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18 agosto 2025

RYSZARD KAPUŚCIŃSKI (Polonia, 1932-2007)
En África, a la sombra de un árbol

 
El viaje toca a su fin. En cualquier caso, el fin de ese fragmento suyo que hasta aquí he descrito. Ahora –camino de vuelta– aún queda un breve descanso a la sombra de un árbol. El árbol en cuestión crece en una aldea que se llama Adofo y está situada cerca del Nilo Azul, en la provincia etíope de Wollega. Es un inmenso mango de hojas frondosas y perennemente verdes. El que viaja por los altiplanos de África, por la infinitud del Sahel y de la sabana, siempre contempla el mismo y asombroso cuadro que no cesa de repetirse: en las inmensas extensiones de una tierra quemada por el sol y cubierta por la arena, en unas llanuras donde crece una hierba seca y amarillenta, y sólo de vez en cuando algún que otro arbusto seco y espinoso, cada cierto tiempo aparece, solitario, un árbol de copa ancha y ramificada. Su verdor es fresco y tupido y tan intenso que ya desde lejos forma, claramente visible en la línea del horizonte, una nítida mancha de espesura. Sus hojas, aunque en ninguna parte se percibe una sola brizna de viento, se mueven y despiden destellos de luz. ¿De dónde ha salido el árbol en este muerto paisaje lunar? ¿Por qué precisamente en este lugar? ¿Por qué uno solo? ¿De dónde saca la savia? A veces, tenemos que recorrer muchos kilómetros antes de toparnos con otro.
      A lo mejor, en tiempos, crecían aquí muchos árboles, un bosque entero, pero se los taló y quemó y sólo ha quedado este único mango. Todo el mundo de los alrededores se ha preocupado por salvarle la vida, sabiendo cuán importante era. Es que en torno a cada uno de estos árboles solitarios hay una aldea. En realidad, al divisar desde lejos un mango de estos, podemos tranquilamente dirigirnos hacia él, sabiendo que allí encontraremos gente, un poco de agua e, incluso, tal vez algo de comer. Esas personas han salvado el árbol porque sin él no podrían vivir: bajo el sol africano, para existir, el hombre necesita sombra, y el árbol es su único depositario y administrador.
     Si en la aldea hay un maestro, el espacio bajo el árbol sirve como aula escolar. Por la mañana acuden aquí los niños de todo el poblado. No existen cursos ni límites de edad: viene quien quiere. La señorita o el señor maestro clavan en el tronco el alfabeto impreso en una hoja de papel. Señalan con una vara las letras, que los niños miran y repiten. Están obligados a aprendérselas de memoria: no tienen con qué ni sobre qué escribir.
     Cuando llega el mediodía y el cielo se vuelve blanco de tanto calor, en la sombra del árbol se protege todo el mundo: los niños y los adultos, y si en la aldea hay ganado, también las vacas, las ovejas y las cabras. Resulta mejor pasar el calor del mediodía bajo el árbol que dentro de la choza de barro. En la choza no hay sitio y el ambiente es asfixiante, mientras que bajo el árbol hay espacio y esperanza de que sople un poco de viento.
     Las horas de la tarde son las más importantes: bajo el árbol se reúnen los mayores. El mango es el único lugar donde se pueden reunir para hablar, pues en la aldea no hay ningún local espacioso. La gente acude puntual y celosamente a estas reuniones: los africanos están dotados de una naturaleza gregaria y muestran una gran necesidad de participar en todo aquello que constituye la vida colectiva. Todas las decisiones se toman en asamblea, las disputas y peleas las soluciona la comunidad en pleno, que también resuelve quién recibirá tierra cultivable y cuánta. La tradición manda que toda decisión se tome por unanimidad. Si alguien es de otra opinión, la mayoría tratará de persuadirlo tanto tiempo como haga falta hasta que cambie de parecer. A veces la cosa dura una eternidad, pues un rasgo típico de estas deliberaciones consiste en una palabrería infinita. Si entre dos habitantes de la aldea surge una disputa, el tribunal reunido bajo el árbol no buscará la verdad ni intentará averiguar quién tiene razón, sino que se dedicará, única y exclusivamente, a quitar hierro al conflicto y a llevar a las partes hacia un acuerdo, no sin considerar justas las alegaciones de ambas.
     Cuando se acaba el día y todo se sume en la oscuridad, los congregados interrumpen la reunión y se van a sus casas. No se puede debatir a oscuras: la discusión exige mirar al rostro del hablante; que se vea si sus palabras y sus ojos dicen lo mismo.
     Ahora, bajo el árbol, se reúnen las mujeres; también acuden los ancianos y los niños, curiosos por todo. Si disponen de madera, encienden fuego. Si hay agua y menta, preparan un té, espeso y cargado. Empiezan los momentos más agradables, los que más me gustan: se relatan los acontecimientos del día y se cuentan historias en que se mezclan lo real y lo imaginario, cosas alegres y las que despiertan terror. ¿Qué ha hecho tanto ruido entre los arbustos esta mañana, ese algo oscuro y furioso? ¿Qué pájaro tan extraño ha levantado el vuelo y ha desaparecido? Unos niños han obligado a un topo a esconderse en su madriguera. Luego la han descubierto y el topo no estaba. ¿Dónde se habrá metido? A medida que avanzan los relatos la gente empieza a recordar que, en tiempos, los viejos hablaban de un pájaro extraño que, en efecto, había levantado el vuelo y había desaparecido; otra persona se acuerda de que, cuando era pequeña, su bisabuelo le dijo que una cosa oscura llevaba tiempo haciendo ruido entre los arbustos.
     ¿Cuánto? Hasta donde llega la memoria. Aquí, la frontera de la memoria también lo es de la Historia. Antes no había nada. El antes no existe. La Historia no llega más allá de lo que se recuerda.
     Aparte del norte islámico, África no conocía la escritura; la Historia nunca ha pasado aquí de la transmisión oral, estaba en las leyendas que circulaban de boca en boca y era un mito colectivo, creado involuntariamente al pie de un mango, en la profunda penumbra de la tarde, cuando no se oían más que las voces temblorosas de los ancianos, puesto que las mujeres y los niños, embelesados, guardaban silencio. De ahí que los momentos en que cae la noche sean tan importantes: es cuando la comunidad se plantea quién es y de dónde viene, se da cuenta de su carácter singular e irrepetible, y define su identidad. Es la hora de hablar con los antepasados, que si bien es cierto que se han ido, al mismo tiempo permanecen con nosotros, siguen conduciéndonos a través de la vida y nos protegen del mal.
     Al caer la noche el silencio bajo el árbol sólo es aparente. En realidad lo llenan muchas y muy diversas voces, sonidos y susurros que llegan de todas partes: de las altas ramas, de la maleza circundante, de debajo de tierra, del cielo. Es mejor que en momentos así nos mantengamos unidos, que sintamos la presencia de otros, presencia que nos infunde ánimo y valor. El africano nunca deja de sentirse amenazado. En este continente la naturaleza cobra formas tan monstruosas y agresivas, se pone máscaras tan vengativas y terroríficas, coloca tales trampas y emboscadas, que el hombre, permanentemente asustado y atemorizado, vive sin saber jamás lo que le traerá el mañana. Aquí todo se produce de manera multiplicada, desbocada, histéricamente exagerada. Cuando hay tormenta, los truenos sacuden el planeta entero y los rayos destrozan el firmamento haciéndolo jirones; cuando llueve, del cielo cae una maciza pared de agua que nos ahogará y sepultará de un momento a otro; cuando hay sequía, siempre es tal que no deja ni una gota de agua y nos morimos de sed. En las relaciones naturaleza-hombre no hay nada que las suavice, ni compromisos de ninguna clase, ni gradaciones, ni estados intermedios. Todo –y durante todo el tiempo– es guerra, combate, lucha a muerte. El africano es un hombre que desde que nace hasta que muere permanece en el frente, luchando contra la –excepcionalmente malévola– naturaleza de su continente, y ya el mero hecho de que esté con vida y sepa conservarla constituye su mayor victoria.

