sábado, 27 de julio de 2013


EL HOJARASQUÍN DEL MONTE 
Cuento del Dpto. de Tolima, Colombia

Los campesinos de las montañas colombianas cuentan muchas historias acerca del Hojarasquín del Monte.
Dicen que se alimenta de flores y de bayas doradas. Más de uno dice haberse encontrado con este espíritu protector de la naturaleza que habita en la oscuridad de los bosques tropicales.
Atento al chillido de las golondrinas en los farallones del río, sabe cuándo se acerca el depredador de la flora y cuándo debe auxiliar al sabanero, anhelante víctima de los perros del cazador. Amante de los vuelos, el Hojarasquín, algunas veces, se cansa de ser árbol y entonces disputa con los loros, intenta saltar con los venados en las tardes de sol.
Los que lo han visto coinciden en que se traba de un árbol-hombre, no está cubierto de pelo sino de musgo y ramitas que cuelgan, y su cuerpo es un tronco viejo a cuyo pie nacen dos horribles pezuñas. Camina rápida y furtivamente entre el follaje, en medio de un atronador ruido de hojas secas. Su aparición causa verdadero espanto, sobre todo a los taladores de bosques y a los cazadores, a quienes nunca se les muestra de frente sino que se les acerca por la espalada como si los siguiera. Esto sucede por lo general cuando el cazador apunta con su arma a un venado o a una danta indefensa -tapir-, o cuando el leñador levanta su hacha para derribar un árbol que no debería derribar. El susto que se llevan es tan grande que nos le quedan ganas de volver por allí, o, por lo menos, no a matar animales o a cortar árboles. Un respeto profundo se apodera de ellos desde entonces, como si comprendieran que con la naturaleza no se puede jugar ni se puede hacer daño porque sí, sólo por diversión o por plata. Sin embargo, y a pesar de su aspecto aterrador, el Hojarasquín es un ser de buenos sentimientos que conduce amablemente hacia la salida del monte a los caminantes que se pierden en él. La única condición es que el caminante extraviado sea de su agrado. El problema está en que no es fácil simpatizarle. Los aventureros valientes no lo conmueven, ni tampoco los exploradores que se adentran en la selva en busca de tesoros ocultos. Antes de ayudarlos en sus propósitos, les juega toda suerte de bromas pesadas que les ponen los nervios de punta y termina haciéndolos desistir de sus planes. Sólo una cosa es precisa para ser del agrado del Hojarasquín del Monte, y es mostrar reverencia y respeto por su entorno natural.
Los campesinos saben de sus movimientos por la algarabía de los arrendajos y pájaros tijeras, por la inmensa batahola de los samanes con el viento. Amo de las hojas y el rumor de las aves en las montañas, el Hojaraquín muere cuando hay talas o destrucción de los montes. En forma de tronco seco, permanece oculto hasta cuando resurge la floresta.

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CELIA BALCÁZAR DE BUCHER (Colombia, 1940)
Hojaraquil*

Hojarasquil del monte
flautista misterioso de la primera infancia
ululaba, fluía con su cortejo de hojas
sinuoso impredecible presuroso partía
en su ballet errático
por la vieja escalera de caracol
y se perdía en el aire
espectro de hojas 
despojado
del lastre de su cuerpo
regados en su zaga después del torbellino
dionisíaco
cascabeles dormidos
calladas castañuelas
inermes, anhelantes
de su próximo vuelo

Celia nos propone este otro nombre "Hojaraquil" en lugar de "Hojarasquín"
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