ÁLVARO BAYÓN, en "Muy Interesante" Nov-2022
¿Cómo llegó el olivo a España?
Uno de los árboles más emblemáticos de España, es, probablemente, el olivo (Olea europaea). En el territorio peninsular hay ejemplares de siglos e incluso alguno supera los mil años de edad. El más antiguo del que se tiene constancia se encuentra en Ulldecona, Tarragona, con una edad estimada de más de 1700 años.
Del olivo se obtienen las aceitunas u olivas, aunque tal vez el producto más popular sea el aceite de dicha fruta, el ‘oro líquido’, ingrediente clave en la dieta mediterránea. España, con una producción anual superior a mil millones de toneladas, produce más de un tercio de todo el aceite de oliva elaborado en el mundo.
Sin duda, el olivo y sus productos son un icono para España, y el aceite de oliva es prácticamente un meme, en el sentido más sociocultural de la palabra. Sin embargo, y contra toda expectativa, se da la curiosidad de que, probablemente, el olivo no es un árbol nativo de la península ibérica.
En ocasiones, ciertas plantas
cultivadas en una región llevan tanto tiempo introducidas que se han
aclimatado totalmente al entorno. Ese fenómeno ha sucedido en España con
otros árboles, como la higuera o el nogal, y también con el olivo.
La historia del olivo
Se cree que el olivo fue introducido en la península ibérica por los fenicios. Por la edad de algunos árboles, es más que evidente que la presencia del olivo en la península ibérica se remonta, como mínimo, a hace 17 siglos. No obstante, cuando se analizan restos arqueológicos, se puede rastrear su presencia anterior, bien en restos de madera de construcciones, carbón de su leña, registros de granos de polen, huesos de aceitunas o restos de aceite en ánforas antiguas.
Los primeros registros de la presencia del olivo en la península proceden del neolítico, hace entre 12 000 y 5000 años y se encuentran en la costa andaluza; concretamente, en los yacimientos de Palmones, la Cueva de Nerja y la Cueva de los Murciélagos de Albuñol.
Se han hallado restos arqueológicos que muestran presencia de olivo, de la Edad del Cobre y del Bronce, entre los años 3000 y 1400 a.e.c., especialmente en la costa oriental de Almería. Pero no se localiza presencia en el interior de la Península hasta la Edad del Hierro, entre el 1400 y el 400 a.e.c. Los yacimientos fenicios de Morro de la Mezquitilla, Cerro del Villar y Castillo de Doña Blanca son los más representativos. Pero su presencia sigue siendo puntual.
Solo a partir de la época romana, desde el siglo I e.c., el olivo está presente en zonas de interior en mayor cantidad, lo que sugiere un cultivo a gran escala. La mayor parte de los restos prerromanos se corresponden con huesos de aceituna, lo que indica que, probablemente, para los pueblos del sur de la península, las olivas fuesen un producto habitual de comercio. Sin embargo, es evidente que no fueron los romanos quienes lo introdujeron por primera vez.
La presencia de carbón de leña de olivo en asentamientos de hace entre 4000 y 5000 años, acompañado con muestras de polen de una antigüedad semejante, corroboran que ya debía de haber árboles en ese tiempo. En la región oriental de la cuenca mediterránea, sin embargo, se encuentran fragmentos de madera de olivo, huesos de aceituna y restos de aceite de hasta 21 000 años de antigüedad.
Todo este viaje arqueológico nos indica que el olivo debió introducirse en la península ibérica antes de la llegada de los fenicios, desde Oriente Próximo. Tal vez este pueblo marinero reintrodujo sus propios olivos donde ya los había. Con toda seguridad, los romanos también lo hicieron. Pero la pregunta de cuál es el origen de aquellas primeras poblaciones de olivo, ya presentes hace cinco milenios, no es tan sencilla de responder.
La respuesta está en la genética… ¿o no?
El olivo tiene varias subespecies silvestres distintas, aparte de la variedad doméstica empleada como cultivo. Lo cierto es que algunas de esas variedades silvestres, conocidas como acebuches, sí están presentes en la geografía ibérica de forma nativa. Esto hace que los registros de polen sean muy poco fiables; en realidad, no es posible diferenciar un olivo cultivado de un acebuche solo mirando la morfología de sus granos de polen.
Sin embargo, subespecies distintas tienen marcadores genéticos diferentes, y eso sí puede analizarse.
Los estudios genéticos parecen indicar que los olivos ibéricos tienen un origen múltiple, y no proceden de una misma población. Esta hipótesis es compatible con la idea de las reintroducciones sucesivas de fenicios y romanos.
Al fin y al cabo, existen pruebas arqueológicas en Oriente Medio, no solo de la presencia de olivos, sino además de su aprovechamiento y de su cultivo, mucho antes que en el occidente europeo. Sin embargo, algunos marcadores genéticos de los olivos ibéricos parecen corresponder con variedades silvestres que ya estaban en la península ibérica, antes de la llegada de los primeros seres humanos.
Existe la posibilidad de que los pueblos del neolítico ya tuvieran relación con los acebuches locales, y los primeros pueblos de la Edad de Bronce, como la cultura argárica, ya hubiesen domesticado los primeros olivos, antes de que los fenicios introdujeran su variedad y se mezclara con la local.
Referencias:
Antonio, P. R. 2019. Resultado del estudio de datación olivo no 1878 - Ulldecona. Mancomunidad Taula del Sénia.
Besnard, G. et al. 2000. Multiple origins for Mediterranean olive (Olea europaea L. ssp. europaea) based upon mitochondrial DNA polymorphisms. Comptes Rendus de l’Académie Des Sciences - Series III - Sciences de La Vie, 323(2), 173-181. DOI: 10.1016/S0764-4469(00)00118-9
Orús, A. 2022. Aceite de oliva: producción en España 2011-2021. Statista.
Rodríguez-Ariza, M. O. et al. 2005. On the origin and domestication of Olea europaea L. (olive) in Andalucía, Spain, based on the biogeographical distribution of its finds. Vegetation History and Archaeobotany, 14(4), 551-561. DOI: 10.1007/s00334-005-0012-z
Yll, E. I. et al. 1996. Importancia de Olea en el paisaje vegetal del litoral mediterráneo durante el Holoceno. Biogeografía Pleistocena-Holocena de la Península Ibérica, 1996, ISBN 84-453-1716-4, pág. 117, 117.Lo hemos leído aquí
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