23 febrero 2018

JAVIER YANES
El astrónomo que miraba el interior de los árboles


A.E. Douglass muestra el corte original de una secuoya a un visitante. Crédito: Arizona State Museum
     La trayectoria de Douglass como segundo de Lowell terminó bruscamente a causa de la obsesión de este por demostrar la existencia de una civilización marciana. Lowell se empecinaba en ver canales artificiales en Marte, algo que ni Douglass ni el resto de la comunidad científica apoyaban. El conflicto entre ambos terminó con el despido de Douglass en 1901. Según Donald J. McGraw, biólogo e historiador de la ciencia que ha escrito extensamente sobre el trabajo de Douglass, fue entre este momento y su traslado a la Universidad de Arizona, en Tucson, en 1906 cuando el astrónomo comenzó a interesarse por la datación de los anillos de crecimiento de los árboles.
     La naturaleza anual de los anillos aparece por primera vez en los escritos de Leonardo da Vinci, quien reconoció que su grosor dependía de las condiciones de humedad. En los siglos XVIII y XIX, otros científicos avanzaron en el estudio de los anillos y su relación con el clima, comenzando a cruzar fechas para efectuar dataciones. Por su parte, Douglass consolidaba su carrera como astrónomo en Tucson, fundando en 1916 el Observatorio Steward en un terreno de la Universidad donde anteriormente se ubicaba una granja de avestruces.


A.E. Douglass nunca logró encontrar rastros del ciclo solar en los anillos de los árboles. Crédito: Arnoldius

     El acercamiento de Douglass a los anillos de los árboles tenía un propósito meramente instrumental. El astrónomo estaba, en palabras de McGraw, “consumido por una pasión”: demostrar la influencia de los ciclos solares en el clima terrestre. “Como astrónomo, su interés primario era la actividad solar”, señala McGraw a OpenMind. “Creía que el ciclo de manchas solares de 11 años podía encontrarse en la historia del clima en los anillos de los árboles”. Esto le llevaría a “crear por cuenta propia la entonces nueva ciencia de la dendrocronología”, prosigue McGraw, y a fundar en 1937 el Laboratorio de Investigación en Anillos de Árboles de la Universidad de Arizona, el primero de su especialidad.
     Así, Douglass se convirtió en la principal autoridad en el estudio de los anillos, gracias sobre todo a los cortes de las milenarias secuoyas gigantes. Su trabajo y sus primeras publicaciones llegaron al conocimiento de los arqueólogos del Museo de Historia Natural de EE. UU., que solicitaron su ayuda para datar las ruinas de los antiguos asentamientos anasazis en el suroeste del país a través de las vigas de madera empleadas por los nativos en sus construcciones.
     El astrónomo comenzó a trabajar en esta línea en 1916, pero durante años solo fue factible asignar a las vigas cronologías “flotantes”; es decir, relacionadas unas con otras, aunque sin posibilidad de fijarlas en el calendario, ya que existía una brecha temporal entre estas y las dataciones absolutas obtenidas en Flagstaff. Por fin, el 22 de junio de 1929, el análisis de una viga denominada HH-39, recogida en Showlow (Arizona), permitió por fin solapar ambas cronologías y fechar las ruinas anasazis. En diciembre de 1929, Douglass escribía en la revista National Geographic que la viga HH-39 estaba destinada a ocupar un lugar en la arqueología americana “comparable a la piedra Rosetta de Egipto”. Y así fue; hoy la dendrocronología se emplea en todo el mundo para labores de datación, así como para reconstruir el clima del pasado y entender el actual.
     Douglass falleció a los 94 años sin ver cumplido su sueño de demostrar la huella de los ciclos solares en los anillos de los árboles. “Nunca fue capaz de probarlo, ni lo ha hecho nadie”, apunta McGraw. “Pero algunos estudios sugieren, aunque es una conjetura, un posible ciclo de 22 años en los anillos, el doble del ciclo de las manchas solares. Su significado, si es que es real, es confuso”. Aun así, para McGraw Douglass siempre será, como las secuoyas que estudió, un “gigante imperecedero”.
-----

21 febrero 2018

PEDRO CÁCERES
Podas salvajes: una manía innecesaria que daña los árboles y genera fealdad

