JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Técn. Foresta
El Pino Muralla, uno de los grandes de Gáldar
Junto a la
encrucijada donde confluyen los municipios de Moya, Santa María de Guía y
Artenara, se sitúa el suelo más joven de Gran Canaria. El fenómeno
eruptivo de hace sólo 2.700 años (muy poco tiempo en términos
geológicos) dio lugar a una caldera y a una importante acumulación de
picones negros, piroclastos que sepultaron una amplia superficie del
pinar que existía en la zona. La caldera, conocida como de los Pinos de
Gáldar, recibió directamente el fitopónimo forestal ante la presencia
muy cercana de varios descendientes ancestrales de Pinus canariensis.
El grupo de los Pinos de Gáldar se encontraba conformado por apenas una veintena de pinos centenarios. Antaño y antes de que se reforestara la zona, estos árboles eran visibles desde lejos, dominando sobre las faldas de la caldera volcánica del mismo nombre. Actualmente puede aplicarse el dicho de que “los árboles no dejan ver el bosque”, o, más en concreto, “no dejan ver a los supervivientes del viejo bosque”.
Ocaso difícil de evaluar
El botánico Águedo Marrero apuntaba en Rincones del Atlántico (2006) que en 1962 se contabilizaron diecinueve ejemplares, pero que en la actualidad este número se ha reducido prácticamente a la mitad, cayendo abatidos o secando en pie hasta ocho y presentando un estado preocupante de salud hasta seis de ellos. Las causas de este ocaso son difíciles de evaluar. En todo caso, los cambios producidos por la mayor presencia de arbolado, pese a la mezcla genética, no debiera considerarse como una influencia negativa.
De entre los antiguos integrantes que aún se sujetan a este reciente suelo, sin desmerecer la monumentalidad del resto, a mí me cautiva, especialmente, el que se localiza sobre la coordenada 28º 25’ 32” N y 15º 37’ 07” W. La singularidad de este árbol radica en su porte de candelabro y en su sección alargada y elíptica, lo que le concede un aspecto de árbol muralla. El Pino Muralla consta de tres pernadas dispuestas en serie, una central que hace mucho tiempo se secó y dos laterales que la van engullendo poco a poco, como si fuera una cremallera.
El perímetro del trío es de casi ocho metros, con una longitud de pared de tres metros, mientras que la altura de la bóveda se aproxima a los veinte metros. Además de esta extraña morfología, son varias las ramas gruesas y secas, sobre todo en la zona central, que sin cumplir función fisiológica parecen verdaderas gárgolas que repuntan en esta catedral forestal.
Ni ‘castrado’ ni ‘acuevado’
Cabe indicar que la pernada seca central presenta cortes rectos, lo que permite adivinar que fueron cortados por la mano del hombre, quizás “enganchandas” por los leñadores de la época pudiendo ser este el motivo principal de debilidad. También la pernada que mira al oeste presenta un importante proporción de seca, probablemente por verse afectada por hongos o enfermedades provenientes del fuste inicial. Como aspecto positivo se puede indicar que el árbol no se encuentra “castrado” o “acuevado”, es decir, que no presenta huecos en su base, concediéndole una mayor estabilidad biomecánica a la vez que se reduce la posibilidad de que prenda la tea interna en un incendio.
El Pino Muralla posee unas largas ramas bajas, testigos de que durante mucho tiempo no tuvo vecinos cercanos. Muy cerca de este sorprendente ejemplar discurre una vía pecuaria que va de norte a cumbre, camino real para el ganado que cuenta con un murete de piedra. Probablemente antes de la repoblación la zona debió contar con extensos y ricos pastizales estacionales.
Edad mínima
Resulta demasiado aventurado el cálculo de la edad del árbol, aunque probablemente la gran pernada central es muy anterior a las dos laterales. Como edad mínima seguramente nos quedaremos cortos con 350 años.
Una característica fisionómica que responde a la especial orientación de este ejemplar frente a los alisios húmedos, es que su cara norte, tanto en la corteza de la pared como en toda su extensión en altura, se encuentra acolchada por una completa colección de musgos y líquenes que a menudo funcionan como esponjas de captación horizontal del recurso básico. No en vano, en la parte alta, junto al mirador, existe un olmo (Ulmus minor) al que hace años el Icona construyó una pequeña balsa para acumular los excesos procedentes de la precipitación horizontal.
Lamentablemente, los Pinos de Gáldar han sido escenario de, al menos, dos tragedias de asesinato, una en 1916 y otra en 2015. La primera advertida por carroñeras como el cuervo y el guirre –hoy prácticamente desaparecidos– y la segunda por el hallazgo de unos senderistas. La causa del primero de estos crímenes, el de un farmacéutico, parece que respondió a la avaricia, mientras que el segundo, el de un ventero, lo hizo el desamor. Basta ya de tanta muerte y tristeza en un entorno de tanta belleza, preservemos estas singulares y majestuosas creaciones para que los únicos sentimientos que reinen sean la alegría y la paz interior.
