El árbol de la Armada Española
De Colin Urwin
Hace casi cuatrocientos treinta fui arrastrado a la orilla arenosa de la bahía de Ballygally en el bolsillo de un marinero que luchaba por el rey español contra el clima cruel y la reina virgen inglesa.
El pobre marinero se había ahogado en el mar y nunca llegó a saborear mi dulce pulpa de castaña, pero no me desperdicié y yo sobreviví a ese miserable viaje desde la soleada costa de España y me encontré en Irlanda muerta de hambre por el frío y la lluvia.
Y allí podría haber muerto yo misma, arrugada en mi piel, pero nos enterraron a ese pobre marinero y a mí junto con él. Me estremecí en ese suelo frío y húmedo tan lejos de casa rezando para que el sol calentara la tierra fértil y turbia.
La primavera siguiente asomé la cabeza, nunca me sentí tan valiente pero fui recibido por un viento más frío que la tumba. ¡Cómo anhelaba mi tierra natal de naranjas y calor, donde los olivares son fragantes y todas las castañas dulces!
Pero aquí no me molestaron, y en el clima irlandés mis raíces consumieron la carne, los huesos y las botas de cuero español de mi involuntario amigo marinero, poco mundano e ignorante quien pensó que me consumiría, oh, ¡cómo cambiaron las tornas!
He visto muchas cosas en mi larga vida ¿quién no?, supongo, pero por cada pregunta respondida, se plantearon cien más. Desde este tranquilo cementerio vi guerras y hambruna,
Y allí podría haber muerto yo misma, arrugada en mi piel, pero nos enterraron a ese pobre marinero y a mí junto con él. Me estremecí en ese suelo frío y húmedo tan lejos de casa rezando para que el sol calentara la tierra fértil y turbia.
La primavera siguiente asomé la cabeza, nunca me sentí tan valiente pero fui recibido por un viento más frío que la tumba. ¡Cómo anhelaba mi tierra natal de naranjas y calor, donde los olivares son fragantes y todas las castañas dulces!
Pero aquí no me molestaron, y en el clima irlandés mis raíces consumieron la carne, los huesos y las botas de cuero español de mi involuntario amigo marinero, poco mundano e ignorante quien pensó que me consumiría, oh, ¡cómo cambiaron las tornas!
He visto muchas cosas en mi larga vida ¿quién no?, supongo, pero por cada pregunta respondida, se plantearon cien más. Desde este tranquilo cementerio vi guerras y hambruna,
la codicia y la necedad del hombre están grabadas en cada página. Quizás debería estar agradecido de que la locura del hombre me haya traído aquí pero tan lejos de mi tierra, el precio que pagué fue caro solo me quedé, sin la esperanza de que alguna vez pudiera haber
un árbol joven que creciese de una de mis semillas. No soy un castaño de indias al que trepan los escolares irlandeses, soy un dulce castaño español alejado de mi propia especie
y aunque de todos los árboles nativos me he apartado el canto del pinzón y el mirlo me animaron. El petirrojo a través de los oscuros días de invierno, tardes ruidosas en la primavera. Y qué alegría cada domingo por la mañana, al escuchar a la gente cantar.
He soportado el viento y la lluvia, mis ramas han crujido con la nieve, pero a pesar de todo, mi viejo corazón nunca dejó de crecer. Pero no importa dónde te encuentres, debes hacer lo mejor que puedas así seas un castaño dulce español o el irlandés nativo. Y ahora, por desgracia, mi tiempo ha llegado, como debe ser y a mis semejantes confío mi viejo corazón de madera. Haz de mí algo útil, una glorieta o un asiento donde los peregrinos se tomen un momento para sentarse y descansar los pies, y dejad que los niños trepen y jueguen, mientras tú te acuerdas de mí y cuéntales toda la historia del Árbol de la Armada Española.
y aunque de todos los árboles nativos me he apartado el canto del pinzón y el mirlo me animaron. El petirrojo a través de los oscuros días de invierno, tardes ruidosas en la primavera. Y qué alegría cada domingo por la mañana, al escuchar a la gente cantar.
He soportado el viento y la lluvia, mis ramas han crujido con la nieve, pero a pesar de todo, mi viejo corazón nunca dejó de crecer. Pero no importa dónde te encuentres, debes hacer lo mejor que puedas así seas un castaño dulce español o el irlandés nativo. Y ahora, por desgracia, mi tiempo ha llegado, como debe ser y a mis semejantes confío mi viejo corazón de madera. Haz de mí algo útil, una glorieta o un asiento donde los peregrinos se tomen un momento para sentarse y descansar los pies, y dejad que los niños trepen y jueguen, mientras tú te acuerdas de mí y cuéntales toda la historia del Árbol de la Armada Española.
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