Diario "El Mundo.es", febrero 2011

Un plátano podado en el Barrio del Pilar de Madrid. / Alberto Cuéllar
     Las imágenes que ilustran este reportaje han sido tomadas en Madrid, en el jardín de una comunidad de vecinos del Barrio del Pilar, pero podrían ser de cualquier otro lugar de España. En nuestro país, la poda de árboles se confunde, muy a menudo, con algo más parecido a la tala.
     En estos meses de invierno es la época de la poda, y en muchas ciudades se ven escenas de hacha y motosierra que no desmerecen en nada a los mejores éxitos del cine 'gore'. Así es el catálogo de horrores que queda tras el paso de muchas cuadrillas de llamados 'jardineros'. Árboles mutilados, con el tronco desmochado, desprovistos de casi todas sus ramas y, muchas veces, reducidos a una especie de candelabro fúnebre: un simple fuste con tres cortos muñones.
     La escena se ha hecho tan abundante que, incluso, parece normal. De hecho, son muchos los ciudadanos que creen que es necesario podar los árboles urbanos, que éstos agradecen el corte drástico de ramas y troncos y que, incluso, crecen mejor gracias a ello. Pero no es así. Los árboles no necesitan podas. Por el contrario, sufren, se debilitan, enferman y mueren por ese manejo. Esta costumbre errónea deja un legado patético: árboles feos, contrahechos y que no dan los servicios que requerimos de ellos, como la sombra o la belleza.
     El geógrafo César Javier Palacios, que pertenece al Observatorio de Árboles Monumentales de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y ha publicado diversas obras de divulgación sobre botánica, afirma: «En otros países no es así, pero en España tenemos la manía podar los árboles. En algunas zonas es casi una leyenda rural que los árboles necesitan podarse y que si no se les poda se mueren. Esa es una idea que está muy relacionada con árboles frutales pero se ha generalizado a cualquier tipo de árboles y es un error. Los árboles, crecen según sus posibilidades y eso les lleva a tener una forma específica. Empeñándonos en dejarlos en muñones todos los años les hacemos un flaco favor. No hay más que ver los miles de ellos que mueren todos los años en las ciudades por esos excesos».
     Simón Cortés es jardinero profesional. También es colaborador de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), que además de realizar repoblaciones en los montes españoles ha llevado a cabo obras paisajísticas muy reconocidas, como un jardín realizado sólo con plantas propias de Madrid en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Cortés cree que la poda violenta daña al árbol: «Hacer un desmoche [ cortar el tronco principal ] o un terciado [quitar la tercera parte de las ramas o dos tercios según distintas escuelas de jardinería] es prácticamente cepillarse al árbol. En un árbol normal lo que habría que hacer es quitar las ramas que están secas o enfermas y, prácticamente, dejarle expresarse de forma normal. Con los cortes lo único que haces son unas heridas muy grandes por las que entran virus y hongos y al cabo del tiempo tendrás un árbol podrido que al primer viento perderá ramas o se caerá».

 Una mala planificación

     Igual que él piensa Luciano Labajos, jardinero y maestro de jardineros. Lleva décadas trabajando en parques madrileños y ha publicado varios manuales sobre el oficio. También es miembro de Ecologistas en Acción, organización que ha llevado a cabo campañas varias en defensa del arbolado urbano. Labajos coincide en el hecho de que la poda no es algo que necesiten los árboles: «Fisiológicamente el árbol no requiere poda. Lleva millones de años evolucionando sin nosotros y se defiende solo. En un bosque hay unas podas naturales. Si hay mucha sombra el árbol elimina ramas, y también se pierden otras por las heladas o la presión de los herbívoros».
     De hecho, asegura Labajos, las podas equivocadas provocan crecimientos extraños, descompensados, y árboles que se vuelven débiles e inseguros. El árbol desprovisto de ramas y hojas agota sus energías. Esos brotes vigorosos y rectos que aparecen en los árboles podados severamente no son muestras de vigor tras la intervención, como erróneamente se piensa, sino un intento desesperado y costoso de crear hojas a toda velocidad para no morir. El árbol mal podado pierde esperanza de vida.
     Entonces, ¿por qué podamos sistemáticamente y de manera severa los árboles de las ciudades? «Pues porque no nos queda otra», explica Labajos, ya que muchas de las especies que crecen en las ciudades no fueron en su día bien elegidas. Son demasiado grandes para la calle estrecha en la que están, o los árboles fueron plantados tan juntos o sobre un terreno tan poco apropiado que se salen del espacio o crecen torcidos o apuntando sus ramas hacia los viandantes o los coches. «Las podas son un parche a un problema que se ha generado en el momento de la plantación porque no ha habido una planificación».
     «Es la pescadilla que se muerde la cola», dice Enrique Paredes, presidente de la Escuela de Paisajismo y Jardinería Castillo de Batres, el único centro español que imparte la formación universitaria de Paisajismo. «Se eligen especies de rápido crecimiento, pero también crecen mucho y enseguida sobrepasan el espacio que se les da. Los ciudadanos quieren ver árboles grandes desde el primer día, y también los políticos que cortan las cintas, pero en el pecado llevan la penitencia, porque al final tienes que estar podando si no quieres que se te vaya de las manos».

