03 diciembre 2008

GABRIEL MIRÓ - Nuestro padre San Damiel

GABRIEL MIRÓ (Alicante, 1879-1930)
Nuestro padre San Daniel

"... Un ciprés, un magnolio, una palmera, dos araucarias mellizas. Muros de hiedras, de mirtos; huertos anchos, calientes; frescor jugoso de limoneros, de parras, de higueras, eucaliptos estilizados sobre piedras doradas...
      Bajo un almendro aserrado de cigarras se enjugó el pañuelo de gorguera, y otra vez quedóse mirando a la ciudad...
      Se ama y apetece el fruto temprano y verdiñal por sí mismo. Las tapias con árboles, y árboles con el primer fruto, daban una tentación irresistible a los ojos, a la mano y a la boca. El olor del ramaje retoñado, el sabor de esa carne frutal, cruda y fresca, y el tacto de su piel, lisa o velludita, dejaban una delicia inmediata del árbol, una sensación de paisaje...

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JOSÉ Mª PEREDA - El sabor de la tierruca

JOSÉ MARÍA PEREDA (1833-1906)
El sabor de la tierruca

"La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su especie; grueso, duro y sano como una pena el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable; las ramas, horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y entretejidos ramos; bien; bien picadas y casi negras las hojas; luego, otras ramas, y más arriba otras, y cuatro más altas más cortas, hasta concluir en débil horquilla, que era la clave de aquella rumorosa y oscilante bóveda.
      Ordinariamente, la cajiga (roble) es el personaje bravío de la selva montañesa, indómito y desaliñado. Nace donde menos se le espera: entre zarzales, en la grieta de un peñasco, a la orilla del río, en la sierra calva, en la loma del cerro, en el fondo de la cañada... En cualquier parte..."


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AZORÍN - En la montaña

AZORÍN (Alicante, 1873-1967)
En la montaña

"Hoy me he subido a la montaña alicantina. Me he levantado antes de que rayara el alba. Esta montaña tiene acá y allá grupos de pinos que exhalan un penetrante aroma a resina. No son pinos adiestrados y amaestrados por industriales; no son pinos plantados y cultivados en vista de un futuro aprovechamiento de sus troncos. Estos pinos no conocen la mano del resinero. Crecen libres, rebeldes, felices. Su tronco toma mil formas caprichosas; se tuerce a un lado luego a otro; se inclina hacia el suelo; después enmienda la torcedura y se levanta airoso. Al aroma de los pinos se mezcla el aroma de la sabinas, del espliego, del romero, del enebro. En ese aire sutil y fuerte de los paisajes levantinos y castellanos, los aromas se expanden con toda libertad; nuestras ropas, nuestros pies, se impregnan de un sentido olor..."
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RABINDRANATH TAGORE (India, 1861-1941)
El árbol

Viajero, escucha:
Yo soy la tabla de tu cama, la madera de tu barca,
la superficie de tu mesa, la puerta de tu casa.

Yo soy el mango de tu herramienta,
el bastón de tu vejez.

Yo soy el fruto que te regala y te nutre,
la sombra bienhechora que te cobija
contra los ardores del estío,
el refugio amable de los pájaros
que alegraron con sus cantos tus horas
y limpian de insectos tus campos.

Yo soy la hermosura del paisaje,
el encanto de l a huerta,
la señal de la montaña,
el lindero del camino…

Yo soy la leña que calienta
en los días de invierno,
el perfume que te regala
y embalsama el aire de tus horas,
La salud de tu cuerpo
y la alegría de tu alma.

Por último, yo soy la madera de tu ataúd.

Por todo eso, viajero que me contemplas,
tú que me plantaste con tu mano
y puedes llamarme hijo,
o que me has contemplado tantas veces,
mírame bien, pero …
no me hagas daño.

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02 diciembre 2008

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ - Árboles hombres

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (Huelva, 1881-1958)
Árboles hombres

Ayer tarde
volvía yo con las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
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