06 noviembre 2018

FRANCIS HALLÉ,  Francia, 1938
"De la buena gestion de los árboles"

     Entre las numerosas obras del gran botánico francés Francis Hallé, se encuentra “De la buena gestión de los árboles”, un librito, traducido por Ignacio Abella, especialmente dirigido a los “elegidos”, los políticos y administradores, que tienen la responsabilidad de cuidar el patrimonio de árboles, sobre todo, en el medio urbano.
     Francis Hallé dice así:

     "Yo os ruego, señoras y señores electos, que no toméis a vuestros electores por idiotas o ignorantes. Individualmente, saben muy bien cómo se debe administrar su entorno cotidiano.
     Y, colectivamente, están muy al corriente de las cuestiones de ecología, incluso las más arduas. Vuestros electores están masivamente a favor de los árboles, sobre todo, de los grandes y bellos árboles, ni podados ni peligrosos…
     Y lo están por razones ligadas al ejercicio de sus derechos como seres humanos: derecho a la diversidad natural, a la estética, a la reflexión espiritual, filosófica, poética, y puede ser también, simplemente… derecho al sonido del viento en las ramas, al canto de las palomas al amanecer, a la sombra del mediodía y al ruiseñor de la tarde.
     Si la duración de un mandato electoral, es demasiado breve para permitir a los electos ocuparse de los árboles con la exquisita paciencia que hace falta, ¿sería necesario crear una estructura competente y estable, consagrada a los árboles en la ciudad?"

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03 noviembre 2018

JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO, Tenerife (1731-1813)
"Todo nos lo franquean y facilitan los pinos..."

Viera y Clavijo (1772-1778) describió los diversos usos de los bosques en la sociedad canaria del siglo XVIII, cuando decía que...

"El pinar aporta todo el maderaje de nuestros edificios,
de la construcción de nuestros barcos;
las diformes vigas de los lagares,
los chaplones de muchos albercones,
los pimpollos altísimos para andamios;
canales para conducción de aguas,
hachos para alumbrarse los paisanos,
pescadores y mariscadores de noche;
el carbón, la brea, y la resina.
 

[...] Su corteza rugosa, hendida, rojiza, de consistencia ligera, es lo que llamamos corcha, y sirve para hacer boyantes las redes de la pesca, y para otros usos”.

De la laurisilva se extraían...
las maderas para la fabrica de casas, Molinos, todos los instrumentos de la Agricultura, e industrias de artesanos, Leña, tan necesaria para el consumo [...] en cosinas, hornos de pan, cal, y texa; para destila de aguardientes, [...]: la fábrica de barcos para la pesca; Ygualmente no la de menos consequencia en los efectos que se experimentan con la atracción de nubes, que influyen humedades a los terrenos, parte muy esencial para la producción de frutos.

Respecto a la pez cuenta que...
"Se extrae de los pinos, quemados en hogueras sobre hoyos dispuestos a propósito. Este ramo de industria, todavía mal perfeccionado, es común en Canaria, Tenerife, Palma y Hierro, donde la que no se consume en la carena de los barcos de la pesca y el tráfico, se exporta en considerables partidas para España y otros países, como las Indias y Costa de Guinea (Arco etal., 1992) aunque no se saca de dicha resina todo el partido que se pudiera, a imitación de otros países en donde hay pinares; pues no los sangran en el pie durante el verano para extraerla y después cocerla, contentándose solamente con quemar la tea, sin método ni economías. La destrucción causada por la producción de pez mediante este procedimiento debió ser enorme, pues existe constancia de que para obtener entre 200 y 240 kilos de pez se quemaban unos 1.600 kilos de madera de pino (Arco etal.,1992).

Información: Tercer Inventario Forestal Nacional 1 9 9 7 - 2 0 0 7
LA TRANSFORMACIÓN HISTÓRICA DEL PAISAJE FORESTAL EN CANARIAS

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31 octubre 2018

¿El árbol más antiguo de Madrid?