Mala planificación de la ciudad

     Otra eminencia botánica, el director del Departamento de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, Bernabé Moya, suscribe el diagnóstico: «Claro que el árbol urbano no necesita una poda sistemática y continua de grandes ramas que lo deja transformado en una percha, pero todo esto gira alrededor del concepto clave: ¿Qué espacio tiene un árbol para desarrollarse? Si tú coges un árbol como un plátano que llega a los 40 metros de altura y los 30 a 40 de ancho y lo pones en una calle de cinco no te queda más remedio que cada poco entrar a saco y convertirlo en un esqueleto. ¿Eso se puede solucionar ? Pues no. La poda ahí lo que hace es amortiguar una mala planificación, es un remedio paliativo a una situación que no debería haberse planteado».
     En realidad, lo mejor sería cortar aquellos ejemplares condenados a a la tortura continua y cambiarlos por especies más apropiadas, de las que hay cientos y miles, pero hablar de talar genera mucho ruido, y esta idea no puede llevarse adelante sin un amplio debate social previo, cree Moya.
     Según Labajos, «muchas veces quien planifica lo hace desde un punto de vista arquitectónico y entiende el árbol como un mueble de quita y pon». «Generan espacios verdes con el AutoCAD [un programa de diseño gráfico]. Pintan un palo y una bola verde en el plano y así quieren que se quede sin tener en cuenta que es un ser vivo y que va a crecer», dice César Javier Palacios. Labajos cree que el mal diseño urbano es la clave de todo porque el mundo de la poda ha mejorado. «Ahora hay muy buena formación técnica y gente muy capacitada. Ya no estamos en la época de la denuncia, como pasaba antes con la barbarie generalizada que había, sino en la de la vigilancia para que haya una buena praxis profesional».

Chapuzas e intrusismo

     Pero sigue habiendo chapuzas. Mercedes San Juan es presidenta de TREPA (Trabajadores Especializados en Poda y Arboricultura), asociación que reúne lo mejor de la profesión, artistas a 40 metros de altura que van a concursos internacionales de poda. Para ella, «terciar o desmochar un árbol no es podar, sino mutilar». Cree que la poda es un arte que obliga a saber de botánica y de técnica y lamenta el intrusismo. «No hay la costumbre de llamar a los profesionales. Hay mucha gente que no sabe podar, pero le dan una motosierra y te lo corta todo por lo sano», se lamenta.
     Además, impera una herencia rural. En el campo y el monte sí son usuales las cortas agresivas para manejar los frutales, obtener vigas o darle ramón al ganado. Pero esos modelos, útiles para esos fines en el campo, se trasladan sin sentido alguno a los árboles ornamentales de la ciudad. El resultado es desastroso, ya que lo que pedimos de ellos es sombra y belleza, no producción
     Un ejemplo son las fotos que ilustran este reportaje, parte de una larga serie, que fue tomada en el madrileño Barrio del Pilar a finales de enero. Para San Juan esos cortes son «una barbaridad» y un ejemplo de lo que no hay que hacer. Fuentes municipales han asegurado a elmundo.es que esa podas no son obra del Ayuntamiento. Se han realizado en terrenos de una mancomunidad de vecinos que solicitó autorización municipal. Tras conocer los hechos, el Ayuntamiento va a realizar una inspección que puede acarrear sanciones.
     En realidad, la política madrileña de arbolado aboga por un uso cada vez más limitado de la poda agresiva y por un cambio en el tipo de especies elegido para la ciudad. El ayuntamiento tiene hasta una novedosa herramienta en la web, llamada Un alcorque un árbol, para que el ciudadano puede denunciar daños o solicitar la renovación de los árboles de los alcorques de todas las aceras la ciudad. Cada árbol está cartografiados en un mapa disponible en la web con la calle y el número del edificio.

El bosque urbano que no tenemos

     Bernabé Moya cree que hay que poner en boga la idea de bosque urbano: «Hoy nuestras ciudades son de asfalto, cemento, hormigón, cristal y aluminio y son ámbitos fríos, poco adecuados para la vida. Las personas que se dedican a planificar y ordenar las ciudades olvidan que el bosque urbano que necesitamos es una herramienta de carácter ambiental, de carácter social y psicológico. Mejora las temperaturas, emite oxígeno, frena los ruidos, hace de pantalla visual, captura partículas contaminantes, acoge y reúne a la gente y nos llena de belleza y nos conecta con la naturaleza y el paso de las estaciones».
     Moya cree que al no considerar el árbol en los diseños perdemos los beneficios que podría darnos y condicionamos la salud de la planta. «Al final cuesta más mantenerlos y todo eso se traduce en ciudades más feas porque esos palos puestos ahí en nada recuerdan a lo que son los bosque naturales».
    «A mí esas mutilaciones y amputaciones me recuerdan los Desastres de la Guerra, de Goya», dice Fernando Fueyo, pintor y autor de libros ilustrados sobre la vegetación: «Nos están hurtando la belleza. Delante de mi ventana tengo dos tilos que han ido creciendo solos sin que nadie los toque y tienen una estructura perfecta, bellísima. Pero vendrá alguien a podarlos y los estropeará para siempre. Temo ese momento».
     «A mí me gustaría decir que hay esperanza», añade Moya. «Hay que decirle a los ciudadanos que por favor vayan a los jardines botánicos, que son el museo de los árboles, y allí es donde aprenderán sobre la rica diversidad y las formas naturales que tienen. Y que trasladen mentalmente esos árboles maravillosos a su ciudad, calle, parque o patio y piensen cómo serían con árboles así. Que vayan a los jardines botánicos y que sueñen».