*

      Pues bien, ha caído la noche, estamos sentados bajo un árbol enorme y una muchacha me ofrece un vaso de té. Oigo hablar a gentes cuyos rostros, fuertes y brillantes, como esculpidos en ébano, se funden con la inmóvil oscuridad. No entiendo mucho de lo que dicen pero sus voces suenan serias y solemnes. Al hablar se sienten responsables de la Historia de su pueblo. Tienen que preservarla y desarrollarla. Nadie puede decir: leedla en los libros, pues nadie los ha escrito; no existen. Tampoco existe la Historia más allá de la que sepan contar aquí y ahora. Nunca nacerá esa que en Europa se llama científica y objetiva, porque la africana no conoce documentos ni censos, y cada generación, tras escuchar la versión correspondiente que le ha sido transmitida, la cambia, altera, modifica y embellece. Pero por eso mismo, libre de lastres, del rigor de los datos y las fechas, la Historia alcanza aquí su encarnación más pura y cristalina: la del mito.
     En dichos mitos, el lugar de las fechas y de la medida mecánica del tiempo –días, meses, años– lo ocupan declaraciones como: «hace tiempo», «hace mucho tiempo», «hace tanto que ya nadie lo recuerda». Todo se puede hacer caber en estas expresiones y colocarlo en la jerarquía del tiempo. Sólo que ese tiempo no avanza de una manera lineal y ordenada, sino que cobra forma de movimiento, igual al de la Tierra: giratorio y uniformemente elíptico. En tal concepción del tiempo, no existe la noción de progreso, cuyo lugar lo ocupa la de durar. África es un eterno durar.
     Se hace tarde y todos se van a sus casas. Cae la noche, y la noche pertenece a los espíritus. ¿Dónde, por ejemplo, se reunirán las brujas? Se sabe que celebran sus encuentros y asambleas en las ramas, sumergidas y ocultas entre las hojas. Más vale no molestarlas, mejor retirarse del refugio del árbol: no soportan que se las mire, escuche, espíe. Saben ser vengativas y son capaces de perseguirnos: inocular enfermedades, infligir dolor, sembrar la muerte.
     De modo que el lugar bajo el mango permanecerá vacío hasta la madrugada. Al alba en la tierra aparecerán, al mismo tiempo, el sol y la sombra del árbol. El sol despertará a la gente, que no tardará en ocultarse ante él, buscando la protección de la sombra. Es extraño, aunque rigurosamente cierto a un tiempo, que la vida del hombre dependa de algo tan volátil y quebradizo como la sombra. Por eso el árbol que la proporciona es algo más que un simple árbol: es la vida. Si en su cima cae un rayo y el mango se quema, la gente no tendrá dónde refugiarse del sol ni dónde reunirse. Al serle vetada la reunión, no podrá decidir nada ni tomar resolución alguna. Pero, sobre todo, no podrá contarse su Historia, que sólo existe cuando se transmite de boca en boca en el curso de las reuniones vespertinas bajo el árbol. Así, no tardará en perder sus conocimientos del ayer y su memoria. Se convertirá en gente sin pasado, es decir, no será nadie. Todos perderán aquello que los ha unido, se dispersarán, se irán, solos, cada uno por su lado. Pero en África la soledad es imposible; solo, el hombre no sobrevivirá ni un día: está condenado a muerte. Por eso, si el rayo destruye el árbol, también morirán las personas que han vivido a su sombra. Y así está dicho: el hombre no puede vivir más que su sombra.
     Paralelamente a la sombra, el segundo valor más importante es el agua.
     —El agua lo es todo –dice Ogotemmeli, el sabio del pueblo dogón, que habita en Malí–. La tierra procede del agua. La luz procede del agua. Y la sangre.
     —El desierto te enseñará una cosa –me dijo en Niamey un vendedor ambulante sahariano–: que hay algo que se puede desear y amar más que a una mujer. El agua.
     La sombra y el agua, dos cosas volátiles e inseguras, que aparecen para luego desaparecer no se sabe por dónde.
     Dos modos de vivir, dos situaciones: a todo aquel que por vez primera se encuentre en uno de los hipermercados norteamericanos, en uno de esos mallos gigantescos e interminables, le chocará la riqueza y la diversidad de las mercancías allí expuestas, la presencia de todos los objetos posibles que el hombre ha inventado y fabricado, y luego los ha transportado, almacenado y acumulado, con lo cual ha hecho que el cliente ya no tenga que pensar en nada: lo han pensado todo por él y ahora lo tiene todo listo y a mano.
     El mundo del africano medio es diferente; es un mundo pobre, de lo más sencillo y elemental, reducido a unos pocos objetos: una camisa, una palangana, un puñado de grano, un sorbo de agua. Su riqueza y diversidad no se expresan bajo una forma material, concreta, tangible y visible, sino en esos valores y significados simbólicos que dicho mundo confiere a las cosas más sencillas, tan baladíes que son inapreciables para los no iniciados. Sin embargo, una pluma de gallo puede ser considerada como una linterna que ilumina el camino en la oscuridad, y una gota de aceite, como un escudo que protege de las balas. La cosa cobra un peso simbólico, metafísico; porque así lo ha decidido el hombre, quien, por el mero hecho de elegirla, la ha enaltecido, trasladado a otra dimensión, a la esfera superior del ser: a la trascendencia.
     Tiempo ha, en el Congo, me permitieron acceder al misterio: pude ver la escuela de iniciación de los niños. Al acabarla se convertían en hombres adultos, tenían derecho a voz y voto en las reuniones del clan y podían fundar una familia. Al visitar una de estas escuelas, tan archiimportantes en la vida del africano, el europeo no parará de sorprenderse y de frotarse los ojos, incrédulo. ¡Cómo? ¡Pero si aquí no hay nada! ¡Ni bancos, ni tan siquiera una pizarra! Sólo unos arbustos espinosos, unos manojos de hierba seca y, en lugar de suelo, una capa de ceniza y arena gris. ¿Y a esto llaman escuela? Y, sin embargo, los jóvenes se mostraban orgullosos y solemnes. Habían alcanzado un gran honor. Es que allí todo se basaba en un contrato social –tratado con mucha seriedad–, en un profundo acto de fe: la tradición reconocía que el lugar donde permanecían aquellos muchachos era la sede de la escuela del clan, la cual, al introducirlos en la vida, gozaba de un estatus de privilegio, solemne e, incluso, sagrado. Una nadería se convierte en algo importante porque así lo hemos decidido. Nuestra imaginación la ha ungido y enaltecido.
     El disco de Leshina puede ser un buen ejemplo de esa transformación ennoblecedora. La mujer que llevaba el apellido Leshina vivía en Zambia. Tenía unos cuarenta años. Era vendedora en la pequeña ciudad de Serenje. No se distinguía por nada especial. Corrían los años sesenta y en los más diversos rincones del mundo se topaba uno con gramófonos de manivela. Leshina tenía un gramófono de aquellos y un disco, uno solo, gastado y rayado hasta lo imposible. El disco contenía la grabación de un discurso de Churchill, de 1940, en el que el orador exhortaba a los ingleses a aceptar las privaciones y los sacrificios de la guerra. La mujer colocaba el gramófono en su patio y daba vueltas a la manivela. Del altavoz, metálico y pintado de verde, salían roncos gruñidos y borbolleos que retumbaban en el aire y en los que se podían adivinar los ecos de una voz llena de pathos, pero ya incomprensibles y desprovistos de sentido. Al populacho que allí acudía, cada vez más numeroso con el paso del tiempo, Leshina le explicaba que era la voz de dios, que la nombraba su mensajera y ordenaba obediencia ciega. Auténticas muchedumbres empezaron a acudir a su casa. Sus fieles, por lo general pobres de solemnidad, con un esfuerzo sobrehumano construyeron un templo en la selva y comenzaron a decir allí sus oraciones. Al principio de cada oficio el estrepitoso bajo de Churchill los sumía en estado de trance y éxtasis. Pero como los líderes africanos se avergüenzan de tales manifestaciones religiosas, el presidente Kenneth Kaunda mandó contra Leshina su tropa, que en el lugar del culto a la mujer, asesinó a varios cientos de personas inocentes y cuyos tanques convirtieron en polvo su templo de arcilla.

