3/17/2020

La palmera de Judea

Científicos logran germinar palmeras extinguidas con semillas de hace 2.000 años

     Científicos israelitas han logrado cultivar seis palmeras a partir de semillas de palmera datilera de 2.000 años de antigüedad, lo que las convierte en las semillas más antiguas que han logrado germinar en la historia del planeta.

     Según cuentan los investigadores, del Centro de Investigación de Medicina Natural Louis L Borick en Jerusalén (Israel), un centenar de semillas de palmera datilera (Phoenix dactylifera) fueron encontradas en el desierto de Judea, cerca de Jerusalén, y fueron sometidas a la prueba del radiocarbono lo sque reveló que tenían alrededor de 2.000 años de edad.
     Posteriores análisis genéticos, documentados en la revista científica 'Science Advances', revelaron que varias de estas semillas provenían de palmeras datileras, que fueron polinizadas por palmeras masculinas de diferentes áreas. Esto indica que los antiguos habitantes de la zona cultivaban los árboles utilizando sofisticadas técnicas para polinizar las plantas.

6 de 33 semillas sembradas

     Los investigadores, tras el hallazgo de las semillas, las prepararon empapándolas en agua y añadiéndoles hormonas que ayudaran a la germinación y el enraizamiento. Finalmente, plantaron un total de 33, que fueron las que observaron que podían tener más posibilidades de germinar, en el suelo de un área en cuarentena. Una de las 33 fue usada como semilla de control y no recibió el tratamiento fertilizante.
     Según nos cuenta Science Alert, del total de semillas plantadas, seis han logrado germinar y los científicos ya las han bautizado: Jonah, Uriel, Boaz, Judith, Hannah y Adam. A partir de ahora, podrán hacer pruebas y análisis que no podían realizar solo con las semillas. El objetivo es desentrañar cuál es el secreto de la longevidad de la semilla de la palmera datilera y poder aplicar este descubrimiento en otras plantas y, sobre todo, en la agricultura.
     Los cultivos de palma datilera de Judea, según los expertos, comenzaron a extinguirse después de las guerras de la región con Roma en los siglos I y II dC. Los investigadores creen que las condiciones calientes y secas del desierto de Judea probablemente ayudaron a preservar las semillas sobrantes durante tanto tiempo.
     Anteriormente, la semilla germinada más antigua del mundo era una semilla de loto chino de 1.300 años recuperada de un lecho de un lago seco en China. En 2012, investigadores en Rusia cultivaron una flor de tejido frutal de 30.000 años de edad, recuperado de sedimentos congelados en Siberia.

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3/14/2020


Desde el moral más grande de España en San Pelayo de Guareña, a los imponentes alcornoques de Valdelosa y al haya de Herguijuela de la Sierra, en un singular recorrido por el paisaje de la provincia

      (...) Dos rutas, diseñadas por la Fundación Tormes, llevan al viajero hasta el bajo Tormes y la Sierra de Béjar- Entresierras. Todo un patrimonio natural.
      Comenzamos la ruta por dos de estos árboles centenarios, el Moral de San Pelayo de Guareña, con más de 300 años, considerado como uno de los más grandes de España y que sorprende por su porte, una estructura sólida, tejida a base de ramas y hojas. También encontramos un Moral en Torresmenudas, un árbol venerable bajo el que, en tiempos, se celebraban actos. Aunque es difícil precisar cuándo fue plantado, la historia relata que fue la cultura árabe la que trajo estos árboles hasta la rivera del Cañedo.
      En San Pedro del Valle encontramos el conocido como Fresno de la Fuente, una fusión casi perfecta de la madera, la piedra y el agua porque las ramas y tronco del árbol se enlazan con la propia fuente.
      El Arboreto de Almenara de Tormes debe su nombre al botánico Emilio Blanco. Se trata en realidad de un conjunto de árboles de distintas especies ubicadas en un mismo espacio, en la pradera de la Fundación Tormes-EB,
      El olmo del arroyo de la Villaselva, en Florida de Liébana, debe su nombre a un arroyo del mismo nombre. Una ruta por las Catedrales Vivas que incluye una parada en el Alcornoque de Santiz, con más de 500 años, y en las Sequoias Rojas de Valverdón, ubicadas en la Hacienda Zorita, son cuatro impresionantes árboles. Sus esquejes procedieron de un vivero del siglo XIX, el mismo del que salió el ejemplar del antiguo edificio de la Universidad de Salamanca.
 

Alcornoques monumentales
      Parada inexcusable en Valdelosa, tierra de alcornocales en el noroeste de la provincia, y que cuenta con uno de los ejemplares más singulares. El alcornoque de los Carretos -se estima que en sus ramas llevan el peso de más de 760 años-, destaca por su imponente presencia. Tal y como relatan los vecinos del lugar, se denomina carreto a los ejemplares de gran tamaño con los que se puede llenar una carreta de corcho.
 