-----

19 febrero 2018

DÍDAC DÍAZ FABABÚ, analista de fuegos forestales por Yuri Millares, entrevista
“Incendios siempre va a haber, pero podemos decidir si de baja o de alta intensidad”, dice en esta entrevista...
    Días después del último gran incendio forestal de Gran Canaria, a finales de septiembre de 2017, PELLAGOFIO acompañó a dos técnicos del Servicio de Medio Ambiente del gobierno insular que acudieron a inspeccionar la zona afectada. Uno de ellos era este ingeniero técnico forestal. Insiste en que poner más bomberos y helicópteros a medida que los incendios se hacen más virulentos “es un gasto insostenible que no lleva a nada”. La mejor prevención pasa por potenciar el sector primario y consumir producto local.

OJO DE PEZ / En los límites a donde llegó el fuego Por TATO GONÇALVES
Estamos a casi 30º cuando escribo este texto y me pongo, un poco y con miedo, a pensar en el incendio forestal del pasado mes de septiembre en Gran Canaria. Dídac Díaz y Federico Grillo, días después de extinguido, nos guían por el espacio quemado. Nos sorprende la virulencia desatada, “fuego hambriento” llegamos a oír. Monte Constantino nos reveló uno de los extremos y la exactitud de los límites a donde llegó. Aún hoy, después del máster recibido por estos dos expertos, puedo sentir como combustible los matorrales. PD: el pastoreo como prevención ●

–Los incendios forestales ya no son lo que eran. ¿Hay una escala para medirlos, como la hay para los terremotos?
–Sí, pero nosotros la conocemos como “generaciones de incendios”, que te indican una escala no sólo de cómo han cambiado los incendios forestales durante los últimos años, sino también cómo ha cambiado el paisaje en este tiempo. El tipo de incendio que tenemos está muy relacionado con cómo tenemos el paisaje y en este sentido contabilizamos hasta seis generaciones de incendio forestal. La primera generación sería la de los incendios anteriores a los años 50 del siglo XX, en zonas con una economía basada en la agricultura y en la ganadería, a veces de supervivencia. En ese contexto, el paisaje está muy modificado porque hay muchos campos de cultivo y muchos ganados; la gente se construía casas y muebles con madera, cocinaba con leña, hasta me han llegado a decir que a veces había quienes se robaban la hierba los unos a los otros porque no había suficiente. Bajo estas condiciones el paisaje tiene muy poco combustible forestal. Si se producía un incendio, era de llamas pequeñas porque se encontraba zonas peladas, campos de cultivo, terrenos pastoreados, etc, y no era muy extenso. La gente los apagaba como se ha hecho toda la vida: no había servicios de extinción y eran los propios habitantes de los pueblos los que los apagaban, sonaban las campanas y la gente acudía (a veces venía la Guardia Civil y la gente estaba en una fiesta y se la llevaba a apagar ese fuego). ¿Y cómo se apagaba? Pues con ramas verdes.
     “En los incendios de segunda generación, entre los años 60 a 70, han pasado 10 o 20 años de abandono del medio rural. La industrialización intensifica una parte de la agricultura e introduce la energía con combustibles fósiles. Se van despoblando los campos y se importan más alimentos de fuera. Eso produce un abandono del paisaje, más carga de combustible, menos campos de cultivo, con lo que los incendios ya tienen más longitud de llama y la característica fundamental es que son más extensos y más intensos. Aquí ya empiezan a aparecer los retenes del Icona [Instituto para la Conservación de la Naturaleza] para apagarlos, comienzan a conocerse las torres de vigilancia para detectar incendios y se cuenta con unos pocos medios aéreos. También se empiezan a ver los cortafuegos, franjas desprovistas de vegetación que detienen los incendios cuando llegan a ellos.
     “La tercera generación llega a partir de los años 80. Tras 30 o 40 años de abandono del medio rural, ya tenemos unas acumulaciones desmesuradas de combustible forestal y ahí es cuando nacen lo que conocemos como grandes incendios forestales: aquellos que de una forma continuada están fuera de capacidad de extinción. Si los bomberos pueden apagar un incendio con tres o cuatro metros de llama, cuando el incendio tiene de manera continuada 15, 20, 30 o 50 metros de longitud de llama decimos que está fuera de capacidad de extinción. Cuando tenemos incendios que en vez de ir a dos o cuatro kilómetros por hora van a ocho kilómetros por hora, tenemos un tsunami, van muy rápido y también están fuera de capacidad de extinción.

–Eso era en los años 80, pero todavía han ido a más.
–Sí. Y en Canarias empezamos a tener en los años 80 incendios muy potentes (en La Palma ya hubo en 1975 uno bastante grande). Son incendios que generan sus propias condiciones meteorológicas, es una columna convectiva de humo tan potente que modifica los parámetros meteorológicos: la humedad relativa se desploma, hay vientos racheados. El incendio ya no se mueve por un frente sino en oleadas y, sobre todo, a saltos, porque esas corrientes convectivas cogen el material incandescente y empujan hacia arriba pavesas que van generando focos secundarios delante del incendio. Los cortafuegos ya no pueden parar los incendios, porque van por arriba. Por muchos helicópteros y otros medios de extinción que tengas no se pueden apagar.
     “Son incendios creados por las sociedades modernas; en sociedades donde aún hay un predominante medio rural no se dan. Hay países que tienen servicios de extinción muy buenos en los que se da la paradoja de la extinción: estamos apagando todos los incendios, hasta los de invierno que en realidad favorecen porque lo que hacen es descargar material combustible. Eso es hacer una selección negativa, ya que quitando esos incendios “buenos” (entre comillas), dejamos que actúen los incendios malos del verano, con acumulaciones de acumulaciones de material que están fuera de capacidad de extinción.