*
    Estando en África, el europeo no ve más que una parte de ella: por lo general, ve tan sólo su capa exterior, que a menudo no es la más interesante, ni tampoco reviste mayor importancia. Su mirada se desliza por la superficie, sin penetrar en el interior, como si no creyese que detrás de cada cosa pudiera esconderse un misterio, misterio que, a un tiempo, se hallara encerrado en ella. Pero la cultura europea no nos ha preparado para semejantes viajes hacia el interior, hacia las fuentes de otros mundos y de otras culturas. El drama de éstas –incluida la europea– consistió, en el pasado, en el hecho de que sus primeros contactos recíprocos pertenecieron a una esfera dominada, las más de las veces, por hombres de la más baja estofa: ladrones, sicarios, pendencieros, delincuentes, traficantes de esclavos, etc. También se dieron casos –pocos– de otra clase de personas: misioneros honestos, viajeros e investigadores apasionados, pero el tono, el estándar y el clima los creó y dictó, durante siglos, la internacional de la chusma rapiñadora. Es evidente que a ésta no se le pasó por la cabeza el intentar conocer otras culturas, respetarlas, buscar un lenguaje común. En su mayoría, se trataba de torpes e ignorantes mercenarios, sin modales ni sensibilidad alguna y a menudo analfabetos. No les interesaba sino conquistar, saquear y masacrar. De resultas de tales experiencias, las culturas –en lugar de conocerse mutuamente, acercarse y compenetrarse– se fueron haciendo hostiles las unas frente a las otras o, en el mejor de los casos, indiferentes. Sus respectivos representantes –excepto los mencionados truhanes– guardaban prudentes distancias, se evitaban, se tenían miedo. La monopolización de los contactos interculturales por una clase compuesta de brutos ignorantes decidió y selló el mal estado de sus relaciones recíprocas. Las relaciones interpersonales habían empezado a fijarse de acuerdo con el criterio más primitivo: el color de la piel. El racismo se convirtió en una ideología según la cual los hombres definían su lugar en el orden del mundo. Blancos-negros: en esta relación a menudo ambas partes se sentían mal. En 1894, el inglés Lugard penetra, al frente de un pequeño destacamento, en el interior de África para conquistar el reino de Borgu. Primero quiere entrevistarse con el rey. Pero sale a su encuentro un emisario que le dice que el soberano no lo puede recibir. Dicho emisario, mientras habla con Lugard, no para de escupir en un recipiente de bambú que lleva colgado del cuello: escupir significa purificarse y protegerse de las consecuencias de un contacto con el hombre blanco.
     El racismo, el odio hacia el otro, el desprecio y el deseo de erradicar al diferente hunden sus raíces en las relaciones coloniales africanas. Allí, todo esto ya había sido inventado y llevado a la práctica siglos antes de que los sistemas totalitarios modernos trasplantasen aquellas sórdidas e infames experiencias a la Europa del siglo XX.
     Otra consecuencia de aquel monopolio de los contactos con África, ostentado por la mencionada clase de ignorantes, radica en el hecho de que las lenguas europeas no han desarrollado un vocabulario que permita describir adecuadamente mundos diferentes, no europeos. Grandes cuestiones de la vida africana quedan inescrutadas, o ni siquiera planteadas, a causa de una cierta pobreza de las lenguas europeas. ¿Cómo describir el interior de la selva, tenebroso, verde, asfixiante? Y esos cientos de árboles y arbustos, ¿qué nombres tienen? Conozco nombres como «palmera», «baobab» o «euforbio», pero precisamente estos árboles no crecen en la selva. Y esos árboles inmensos, de diez pisos, que vi en Ubangi y en Ituri, ¿cómo se llaman? ¿Cómo llamar a los más diversos insectos con que nos topamos por todas partes y que no paran de atacar y de picarnos? A veces se puede encontrar un nombre en latín, pero ¿qué le aclarará éste a un lector medio? Y eso que no son más que problemas con la botánica y la zoología. ¿Y qué pasa con toda la enorme esfera de lo psíquico, con las creencias y la mentalidad de esta gente? Cada una de las lenguas europeas es rica, sólo que su riqueza no se manifiesta sino en la descripción de su propia cultura, en la representación de su propio mundo. Sin embargo, cuando se intenta entrar en territorio de otra cultura, y describirla, la lengua desvela sus límites, su subdesarrollo, su impotencia semántica.
     África significa miles de situaciones. De lo más diversas, distintas, contradictorias, opuestas. Alguien dirá: «Allí hay guerra.» Y tendrá razón. Otro dirá: «Allí hay paz», y también tendrá razón. Todo depende de dónde y cuándo.
     En tiempos anteriores a la colonización –así que tampoco hace tanto– en África habían existido más de diez mil países, entre pequeños Estados, reinos, uniones étnicas, federaciones. Un historiador de la Universidad de Londres, Ronald Oliver, en su libro titulado African Experience (Nueva York, 1991), centra su atención en la paradoja, aceptada de manera generalizada, según la cual los colonialistas europeos llevaron a cabo la división de África. «¿División?», exclama Oliver, asombrado. «Brutal y devastadora, pero ¡fue una unificación! El número diez mil se redujo a cincuenta.»
     Aun así, queda mucho de aquella diversidad, de aquel fulgurante mosaico, que se ha vuelto un cuadro creado con terrones, piedrecillas, astillas, chapitas, hojas y conchas. Cuanto más lo contemplamos, mejor vemos cómo todos esos elementos diminutos que forman la composición, ante nuestros ojos cambian de lugar, de forma y de color hasta ofrecernos un impresionante espectáculo que nos embriaga con su versatilidad, su riqueza, su resplandeciente colorido.

*

     Hace unos años pasé la Nochebuena en compañía de unos amigos en el Parque Nacional de Mikumi, en el interior de Tanzania. La tarde era cálida, agradable, sin viento. En un claro en medio de la selva, sin más protección que el cielo, había dispuestas varias mesas. Y sobre ellas, pescado frito, arroz, tomates y pombe, la cerveza local. Ardían las velas, las antorchas y las lámparas de petróleo. Reinaba un ambiente distendido y agradable. Como suele pasar en África en ocasiones semejantes, se contaban chistes e historias graciosas. Habían acudido allí ministros del gobierno tanzano, embajadores, generales, jefes de clanes. Era más de medianoche cuando sentí que la impenetrable oscuridad –que empezaba justo detrás de las mesas iluminadas– se mecía y retumbaba. No por mucho rato. El ruido aumentaba por momentos, hasta que de las profundidades de la noche emergió un elefante, justo a nuestras espaldas. Ignoro si alguien de entre vosotros se ha topado con uno cara a cara, no en un zoo o en un circo, sino en la selva africana, allí donde el elefante es el terrible amo del mundo. Al verlo, la persona es presa de un pánico mortal. El elefante solitario, apartado de la manada, a menudo se halla en estado de amok y es un agresor frenético que se abalanza sobre las aldeas, arrasando chozas y matando a personas y animales.
     El elefante era realmente grande, tenía una mirada penetrante y perspicaz y no emitía sonido alguno. No sabíamos qué pasaba por su tremenda cabeza, qué haría al cabo de un segundo. Tras quedarse parado durante un rato, empezó a pasearse entre las mesas, en cuyo derredor reinaba un silencio sepulcral: todo el mundo, inmóvil, estaba paralizado por el terror. Nadie osaba moverse, no fuera a ser que aquello liberase la furia del animal, que es muy rápido; no hay manera de huir de un elefante. Aunque por otro lado, al quedarse sentada quieta, la persona se exponía a que la atacase; en tal caso moriría aplastada bajo los pies del gigante.
     De modo que el paquidermo se paseaba, contemplaba las guarnecidas mesas, la luz, la gente petrificada… Por sus movimientos, por sus balanceos de cabeza, se adivinaba que aún vacilaba, que le costaba tomar una decisión. La cosa se prolongó hasta el infinito, durante toda una gélida eternidad. En un momento dado intercepté su mirada. Nos escrutaba pesada y atentamente, con unos ojos que expresaban una profunda y queda melancolía.
     Al final, después de dar varias vueltas a las mesas y al prado, nos abandonó: se apartó de nosotros y desapareció en la oscuridad. Cuando cesó el retumbar de la tierra y la oscuridad dejó de moverse, uno de los tanzanos que se sentaban a mi lado preguntó:
     —¿Has visto?
     —Sí –contesté, aún medio muerto–. Era un elefante.
     —No –repuso–. El espíritu de África siempre se encarna en un elefante. Porque al elefante no lo puede vencer ningún animal. Ni el león, ni el búfalo, ni la serpiente.
     Sumidos en el silencio, todos se dirigían a sus respectivas cabañas mientras los chicos apagaban las luces en las mesas. Todavía era de noche, pero se aproximaba el momento más maravilloso de África: el alba.
---Fin---

09 agosto 2025

Dr. PATRICK FONTI, Universidad de Amberes | Noticias WSL, Enero-2025
Las raíces siguen creciendo en invierno y es sorprendente 

Cuando bajan las temperaturas, los troncos y las raíces de los árboles dejan de crecer. Eso es lo que pensábamos, pero una investigación realizada por científicos de la Universidad de Amberes, con la participación del Instituto Federal de Investigación Forestal, de la Nieve y del Paisaje WSL, muestra que en los bosques subterráneos hay actividad invernal. 

