El Pino de la Virgen, un coloso forestal de futuro incierto
La disposición con
la que el terreno encara los húmedos vientos alisios influye
notablemente sobre la distribución y tipología de las masas boscosas. La
orografía de la isla de La Palma, en especial la que forma La Hilera,
entre Cumbre Vieja y Cumbre Nueva, oferta un afilado perfil a los
alisios. Esta interacción clima-relieve es perfectamente apreciable
cuando se viaja a través del sorprendente “túnel del tiempo” que conecta
una y otra ladera.
Al pie del Camino de las Vueltas, el protagonista de este articulo
(28º 39´ 47″ N y 17º 50´30″ W) goza de una privilegiada vista del efecto
föhen que a menudo sucede sobre la divisoria insular. Resulta casi
mágico contemplar cómo las nubes desbordan y se desvanecen a toda
velocidad, la cascada brumosa recuerda al humo que desprenden las
marmitas de los cuentos de brujas.
Decidir cuál puede ser el árbol más singular entre aquellos que
actualmente entierran sus raíces (y a veces su tronco), en esta tierra
canaria no es tarea fácil. De cualquier modo, podemos afirmar que de los
clásicos árboles de la Historia de Canarias, dígase el Pino de la
Virgen de Teror (Gran Canaria), el Drago del Jardín de Franchy
(Tenerife), el til conocido como Garoé (El Hierro) o el propio Pino de
la Virgen, sólo este último es hoy contemporáneo.
Envergadura, valor cultural y edad
Son ya casi 150 años desde que el antropólogo francés René Verneau, gran
enamorado de estas islas, describiera al Pino de la Virgen como uno de
los ejemplares más hermosos de su especie. Los estudios
dendrocronológicos, practicados por especialistas forestales en 1995 y
en 2004, arrojan una edad de entre 775 y 825 años. Este ejemplar de Pinus canariensis
situado en el municipio palmero de El Paso, destaca, pues, no solo por
su envergadura (33 metros de altura y 7 metros de perímetro de tronco) y
su valor cultural, sino también por su edad.
Su leyenda mariana se remonta a la propia conquista de la isla, hace poco más de cinco siglos. Una fácil resta nos indica que durante la
conquista de Benahoare rondaba ya los 300 años. Junto a los dos gigantes
de Vilaflor (en Tenerife) se trata de seres vivos cuasimilenarios.
La circunstancia de encontrarse en una tierra fértil, con una elevada
capacidad para recibir agua de escorrentía a la vez que de captar agua
de bruma, aislado de competencia –como así lo atestigua el desarrollo de
grandes ramas bajas– unido a una genética de excelente calidad, ha dado
lugar, en casi mil años, a un emblema forestal de gran interés. La
importancia de este monumento natural ha sido reconocida recientemente
(2014) al ser declarado como Bien de Interés Cultural, siendo el único
árbol canario que ostenta tal consideración. El fuerte vínculo religioso
lo es a la par forestal: no hay otra virgen en las islas que sujete en
sus manos unas acículas de Pinus canariensis, toda vez que el niño porta una piña en su mano derecha.
El grabado de Sabino Berthelot
De este pino –también conocido localmente como el Pino Santo– hay
dibujos y fotografías antiguas. El grabado más conocido es el que
realizó el gran naturalista y explorador Sabino Berthelot en el año
1839: en el mismo aparece un inmenso pino con una pequeña cueva labrada
en la madera, junto a un candil sostenido en el propio tronco. Al
tratarse de un grabado, su aspecto parece recordarnos al árbol actual,
pero no resultan fáciles las comparaciones. Las fotografías realizadas
cincuenta años después (1890 y 1900) revelan un saludable aspecto
conservando todas sus ramas bajas. En estas fotos aparece un pequeño
santuario –construido en 1876– muy próximo a la cara oeste del árbol.