–Con lo que todavía tenemos peores incendios…
–Sí. La cuarta generación llega cuando esos grandes incendios forestales se encuentran con casas, por dos razones diferentes: una, que el bosque está rodeando los núcleos poblacionales y dos porque la gente en los años 80-90 construye segundas residencias en zonas arboladas para estar cerca de la naturaleza. Son incendios que llamamos de interfaz urbano-forestal, mucho más complicados porque entra el factor humano: hay desalojos, se queman casas, explotan bombonas de butano, caen tendidos eléctricos, se producen accidentes de tráfico y, lo peor de todo, mueren personas.
     “Los incendios de quinta generación llegan en torno al año 2000, cuando esos grandes incendios forestales de interfaz se dan de manera simultánea. Los servicios de extinción son tan buenos, se ha ido invirtiendo tanto en medios, que únicamente hay grandes incendios forestales y ello por condiciones meteorológicas adversas, eso en Canarias es cuando hay viento del este, con la calima, y no se da sólo en una isla, sino en varias a la vez. Se trata de varios incendios de tercera y cuarta generación a la vez. Tenemos ejemplos como el de 2007, cuando Gran Canaria y Tenerife ardieron a la vez; y el de 2012, cuando La Palma, La Gomera y Tenerife ardieron a la vez.
     “Desde 2006 se está hablando de incendios de sexta generación, que son los de quinta generación pero influenciados por el cambio climático. Esos bosques que se plantaron hace un siglo están viviendo en un clima que no es el suyo. Están fuera de rango. Se trata de árboles que están pasando estrés hídrico y tienen mucho combustible muerto en la copa, que hace que los incendios se propaguen mucho más.

–¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
–El problema que tenemos es el de un modelo de sociedad. Es un problema complejo, en el que entran en juego muchos factores: nuestros hábitos de consumo, que ya no cocinamos con leña sino con gas o vitrocerámica, que compramos en grandes centros comerciales productos que vienen de fuera, la energía que consumimos… Todo eso ha modificado el paisaje y explica las generaciones de incendios que hemos visto. Incendios ha habido siempre. Gran Canaria tiene 14 millones de años y los ecosistemas están acostumbrados a incendios por rayos o volcanes, que originaban lo que se llama el “régimen natural de incendios” y la vegetación se adaptaba; los que no están acostumbrados son los seres humanos.

–¿Se puede revertir esa situación o ya no tiene remedio?
–Durante las últimas décadas se han intentado apagar los grandes incendios forestales invirtiendo en más medios y recursos. Si las llamas eran de 10 metros poníamos más bomberos; si eran de 20 metros, pues más bomberos y más helicópteros, si eran de 50 metros, todavía más bomberos y más helicópteros. Es un gasto insostenible que además no lleva a nada: es la respuesta pero no es la solución. Al año siguiente la situación va a ser igual o peor. En las últimas décadas nos hemos centrado en apagar la llama y no en lo que hay debajo: el combustible forestal.

–¿Qué hacemos, nos volvemos al campo?
–Lo que hay que hacer es buscar las maneras de reducir ese combustible forestal. Volver al campo no sé si es una de las maneras: hay que mirar al pasado, pero con visión de futuro. No es cuestión de volver a lo anterior, aquella era una vida muy dura, se pasaba hambre. Con las nuevas tecnologías y el nuevo conocimiento hay que buscar el equilibrio. La tendencia es reactivar el sector primario, porque es la clave para prevenir los incendios forestales. Hay que tomar medidas, como subvencionar y promocionar dicho sector, concienciar a la población urbana de consumir producto local. Eso permite mantener un paisaje mosaico que no sólo tiene bosques extensos por donde se propaga el fuego, sino también campos de cultivo, zonas pastoreadas, zonas de matorrales, donde hay muchos obstáculos a esos grandes incendios que hace que sean más fáciles de apagar. Para conseguir el paisaje mosaico es muy importante el sector primario.
–Hace unos días les hemos acompañado a recorrer la zona afectada por el último incendio en la cumbre de Gran Canaria. Llama la atención ver cómo donde había pastoreo las llamas se fueron apagando solas hasta casi extinguirse: no tenían por dónde seguir… Un síntoma de que esa actividad del sector primario beneficia al paisaje a la vez que lo protege.  
–Es una de las cosas por las que está apostando el Servicio de Medio Ambiente del Cabildo: el pastoreo para prevención de incendios. No es una teoría, se vio muy claro en el monte Constantino, una zona pastoreada con baja carga de combustible, en este caso son pastos, que no detiene el incendio, pero sí reduce mucho su comportamiento extremo a unas llamas muy pequeñitas que se pararon ante una simple pista forestal y los servicios de extinción lo pudieron apagar sin problema. Lo que buscamos es un paisaje con ese tipo de oportunidades mucho más frecuente. 