El mundo subterráneo de los árboles permanece en gran medida inexplorado, ya que es invisible y de difícil acceso sin dañar el árbol. Sin embargo, las raíces son esenciales para la nutrición, la absorción de agua, el anclaje del árbol y el almacenamiento de compuestos de reserva. Las raíces suelen ser tan extensas como las ramas y las hojas. Las de diámetro superior a dos milímetros están fabricados de madera, viven mucho tiempo y almacenan hasta un tercio de la biomasa del árbol. A pesar de su importancia, la comprensión del crecimiento de estas raíces leñosas ha sido limitada y se ha basado en gran medida en suposiciones... hasta ahora.
     La literatura generalmente supone que el crecimiento de las raíces leñosas de árboles de hoja caduca en climas templados sigue el mismo ciclo estacional que el del tronco. Es ampliamente aceptado que ambos se detienen en el otoño debido al clima frío, para reanudarse en la primavera. Sin embargo, esta hipótesis aún no ha sido probada rigurosamente. Un nuevo estudio, realizado por científicos de la Universidad de Amberes con socios europeos, cuestiona esta hipótesis ampliamente aceptada. Muestra que las raíces leñosas continúan creciendo durante los meses más fríos, incluso cuando los troncos dejan de desarrollarse.
     Lorène Marchand (Universidad de Amberes), autora principal del artículo publicado en Nature Ecology and Evolution, dice: "Probamos esta idea porque todos los modelos forestales se basan en esta suposición, que puede ser una fuente de incertidumbre y errores. Nos centramos en las principales especies de árboles que se encuentran en los bosques templados de Europa occidental".

Experimento con árboles forestales y árboles jóvenes en macetas.
     Durante dos años, los científicos tomaron micronúcleos de raíces y troncos cada semana, de agosto a marzo, de hayas y abedules adultos en los bosques alrededor de Brasschaat, en el norte de Bélgica. También llevaron a cabo un experimento con hayas, abedules, robles y álamos jóvenes de aproximadamente un metro de altura, cultivados en macetas en Brasschaat, cerca de Barcelona (España) y cerca de Oslo (Noruega), para evaluar si los resultados eran consistentes entre el centro y la periferia de la zona templada europea. En total se estudiaron 330 árboles y se tomaron más de 1.000 muestras de raíces.

Una sección de raíz observada al microscopio (izquierda), una sección de raíz extraída del bosque (centro) y un hayedo estudiado en Bélgica (derecha). B Vista esquemática del crecimiento de la madera en las raíces y el tronco de hayas en septiembre, noviembre y marzo; los colores amarillo y naranja indican células en crecimiento; Adaptado del artículo (Marchand et al. 2025)

     Lorène Marchand: "Lo que encontramos es sorprendente. Mientras que la madera del tronco deja de crecer en otoño a medida que caen las hojas, la madera de la raíz continúa creciendo lentamente durante todo el invierno e incluso hasta la primavera, cuando aparecen nuevas hojas. Este crecimiento de las raíces en invierno contradice la sabiduría convencional de que el crecimiento de las raíces corresponde al crecimiento del tronco. En realidad, el crecimiento de las raíces continúa incluso cuando las temperaturas del suelo están cercanas al punto de congelación, como se observa en Noruega. El patrón de crecimiento de las raíces no depende de la ubicación, siendo nuestras observaciones similares en árboles jóvenes muestreados en España, Bélgica y Noruega, a pesar de variar ampliamente. Nuestros resultados sugieren que, en ausencia de heladas en el suelo, el crecimiento de raíces leñosas en otoño e invierno es una característica común de los árboles de zonas templadas en Europa occidental. 

Implicaciones para los modelos forestales
     Este descubrimiento reconfigura nuestra comprensión del crecimiento de los árboles y su gestión de las reservas de carbono. Demuestra que los tejidos leñosos crecen continuamente, incluso en climas templados, y destaca el papel activo de los bosques en invierno, especialmente bajo tierra. Matteo Campioli, coautor principal, afirma: "Nuestros resultados ofrecen implicaciones importantes para los modelos forestales, que se basaban en suposiciones obsoletas sobre el crecimiento de las raíces, lo que podría conducir a errores en las predicciones del almacenamiento de carbono forestal y la dinámica de crecimiento". 

Información:
Marchand, L.J., Gričar, J., Zuccarini, P. et al. No winter halt in below-ground wood growth of four angiosperm deciduous tree species. Nat Ecol Evol (2025). doi.org/10.1038/s41559-024-02602-6
https://www.wsl.ch/fr/news/les-racines-continuent-de-pousser-en-hiver-et-cest-surprenant/

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19 julio 2025

EL YATAY, leyenda guaraní

Según historias de los viejos Arandu (en guaraní es Manos Sabias), esas que se escuchan junto al fuego por las noches envueltas en humo de tabaco fuerte, Yatay era uno de los Arandu que guiaba a su pueblo guaraní hacia la tierra sin mal.
     Alto y muy fuerte, de edad indefinida, decían que sus años no podían contarse, que seguía vivo y vital gracias a su adoración a Tupa; su astucia y capacidad de conducir a su pueblo lo hacían uno de los sabios mas consultados.
     En la gran migración, después de haber pasado por guerras con otros pueblos, la marcha se continuó durante el invierno. Recolectores y cazadores como eran, sabían que los meses donde caen las hojas la comida es escasa y los animales se vuelven esquivos, situación que sumada a los fuertes fríos comenzó a hacer mella en el espíritu del pueblo.
     Reunidos los Arandu junto al fuego mayor todos buscaron el consejo de Yatay, que indicó que debían seguir avanzando, que llegarían a tierras más cálidas y con mejores condiciones, que quedarse allí sería peor aún. Los Arandu le hicieron escuchar el llanto de los niños que colgados a los pechos de sus madres sin leche lloraban ya de hambre y, seguramente, pronto comenzarían a morir.
     Yatay se mantuvo firme, dijo que a la mañana él encabezaría la marcha y que si en dos días no encontraban comida él daría de comer al pueblo.
     La marcha continuó pero el terreno cada vez fue peor, encontrando arenales ya sin árboles, casi sin leña para el fuego, ni animales, ni frutas, así que volvieron los ancianos a reunirse. Acusaron muy duramente a Yatay de fracasar por lo que fue expulsado del pueblo y su pipa de comunicarse con Tupa (El Dios) fue rota. Se le quitó abrigo, comida y agua, y así, sólo, debió marcharse.
     Cuando ya se perdía en la noche pidió que siguieran la picada por donde él se alejaba, que como prometió allí alimentaría al pueblo. Esto le valió ser golpeado y apedreado por las mujeres desesperadas por el hambre.
     Al día siguiente, apenas se asomó el sol, el pueblo que puso en marcha, entre el llanto de las madres que sabían que en un día mas y sus hijos perecerían de hambre. En la tierra del camino aún se veían las huellas de Yatay.
     Casi con el sol en lo alto, vencidos por el hambre, hicieron un alto y, al mirar hacia adelante, vieron a lo lejos una palmera que no conocían y que estaba rodeada de muchos animales. Los Arandu continuaron caminando hasta árbol cuando, con asombro, vieron que las huellas de Yatay llegaban hasta allí y se perdían. Era una alta palmera de tronco fuerte y de su copa brotaban, entre las grandes hojas, cachos de frutos maduros de penetrante olor. 
     Los cazadores consiguieron carne pero cuando las mujeres probaron los frutos sintieron una nueva energía y sus pechos se hincharon de alimento para sus hijos. Esa leche tenía un fuerte gusto al fruto de la desconocida palmera.
     Ya a salvo el pueblo los Arandu  se dieron cuenta que el viejo Arandu cumplió su promesa. Al segundo día alimentó a su pueblo transformándose él en esa nueva palmera que les daba comida.
---Fin---
     El Yatay justamente se llena de frutas en agosto cuando toda otra fruta escasea, así alimenta a los animales y hombres cuando nada hay para comer, sus hojas secas sirven para fuego que si bien dura poco da excelente calor. Las vacas que comen sus frutas dan leche con gusto a las frutas, e incluso el queso hecho con esa leche mantiene el agradable sabor del Yatay.
     Yatay (Butia yatay) es una palmera propia del Taragui, que da unos frutos sabrosos y de muy buen valor alimenticio. En el campo es común consumirlos y lo que cae de la planta naturalmente sirve de excelente alimento a vacunos y otros animales. La edad de estas palmeras es difícil de calcular y hay quienes dicen "que algunas de ellas están inclinadas porque allí se rascaban los dinosaurios", son elegantes, de tronco duro y lleno de cicatrices de las hojas.




13 junio 2025

Los jardineros que no aman a los árboles

De "LosÁrbolesMágicos"
Los peligros de tapar los alcorques de árboles urbanos con caucho.