El "La Vanguardia"
El 'abuelo' de los árboles de jardín de Madrid vive en El Retiro.
Árboles antiguos

      
     Tiene entre 240 y 300 años de edad y a pesar de ello está en la flor de la vida, según los expertos. Se trata de un ahuehuete del Parque de El Retiro que tiene el honor de ser el árbol de jardín más antiguo de la capital.
Este ejemplar con nombre de difícil pronunciación, conocido popularmente como Ciprés calvo, es uno de los más fotografiados de la capital, muy visitado por los amantes de los árboles y muy querido por quienes cada día transitan por el parque madrileño.
      Debido a sus orígenes, a su tamaño, a su edad, a su rareza biológica y a sus especiales características culturales y sociales, este ahuehete forma parte del Catálogo de Árboles Singulares de la Comunidad de Madrid desde su creación en 1992.
      Según el responsable del Departamento de Conservación de la Flora y Fauna de la Comunidad de Madrid, David Mingot, este árbol es "un ejemplo de especie botánica rara" para la región ya que es "imposible" encontrarla más allá de un jardín real, como es el caso de El Retiro, o de un jardín botánico.
Precisamente, este ahuehuete no es el único en su especie en la Comunidad y tiene hermanos en los jardines del Palacio Real de Aranjuez, como apunta el director general de Gestión del Agua y Zonas Verdes del Ayuntamiento de Madrid, Santiago Soria.
      Los taxodium son una especie típica de Centroamérica y, según se refleja en documentos oficiales, los ejemplares de Aranjuez y El Retiro llegaron de las expediciones botánicas españolas, en torno al año 1783, tras haber pasado primero una temporada en los jardines de aclimatación de Puerto de la Cruz, en Tenerife.
Las leyendas, no obstante, sitúan la edad de este árbol a la par que la del propio parque de El Retiro, aunque los expertos parecen consensuar que es imposible que el ejemplar sea del año 1600 ya que "la especie no era conocida para ese momento, y porque la zona del parterre francés la trajo el primer rey galo, que arrasó con los árboles existentes, según explica Soria.
      Algunas leyendas son todavía "más inverosímiles" y llegan a contar que es "hijo" del "árbol de la noche triste" de la localidad mexicana de Poptia, donde el conquistador español Hernán Cortés lloró en 1520 la masacre del ejército español a mano de los aztecas, y de cuyas lágrimas habría surgido el ejemplar de El Retiro, aunque esta teoría "no tiene base científica", matiza Soria.
      Otra de las historias dice que el ejército napoleónico utilizó este árbol como base para un cañón durante la Guerra de la Independencia y que, por ello, fue uno de los pocos que no talaron.
      "Es más leyenda que realidad", puntualiza Mingot, que destaca que precisamente estas historias "asociadas a usos y costumbres" son uno de los valores que la Comunidad tiene en cuenta para incluir un árbol en su catálogo de ejemplares singulares.
      Lo que no es ninguna leyenda es que este árbol podrá llegar a vivir la friolera de 2.000 años, por lo que todavía se encuentra "en la flor de la vida", "perfectamente bien" y con una esperanza de más de mil años, sobre todo si se le sigue brindando la protección de la administración, subraya Soria.
      Ahora mismo, está rodeado de una "valla metálica" con la que se pretende aislarlo de los turistas y evitar que la gente se le acerque "para abrazarlo o sacarle una foto de cerca", lo que provocaría que se pisen las raíces, afectando al ejemplar.
     Para el secretario general de la Asociación Amigos de los Jardines de El Buen Retiro, Ignacio Bazarra, el ahuehuete de El Retiro "es un símbolo de los 19.000 árboles" que hay en el parque madrileño, de hasta 163 especies distintas, y "es quizás el rey de todos", por lo que se le tiene "un cariño inmenso".
      Bazarra también resalta que el 'ciprés calvo' es "uno de los ejemplos del intercambio que hubo entre América y Europa", lo que le hace muy llamativo junto con "todas las leyendas que hay detrás, que son bonitas al margen de que sean verdaderas o no".
      A pesar de la edad de este ahuehuete, el árbol más antiguo de la Comunidad de Madrid, y se cree que de toda la Península Ibérica, es un tejo del Arroyo del Barondillo, en Rascafría, que tiene 1.300 años y que también forma parte del Catálogo de Árboles Singulares de la región.
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Más información de...  Ahuehuetes 