–Que además genera un ecosistema propio y singular.
–Sí. Esos pastos de altura en Gran Canaria generan una comunidad vegetal endémica, sólo de esta isla, asociada al pastoreo durante cientos de años, con la Poa pitardiana, una gramínea asociada aquí con [el trébol] Trifolium subterraneum. Esas zonas abiertas también tienen una comunidad faunística variada y muy concreta, con muchos insectos (saltamontes) y conejos que atraen a aves como los cernícalos. En el monte Constantino, por ejemplo, se ha avistado al cernícalo patirrojo, una especie muy rara de ver que en este lugar encuentra un nicho ecológico, así que, además, son zonas de alto valor natural que debemos conservar.

–Insectos, aves y demás animales que salieron de allí huyendo en cuanto se declaró el incendio. Recorriendo después todo ese paisaje cumbrero afectado por el fuego, se observan áreas del bosque completamente quemadas con sus troncos calcinados, junto a otras con los troncos ennegrecidos pero conservando sus hojas socarradas en las copas, que ya no son verdes sino marrones. ¿Por qué se comportó el fuego de distintas maneras en el mismo bosque? 
 –Los incendios forestales no tienen el mismo comportamiento en todas las zonas, por la misma dinámica del propio incendio: hay una parte que es la cabeza, por donde va tiene mayor intensidad y los daños son mayores; después están los flancos y la cola. Dependiendo de los diferentes comportamientos, el fuego va a tener una mayor o menor afección al bosque. Por otra parte, es cómo estén preparados los bosques para resistir. Desde el Cabildo llevamos bastantes años haciendo tratamientos selvícolas (desbroces, fuegos prescritos…) para hacer más resistentes a estos bosques. Muchos de los bosques de pinar que se ven de color marrón es porque se les han hecho tratamientos preventivos por debajo o por pastoreo, quitando carga de combustible, y cuando ha pasado el incendio ha sido un fuego de superficie que no ha subido a copas. El incendio no se ha parado ahí, pero ha tenido un comportamiento menos extremo y ha habido menos daños, con menos pavesas, ralentizando mucho la propagación del incendio, permitiendo actuar con mayor seguridad y eficacia.

–El incendio que va por las copas es más peligroso, entonces, que el que se desplaza por la superficie.
–Por supuesto, es más peligroso por las copas. Si el pino tiene diez metros vas a tener como mínimo un incendio de 15 metros de longitud de llama. Ahí los servicios de extinción no tienen nada que hacer. Hasta que ese incendio no baje a superficie no tenemos ninguna oportunidad para apagarlo.

–El Cabildo de Gran Canaria lleva muchos años tratando sus bosques y desde 2001, además, haciendo quemas controladas: ¿cómo y para qué se hacen? La gente se asusta en cuanto ve humo en el bosque.
–El término más exacto es “quemas prescritas”: tienen una prescripción técnica detrás. Cuando uno va al médico le prescribe una medicación según los síntomas que vea. Pues los técnicos van al monte y dependiendo de lo que vean prescriben una “medicina” o no, en este caso la vacuna podrían ser las quemas prescritas: utilizamos el fuego de una manera atenuada para combatir el fuego de verano. Se realizan fuegos controlados con personal profesional en unas condiciones de humedad relativa (cuando ha acabado de llover, sobre todo en invierno o en primavera, y el combustible está muy húmedo). Quitamos biomasa para hacer más resistentes a los pinares.

–Aún con todas las medidas de prevención, ¿el fuego es inevitable?
–Incendios siempre van a haber, lo que sí podemos decidir es la manera en que quemen, si de alta o de baja intensidad.

–La gente ve el humo y enseguida piensa en un incendio. Pero si observa diversos focos de humo, lo que piensa entonces es que hay alguien pegando fuego al monte… aunque a veces el pirómano es el propio bosque, que nos confunde con sus pavesas.
–Sí, a veces se ven imágenes con dos o tres focos de fuego a la vez. La gran mayoría de veces cuando se da esa situación es porque el foco principal ha enviado pavesas, brasas voladoras que son material incandescente, a otras zonas y está provocando focos secundarios. Hay que tener en cuenta que las pavesas pueden ir muy lejos, hasta a kilómetros de distancia. Podemos tener dos incendios uno cerca del otro y no es que alguien los haya provocado, los grandes incendios forestales se mueven así, es su comportamiento.