Los árboles urbanos son un componente vital de nuestras ciudades, proporcionando sombra, purificando el aire y mejorando el paisaje urbano. Sin embargo, en muchos entornos urbanos, es común encontrar que los alcorques, el espacio que rodea la base de los árboles, están cubiertos con materiales artificiales, como caucho poroso. Aunque esta práctica puede parecer una solución conveniente, tiene efectos negativos significativos para la salud y el crecimiento de los árboles, así como para el bienestar de las personas y el medio ambiente en general.

La importancia de los alcorques para los árboles urbanos

Los alcorques juegan un papel crucial en el bienestar de los árboles urbanos. Estas áreas alrededor de las bases de los árboles permiten el acceso al oxígeno, agua y nutrientes esenciales para el sistema de raíces. Además, proporcionan espacio para que el agua de lluvia penetre en el suelo, lo que es especialmente importante en entornos urbanos, donde el pavimento y las superficies impermeables evitan que el agua se infiltre naturalmente.

Los alcorques también permiten que las raíces respiren y se expandan libremente, lo que favorece el crecimiento saludable del árbol. Cuando se cubren con materiales como caucho poroso, se crea una barrera artificial que restringe el acceso del aire y el agua al sistema de raíces del árbol, afectando negativamente su crecimiento y desarrollo.

Problemas asociados con el caucho poroso en alcorques

Aunque el caucho poroso se comercializa como una solución permeable que permite el paso del agua y el aire, no es una opción adecuada para cubrir los alcorques de árboles urbanos. Estos son algunos de los problemas asociados con su uso:

1. Compactación del suelo: Con el tiempo, el peso de las personas y vehículos que transitan sobre el caucho poroso puede compactar el suelo debajo, reduciendo aún más la capacidad del suelo para retener agua y permitir que las raíces respiren.

2. Acumulación de calor: El caucho poroso puede retener y reflejar el calor, lo que aumenta la temperatura del suelo y del área circundante. Esto crea un microclima hostil para el árbol y dificulta su supervivencia, especialmente en períodos de altas temperaturas.

3. Escorrentía del agua: Aunque el caucho poroso es permeable, la superficie impermeable que generalmente lo sostiene, como el asfalto, impide que el agua de lluvia se infiltre adecuadamente en el suelo. Esto conduce a una mayor escorrentía y menos recarga de las reservas subterráneas de agua.

4. Limitación del crecimiento de las raíces: El caucho poroso puede restringir el crecimiento y la expansión natural de las raíces del árbol, lo que resulta en un sistema de raíces débil y poco desarrollado. Esto hace que los árboles sean más susceptibles a la caída en condiciones de viento fuerte o tormentas.

5. Contaminación del suelo: Al descomponerse con el tiempo, el caucho puede liberar compuestos tóxicos y contaminantes en el suelo, afectando negativamente la calidad del suelo y, por ende, la salud del árbol y la vida microbiana.

 

Alternativas más saludables

En lugar de cubrir los alcorques con caucho poroso u otros materiales artificiales, es fundamental buscar alternativas más amigables con los árboles y el medio ambiente:

1. Mantillo orgánico: Utilizar mantillo orgánico, como corteza de árbol o compost, proporciona una capa protectora alrededor del árbol que ayuda a conservar la humedad del suelo, evita la compactación y favorece el desarrollo de la vida microbiana beneficiosa.

2. Pavimentos permeables: En zonas donde sea necesario un pavimento, optar por materiales permeables que permitan la infiltración del agua en el suelo, como adoquines permeables o materiales porosos específicamente diseñados para áreas arboladas.

3. Mejora del diseño urbano: Planificar adecuadamente los espacios urbanos para incluir áreas verdes bien diseñadas con alcorques adecuados. Esto permitirá el crecimiento saludable de los árboles y mejorará la calidad de vida de los ciudadanos.

4. Educación y concienciación: Sensibilizar a la comunidad sobre la importancia de mantener alcorques libres de materiales artificiales y la relevancia de proteger y cuidar los árboles urbanos.

Conclusión

Tapar los alcorques de árboles urbanos con caucho poroso puede parecer una solución conveniente, pero tiene consecuencias perjudiciales para los árboles y el medio ambiente. La preservación y el bienestar de los árboles urbanos son fundamentales para garantizar la sostenibilidad y la calidad de vida en las ciudades. Optar por alternativas más saludables, como el uso de mantillo orgánico y pavimentos permeables, es esencial para proteger nuestros árboles y contribuir a la creación de ciudades más verdes y sostenibles.

29 mayo 2025

Un expléndido trabajo en busca de la conexión entre nuestros nombres y la naturaleza. Id al original en el enlace...

MIGUEL ALONSO, en su blog NATURALEZA, de 2018
Nombres inspirados en el bosque
 

La tarea de hoy es encontrar nombres de persona relacionados con los bosques. Nombres bonitos, quizás para futuros bebes, que conecten a las personas que los llevan con una parte tan importante para la vida como son los árboles y los ecosistemas que conforman.
nombres inspirados en el bosque

      Hay un montón de nombres de persona relacionados con la naturaleza en general, pero concretamente relacionados con los bosques y los árboles hay también muchos nombres. Saber quién se llama por alguno de estos nombres puede ser consultado en el instituto nacional de estadística en este enlace: Nombres INE.
     Las personas, como seres humanos que somos, partimos de una base en la que todos éramos arborícolas: animales que vivíamos en los árboles y en sintonía con la naturaleza. Tener un nombre relacionado con los árboles nos devuelve el mutualismo con nuestros orígenes.
    La lista de nombres es extensa, por lo que los voy a clasificar en varias ramas, como si se tratara de un gran árbol de los nombres. O más bien, un extenso bosque de la diversidad, en donde cabría, como en una gran reserva forestal de montaña, diversas zonas. Una sería relativa a la propia esencia del significado, unido en cierto modo con el carácter mitológico que da buena cuenta de muchas de las palabras que usamos hoy en día.  Y por otra parte, una alusión a todas aquellas referencias directas de quien se llama como aquellos a quien desde bien antiguo se veneraba. Esos entes que con sus raíces creaban lazos de unión fundiendo en un mismo ecotopo a animales, plantas y hongos. Todos dependientes directamente o indirectamente de los gigantes de las plantas.
 

Nombres relativos al conjunto de los bosques y las selvas

Nombres que significan o aluden al árbol: Árbol / Ilán / Aoki

      Si Árbol fuera un nombre de persona establecido como común no nos resultaría tan exótico, ya que existen muchos nombres con referencia directa, como: Estrella, Luna, Nieves o Paloma; por ejemplo. Pero existen nombres como Ilán y Aoki que significan árbol. Ilán es hebreo y Aoki es un nombre japones que significa árbol verde. Del hebreo también tenemos Teva, que significa naturaleza. En euskera Zuhaitz significa árbol, y Sukil significa "el tronco de navidad". Sukil es un nombre poco común que guarda en esencia antiguas costumbres paganas del culto al sol a través de la madera de los árboles.
      Del árbol salen las ramas y en Euskera hay dos nombres que tienen que ver con las ramas y las ramitas: Abar para chico y Abarne para chica. Se asemejan a Ramos en castellano. Estos dos nombres están sacados del diccionario de la real academia de la lengua vasca euskaltzaindia. Una colección de nombres basados en el "Deun-ixendegi Euzkotarra", santoral publicado por Sabino Arana y Koldo Elizalde.
      Del inglés sale Timber, aludiendo a la madera, de donde se asocia Timberly, semejante a Kimberly.

Nombres que significan o aluden al bosque: Bosque / Aaron / Oihan....

      De por sí solo, Bosque sería un nombre muy bonito para llamar a nuestros retoños, incluso podría ser un nombre sin género. De bosque derivan muchos nombres en diversas lenguas. Bosco, se puede usar como nombre, pero viene de un apellido italiano que tiene referencia al bosque, y es popular por San Juan Bosco. Aaron significa bosque en hebreo, Shajara (شجرة) es bosque en árabe, Nahele es el nombre hawaiano para bosque. Del euskera hay nombre tanto masculino como femenino para referirse al basoa (bosque): Oihan y Oihane. Como se puede leer en el euskaltzaindia, que es la palabra en euskera que designa al bosque. Oihan también puede ser tomado como selva. De nombres griegos nos podemos encontrar con Xylon y Xylona, que significan provenientes del bosque. Y existe el nombre Forrest, popular por la película Forrest Gump.
      Incluyo en la lista de nombres relacionados con el bosque el nombre de dos parques naturales de Galicia: Aloia y Eume. Aloia fue el primer parque natural de Galicia y ahora empieza a ser un nombre utilizado para niña; las Fragas do Eume es uno de los bosques atlánticos de ribera mejor conservados de Europa, y también es el nombre de un río. Eume como nombre es corto y muy poco común. En euskera hay un nombre similar a Aloia que es Alaia, que significa alegría. Tampoco hemos de olvidarnos de otro bosque espectacular de la península ibérica: la selva de Irati, uno de los mejor conservados bosques de hayedos y abetos de Europa. Irati existe como nombre, y ya de por sí, tiene relación con los helechos. Y hay otros dos hayedos con nombres interesantes en Asturias, el de Pome y el de Hermo.

