JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. técn. forestal
Los 550 años del Pino de Pilancones, el “abuelo forestal”
Los 550 años del Pino de Pilancones, el “abuelo forestal”
Ilustración de Mary Anne Kunkel |
Aunque el pino
canario es uno de los treinta árboles propios de este archipiélago y a
su vez el más abundante, pocos son los ejemplares que cuentan con el
honor de haber sido bautizados con un nombre propio. El Pino de
Pilancones estaba localizado en el parque natural del mismo nombre. Con
el vocablo de pilancón, nuestros ancestros denominaban los
charcos naturales que quedaban tras la escorrentía del agua por los
cauces. Y cierto es, muy cerca de la latitud 27º 53’ 40” N y longitud
15º 36’ 13” W donde habitó nuestro protagonista, pueden observarse
pilancones con agua y vida aún en pleno verano.
¿Qué podemos contar de tan singular espécimen de Pinus canariensis, posiblemente el árbol más conocido de Gran Canaria aunque no el más visitado? ¿Que su lejanía alimentó el mito de su tamaño? ¿Que mientras Cristóbal Colón desembarcaba en las Américas o mientras el guerrero canario Doramas luchaba por salvar su tierra de los invasores, este individuo crecía poderosamente bajo el pinar de Tirajana? S. Domínguez en su obra Leyendas vivas (2005), ya señalaba a este árbol como uno de los más singulares de Canarias y de España.
El Pinus canariensis es un portento de resistencia, adaptación y evolución, desarrollando diversas estrategias para durar muchos años y prácticamente resucitar tras los incendios. La habilidad adaptativa para evitar las pudriciones internas y en consecuencia prolongar la longevidad se basa, esencialmente, en impregnar su duramen con resina, formando la incorruptible y aromática tea.
Datación dendrocronológica
En 2009 la dendrocronóloga M. Génova (junto a C. Santana y B. Martínez) –en un estudio practicado sobre una troza enviada a la Universidad Politécnica de Madrid–, precisó que la datación más fiable obtenida para las secuencias de crecimiento promedio fue de 542 años, la más larga conocida hasta ahora del pino canario. A este dato habría que sumarle el tiempo en alcanzar la altura de la muestra, espacio que se calculó en 8 años. Con ello la época en que germinó Pilancones tuvo que andar muy cerca del invierno de 1457-1458, coincidiendo ya con los años más tardíos del Medievo.
Muchos fuimos los expertos o entendedores que tras el mayor incendio registrado en Canarias, el de 2007, quisimos albergar la esperanza de que el árbol pudiera recuperarse. Su función fotosintética no se vio demasiado afectada, presentando la mayor parte de su copa verde sobre un paisaje vegetal color sepia. Pero lo cierto es que este singular árbol había comenzado a morir hacía mucho tiempo, aproximadamente unos 185 años antes, según se desprende del estudio dendrocronológico.
“Manojitos” de tea, casa por casa
La herida que a la larga causó la muerte del árbol se inició hacia el año 1823, coincidiendo con una época de incremento poblacional y de reducción del suelo destinado al uso agropecuario. Fueron tiempos difíciles, con un aumento importante de la tensión social entre el campesinado y las autoridades, situación que explotó con la denominada “Sublevación de Doramas”, que implicó a más de 4.000 personas (más de un 10% de la población de la isla de Gran Canaria en esa época) al dejar al pueblo sin acceso a las leñas comunes. En este ambiente de lucha por la supervivencia, no fue extraño que se intensificara la deforestación y pese a que Pilancones ya era un árbol respetado, defendido de la tala en varias ocasiones, no pudo impedirse la costumbre de que fuera “catado”. Con la cata se buscaba averiguar la cantidad de tea que tenía. De esta herida se aprovechaban pequeñas astillas, que eran vendidas como “manojitos”, casa por casa, por los alrededores de Tunte con el fin de prender la lumbre.
Pilancones poseía un gran corazón de tea debido a que sus crecimientos iniciales fueron excepcionales, pero la herida antes mencionada empezó a provocar un cambio importante en dicho crecimiento, rompiendo su simetría. Aunque resulta más difícil de correlacionar, es posible que también el crecimiento asimétrico fuera el causante de la inclinación de 5 grados que presentaba (desplazando su guía terminal unos tres metros sobre la horizontal de la base).