–Incendios provocados hay, no sé si menos o más que naturales, aunque imagino que será complicado saber cómo o quién. ¿O hay técnicas para averiguarlo?
–Sí, por suerte tenemos en Gran Canaria una brigada de investigación de incendios forestales, la BIF, del cuerpo de agentes de Medio Ambiente, una brigada muy profesional que determina por qué se producen esos incendios. Es muy interesante porque podemos saber qué políticas preventivas hay que hacer. La gente piensa que el bosque se quema por tirar colillas que prenden. Evidentemente no hay que tirar colillas, pero las principales causas de incendios forestales en Gran Canaria son básicamente dos y no hay intencionalidad, sino que son casos de descuido o negligencia que le pueden pasar a cualquier persona que no toma las medidas preventivas adecuadas: la quema de rastrojos y la utilización de maquinaria que genera chispas. En un caso, por quemas agrícolas que se apagan mal y se vuelve a reactivar el fuego provocando el incendio; en el otro, cuando gente con segunda residencia en el monte utiliza la radial para hacer cualquier obra en fin de semana, soltando muchas chispas que prenden rápido donde haya pasto.
     “Tanto unos como otros no querían hacer eso, no son malas personas, no se soluciona poniendo penas más duras de cárcel. Sí hay otra parte de incendios que es intencionada, pero no es de las causas principales ni en Gran Canaria, ni creo que en el resto de España. Aquí hay que diferenciar a los pirómanos de los incendiarios. Los pirómanos son personas con una enfermedad mental, a su patología le da igual que los condenes a 3 o a 15 años de cárcel; los incendiarios es donde único cabría una pena de prisión mayor, pero habría que ver por qué prenden, detrás hay una razón, un conflicto social o económico que hay que desactivar.

 –Sigamos hablando del bosque: resulta que al pino canario… ¡le gusta el fuego!


“Si en la Península hablas de un pino que rebrota se quedan alucinados, ya que de las cinco o seis especies que hay allí ninguna rebrota y puede tardar 100 o 150 años en recuperarse”
–En su larga vida lleva en Canarias desde que éstas aparecieron (durante el Terciario estaba distribuido, y se han encontrado fósiles, por toda la cuenca mediterránea). En Gran Canaria está desde el primer momento, hace millones de años, y está muy acostumbrado a vivir con el fuego del régimen natural de incendios (tormentas eléctricas asociadas a frentes del noroeste en épocas del año en que el combustible está húmedo; actividad volcánica). Ha sobrevivido hasta hoy, pero ya no tenemos ese régimen natural de incendios, de baja o de moderada intensidad. “Ahora es completamente diferente: alta intensidad, alta severidad, muchos daños ¡y en verano!, con la erosión añadida que provocan, después, las lluvias en otoño. Y entre sus muchas adaptaciones para sobrevivir al fuego, la que más conocemos es que es un pino que rebrota en muy poco tiempo (si en la Península hablas de un pino que rebrota se quedan alucinados, ya que de las cinco o seis especies que hay allí ninguna rebrota: si se quema un pinar puede tardar perfectamente 100 o 150 años en volver a recuperar su estado anterior al fuego). El pino canario es un tesoro increíble. Otra de sus adaptaciones es que tiene piñas xerotinas que no se abren para esparcir sus semillas con 30 grados, sino a partir de los 60 grados cuando hay incendios forestales y la semilla no cae sobre un manto de pinocha, sino sobre la tierra, con su competencia convertida en cenizas que es fuente de nutrientes, por lo que puede enraizar mejor.

–En los años 50 del pasado siglo se hicieron en Canarias repoblaciones con pino canarios, pero también con otras tres especies de pino de la Península: radiata, piñonero y carrasco. ¿Cómo se comportan estos otros pinos, se acabarán extinguiendo por sí solos con los incendios, debemos sustituirlos por pino canario?
–El origen de esa repoblación tenemos que contextualizarla. En aquel momento la fuente principal de energía era la madera y se buscaban especies de crecimiento rápido. En el actual contexto de biodiversidad del paisaje esos pinos no tienen tanto sentido. Los tratamientos que está haciendo el Servicio de Medio Ambiente favorecen al pino canario en detrimento de estos otros. Cuando hay un incendio forestal, estos pinos foráneos no rebrotan, por lo que agilizan su sustitución por el pino canario. Es decir, que entre los tratamientos que está haciendo el Servicio de Medio Ambiente y los propios incendios forestales, lo que va a pasar al final es que estos pinos van a ir a menos.

–Y el pino canario recuperará su espacio, su ecosistema.
–Evidentemente.

–Terminamos. En medio del paisaje desolador tras un incendio, un recuerdo dulce.
–Por mis vivencias, ver cómo recupera el pino canario el verde a los pocos meses de sufrir un incendio, frente a pinares que tardan un siglo en recuperarse del fuego.

-----

17 febrero 2018

CÉSAR-JAVIER PALACIOS (Valladolid, 1964)
Mucho cuidado con comprar madera manchada de sangre



     Ten cuidado y comprueba el origen de lo que compras. O apuestas por sellos de sostenibilidad o te pueden dar gato por liebre y, lo que es mucho peor, productos manchados en sangre y dolor. Como la madera. Mira siempre que esté certificada por el FSC. Si te da igual de dónde viene y cómo se obtiene estarás fomentando las talas ilegales y todo lo que ellas suponen.
     Greenpeace Brasil ha publicado el informe Madera manchada de sangre: violencia y robo de madera amazónica, donde denuncia que Alemania, Francia, Holanda, Dinamarca, Italia, Bélgica, Estados Unidos y Japón importaron madera tropical de un área de la selva amazónica en el municipio de Colniza, estado de Mato Grosso, donde el pasado 19 de abril de 2017 tuvo lugar una masacre en la que fueron asesinadas nueve personas. Un vídeo aportado por Greenpeace como prueba resulta estremecedor.