Nombres con referencia mitológica 

     Silvano, en la mitología romana es el dios protector de los bosques. En principio era un dios etrusco llamado Selvans. Sus nombres se asocian fácilmente con los bosques densos y llenos de vida, la selva. Selva es un bonito nombre también para niña, con mucha fuerza, que tiene el derivado Silvia. Silvia significa que es natural de los bosques. De Silvano se deriva Silvana, Silvio, Silverio, Silván, Silva, Silas... Algunos tienen también su variante en euskera, Silvia puede ser Silbia ó Silbe, Silván es Silbán y Silvana es Silbane. Para Silvia hay también una variante griega que es Xylia.
    De la mitología romana también tenemos el nombre Diana, diosa romana de los bosques, que tiene similitud con la diosa Artemis griega. De tener dos hijas y querer darle un bello significado, si la mayor se llamara Diana y la menor Silvia, significaría que la hermana mayor siempre estaría protegiendo a su hermana pequeña. Otro nombre relacionado con los árboles es Hespérides, de la mitología griega, que proviene de las ninfas de los árboles frutales, también conocidas como mélides, de donde podría derivar el nombre Melinda.
     Si el dios latino de los bosques es Silvano, Sucellos es su homólogo en la mitología celta. Sucellos es dios no solo de los bosques, sino de la agricultura, la medicina celta y las bebidas alcohólicas.
     En la mitología eslava también tienen dioses relacionados con la naturaleza y los bosques. Leshy es el espíritu del bosque, que protege la naturaleza. Es equivalente al Basajaun y Barsandere del País Vasco. Leshy viene a significar el anciano del bosque. También está Boruta, que significa pino. Boruta viene de Borevit que era también un dios de los bosques y la caza. Los dioses eslavos también se asocian con Fauno y con Pan por su carácter burlón. 
     La mitología nórdica, a pesar parecer tan bélica, también tiene dioses protectores de la naturaleza y los bosques, como Jord (Jörð), diosa madre de la Naturaleza, que vive en un santuario del bosque desde donde protege a la vida vegetal en general. Jord equivale a Nerthus en la mitología germana. Y recibe también nombres como Hlodin (Hlôdyn), HerthaFjorgen (Fjörgyn) y Eartha. De este último viene la palabra inglesa Earth (La Tierra). De Hlodin tiene relación el nombre griego Elodie, que también tiene referencia a la fertilidad. y de Fjorgen podría ser Fiorella o Fiorgina. Fiorella viene del italiano pequeña flor y Fiorgina no se si existe realmente como nombre en castellano. De Nerthus también se deriva Nerta, como diosa de la naturaleza.
      Y no hay que olvidarse de los kodamas (木霊) japoneses, que son espíritus del bosque que protegen a todos sus habitantes. Son espíritus pacíficos y tranquilos, pero que se disgustan si alguien no tiene respeto por el medio ambiente.

Nombres relacionados directamente con los árboles

      Nombres relacionados con los árboles pueden existir tantos como los tipos de árboles diferentes que pueblan La Tierra, y se estima que hay más de 60.000 especies diferentes de árboles. Árboles que pueden también tener tantos nombres como culturas los conozcan. La lista aún se está haciendo en Global tree search o buscador de árboles. Por ello voy a enumerar algunos ejemplos de nombres y su relación. De conocer algún nombre más que no salga estaría muy agradecido si lo dejaras en los comentarios.

Con el abedul
     Abedul como nombre es muy raro, pero podría ser un bonito nombre, ya que el abedul es un árbol medio mágico que antiguamente era considerado como el árbol de la sabiduría. Se conoce en latín como "betula pendula" y aún no usándose en castellano por el nombre común, si tiene más acepciones que son utilizadas. En euskera el nombre Urko deriva de urki, abedul. Según el instituto nacional de estadística, en España existen 2794 personas con este nombre. En Asturias se conoce como Abidur o Bidur. En Galicia como Bidueiro, Bido Bídalo. Del catalán tendríamos Bedoll, Bedot, Bedut. Todas, menos en euskera tienen relación con la palabra Betu, de origen celta, de donde se originó la palabra latina betulla. Así sucede también con la palabra inglesa Birch, que guarda relación. Del escocés antiguo tenemos BirkBerk es abedul en neerlandés, Birke en frisio y en alemán. Todas variantes de Betu.
Los abedules son árboles de climas fríos, y según vamos subiendo por el mapa encontramos que la verdadera magia de los abedules está en el norte de Europa, donde hay bosques y bosques de diferentes tipos de Betulas. Abedul en finés se dice Koivu, y en sueco encontramos un nombre muy conocido musicalmente, Björk, que en noruego es Bjørk. Aunque la cantante Björk es de Islandia, donde abedul también se dice Birki.

Con la acacia
      Acacia es espinoso en griego. En castellano existe Arancha, de origen euskera (Arantxa o Arantza), que tiene que ver con los espinos, también está la variante Aránzazu. Los espinos son las plantas que tienen espinas, el nombre se refiere a cualquier lugar con plantas espinosas, como los bosques secos. Ya que como espino nos podemos referir al Crataegus monogyna, conocido como Majuelo, espino común, espino albar... la acacia farnesiana o espinillo blanco, o los espinos negros, de la especie rhamnus... Un nombre ideal para poner si nos encantan este tipo de ecosistemas. De chico también tendríamos Acacio. Acacio, que resulta ser un nombre más popular según el INE que Acacia.

Con los alisos
      Los alisos están emparentados con los abedules. Ambos árboles pertenecen a la familia de las betuláceas. Aliso es un árbol que se utiliza para hacer guitarras. Dentro del género hay un Alnus. Haltz en euskera.

Con la amelia
      El árbol de Amelia (Melia azedarach), se conoce también como cinamomo, Melia o árbol santo. Aunque nada tiene que ver este árbol con el cardamomo.

Con el avellano
      Avelino o Avelina tienen relación con el avellano (Corylus avellana), el origen de Avelino está en el norte de la península ibérica y significa que procede de las avellanas. Y es un nombre que se puede convertir en otros dos: Abel y Lino. Es un nombre en desuso, ya que se suele usar comúnmente Abel tal cual, pero Avelino tiene santoral el 10 de Noviembre. Abel tiene un origen completamente distinto del de Avelino y nada relacionado con los árboles. También existen las variantes en euskera de Avelino y Avelina como Abelin y Abeliñe, ó Hurritz, que es avellano en euskera.
      Más nombres de nombres de árboles que empiezan por A podrían ser: Acebo (Gorosti en euskera), AilantoÁlamo, (Makal en euskera), AlerceAlmez, AraliaArce (Artigar en euskera), ArecaArgán, Aromo, Azuceno...

Con el castaño
      Las castañas eran antiguamente un alimento fundamental en regiones como Galicia, y por ello los castaños (Castanea sativa) eran muy apreciados. Castaño ó Castanea son nombres con fuerza. En euskera se conoce como Gaztainondo. De castaño se derivan BrunoBrunaBrunella, aunque tienen que ver más con el color castaño. Del hindú, más vinculado también al color castaño que al árbol, existe el nombre Arún. Del propio árbol del castaño se pueden usar los nombes griegos originales como Kastana y Kastanon.

Con el ciprés
      Ciprés, nombre asociado con Chipre. En euskera Nekosta. En México hay uno de los árboles más antiguos del mundo. Se llama el árbol del Tule, que significa el árbol de la iluminación. Tule es por ello, otro nombre corto pero con mucho significado. Se basa en las leyendas zapotecas, poco conocidas, pero muy interesantes. La leyenda zapoteca para el árbol de Tule indica que fue plantado hace más de 1000 años por Pechocha, un sacerdote del dios del viento.

Con el drago
      El drago (Dracaena Draco) es un árbol muy llamativo de las islas canarias, símbolo natural de la isla de Tenerife, aunque también se encuentra en más islas y en Marruecos. Es un árbol considerado mágico, ya que su savia, al contacto con el oxígeno del aire se oxida y se vuelve roja. Y esta denominada sangre de Drago era utilizada por los antiguos aborígenes guanches como medicina.
      El drago está asociado con el dragón, en su nombre latino lo indica: Dracaena draco, que significa Dracaena Dragón. Por ello los nombres que tienen relación con este árbol también lo pueden tener con los dragones, como la constelación de Draco. Y entonces nos acordamos del nombre Draco, que nos recuerda a Harry Potter y su personaje Draco Malfoy, o al conde Draco de barrio Sesamo (en España), ya que en Latinoamérica se le conoce como conde Contar. Aunque también se podría utilizar como nombre Drago, o Dracón, aunque Dracón está asociado a las leyes draconianas, ya que fue el primer codificador de leyes de Atenas.