Fueron, ciertamente, los incendios intermitentes los que aumentaron el tamaño de la hornacina, consumiendo la inflamable tea que una y otra vez exudaba gotitas de resina para tratar de cicatrizar. Tras el incendio de 2007, el hueco de la cara sur era ya de casi 4 metros cúbicos; la tea se había consumido prácticamente en los primeros 5 metros del ejemplar. Sobre un arco de madera de apenas 20 centímetros de espesor, aún se erguían los 42 metros de esta joya botánica con sus aproximadamente 35.000 kilogramos de peso. Se necesitaban 5 personas para abrazarlo por completo.
Sigue vivo en dos injertos
En estas pésimas condiciones se mantuvo aún otros seis meses en pie, hasta la noche del 30 de enero de 2008 cuando las leyes de la física acabaron imponiéndose. No hizo falta ningún viento para tumbar al cinco veces centenario, incluso algunos testigos dijeron haber oído sus fibras retorcerse en las vísperas de su abatimiento.
Para los amantes de los árboles y para la Asociación de Vecinos de Ayagaures, custodios del libro que se encontraba en su base desde el año 1960, fue como la pérdida de un viejo y querido amigo. Sin duda la visión de este gigante de la naturaleza imponía, yo mismo recordaré para siempre la primera vez que lo vi, siendo un chiquillo de unos trece años. Pero Pilancones sigue vivo. No solo en nuestras mentes y fantasías, sino también en dos injertos que, gracias a la labor del Cabildo de Gran Canaria, lograron conservar su ADN en dos ejemplares que, a día de ho, prosperan en el monte.
Pilancones se encontraba ya en su etapa senil, pero podría haber durado 200 ó 300 años más. Sin duda fueron sus daños irreparables los que acortaron su longevidad natural. El incendio de 2007 también se cobró muchos otros ejemplares adultos y monumentales que presentaban el mismo problema en su base. Algunas metodologías de bajo coste e impacto, practicadas desde la Administración Pública, han demostrado su eficacia para que estos huecos no sigan creciendo con los incendios. Debe considerarse como absolutamente necesario y prioritario que éstas prácticas y otros cuidados particulares se lleven a cabo, incluso con apoyo legislativo. Debe permitirse que el universo forestal canario progrese y no pierda más biodiversidad patrimonial y singular.
¿Qué podemos contar de tan singular espécimen de Pinus canariensis, posiblemente el árbol más conocido de Gran Canaria aunque no el más visitado? ¿Que su lejanía alimentó el mito de su tamaño? ¿Que mientras Cristóbal Colón desembarcaba en las Américas o mientras el guerrero canario Doramas luchaba por salvar su tierra de los invasores, este individuo crecía poderosamente bajo el pinar de Tirajana? S. Domínguez en su obra Leyendas vivas (2005), ya señalaba a este árbol como uno de los más singulares de Canarias y de España.
El Pinus canariensis es un portento de resistencia, adaptación y evolución, desarrollando diversas estrategias para durar muchos años y prácticamente resucitar tras los incendios. La habilidad adaptativa para evitar las pudriciones internas y en consecuencia prolongar la longevidad se basa, esencialmente, en impregnar su duramen con resina, formando la incorruptible y aromática tea.
Datación dendrocronológica
En 2009 la dendrocronóloga M. Génova (junto a C. Santana y B. Martínez) –en un estudio practicado sobre una troza enviada a la Universidad Politécnica de Madrid–, precisó que la datación más fiable obtenida para las secuencias de crecimiento promedio fue de 542 años, la más larga conocida hasta ahora del pino canario. A este dato habría que sumarle el tiempo en alcanzar la altura de la muestra, espacio que se calculó en 8 años. Con ello la época en que germinó Pilancones tuvo que andar muy cerca del invierno de 1457-1458, coincidiendo ya con los años más tardíos del Medievo.