El Pino Muralla, uno de los grandes de Gáldar
Resulta aventurado el cálculo de la edad del árbol, aunque como edad mínima seguramente nos quedaremos cortos con 350 años.| FOTO JUAN GUZMÁN |
El grupo de los Pinos de Gáldar se encontraba conformado por apenas una veintena de pinos centenarios. Antaño y antes de que se reforestara la zona, estos árboles eran visibles desde lejos, dominando sobre las faldas de la caldera volcánica del mismo nombre. Actualmente puede aplicarse el dicho de que “los árboles no dejan ver el bosque”, o, más en concreto, “no dejan ver a los supervivientes del viejo bosque”.
Ocaso difícil de evaluar
El botánico Águedo Marrero apuntaba en Rincones del Atlántico (2006) que en 1962 se contabilizaron diecinueve ejemplares, pero que en la actualidad este número se ha reducido prácticamente a la mitad, cayendo abatidos o secando en pie hasta ocho y presentando un estado preocupante de salud hasta seis de ellos. Las causas de este ocaso son difíciles de evaluar. En todo caso, los cambios producidos por la mayor presencia de arbolado, pese a la mezcla genética, no debiera considerarse como una influencia negativa.
De entre los antiguos integrantes que aún se sujetan a este reciente suelo, sin desmerecer la monumentalidad del resto, a mí me cautiva, especialmente, el que se localiza sobre la coordenada 28º 25’ 32” N y 15º 37’ 07” W. La singularidad de este árbol radica en su porte de candelabro y en su sección alargada y elíptica, lo que le concede un aspecto de árbol muralla. El Pino Muralla consta de tres pernadas dispuestas en serie, una central que hace mucho tiempo se secó y dos laterales que la van engullendo poco a poco, como si fuera una cremallera.
El perímetro del trío es de casi ocho metros, con una longitud de pared de tres metros, mientras que la altura de la bóveda se aproxima a los veinte metros. Además de esta extraña morfología, son varias las ramas gruesas y secas, sobre todo en la zona central, que sin cumplir función fisiológica parecen verdaderas gárgolas que repuntan en esta catedral forestal.
Ni ‘castrado’ ni ‘acuevado’
Cabe indicar que la pernada seca central presenta cortes rectos, lo que permite adivinar que fueron cortados por la mano del hombre, quizás “enganchandas” por los leñadores de la época pudiendo ser este el motivo principal de debilidad. También la pernada que mira al oeste presenta un importante proporción de seca, probablemente por verse afectada por hongos o enfermedades provenientes del fuste inicial. Como aspecto positivo se puede indicar que el árbol no se encuentra “castrado” o “acuevado”, es decir, que no presenta huecos en su base, concediéndole una mayor estabilidad biomecánica a la vez que se reduce la posibilidad de que prenda la tea interna en un incendio.
El Pino Muralla posee unas largas ramas bajas, testigos de que durante mucho tiempo no tuvo vecinos cercanos. Muy cerca de este sorprendente ejemplar discurre una vía pecuaria que va de norte a cumbre, camino real para el ganado que cuenta con un murete de piedra. Probablemente antes de la repoblación la zona debió contar con extensos y ricos pastizales estacionales.
Edad mínima
Resulta demasiado aventurado el cálculo de la edad del árbol, aunque probablemente la gran pernada central es muy anterior a las dos laterales. Como edad mínima seguramente nos quedaremos cortos con 350 años.
Una característica fisionómica que responde a la especial orientación de este ejemplar frente a los alisios húmedos, es que su cara norte, tanto en la corteza de la pared como en toda su extensión en altura, se encuentra acolchada por una completa colección de musgos y líquenes que a menudo funcionan como esponjas de captación horizontal del recurso básico. No en vano, en la parte alta, junto al mirador, existe un olmo (Ulmus minor) al que hace años el Icona construyó una pequeña balsa para acumular los excesos procedentes de la precipitación horizontal.
Lamentablemente, los Pinos de Gáldar han sido escenario de, al menos, dos tragedias de asesinato, una en 1916 y otra en 2015. La primera advertida por carroñeras como el cuervo y el guirre –hoy prácticamente desaparecidos– y la segunda por el hallazgo de unos senderistas. La causa del primero de estos crímenes, el de un farmacéutico, parece que respondió a la avaricia, mientras que el segundo, el de un ventero, lo hizo el desamor. Basta ya de tanta muerte y tristeza en un entorno de tanta belleza, preservemos estas singulares y majestuosas creaciones para que los únicos sentimientos que reinen sean la alegría y la paz interior.
Foto de JOSÉ LUIS MONTAÑÉS, un pino canario aferrado a la pared de la Caldera de Gáldar |
Foto: JOSÉ MANUEL QUESADA MOLINA |
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Nº 13 de Gran Canaria
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