     Según este informe, los asesinatos fueron motivados por la codicia de los madereros interesados en los recursos de la zona, que incluyen especies de alto valor comercial como ipê, jatobá o massaranduba, maderas ampliamente utilizadas en la fabricación de mobiliario, suelos y muebles de jardín. El acusado de ordenar estos asesinatos es, según Greenpeace, exportador de maderas y dispone de dos aserraderos, uno de ellos responsable del plan de manejo forestal localizado próximo al lugar de la masacre.
     Durante 2017, entre el 15 de mayo y finales de septiembre, al menos once envíos de madera han llegado a los Estados Unidos y dos a Europa (Francia y Bélgica) con madera del aserradero Cedroarana. En 2016 y 2017, la empresa exportó más de 4.000 metros cúbicos de madera amazónica a Alemania, Francia, Holanda, Dinamarca, Italia, Bélgica, EE. UU. y Japón, según la investigación de Greenpeace.
     Valdelir João de Souza, propietario de esos aserraderos, se encuentra huído de la justicia, pero su empresa Cedroarana sigue procesando madera a diario para venderla sin ningún problema en los mercados nacionales e internacionales. El día de la masacre, la empresa envió cargamentos de madera a los Estados Unidos y Europa. Y estas importaciones se producen aunque ya se habían dado a los importadores signos claros de la ilegalidad de esa madera. Desde 2007, la compañía acumula multas impagadas por valor de 565.900 reales (aproximadamente 150.000 €) por almacenar y comercializar madera ilegal.

     “La impunidad que reina en este tipo de crímenes y la falta de seriedad del Gobierno de Brasil en la lucha contra la tala ilegal crean un ambiente propicio para el desorden y el caos en la región”, ha declarado Rómulo Batista, portavoz de Greenpeace en el Amazonas. “En este contexto y con estos escenarios de violencia, es imposible confiar en el origen de la madera brasileña, porque la cadena está totalmente contaminada”.
     El informe de Greenpeace muestra cómo el fraude masivo en el sistema de autorización forestal brasileño (que autoriza la extracción de madera de áreas reguladas mediante planes de manejo forestal) y el monitoreo (que asegura la identificación de empresas que compran y venden madera desde el bosque hasta el consumidor) alimenta la violencia en las áreas rurales de la Amazonía. La mayoría de la madera ilegal proviene de áreas donde no está permitida la tala de madera, como áreas protegidas, territorios indígenas y tierras públicas, y esto es precisamente lo que genera la violencia relacionada con la explotación forestal en las zonas rurales.

Muy peligroso ser ecologista
 
     Brasil es actualmente el lugar más peligroso del mundo para los defensores del medio ambiente, según la ONG internacional Global Witness. Hasta finales de septiembre de 2017, 61 personas habían sido asesinadas en Brasil en el medio rural, el mismo número que en todo 2016. El 79% de estos asesinatos ocurrió en la Amazonia legal, según una encuesta de la Comisión Pastoral de la Tierra (Comissão Pastoral da Terra – CPT), ONG brasileña de defensa de los derechos humanos.
     El informe de Greenpeace enumera una serie de demandas al Gobierno brasileño y los estados amazónicos productores de madera (Pará, Rondônia y Mato Grosso) para que Brasil mejore la gobernanza y sistema de aplicación. Con ello se pretende garantizar que la madera amazónica sea extraída solo de acuerdo con las leyes vigentes y con pleno respeto de los derechos legales de los pueblos tradicionales en relación con el uso y la posesión de los bosques. Además, exige que las autoridades competentes de los países importadores investiguen las empresas denunciadas y tomen las medidas adecuadas.
     El informe Madera manchada de sangre: violencia y robo de madera amazónica forma parte de una serie de informes de Greenpeace, Amazonia, una crisis silenciosa, que desde 2014 ha investigado y denunciado el fraude en los sistemas brasileños de autorización forestal y control de madera en Brasil. “Desafortunadamente, la situación sigue igual. No tenemos sistemas integrados de autorización y control de la cadena productiva de madera ni planes de manejo con indicaciones de irregularidades aún activas”, añade Batista. 

    “Mientras la depredación de los recursos naturales sigue produciendo muertes y madera barata para el mercado internacional, en España la inacción del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA) sigue demorando la aplicación del Real Decreto 1088/2015, que debería asegurar la legalidad de la comercialización de madera y productos derivados. A los años de retraso en la aplicación del Reglamento EUTR (European Timber Regulation), se suma la maraña burocrática creada y la absoluta falta de transparencia por parte del MAPAMA sobre los controles realizados, los expedientes abiertos, las multas impuestas o la madera incautada por el incumplimiento de esta legislación”, denuncia Miguel Ángel Soto, portavoz de Greenpeace en España.
     En su opinión, la venta de madera manchada de sangre supone implícitamente que “las personas que están en primera línea del frente de la protección de los bosques continuarán sufriendo las consecuencias directas de la violencia”.
-----