tejo de Llangernyw, en Gales, cuya edad exacta nos resulta imposible determinar, porque sus troncos se han quedado huecos, borrando los primeros siglos —quizás milenios— de las crónicas. 
     (El fenómeno de los troncos huecos también puede suceder como consecuencia de podas realizadas de forma incorrecta, mal cicatrizadas, que facilitan la aparición de infecciones —por ejemplo fúngicas— capaces de horadar el tronco. Ello, además de suponer un riesgo estructural que compromete la estabilidad del árbol, es un caso de alzhéimer arbóreo al que por desgracia se ven sometidos muchos árboles de nuestros barrios y plazas.)
     Pero si escoges a árboles en plena posesión de sus facultades mnemónicas, y entrevistas a un número suficiente de ellos (¡nunca te fíes de un único testimonio!), un mundo de posibilidades extraordinarias se abre ante ti.
     ¿Necesitas confirmar tus sospechas de que la minería a cielo abierto en Siberia del norte, tal y como se ha desarrollado en los últimos noventa años, es un desastre ecológico directamente responsable de la destrucción del bosque boreal en la región? Está en la memoria de los alerces y píceas del lugar.
La cantidad de anillos no siempre se corresponde con la edad del ejemplar: hay árboles que 'se saltan' años (sobre todo cuando han sido muy duros y no se ha producido crecimiento alguno). Por ello es importante calibrar cualquier lectura dendrocronológica con otros métodos, como el del Carbono 14. Aina S. Erice
     ¿Quieres entender si la expansión del imperio mongol en el s. XIII estuvo ligada a un cambio climático en sus tierras, y de qué tipo? Los pinos siberianos (Pinus sibirica) de la región aún se acuerdan de aquellos años locos.
     La madera tiene, además, una ventaja evidente sobre el cerebro como sede de la memoria, y es que los recuerdos conservados en anillos de crecimiento pueden sobrevivir al árbol que los creó. No hace falta encontrar a ningún venerable matusalén vegetal para saber qué tal tiempo hacía en tiempos de la república romana, o en la Francia napoleónica: un tocón de la edad adecuada puede ser suficiente, incluso un palo. Eso significa que toda la madera maciza que te rodea está ahíta de recuerdos. Las planchas de los violines Stradivarius pueden revelarte sus orígenes —de qué especie provenían (Picea abies), en qué región crecieron, en qué período, qué climatología vivieron—, igual que las vigas de la catedral de Segovia (hechas de Pinus nigra), o cualquier escultura japonesa de madera (p. ej. de Chamaecyparis obtusa). Todos cuentan una historia para quien sabe interpretar su lenguaje.
     La memoria es un componente imprescindible de nuestras vidas; si la perdemos, se lleva consigo parte de nuestra identidad, nuestra capacidad de aprender y madurar. La sabiduría no existe sin memoria; cada anciano que se apaga nos priva —a ti, a mí, a todos los seres humanos— de una raíz hecha de recuerdos, raíz que ancla, pero que a la vez nos permite seguir creciendo hacia la luz (y, se espera, sobrevivir a los temporales futuros). Incluso si nos han dejado una crónica pormenorizada de su vida, interrogar memorias vivas es más bello que consultar archivos inertes —más aún, cuando la muerte de aquel ser vivo no era necesaria.
     ¿Quién no se indigna al pensar en los 4900 anillos de crecimiento que Donald Currey contó en la madera de su Pinus longaeva, cuyo último recuerdo fue una sierra en agosto de 1964? Nadie se atrevería a defender la tala de seres vivos cuya memoria abarca milenios... pero ¿y si son cinco siglos? ¿O uno? ¿O varios lustros? ¿A partir de qué momento la memoria de un árbol merece ser conservada, cuidada, estimada?
     Quizás llegue un día en que veamos y tratemos a los árboles de nuestras ciudades, no como muebles baratos, sino como archivos vivos: una infinidad de pequeñas bibliotecas que sedimentan y atesoran la historia del lugar que habitan junto a nosotros (y, de regalo, dan sombra y mejoran las condiciones urbanas).
     En silencio, sin que nos demos cuenta, los árboles escriben nuestras crónicas; ojalá sean dignas de pervivir en sus memorias de madera.

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