Con el fresno
      El fresno (Fraxinus) es el árbol de la buena suerte, que según creencias antiguas atraía fortuna y alejaba las desgracias. Fresno puede ser un nombre original, ya que apenas se escucha, y seguro que atrae buen karma. Fresno también es el nombre de una ciudad de Estados Unidos.
Como los demás nombres, Fresno tiene más acepciones: En euskera se dice LizarOrnella viene de Orno, tiene origen en el fraxinus ornus, o fresno de flor, es más frecuente su uso en Italia. En catalán se dice Freixe.
     En noruego freso es Ash, como el protagonista de pokemon. También como el nombre de uno de los primeros humanos según la mitología nórdica. En sueco es Aska. E incluso en esperanto, como Cendre. Pero los nombres más populares relacionados con el fresno vienen del inglés: Asthon y Ashley.

Con el laurel
      Nombres que tienen que ver con el laurel (Laurus nobilis) hay muchos. Desde propiamente Laurel, muy utilizado en el mundo anglosajón, hasta Lauro, Llauro, LaureanoLaura, Lorenzo, Lawrence, Loreto y Dafne. Y otros nombres tienen también relación, como Aurelio y Apolo. Ya que el laurel también se conoce como el árbol de Apolo. En el mundo romano era normal coronar a los triunfadores con una corona de laurel, por ello, el nombre va asociado a triunfo. Y aludiendo a la corona de laurel existe el nombre hebreo Kelila, que ha revertido en Kayla. Y existe un nombre similar en lengua mapuche: Lahual, que también tiene relación con un árbol, aunque no con el laurel curiosamente, sino con el Alerce, del genero Larix.

Con el olivo
      Del olivo (Olea europaea) salen varios nombres, como Olivio, Olivia, Óliver, Olivier, Oliveiro. El olivo es el árbol símbolo de la paz, la bandera de naciones unidas lleva una rama de olivo. Si en Roma los triunfadores llevaban coronas de laurel, los novios a punto de casarse llevaban coronas de olivo, está así consagrado a la diosa Minerva.

Con el olmo
      El olmo (Ulmus) es un árbol noble, que simboliza alcanzar nuevas metas, por ello está asociado con Hermes, que según la mitología griega es el dios mensajero. Olmo, así mismo, es el árbol del encuentro, árbol perdurable, el árbol de la palabra, que como dijo Machado: Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. Olmo es un bonito nombre que empieza a ser más utilizado, se dice Zumar en euskera. Hay un nombre parecido: Elma, que podría ser Olma, pero viene del griego amable. Y también existe Elmo, como el personaje de barrio sésamo. De la mitología nórdica tenemos un nombre que viene de Almar (Olmo): Embla, supuestamente uno de los dos primeros humanos, junto con Ask (Fresno). Son una representación nórdica de Adán y Eva. Embla sería Eva, nacida a partir de un tronco de Olmo. En inglés se dice Elm.

Con el pistacho
      Llamar a nuestro hijo Pistacho, como el árbol "Pistacia vera" puede resultar muy llamativo, es parecido a Nacho. El Pistacho también es conocido por el nombre de Alfónsigo, una variante de Alfóncigo. Según la RAE: Árbol que pertenece a familia de las anacardiáceas, de unos tres metros de altura, hojas compuestas de color verde oscuro, flores en forma de bulbo cerrado y fruto drupáceo, con una pequeña almendra de color verdoso comestible de tipo oleaginosa dulce, llamado pistacho. El nombre Alfónsigo, aunque se parece a Alfonso, no tiene mucha relación. Y por último el alusivo latino de la planta: Vera, un nombre que es sinónimo de verdadero. Como que es el pistacho de verdad.

Con el roble
      Roble es un árbol sinónimo de fuerza, de majestuosidad, de robusto, aunque robusto viene más bien de roble que roble de robusto, su nombre latino es quercus robur. Poner de nombre Roble a nuestro hijo es sinónimo también de justicia.
      Adair proviene del gaélico, es una especie de variante de Edgar, que tiene la derivación en la siguiente frase: "from the oak tree ford", que quiere decir: "Del del roble", tiene variantes como Dare, Ada, Addie Addy. Relacionado con las hadas un poco en consonancia con el nombre Ada, está Driade, es un nombre referido a las ninfas de los robles, proviene de la mitología griega.
      Bajo la copa de los robles se impartía justicia y se juraban antiguamente las leyes en algunas culturas de Europa, como en el caso del árbol de Guernica, un roble que hoy simboliza las libertades tradicionales de los vascos. Haritz es la palabra en euskera que designa roble. Y para coronar con el roble, un nombre que luce de antiguo: Robustiano, que significa robusto como un roble.

Sabina / Sabino
      La sabina es un árbol sagrado de los íberos, un junípero exclusivo de la península ibérica, silueta hermosa en el horizonte, que destaca en su entorno, ya que las sabinas son árboles de bosques abiertos. La corteza es peculiar como deshilachada, que no se pudre nunca. Es una madera preciosa muy dura, y que al quemarla desprende un fuerte olor. Otro dato curioso es que para que una sabina nazca es necesario que su falsa semilla haya sido comida por un animal. Es un árbol de lento crecimiento. Con la Sabina se nos pueden venir varios nombres a la cabeza, como Sabrina. Que si bien suena muy parecido, Sabrina tiene que ver con la mitología celta y la diosa de un río llamado Severn. Tienen en particular que tanto las sabinas como el río Severn están asociados con la lentitud de su curso, es decir, la calma.
      Otro nombre que está asociado con este árbol es Sabino, forma masculina de sabina. Nombre que han llevado personajes tan ilustres como Sabino Arana, a quien cité anteriormente por su santoral de nombres de la lengua vasca.
     Y es curioso todos los nombres que este árbol recibe en lengua castellana: agallaras, agallujas, agayuga, albarra, cagurrias, cedro de España, enebra, enebro de incienso, enebro de la bardera, gallaritas, gayuba, trabina.... Y de entre tantos nombres hay uno que suena muy bonito para persona, el de la sabina mora, conocida como Araar.

Con el tejo
      El tejo (Taxus baccata) es un árbol milenario, el árbol de la vida y la muerte, venerado por los antiguos celtas y que ha estado en la cultura popular como árbol sagrado hasta hace bien poco. Ha sido un árbol de remedios medicinales, de venenos, de apreciada madera, e incluso como árbol asambleario, ya que al ser un árbol mucho más longevo que cualquier humano formaba parte de las raíces colectivas de nuestras aldeas y pueblos. Aunque hoy todo ese simbolismo se ha perdido casi al completo. Por ello Tejo es un nombre emblemático, que junta naturaleza con nuestras raíces, con la vida y la muerte. Pero no solo existe Tejo como nombre en relación con este increíble árbol. Hay varios nombres fácilmente reconocibles asociados. 
     Otros posibles nombres relacionados con el tejo son: Ivo, Ivon, Ivonne derivados de Ives, del latín Ivonis. De Ives se deriva también YvesYvette, Yvonne en Francia. Ivette en alemán, que guarda relación con arquera, ya que la madera del tejo es de las mejores maderas para hacer arcos. En inglés, para decir tejo la palabra es similar: Yew. Aunque existe un nombre más conocido que guarda relación: Owen, que está relacionado en castellano con Eugenio, el bien nacido. Pero parece ser que su origen más tiene que ver con el irlandés antiguo, siendo una variante de Eogan, que significa "nacido del tejo", que guardaría relación en cierto modo con el significado de Eugenio también. También hay cierta similitud con Iván, que significa Juan.

Con el tilo
      Los tilos son los árboles longevos, conocidos como los árboles de la resurrección, de donde se saca la flor de tila. Pertenecen a la familia de las malváceas, osea que de estos árboles se podrían sacar los nombres Tilo y Malva. Tilo, Etki en euskera. Existen también los nombre: Lynae, Lynn o Linea, que significan "árbol de tila", de origen escandinavo. El famoso botánico, naturalista y zoólogo sueco Carlos Linneo, podría tener alguna relación en su apellido con este árbol. En inglés Linden también alude al tilo, de donde se puede derivar Lindsay (isla de tilos) y Lindsey (tilos cerca del agua). Y en alemán Lindberg es la montaña de tilos, que se podría españolizar como Limber, aunque Limber es un nombre proveniente de África que expresa felicidad.