Muchos fuimos los expertos o entendedores que tras el mayor incendio registrado en Canarias, el de 2007, quisimos albergar la esperanza de que el árbol pudiera recuperarse. Su función fotosintética no se vio demasiado afectada, presentando la mayor parte de su copa verde sobre un paisaje vegetal color sepia. Pero lo cierto es que este singular árbol había comenzado a morir hacía mucho tiempo, aproximadamente unos 185 años antes, según se desprende del estudio dendrocronológico.
“Manojitos” de tea, casa por casa
La herida que a la larga causó la muerte del árbol se inició hacia el año 1823, coincidiendo con una época de incremento poblacional y de reducción del suelo destinado al uso agropecuario. Fueron tiempos difíciles, con un aumento importante de la tensión social entre el campesinado y las autoridades, situación que explotó con la denominada “Sublevación de Doramas”, que implicó a más de 4.000 personas (más de un 10% de la población de la isla de Gran Canaria en esa época) al dejar al pueblo sin acceso a las leñas comunes. En este ambiente de lucha por la supervivencia, no fue extraño que se intensificara la deforestación y pese a que Pilancones ya era un árbol respetado, defendido de la tala en varias ocasiones, no pudo impedirse la costumbre de que fuera “catado”. Con la cata se buscaba averiguar la cantidad de tea que tenía. De esta herida se aprovechaban pequeñas astillas, que eran vendidas como “manojitos”, casa por casa, por los alrededores de Tunte con el fin de prender la lumbre.
Pilancones poseía un gran corazón de tea debido a que sus crecimientos iniciales fueron excepcionales, pero la herida antes mencionada empezó a provocar un cambio importante en dicho crecimiento, rompiendo su simetría. Aunque resulta más difícil de correlacionar, es posible que también el crecimiento asimétrico fuera el causante de la inclinación de 5 grados que presentaba (desplazando su guía terminal unos tres metros sobre la horizontal de la base).
Fueron, ciertamente, los incendios intermitentes los que aumentaron el tamaño de la hornacina, consumiendo la inflamable tea que una y otra vez exudaba gotitas de resina para tratar de cicatrizar. Tras el incendio de 2007, el hueco de la cara sur era ya de casi 4 metros cúbicos; la tea se había consumido prácticamente en los primeros 5 metros del ejemplar. Sobre un arco de madera de apenas 20 centímetros de espesor, aún se erguían los 42 metros de esta joya botánica con sus aproximadamente 35.000 kilogramos de peso. Se necesitaban 5 personas para abrazarlo por completo.
Sigue vivo en dos injertos
En estas pésimas condiciones se mantuvo aún otros seis meses en pie, hasta la noche del 30 de enero de 2008 cuando las leyes de la física acabaron imponiéndose. No hizo falta ningún viento para tumbar al cinco veces centenario, incluso algunos testigos dijeron haber oído sus fibras retorcerse en las vísperas de su abatimiento.
Para los amantes de los árboles y para la Asociación de Vecinos de Ayagaures, custodios del libro que se encontraba en su base desde el año 1960, fue como la pérdida de un viejo y querido amigo. Sin duda la visión de este gigante de la naturaleza imponía, yo mismo recordaré para siempre la primera vez que lo vi, siendo un chiquillo de unos trece años. Pero Pilancones sigue vivo. No solo en nuestras mentes y fantasías, sino también en dos injertos que, gracias a la labor del Cabildo de Gran Canaria, lograron conservar su ADN en dos ejemplares que, a día de ho, prosperan en el monte.
Pilancones se encontraba ya en su etapa senil, pero podría haber durado 200 ó 300 años más. Sin duda fueron sus daños irreparables los que acortaron su longevidad natural. El incendio de 2007 también se cobró muchos otros ejemplares adultos y monumentales que presentaban el mismo problema en su base. Algunas metodologías de bajo coste e impacto, practicadas desde la Administración Pública, han demostrado su eficacia para que estos huecos no sigan creciendo con los incendios. Debe considerarse como absolutamente necesario y prioritario que éstas prácticas y otros cuidados particulares se lleven a cabo, incluso con apoyo legislativo. Debe permitirse que el universo forestal canario progrese y no pierda más biodiversidad patrimonial y singular.
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La lección del pino de Pilancones
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