domingo, 21 de abril de 2024

Un acebuche en la Finca de San José, del cronista de Canarias


JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. téc. forestal
El acebuche de la Hacienda San José, todo un señor árbol, en Tenerife


Se dice que los primeros caminos reales de las islas Canarias se ocultan bajo el asfalto de las carreteras por donde, tal y como su nombre explica, se pasó de caminar a pie a la circulación en carretas para llegar al tráfico de las veloces “carretas de combustión”. Pues bien, a la altura del km 23 de la autopista Norte de Tenerife, mirando en dirección al mar, resulta fácil advertir la presencia de una gran araucauria (Araucaria heterophylla). Y abrazando parte de su copa existe un fornido ejemplar de acebuche canario (Olea cerasiformis).
     A esta altura de la autopista se aprecia cómo la pendiente continua se desliza hasta el azul marino. Nos encontramos en el municipio de El Sauzal, tierra de alta productividad agrícola y también vitícola. Entre las ordenadas terrazas de cultivo y las residencias de privilegiados horizontes aún permanecen algunas de las antiguas fincas señoriales. La figura vegetal de este artículo se asoma a estas panorámicas (28º 27 ´42´´ N y 16º 26´ 42´´W) desde los jardines de la Hacienda de San José, a 385 metros sobre el nivel del mar.
     Normalmente, cuando se habla del estado de conservación de los ecosistemas canarios la mayor parte de la sociedad canaria relaciona laurisilva y deforestación, aunque lo cierto es que el ecosistema más castigado ha sido, con diferencia, el bosque termófilo. Tuvo la mala fortuna de venir a coincidir con las primeras bases de asentamiento humano ya antes de la conquista. Algunos análisis de cenizas procedentes de cuevas aborígenes han demostrado que las primeras leñas locales se agotaron pronto, por lo que hubo que recurrir a los bosques de monteverde.
     El acebuche es uno de los elementos nobles del bosque termófilo, capaz de combinarse con otras especies o bien de agruparse en formaciones más puras. Muy probablemente, el de la Hacienda de San José es testigo excepcional de la deforestación de cientos y quién sabe si miles de individuos de su especie. Las haciendas señoriales constituyeron los principales centros dedicados al sustento: junto a las mismas se concentraba gran parte de la población obrera que dinamizó el progreso de la denominada “sociedad de la madera”.
     La Hacienda de San José data del siglo XVII y era labrada por el pueblo a cambio de una décima parte (diezmo) de la producción a la propiedad. Además, mantuvo siempre viñas y bodega. Los apellidos de los terratenientes tan ilustres y nobles como nuestro acebuche han sido: Ravina, Guimerá y Peraza. Destacamos la figura de don Marcos Guimerá Peraza (1919-2012), distinguido investigador histórico, además de escritor y notario. Si pudiéramos consultar a esta insigne personalidad acerca del acebuche de su jardín, posiblemente nos revelaría varios detalles histórico-morfológicos, pero a buen seguro también nos confesaría el valor sentimental que debió transmitirle este compañero de descanso e inspiración, tras tantas y largas horas de investigación histórica.
     Además de la auracaria y el acebuche, destaca la presencia de un desarrollado ejemplar de madroño canario (Arbutus canariensis). Aprovechando la protección solar proporcionada por el dosel forestal, antaño existió una pérgola que se usaba de punto de encuentro, sobre todo estival, para compartir gratos momentos en familia o en soledad y reflexión con estos magníficos ejemplares.

     Normalmente el acebuche, al igual que la sabina (Juniperus turbinata) son árboles termófilos de portes más bien globosos, pero en condiciones de ausencia o reducción de viento, unido a la disponibilidad de agua, pueden desarrollar una forma más alta y espigada. El acebuche y sobre todo los acebuchales son hoy escasos en Tenerife, mientras que la sabina se encuentra algo mejor representada (curiosamente, en Gran Canaria ocurre el caso contrario).
     El acebuche de la Hacienda de San José posee un tronco portentoso con un perímetro normal cercano a los tres metros. Su copa despega 15 metros sobre el suelo y se encuentra ligeramente torcida y sostenida por la gran araucaria vecina. El fuste se divide en varios brazos de distinto diámetro, apreciándose cómo se han producido algunas soldaduras entre ellos. También puede observarse el desgaje de grandes ramas altas como consecuencia de la lucha entre viento, peso y volumen vegetal. La base de este centenario monumental presenta varios contrafuertes pero sobre todo es notoria la abundancia de brotes o chupones, localmente también llamados nietos. Incluso nos cuentan que el espacio creado entre los brotes y la base del árbol, a modo de cueva circular, invitó a jugar a los niños de varias generaciones.
     Resulta muy difícil precisar la edad de este individuo, ni siquiera podemos asegurar si fue plantado o es espontáneo. Teniendo en cuenta sus dimensiones y la altísima longevidad de la especie, no es extraño escuchar frases, con más ímpetu y sorpresa que base científica, como la que nos ha transmitido el gran profesor Wolfredo Wildpret: “¡Este árbol puede ser más viejo que el Drago de Icod! ¡Quien sabe si estuvo en la Batalla de Acentejo o si existió un tagoror guanche junto al mismo!” En cualquier caso, es una pieza muy particular en la joyería del patrimonio natural canario.

Número 60 de Tenerife
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2 comentarios:

El tejón dijo...

Una vez más iré a Tenerife en el mes de octubre, me pasaré a visitar ese espectacular acebuche.
Un saludo.

VENERABLES ÁRBOLES dijo...

Tejón, ya me dirás los árboles que ves... Si vuelvo alguna vez a esa mágica isla no me perderé el Cedro del Teide... y mas... (juanechegoyen@gmail.com), saludos y feliz viaje