Marta Ballesteros |
En la pampa fértil sembrar maíz es una fiesta. Sobre todo al comienzo de la siembra. Toda la tribu está pendiente de los sembrados. Siempre hay alguien controlando el estado de la tierra y observando cómo depuntan la hojitas de las nuevas plantas. La vida de los habitantes de la aldea gira en torno al plantío. Es en lo primero en lo que piensan cada amanecer y de lo último de lo que hablan cada anochecer.
Sólo la guerra, que ya era inminente, podría acaparar por completo esa atención que los hombres destinaban al plantío. Sólo la guerra les robará la atención a las plantas. La guerra siempre les robará. Les robará hombres y les robará vidas. Se los llevará a todos. En la toldería* solo quedarán las mujeres y los niños.
El jefe, antes de irse, le dijo a Ombí, su mujer: Cuida las plantas de maíz. Te dejo a cargo de ellas. Ombí asintió con la cabeza. No abrió la boca porque no era mujer de muchas palabras. Ese gesto, en ella, valía como un juramento. Ombí era hosca hasta con su familia. Le habría gustado poder demostrarles cuánto los quería, ser cariñosa, pero no sabía cómo hacerlo.
Tampoco sabía que su familia se daba cuenta de sus sentimientos, porque sin hablar, con gestos, se las había arreglado para cobijar a todos bajo su amor. Y de amor se trataba el encargo que le dejó su esposo. De amor a su tribu, para que no sufrieran de hambre nunca jamás. Por eso Ombí se ocuparía del maíz día y noche para que las plantas crecieran sanas.
Pero una gran sequía les dejó sin agua y sin sombra. Casi todo el maizal se quemó bajo los rayos implacables del sol. Un pequeño rodal sobrevió milagrosamente y Ombí lo cuidaba con su vida. Por más que le decían que se protejiera del sol, Ombí permaneció construyendo pequeñas sombras que protjieran las plantas. La refrescaba hasta con su aliento, las regaba con su propia ración de agua. Incluso les hablaba. Les contaba a las plantas lo que nunca le ha dicho a nadie... de sus sentimientos, sus sueños, de la necesidad que tenía la tribu de alimento, de la desesperación por no tener noticias de su marido. Su alma maternal se ensanchaba, para cubrirlas más y más.
Un fuerte viento comenzó a soplar y se llevó por delante los sombrajos. La plantitas se doblaban hasta tocar el suelo. Ombí se agarró a la tierra para no apartarse de las plantas permaneciendo así durante días. Y así la encontraron los indios, transformada en una hierba gigante que protegía las plantas y que se confundía con un árbol. El cabello enmarañado se había transformado en una gran copa protectora, silenciosa, pero diciéndolo todo con su gesto de amparo.
Cuando el jefe regresó, el maíz ya estaba crecido, pero a él no le importó. Fue a llorar a la sombra de su amada. Fue a decirle lo que él tampoco nunca le dijo. Y comprendió que no hacía falta decir nada más.
*Toldería: Conjunto de toldos o viviendas rústicas que levantaban los grupos indígenas.
---Fin---
Versión de Teresa Villafañe Casal
Umbí, la esposa del jefe de una tribu, ha conseguido que los indios cultiven la tierra. El verdor auspicioso de las plantas de maíz anunciaba la cosecha. Pero el deseo de lucha privó en los hombres, y un día dejaron sus campos y se fueron a pelear.
Umbí quedó encargada del campo cultivado. Ella debía cuidarlo para que las mujeres y los niños no padecieran hambre.
La luna llena anuncia con síntomas infalibles una terrible sequía. Umbí comprende lo difícil que será cumplir su misión.
Día a día las plantas de maíz van perdiendo su lozanía. Una a una caen vencidas. Pero Umbí está dispuesta a no cejar. Con la energía y la resistencia de que sólo las madres son capaces, decide salvar los granos necesarios para volver a sembrar.
De pie frente a las plantas que quedan vivas, trata de darles sombra con su cuerpo y las humedece con sus lágrimas. Desafía a Gúneche, dios que le manda, que le mande la sequía. Resiste desesperadamente la heroica mujer, pero su agotamiento es visible. – El Gúneche, al fin, ante el sacrificio sublie de la leal esposa, de la madre que lucha por sus hijos, por su tribu resuelve ayudarla en su obra. Pero no envía la lluvia que tanto ansía, sino que transforma a Umbí en un árbol, en una hierba gigante, que con su sombra consigue salvar una planta de maíz que dará los granos para la próxima cosecha.
Cuando regresaron los indios, el jefe vislumbró, a través del tronco retorcido y rugoso, la lucha que tuvo que sostener su leal Umbí.
Desesperado, se abrazó al árbol, y la sombra de éste lo cobijó, como en un último esfuerzo de la noble india para ser útil a su esposo, a sus hijos, a su tribu.
---Fin---
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