Más nombres relacionados con árboles pueden ser:
     Babaco, Boldo, Bumelia, Bracho, Cabirma, Callistemo, Camelio, Carpe, Castaño, Casia, Casuarina, Catalpa, Cebil, Cedro, Ceiba, Ceibo, Cidro, Cina, Copey... Ébano, Encina (Arte en euskera), Clementina, Enebro, Glicina, Haya, Magnolia, Nogal, Teca, Pino, Tamara es Palmera en hebreo, Sauce (Willow en inglés y Sahats en euskera), Serbal (Rowan en inglés) Yukari es árbol de pera hermosa en japonés. Otros como Junípero podrían parecer muy raros, pero son nombres de santos, como San Junípero Sierra. Junipero (John Doe) es también uno de los personajes de la novela de Douglas Coupland JPod.

      Hacer un listado de nombres inspirados en el bosque no es tarea fácil. Ya que, como indiqué al principio, existen tantos tipos de árboles diferentes y les damos tantos nombres en nuestras diversas lenguas humanas, que seguro que aún habrá muchos otros nombres que no haya puesto, o incluso que existan posibles erratas en algunos, ya que también las lenguas se han ido entremezclando a lo largo de los siglos y muchos de los significados antiguos han ido variando con el tiempo. Pero si conoces algún nombre más, o tienes alguna sugerencia sobre alguno de los existente me encantaría, a mí, y a otra gente interesada en el artículo, que lo escribieras en comentarios.
 
Información:
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23 abril 2025

Agresión al árbol... ¿por amor?

LAIA ROIG, en "La Vanguardia", nov-24
¿Es el amor un peligro para los árboles? 

Las marcas hechas por los enamorados en el tronco pueden ser la fuente de diversas enfermedades

Marcas hechas por enamorados en la corteza de un árbol

El amor se expresa de muchas maneras, desde los gestos más sencillos hasta las grandes declaraciones, pero cuando se materializa en actos como marcar el tronco de un árbol, grabando un corazón o los nombres de una pareja, esta expresión se convierte en una contradicción: lo que comienza como una muestra de afecto acaba convirtiéndose en un acto de incivismo y un daño irreparable para los árboles.
“He captado estas fotografías para Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia en un parque madrileño, donde en una hilera de chopos, varios de ellos conservaban grabados outlet de años atrás, pero al mismo tiempo con temas recurrentes, como el amor”, explica Francisco José Eguibar.
      A lo largo de la historia, los enamorados han utilizado los árboles como lienzos naturales para dejar huellas de su paso, pero hoy sabemos que este acto puede tener consecuencias devastadoras para el propio árbol. Lo que antes parecía una tradición inofensiva ahora revela un costo oculto para el medio ambiente.
Haciendo una analogía, podríamos decir que la corteza es a los árboles lo que para nosotros es la piel: una capa protectora que actúa como un escudo ante virus, bacterias y enfermedades. Si nos hacemos un corte en nuestra piel, dependiendo del grado de profundidad, nos exponemos a distintas afectaciones en menor o mayor grado. Los árboles sufren exactamente lo mismo cuando grabamos nuestros nombres en su corteza.
      Según detalla la organización Leave No Trace, la herida provocada en el árbol se convierte en una puerta de entrada a infecciones, y si el daño es lo suficientemente profundo, puede afectar a los sistemas internos del árbol, como el floema y el xilema, que se encargan de transportar agua y nutrientes esenciales para su supervivencia, poniendo en riesgo su vida.
Además, los árboles están conectados por una red de hongos subterráneos que facilita el intercambio de recursos entre ellos. Esto significa que un árbol dañado no solo sufre en solitario, sino que puede generar un efecto dominó que puede amenazar a todo un ecosistema.


     Es paradójico, cuanto menos, que algo tan bonito como el amor desencadene la muerte casi segura del árbol. Las personas enamoradas, en su búsqueda de la eternidad, recurren al acto simbólico de grabar su huella en un árbol como testamento de la inmortalidad de su relación. Sin embargo, toda acción tiene su reacción, y en este caso, la reacción es un daño irreversible en el árbol. Mientras el amor busca perpetuarse, la marca que deja en el árbol se convierte, irónicamente, en una sentencia de muerte para este.
     Es cierto que no todos los cortes son mortales. Un árbol puede curar heridas menores creando una cicatriz, sin embargo, incluso los daños superficiales tienen un impacto duradero.
     Según explica Gerard Gaya, biólogo ambiental y responsable de comunicación de RitmeNatura, “si las marcas son pequeñas, el daño probablemente será menor, pero si estas marcas son grandes o se repiten con el tiempo, pueden afectar gravemente la salud del árbol”. Las heridas profundas, especialmente si se prolongan, pueden comprometer la capacidad del árbol para alimentarse y crecer.
     A pesar de que los árboles tienen mecanismos para cerrar sus heridas, estos procesos pueden ser lentos y no siempre eficaces frente a daños grandes. Esto significa que las marcas talladas en la corteza no solo dejan cicatrices visibles, sino que también pueden poner en riesgo la estabilidad y la salud del árbol durante años.

       Gerard Gaya, miembro del Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF), anima a las personas a respetar el medio ambiente: “Siempre que vayamos a la naturaleza tenemos que tratarla con mimo, dejar el entorno tal y como lo habíamos encontrado antes de llegar, esto ya no se aplica solo a cosas tan simples o visibles como tirar basura, sino por ejemplo, romper ramas de árboles o modificar el entorno haciendo estas marcas”. 
Lo hemos leído aquí
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20 abril 2025

"Sangrando en verde" nos cuenta la simbiosis entre Robles, Encinas y sus Micorrizas
Una cooperación vital para su supervivencia


Cuando sembramos una bellota, ya sea de roble o de encina, si lo hacemos en tierra vegetal comercial que carece de hongos micorrizas, la germinación se produce sin problemas y el nuevo arbolito se desarrolla bien durante el primer año gracias a las reservas nutricias de los cotiledones de la bellota, pero en cuanto éstas se acaban, deja de crecer y languidece poco a poco hasta morir de ¡inanición! Sin los nutrientes que el micelio de la micorriza absorbe del sustrato y posteriormente transfiere a las raíces de la pequeña fagácea a través de pequeñas anastomosis micelio-raíz, el joven árbol no puede alimentarse y muere literalmente de hambre.


Joven encina de tres años sembrada de bellota en una maceta con tierra vegetal comercial, pero regada con agua de manantial de montaña cargada de esporas de micorriza de las encinas que crecen alrededor de la surgencia de la fuente, cuyas raíces están profusamente micorrizadas por el micelio blanco del hongo.

Inmenso encinar de la alta montaña mallorquina prácticamente virgen, cuyas raíces crecen en un sustrato pedregoso muy pobre tanto en tierra como en nutrientes, millones de veces lavado por las fuertes lluvias que se llevan los minerales aguas abajo, y que sin embargo crece exuberante y lleno de vida gracias a la maraña de filamentos del micelio de los hongos micorrizas, que rodean sus raíces en un abrazo simbionte en el que ambos seres vivos salen ganando.
 
Nada mas nacer la bellota, su primera raíz pivotante es rodeada rápidamente por una micorriza que le aporta los minerales que tanto necesita para crecer, y el arbolito recién nacido le devuelve el favor transfiriéndole azúcares, proteínas, grasas y vitaminas sintetizadas por sus hojas con la fotosíntesis. Tu me das, yo te doy, una simbiosis positiva que durará toda la vida del árbol, a veces varios siglos. Las encinas mediterráneas son verdaderas campeonas de la supervivencia. Resisten sin problemas tanto el calor tórrido del verano como el frío intenso del invierno.
Raíz de encina rodeada por el micelio blanco del hongo micorriza. Ambos seres vivos simbiontes están unidos por microscópicas anastomosis o conexiones, idénticas a las de los axones y las dendritas de nuestras neuronas cerebrales, salvo que en lugar de transferirse neurotransmisores con órdenes precisas se transfieren nutrientes. Este micelio huele a tierra buena, sana, llena de vida, el mismo aroma delicioso de la hojarasca del sotobosque de un encinar o un robledal.
Alcornocal virgen todavía no hollado por el hombre en el municipio gaditano de Jimena de la Frontera. El sustrato bulle de vida con toneladas y toneladas de micelio micorriza rodeando las raíces, no sólo de los alcornoques sino también de todos los arbustos que visten el sotobosque, cada uno de ellos con su micorriza simbionte específica.(...)

Con el permiso del autor he reproducido una parte  de este interesante artículo, podéis leerlo completo AQUÍ
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