domingo, 26 de agosto de 2018

INÉS LATORRE GARCÍA y EMILIO BLANCO CASTRO
Árboles monumentales. La fama mata
De
Revista Ecologista nº 96. 

Hemos elegido los árboles monumentales y su problemática, el turismo verde. Queremos exponer una serie de ideas que nos hagan meditar. Es complejo y no tenemos una respuesta definitiva, pero sabemos lo que no hay que hacer.
Emilio Blanco Castro, Etnobotánico y profesor de Biología. 
Inés Latorre García, Ingeniera técnica forestal.


      En la península ibérica existen alrededor de 80 especies de árboles autóctonos, de 30 géneros y 20 familias distintas. En Canarias son 32 las especies autóctonas, 26 de las cuales no son comunes en la península. Los árboles que por circunstancias han llegado a una talla o longevidad considerables son denominados notables o monumentales. Se trata de un patrimonio único de gran valor por haber sobrevivido en su medio natural a todas las vicisitudes y hemos de tratarlos como un patrimonio valioso.
     El concepto de árbol es relativo. Algunos árboles de pequeño tamaño pueden ser muy longevos y viejos para una determinada especie. Y algunos arbustos pueden alcanzar la talla de arbolito de manera excepcional y ser considerados monumentales, como por ejemplo la adelfa, la cornicabra y la hiedra. En este caso, se trata también de seres monumentales, de igual valor que los árboles. Los árboles están para disfrutarlos, pero en algunos casos puede ser aconsejable tomar medidas de moratoria o prohibición de visitas en enclaves sensibles o inaccesibles.


Moral, Morus nigra, en Cozcurrita, Zamora. Foto Emilio Blanco.
A pesar de que hay más información, conciencia y legislación, no disminuyen los problemas ambientales. Quién no ha asistido en los últimos años a la degradación de algún paraje natural al que iba con frecuencia en su infancia o juventud: un humedal, una turbera, un arroyo limpio o un bosquete singular.

Consumo de paisajes
     El consumo de paisajes y la moda de la naturaleza alimenta nuestro voraz apetito de medio ambiente. La divulgación de paisajes sobresalientes ha contribuido a ello. Fotos de paraísos naturales, mostrando solo lo bello ha sido también perjudicial en algunos casos. “Poner en valor” es un arma de doble filo y se refiere, más bien, al valor económico. ¿Qué hay que divulgar? ¿Cuál es el momento de sacar a la luz un paraje ? ¿Es necesario ponerlo en valor y adecuar su visita? Un ejemplo son los árboles monumentales, notables o singulares, ejemplares que destacan por su tamaño, longevidad o historia.
Tejo, Taxus baccata, Iruelas, Ávila. Foto Emilio Blanco.
     Muchos los hemos visto caer o debilitarse después de haberse hecho famosos. La fama que da la divulgación mal entendida ha sido un boom, con visitas masivas, que llevan aparejada la pérdida o el debilitamiento del ejemplar. Estos árboles se han puesto de moda en los últimos 20 años. Han pasado del anonimato y abandono a la fama.
     Todas las personas tienen derecho a disfrutar de estos monumentos vivos, pero hay un código ético que dice que la presión continuada sobre los árboles y su ecosistema no es sostenible. Existe un cierto borreguismo ambiental que lleva a hacer lo mismo a todos. Se quiere coleccionar la foto del paisaje o del árbol singular.

Éxito y declive
     Mientras, los árboles que parecían resistentes e inmutables se degradan sin que lo notemos. Centenario no es sinónimo de inmortal. El decaimiento de algunas de las especies arbóreas ha ido paralelo a su declaración y reconocimiento como árbol singular y a la aparición en catálogos de protección. Su éxito, con mayor número de visitas, ha contribuido a su declive.

Se han descatalogado por muerte en poco tiempo muchos árboles que habían sido declarados monumentales en catálogos provinciales y autonómicos. Con un aumento de enfermedades por hongos u otras causas, con gran pérdida de vitalidad, fragilidad y clareo de su copa, que se vuelve puntiseca. ¡Basta ya de valorar sólo lo grande, lo espectacular! Aprendamos también a valorar lo sencillo, lo pequeño. No busquemos siempre lo más bello y espectacular, interesémonos también por lo normal, lo común…Sepamos apreciarlo.
Castaño, Castanea sativa, en El Tiemblo, Ávila. Foto Catherine Anne Bayle.
     Hay paisajes y lugares que necesitan una moratoria. Lugares cuya naturalidad es grande y la sensación de espacio intocado debe ser mantenida para generaciones futuras. Gobiernos y administraciones deben inventariar también las zonas no divulgables o no visitables, donde “no hacer”, “no visitar”, “no intervenir”.