Árboles singulares en la Sierra de Béjar-Entresierras
      Los olivos casi milenarios de San Esteban de la Sierra, el Castaño de los Mozos en Lagunilla, el Roble Herrero en El Cerro o los Cipreses del Campo Santo en Montemayor del Río son algunos de los ejemplares que se abarcan con esta ruta.
      Junto a uno de los más impresionantes por su enorme porte, la
Sequoia del Jardín El Bosque de Béjar
, se ha colocado una placa conmemorativa para homenajear con esta ruta al famoso naturalista y comunicador Félix Rodriguez de la Fuente.
 

Se señalan  algunos de los lugares mencionados en esta entrada.

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3/10/2020




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      El árbol nacional de Colombia está en riesgo. Con el acuerdo de paz firmado entre el gobierno y las Farc, los científicos han redescubierto (y salvan) zonas de palma antes prohibidas.
      En 1991, Rodrigo Bernal, un botánico especializado en palmas, iba conduciendo por la cuenca del río Tochecito —un cañón apartado en la montaña de la zona central de Colombia— cuando tuvo un mal presentimiento.

     Junto a Bernal iban dos expertos en palmas: su esposa, la botánica Gloria Galeano, quien trabajaba con él en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, y Andrew Henderson, quien estaba de visita y trabaja en el Jardín Botánico de Nueva York. Estaban en busca de la palma de cera del Quindío, la palma más alta del mundo.
Desde hace mucho tiempo, las palmas de cera han fascinado a los exploradores y a los botánicos por su altura impresionante, algunas llegan a medir hasta setenta metros. Hasta que se descubrieron las secoyas gigantes de California, en Estados Unidos, se creía que las palmas de cera eran los árboles más grandes del planeta. Una capa gruesa de cera recubre su tronco, algo que no se observa en otras palmas, y habitan donde no deberían vivir las palmas: en las laderas frías de los Andes a una elevación de más de 3000 metros de altura. Esto ha hecho que sea muy difícil su recolección y estudio. “Eran unas palmas emblemáticas enormes de las que no se sabía mucho”, dijo Henderson hace poco.
      La palma del Quindío —la especie que predomina en Colombia— fue designada como el árbol nacional del país en 1985, pero ese reconocimiento no implicó que se le brindara una gran protección. En un artículo tras otro, Bernal y Galeano advirtieron que las palmas de cera estaban en peligro. Muchas quedaron abandonadas en pastizales y campos de hortalizas, vestigios de un pasado boscoso. Ese tipo de palmas no pueden reproducirse fuera de algún bosque, ya que sus plántulas mueren si les da de lleno el sol o son devoradas por vacas y cerdos.

      En el lugar más grande de palmas conocido en Colombia, solo quedan unas cuantas miles de ellas. Pero los científicos habían escuchado que existían muchas más escondidas en la cuenca del río Tochecito, por lo que, si ese rumor era cierto, este era el bosque más grande de palmas de cera del mundo. El problema es que nadie podía llegar a ese lugar con seguridad.
     Al entrar al cañón, Bernal supo que estaba controlado por guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Como científico de campo acostumbrado a trabajar en los rincones más anárquicos del país, ya se había encontrado con grupos armados en el pasado y había logrado salir ileso. Pero ahora, con Henderson en el auto —un extranjero que puede ser un blanco fácil para el secuestro—, estar aislados se volvió aterrador. “Me fui en reversa tan rápido, que el auto se dañó”, recordó.
      Pero se habían internado lo suficiente como para ver y fotografiar lugares exuberantes de palmas que caían de las cimas de las montañas como en cascada y sus troncos pálidos cubiertos de cera se alargaban como fósforos desde el sotobosque oscuro. Era el mismo paisaje que había contemplado en 1801 Alexander von Humboldt, el explorador alemán. Humboldt describió el espectáculo como uno de los más conmovedores de todos sus viajes: “El bosque sobre el bosque, donde las palmas altas y esbeltas penetran el velo frondoso que las rodea”.
     Bernal decidió que, si no podían estudiar las palmas de Tochecito, tendría que olvidarse de ellas, “borrarlas de mi mente”. El conflicto de Colombia tenía la peculiaridad de convertir ciertos lugares en zonas tan prohibidas que debían ser olvidadas, quedaban como espacios en blanco en los mapas y en la mente de las personas.
      Para sorpresa de los científicos, pudieron regresar a Tochecito en 2012, después de que el ejército colombiano expulsó a las Farc. Ya sin las guerrillas, descubrieron que los últimos lugares de palmas de cera se enfrentaban a nuevas amenazas. Ahora, Bernal y sus colegas están intentando salvar las palmas y estudiarlas al mismo tiempo.