Entre 1927 y 1930 se puede decir que el entorno cambia drásticamente. Durante estos años se desmonta el pequeño oratorio y, a unos 15 metros
del pino, se construye la ermita que pasará a cobijar a la virgen. La
transformación del lugar ocurre sobre todo porque se procede a nivelar
el terreno para crear una plaza, obra que, lamentablemente, obligó a
sumergir la base del Pino de la Virgen. La profundidad del
enterramiento, mayor por la cara Este, se estima que pudo alcanzar los
2,5 metros. Durante más de 60 años el firme de la plaza fue la propia
tierra explanada. Hasta cierto punto, el daño causado al árbol no se
puede considerar muy elevado, incluso sería equiparable a una
perturbación natural.
Longevidad en peligro
Es en el año 1994 cuando el entorno vuelve a cambiar: se cubre la plaza
con una losa de hormigón (dejando un estrecho alcorque para el árbol),
se asfalta la carretera circundante y se construyen baños con fosas
sépticas muy cerca de la rizosfera del árbol. Junto a las obras
arquitectónicas que rodearon al pino ya enterrado, se sumaron los
grandes huecos dejados por la pérdida de las ramas bajas, según se cree,
como consecuencia de desgajes y podas mal ejecutadas. Estos huecos han
constituido puntos vulnerables para la proliferación de hongos y para la
acumulación de agua, tierra e incluso basuras.
Se cree que la cuevacha
(palabra palmera) original que se talló en la madera, situada en la
cara Oeste –actualmente a la altura del suelo– quedó completamente
cicatrizada, posiblemente engullendo la lámina de latón que la forraba.
La rama más baja del árbol, situada también en la cara Oeste, pudo
cortarse para la construcción de la primera capilla. La cara Sur del
árbol es la que presenta las heridas más largas y profundas, desde el
nivel del suelo hasta los huecos de inserción de cuatro grandes ramas.
Junto a estas largas fendas, aparecen dos pequeñas cuevachas talladas
(quizás para depositar ofrendas o velas). La cara Este, la más
enterrada, presenta un amplio espacio con la madera desnuda a nivel del
suelo, dato que vendría a confirmar la desaparición de la corteza
enterrada y la más que posible infección fúngica.
La cadena del ciclo del nitrógeno, tan necesaria para el desarrollo radicular, se vio directamente interrumpida por la losa de hormigón. A
esta falta de respiración del suelo hay que sumar el peso del enlosado y
los lixiviados procedentes del alquitrán del asfaltado, además de las
posibles influencias negativas si existiera conexión –más que probable–
entre las raíces del pino y las fosas sépticas de los baños. Por su
parte, la capacidad para acopiar precipitación vertical también se ha
visto mermada.
El debilitamiento de este ejemplar en los últimos años parece, pues, responder a la acumulación de varias causas, entre las que no hay que
desdeñar su propia senilidad. El potencial de recuperación en árboles
tan longevos (aunque por su tamaño parezca transmitir gran vigor)
resulta en realidad muy reducido, son especímenes vulnerables que cada
vez crecen menos.
Además de los análisis dendrocronológicos, desde el Ayuntamiento del Paso se han impulsado diferentes informes técnicos sobre el estado
sanitario del árbol, estudiándose distintas soluciones y medidas de
conservación. Gracias al tesón de uno de los mejores amigos que este ser
vivo posee, nos referimos a Andrés Carmona (concejal de Cultura), en el
año 2009 se inician importantes labores de cirugía arbórea que
consistieron, básicamente, en raspar las pudriciones y sellar los
huecos.
Devolverle su manto de pinillo
Creemos que las obras más importantes para seguir favoreciendo la
longevidad de este célebre icono deberían dirigirse a la restitución
natural de un suelo forestal bajo toda la proyección horizontal, es
decir, devolverle su manto de pinillo original. Pensar en desenterrar la
parte sumergida del árbol pudiera aparejar daños biomecánicos, por eso
lo más aconsejable sería erradicar el hormigón, el asfaltado y eliminar
las fosas sépticas. En caso de llevar a cabo estas actuaciones, es
difícil aventurar cuantos años más pudiera resistir este vetusto y
venerable ejemplar, pero al menos la conciencia colectiva quedaría algo
más tranquila, en especial para intentar regresar a este coloso forestal
a la salvaje naturaleza de la isla palmera.
En 2018 se efectuó una regeneración del espacio del pino. Ahora cuenta con un alcorque de 700 m², gran acción en espera de la respuesta del árbol.
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