Educación ambiental
     Por otra parte, las y los buenos educadores ambientales son esenciales para trasmitir estos mensajes. Tienen que aprender a enseñar lo local y a diferenciar entre lo que se debe y no se debe enseñar. No son mejores por llevar a la ruta más alejada y extrema o espectacular. Aquellas personas que saben enseñar lo local, valoran lo común del paisaje y muestran también al visitante los problemas, lo feo (vertederos, basura, desequilibrios, impactos, contaminación…) y sacan enseñanzas ecológicas. Las actuaciones erróneas también enseñan, son formativas y puede tener un cierto valor turístico y reivindicativo.
     Igual que hace ya décadas se decidió que no se podían mostrar fotos de nidos de rapaces, bajo el famoso slogan de “No me toquéis los huevos”, los árboles notables no deberían aparecer nunca en imágenes con personas debajo pisoteando el suelo, ni subidas en sus ramas o el tronco. Pero está Internet y existen cientos de recorridos descritos con coordenadas e imágenes que buscan lo espectacular.
     Ejemplos sobran. En los últimos años hay grandes ejemplares arbóreos en decadencia, desaparecidos o muy debilitados, citaremos algunos (dejando a un lado los olmos o negrillos), como la encina de La Marquesa, en Navalmoral de la Mata, Cáceres; la encina Terrona, de Montánchez, Cáceres; el quejigo de Buenamesón, Madrid; el roble de la Solana, en Barrado, Cáceres o el de Vañes, Cervera de Pisuerga, Palencia; el Souto de Rozabales, Ourense; el Castaño del Abuelo, en la provinica de Cáceres; la Tejeda de Rioscuro, León, o el bosque mixto del paraje de Mácara, en el río Miño, Ourense.
     También los casos recientes de los tejos y tejedas de la Sierra de Madrid, los de Cervera de Pisuerga, Palencia, o de Tartales-Panizares, Burgos, son ilustrativos. Su fama de bosques milenarios o mágicos ha atraído a hordas de turistas y los proyectos de adecuación y mejora no han disuadido a las personas visitantes, al contrario.
     El tejo de Barondillo o Valhondillo, en Rascafría, Madrid, es un escaparate que tiene en la actualidad decenas de caminos nuevos que han surgido de forma espontanea por el paso de la gente. Con rutas detalladas por doquier. Así acaba de aparecer, por ejemplo, en una revista de Segovia, con todo lujo de detalles, sobre su acceso, por si la presión desde Madrid fuera poca…Afortunadamente, el árbol no parece presentar síntomas de debilidad, pero sí el entorno. Sus gestores decidieron, sin pedir opinión a expertos, hacer un vallado quitándole gran parte de su naturalidad y sin considerar el ecosistema en su conjunto.

Tejeda de Panizares
     El caso de la Tejeda de Panizares, Tartales de Cilla, en Burgos, es un ejemplo de lo que está pasando. Es uno de los muchos lugares especiales por la concentración de árboles monumentales, sobre todo tejos enormes, en gran número. El lugar se puso de moda a primeros del 2000. Se produjo una afluencia bastante masiva a la zona, incluso de colegios y grupos de montaña. Hasta esa fecha era desconocido. No podía soporta tal afluencia y, en muy pocos años, se creó un gran impacto sobre el suelo y el arbolado, con compactación y creación de sendas nuevas.
     Los problemas de la Tejeda de Panizares continuaron con pérdida de suelo, una superficie, en este caso, con una pendiente elevada, pisoteo intensivo y compactación del suelo, disminuyendo su permeabilidad y, en algunos casos, las raíces quedaron al aire y las cortezas de los árboles sobadas por los visitantes.
El paso de bicis en lugares sensibles deterioran el suelo. Foto Ecologistas en Acción.
     Al quedar las raíces descubiertas, sufren la presión continua de los paseantes y el descenso de vitalidad de los árboles se hace evidente. Parece una acción inofensiva, pero supone alteraciones, que a la larga, empiezan por roturas de ramas o heridas, una vía de entrada de patógenos y hongos que aceleran el debilitamiento.

Pérdida de suelo
     El paso de bicis de montaña, o BTT, es también muy perjudicial en estos lugares sensibles. Una sola bici en pendiente supone la afección del paso de cientos de personas a pie. Y si llueve, mucho más, ya que la presión mecánica a la que se ven sometido el suelo y las raíces es mucho mayor.
    Y qué decir de la algarabía de los grupos de visitantes. La falta de silencio, además de ser una falta de respeto al paraje y a otros visitantes, genera una extorsión a los pequeños mamíferos y la avifauna. Hay que recordar que cada ejemplar es un microecosistema de vida, con insectos, musgos y todo tipo de seres que allí cohabitan.
     Otro de los temas asociados es lo que podemos llamar el auge del misticismo, espiritualidad y esoterismo en torno a los árboles monumentales. Cada vez es más común encontrar altares, budas o hasta urnas con cenizas junto a árboles señeros en parajes alejados.
 

Misticismo y árboles
     Abrazarse a algunos árboles, sobar su tronco o llenarse de energías extrañas es un sentimiento personal libre, pero, por favor, no elijamos este tipo de árboles para ello; hay otros en medios accesibles y más adecuados. Si te gusta abrazarte a los árboles hay muchos para hacerlo, no precisamente los más longevos y grandes para hacer los ritos, no les estás beneficiando.
      Se confunde un poco el mito con la realidad, se mezclan los sentimientos antrópicos y emociones personales con la naturaleza de los árboles y los lugares excepcionales no tienen la culpa. Junto a todo esto tenemos la moda del trasplante de arbolitos, del monte al jardín, o a la casa…
     Soluciones fáciles no hay. La prohibición, aunque necesaria, es a veces poco efectiva, y surte un efecto llamada. Hemos de aceptar que hay lugares con árboles y seres vivos delicados no visitables que hay que preservar. Las administraciones no deben favorecer ni permitir esos accesos y estudiar cada caso particular. Dejemos tranquilos y en paz los árboles aislados y alejados. Algunos árboles necesitan dejarlos morir en paz. En algunos casos, el olvido es la mejor conservación.

Disfrutar y cuidar la salida al campo

  • No hace falta buscar lo más espectacular de la naturaleza. Valoremos lo común y normal de los paisajes.
  • Demostrar la madurez en la naturaleza es no divulgar sitios cuyas visitas no son nada beneficiosas para el espacio.
  • No llevar gente a estos lugares y no sacarlos a la luz en medios de comunicación es la medida más recomendable.
  • Es necesario controlar nuestras emociones a la hora de dar a conocer rutas, recorridos o coordenadas en Internet.
  • Las personas gestoras y educadoras ambientales no deben precipitarse en la difundir espacios bien conservados.
  • Primero lo cercano, accesible y bien acondicionado para la visita.
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