“Un lugar al que no se podía ir” 
 
     Para cuando Tochecito se volvió un lugar seguro para las visitas, los científicos tenían una nueva colaboradora: María José Sanín, ahora botánica de la Universidad CES en Medellín. Para Sanín, de una generación más joven que la de sus maestros, Tochecito no había sido más que una fotografía seductora que tomaron de prisa en su viaje frustrado de 1991. “Siempre me lo describieron como un lugar al que no se podía ir”, dijo.
     Casi todo lo que se sabe sobre las palmas de cera es gracias a Bernal, Galeano y Sanín, quienes colaboraban entre sí o con investigadores externos. Galeano murió de cáncer en 2016; desde entonces, el equipo de investigación, que solía ser de tres personas, ha sido, en buena medida, un dúo.
      Pese a todo lo que Bernal y Sanín han contribuido a la ciencia de la palma de cera, conservarla sigue siendo una meta inasible.

      El único santuario de palma de cera establecido en Colombia está cerca de Jardín, un pueblo en la zona cafetera. Está administrado por un grupo de conservadores de aves cuya meta es proteger al loro orejiamarillo en peligro de extinción, una especie que anida en los troncos de la palma de cera. El problema es que las palmas deben estar muertas.

     “Esa población de palmas es vieja y muere de manera masiva”, señaló Sanín. “Así que eso es bueno para los loros y los observadores de aves, pero terrible para los botánicos”.
      En 2012, los científicos emprendieron una iniciativa para proteger cerca de dos mil palmas de cera cerca de Salento, un pueblo muy visitado por los turistas, pero ahí también hay mucho ganado pastando y existe la amenaza constante de la minería. Lograron que, por poco tiempo, se convirtiera en una causa célebre. Pero su detallado plan de conservación no despertó mucho interés entre las autoridades locales y los terratenientes.
      Pronto volcaron sus esfuerzos al recientemente accesible Tochecito, donde había aproximadamente medio millón de palmas que crecían en tierras privadas y menos propietarios que convencer. El valle se había salvado de la expansión del pastoreo y la minería que muy probablemente habría ocurrido si las Farc no lo hubieran aislado durante tanto tiempo.
      En 2016, unos 13.000 miembros de las Farc se desmovilizaron después de firmar un acuerdo de paz con el gobierno colombiano. Pese a que otros grupos armados, incluyendo algunos formados por disidentes de las Farc, siguen siendo una amenaza, el acuerdo abrió el acceso a extensiones enteras del país para la agricultura, la minería y la conservación, y cada bando compite por tener prioridad.
      Ese año, Bernal y Sanín propusieron un santuario de palmas auspiciado por el gobierno que protegiera las 8300 hectáreas de la cuenca del río. Pero tras dieciocho meses de “reuniones en Bogotá, con los propietarios y con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible”, comentó Bernal, casi todos los terratenientes de Tochecito se retiraron de la mesa de negociaciones, pues sentían que sus actividades se verían demasiado limitadas.
      Las vacas no son la única amenaza para las palmas; una empresa sudafricana quiere hacer una mina de oro colosal a cielo abierto al otro lado del valle. Un referendo local frenó el proyecto en 2017, pero muchas personas dudan que pueda resistir las impugnaciones legales, en especial por los grandes recursos económicos de la empresa y el apoyo del gobierno nacional de Colombia. 


Bienvenidos los turistas
      En años recientes, grandes cantidades de comunidades rurales de Colombia han rechazado la minería a gran escala y han optado por la agricultura y, cada vez más, por el turismo.
      Bernal comentó que en los primeros años de su regreso a Tochecito no vio visitantes. La carretera que pasa por ahí no aparecía en los mapas digitales, pues estaba prohibido el paso debido a las guerrillas; había quedado en el olvido.
      Ahora hay camionetas todoterreno llenas de jóvenes aventureros, la mayoría europeos, que transitan por este camino todos los días. Proveedores de la industria del ciclismo llevan a los clientes con sus bicicletas a una granja ubicada en la cima de la colina para que puedan disfrutar de los espectaculares paisajes del bosque mientras descienden.


