JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing.Téc. Forestal
El Pino Gordo y el Pino Viejo, los gigantes de la Hoya del Morcillo
Venía a decir el
pintor naturalista Lucas de Saá en una entrevista realizada en este
medio, PELLAGOFIO, que lo que diferencia la autenticidad y la belleza de
un bosque radica en la diversidad de formas de cada uno de sus
individuos. Sin duda el encanto y el atractivo de un bosque resultan
imperceptibles si todos los árboles se asemejan más a un ejército de
clones vegetales. El factor tiempo resulta, pues, determinante para la
metamorfosis forestal, pero además en esta impronta particular
intervienen otra serie de factores: la ubicación, la perturbación
(natural o inducida) y la propia genética forestal.
El pinar canario constituyó una importante fuente de subsistencia;
además de maderas y leñas, este ecosistema también proporcionó numerosas
tierras de cultivo, explotadas bajo la licencia de los señoríos
insulares en islas como El Hierro. Como consecuencia de ello, y
especialmente en las zonas más aplaceradas, se creó un intrincado
mosaico de restos de pinar natural con amplios claros o calveros.
La explotación de estos terrenos para el cultivo de cereales y papas
comenzó a decrecer a mediados del pasado siglo XX, de hecho la última
vez de la que se tiene constancia que se aró la zona de la Hoya del
Morcillo, allá por el año 1962, viene prácticamente a coincidir con las
primeras repoblaciones llevadas a cabo por la Administración Forestal.
Muchos de los antiguos terrenos de cultivo fueron reforestados con pino
canario –siempre con origen genético de Tenerife– desarrollándose
parcelas con alta densidad, lo que ha impedido en gran parte la
regeneración natural del pinar bimbache.
El centenario con más ramas
Entre los restos de pinar natural que rodean este equipamiento público
perviven dos individuos singulares de morfologías irrepetibles, nos
referimos al Pino Gordo (27º 42´51″ N y 17º 59´ 44″ W) y al Pino Viejo
(27º 42´ 49″ N y 17º 59´ 45″ W). Imaginamos un pasado en el que ambos
ejemplares, separados apenas 90 metros, sobresalían sobre un paisaje
donde sólo unos pocos y respetados “árboles padre” rompían la monotonía
de los campos de cultivo. Sin duda, con el tiempo esta perturbación
inducida terminó por definir sus crecimientos y morfología evolutiva.
El Pino Gordo del Morcillo es posiblemente uno de los centenarios Pinus canariensis
que más ramas bajas conserva. Se trata de un tremendo ejemplar cuyas
dimensiones ridiculizan la escala del mobiliario rústico que se dispone
junto a su base. Por su aspecto deducimos que este soberbio árbol vivió
prácticamente en solitario durante muchos años, recibiendo continuos
“baños de luz”. Sus ramas bajas serpentean en el aire, sobre todo en la
cara sureste, concediéndole una estampa sin igual. En vertical, se
ramifica a tres metros, en tres imponentes pernadas que tocan cielo a
una altura de 35 metros. El radio de copa es ancho, próximo a los 10
metros, mientras que su perímetro (a 1,30 m) ronda los 6 metros.
Por su parte el Pino Viejo, con 30 metros de altura, presenta un
aspecto muy diferente. Dicho árbol se caracteriza por la fuerte
inclinación hacia el este que presenta su fuste. Al parecer no siempre
fue así, ya que a dos metros de altura queda el hueco de inserción de
una gruesa rama que partía hacia el oeste. Es muy probable que este
enorme pino tuviera la competencia de otros individuos en dirección
oeste, mientras que hacia el este el territorio se encontraba despejado,
seguramente por coincidir con tierras de labor. Esta circunstancia
provocó su carrera hacia la dirección de salida del sol.
Sorprende también su particular sección acuminada, como si fuera el
lomo de un Triceratops, así como su grotesca y a la vez majestuosa copa
donde las henchidas ramas describen geometrías y trazos rectilíneos. Su
radio de copa es muy amplio, mientras que su perímetro, sobre los cinco
metros, es sólo un poco inferior al del Pino Gordo.
A juzgar por sus topónimos, el Pino Viejo parece tener menor
superficie foliar, con débiles rebrotes en muchas partes y también piñas
de reducido tamaño. Es posible que el Pino Viejo tenga algo más de
edad, pero a buen seguro entre ambos sumen más de mil años, pudiendo
perfectamente pertenecer al distinguido elenco de los árboles
prehispánicos de Canarias.
Ambos ejemplares comparten en común el hecho de acumular acículas secas (pinocha o pinillo,
según la provincia canaria) atrapadas en sus ramas altas. Dicha
circunstancia, así como carecer de cortezas negruzcas, delatan que
llevan mucho tiempo escapando de los incendios. Incendios con fatales consecuencias.
Los incendios forestales han traído fatales consecuencias para los
ejemplares adultos de esta isla. A los daños biomecánicos causados por
el fuego, más intensos si logra penetrar a la tea interior, suelen
asociarse los ataques de la defoliadora Calliteara fortunata,
oruga de vivos colores azules y rojizos más conocida como “lagarta del
pinar”. Tras los incendios de 1990 y de 2006 han perecido muchos pinos
centenarios, la supervivencia de los que fueron mordidos por el fuego constituye un admirable fenómeno de desafío y resistencia.
Tan digna de aplaudir como interesante es la iniciativa del Proyecto
Nisdafe, buscando catalogar y salvaguardar los viejos centenarios
bimbaches, así como estudiar y conservar su genética.
En el Área Recreativa de la Hoya del Morcillo el olor de los fogones
se mezcla con los aromas resineros del pinar, pero ha sido precisamente
este uso público y sus cortafuegos funcionales los que han
protegido del fuego a nuestros dos gigantes. Si tienes oportunidad no
dejes de tumbarte bajo ellos y déjate llevar por la especial
tranquilidad del momento, eso sí, ten cuidado con los cuervos que seguro
que se te aproximan, no vienen a por ti porque estés inmóvil, vienen a
pedirte comida porque últimamente están hechos unos revoltosos,
atrevidos y confianzudos animalitos.
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