28 octubre 2018

JOAQUÍN COSTA
El arbolado, de "El Campo", Año XV, nº 68, Julio de 1930

      Van ganando rápidamente el favor universal las doctrinas que proclaman el arbolado como órgano vitalísimo en la economía del planeta y en la economía social.
      Los árboles, se dice, son los reguladores de la vida y como los socialistas y niveladores de la creación. Rigen la lluvia y ordenan la distribución del agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales envenenan en daño propio la atmósfera y restituyen a ésta el oxígeno que aquellos han quemado en el vivido hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones, y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte de su calor al ardiente estío, y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante. Tienden a suprimir los extremos, aproximándolos a un medio común.
      Las plantas domesticas encuentran en ellos protección contra el frío, contra el calor, contra el granizo, contra los vientos y el progreso de las arenas voladoras. Almacenan el calor excesivo del verano y el agua sobrante de los aguaceros, y los van restituyendo lentamente durante el invierno y en tiempo de sequía.
      Que fomentan las lluvias, no permite ponerlo en duda la experiencia. Los vientos que vienen del mar cargados de humedad dejan su preciosa mercancía allí donde los convidan a descansar esas factorías del comercio univer­sal que llamamos bosques. La capa de aire frío que los circunda por todas partes, efecto de la evaporación ince­sante del agua por la exhalación de las hojas, produce el efecto de un vaso refrigerante, a cuyo influjo el vapor se condensa en nubes, y las nubes se precipitan en lluvia, mientras que su madre, la mar, hizo oficio de gene­rador del grandioso alambique. Y no sólo obran como refrigerante y condensador de los vapores acuosos procedentes del mar, de los ríos, de las tierras cultivadas; son, además, generadores directos del vapor, aumentan­do la superficie de evaporación del agua de lluvia rete­nida en su follaje y en el césped y matojos que crecen a su abrigo, y exhalando por las hojas el agua de vegetación absorbida por las raíces. Verdaderas bombas aspi­rantes, levantan al agua oculta en las entrañas de la tierra por las raíces, y la arrojan en forma de vapor a la atmósfera por conducto de las hojas. Aumentan la masa de vapor acuoso en la atmósfera, disminuyen su temperatura, dificultan el paso de las corrientes aéreas: no hay que decir más para comprender el influjo del arbolado en la producción de las lluvias. El agua que cae en los montes, en los montes queda por lo pronto: no se hin­chan con ella en gran modo las corrientes superficiales; mas luego, poco a poco la van devolviendo en forma de manantiales por el pie, y de vapor acuoso, y a la postre de lluvias, por las hojas, y abasteciendo con ella al pró­digo suelo cultivado, que no supo conservar más de algunos días el agua con que lo regalaron las nubes en un día de tempestuosa orgía.
      Los bosques son el proveedor universal de los manantiales. Hacen más esponjoso y más absorbente el suelo: la mullida alfombra de césped que se tiende a su som­bra, lo consolida: los brezales aprisionan como otras tantas redes las hojas secas; y las hojas, obrando como esponja, retienen el agua de lluvia y la obligan a filtrarse a través de la roca, hasta los depósitos formados en las entrañas de los montes, o a derramarse por los es­tratos inclinados que la llevan a largas distancias. Las torrenteras están en razón inversa de los bosques, como las tinieblas están en oposición con el sol; son incompatibles: se descuaja el monte, y al punto se abren torrentes por doquiera, y por su cauce se precipita la tie­rra vegetal, y los ríos se hinchan, inundan y devastan campiñas, matan hombres y animales repuéblanse los montes, y las torrenteras desaparecen como por encanto, y las antiguas fuentes, nuevamente surtidas, vuelven a manar. A menos árboles, más torrentes; a más torren­tes, menos manantiales: esta es la cadena.