      En una mañana nublada de agosto, Michael Pahle y Teresa Lüdde, de Berlín, tomaron un descanso sobre el césped de un risco y admiraron una ladera con palmas como parte de su excursión en bicicleta. Posteriormente, Pahle dijo que pensaba que, en comparación con estas, las palmas más famosas de Salento parecían “algo más dispersas y tristes”.
      Algunos terratenientes han convertido sus propiedades en reservas de palma de cera. Uno cobra una pequeña cuota de admisión de 1,50 dólares para que los visitantes admiren el paisaje y tomen refrigerios. Otro está deshaciéndose gradualmente de su ganado y recibiendo a turistas e investigadores.
      Aun así, el fantasma de la minería nunca está lejos. Mientras los científicos salían del valle, Sanín observó agujeros hechos por una retroexcavadora en la alta orilla de tierra que flanquea el camino: evidencia de una exploración reciente.

      Bernal mencionó que cree que la esperanza más viable para Tochecito es comprar tierras para establecer una cadena contigua de santuarios privados. Solo dos grandes tramos albergan una cuarta parte de las palmas, afirmó. Si hubiera cuatro, se podría salvar la mayor parte del bosque.
      Detuvo su auto brevemente en la base del valle, donde solía estar el campamento de las Farc. Prácticamente no quedaba nada, solo vestigios de un jardín que las guerrillas solían cuidar en un claro que usaban como salón de baile
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El pulmón del planeta está en los océanos

NATIONAL GEOGRAPHIC España
El verdadero pulmón del planeta está en los océanos
El fitoplancton, y no los bosques, producen entre el 50% y el 85 % del oxígeno que se libera cada año a la atmósfera
Foto: iStoc
     Hace tan solo algunas semanas contemplábamos desolados como ardía la selva Amazónica. Y durante la avalancha mediática, informativa y de opinión que un suceso de tal magnitud despierta, pudimos leer y escuchar una afirmación que, sin restar gravedad a lo que aconteció - y de hecho sigue aconteciendo en uno de los lugares más importantes para la biodiversidad de nuestro planeta- no paraba de repetirse: "arde el pulmón del planeta".
     Cuando no responden a causas naturales -no hemos de olvidar que en ocasiones la vegetación de un ecosistema y su equilibrio están adaptados a un régimen natural de incendios- los incendios son una auténtica desgracia. Los bosques y selvas de nuestro planeta, y quizá en especial la Selva Amazónica, son entes imprescindibles para la vida en la Tierra.
     Podríamos encontrar cientos de razones para afirmar que su conservación debería ser una prioridad en toda agenda política. Sin embargo, existe la extendida y errónea creencia de que los bosques los principales productores de oxígeno de nuestro planeta, lo que conviene desmentir, no por restar importancia al papel de que selvas y bosques desempeñan, si no por dársela a los verdaderos responsables de que hoy tú y yo podamos respirar: los océanos.

Cianobacterias vistas al microscopio
Cianobacterias vistas al microscopio. Foto: iStock
    Nuestro planeta se observa azul desde el espacio por que en su mayor parte la superficie del mismo esta cubierta de agua. Aunque el cómo aún continúa siendo un misterio, la vida en la Tierra surgió en el preciado líquido, y si hemos de encontrar al responsable de la mayor parte de los servicios que nuestro planeta nos ofrece, es precisamente en el agua, en concreto en nuestros océanos donde debemos buscar.
     La respuesta la hallaremos en los organismos unicelulares del fitoplancton, que flotan por miles en la denominada zona eufótica del océano - que puede alcanzar los 200 primeros metros de profundidad- y en el que se incluyen dos grupos principales de organismos: las algas unicelulares y las cianobacterias fotosintéticas. Así, podríamos pensar que son los bosques y praderas jóvenes en tierra firme los grandes productores de oxigeno, sin embargo, nada más lejos de la realidad, el balance neto de oxígeno que se produce entre los periodos de respiración y fotosíntesis de las plantas terrestres, aunque puede ser positivo, en general es mínimo en comparación con el servicio que ofrece el fitoplancton.
      Los organismos responsables de que podamos respirar se encuentran en los océanos: sin estos microorganismos autótrofos -aquellos que elaboran materia orgánica a partir de sustancias inorgánicas- que hallamos mares y océanos serían un vasto y yermo páramo líquido. Gracias a su trabajo fotosintético, estas microscópicas criaturas producen entre el 50 y el 85 % del oxígeno que se libera cada año a la atmósfera.
      El fitoplancton genera al menos la mitad del oxígeno que respiramos -unos 27.000 millones de toneladas al año- "enterrando" a su vez unas 10 gigatoneladas de carbono de la atmósfera las profundidades del océano anualmente. La acción por tanto de estos microorganismos en nuestro planeta cumple una doble función, cediendo por un lado el imprescindible oxígeno a la atmósfera, y retirando de ella a su vez el CO2, transformando el este carbono en carbohidratos que, tarde o temprano los demás organismos vivos podrán incluir en sus estructuras biológicas. 

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