ÁRBOLES VENERABLES EN ESTAMBUL
En el parque de Gülhane soy un nogal [...]
mis hojas son mis manos.
Tengo exactamente cien mil manos.
Y con mis cien mil manos yo te toco
y toco Estambul.
En vista de los planes que las autoridades de Estambul tienen para el parque Gezi, uno de los últimos reductos de quietud en esta frenética megalópolis, y en vista también de las talas masivas que está provocando la construcción del tercer puente sobre el Bósforo, se podría pensar que aquellos celosos djinns han abandonado definitivamente estas regiones, dejando a la cada vez más indefensa ciudadanía la dura tarea de preservar el patrimonio natural amenazado.
Las protestas contra la brutal aniquilación del parque Gezi parecen
haber desembocado en algo de mayor calado, un clamor insoslayable que
apunta directamente a los atropellos de unos gobernantes empeñados en
someter los espacios públicos a intereses particulares, y que insisten
en tratar a sus ciudadanos como si fueran delincuentes o, en el mejor de
los casos, menores de edad necesitados de tutela. Sin embargo, en medio
de la algarabía que producen estos vientos de cambio, que aún no
sabemos con certeza hacia dónde nos llevan, no deberíamos olvidar que todo empezó con un simple árbol.
Y no es nada extraño, ya que éste ha sido siempre un pueblo amante de los árboles. Del chamanismo preislámico parece haber pervivido una cierta dendrolatría que aún se percibe en los motivos de muchas alfombras anatolias, y en la costumbre, muy viva en toda Turquía, de los árboles votivos, en cuyas ramas se atan trozos de tela o papel con la esperanza de que se cumpla un deseo.
Aunque en Estambul hay muy pocos parques, la ciudad cuenta con muchísimos árboles (alguien debería explicarle la diferencia al primer ministro), y no es la primera vez que la ciudadanía se moviliza para salvar un ejemplar. En la memoria de muchas personas está la lucha que mantuvieron hace menos de dos décadas los vecinos del distrito de Bakırköy para salvar un lentisco milenario que iba a sucumbir a la construcción de una autopista. O, unas décadas antes, las movilizaciones de los habitantes del barrio de Şehremini para impedir que se talase un plátano centenario que se creía plantado por el mismísimo Mehmet el Conquistador.
Desde nuestro humilde espacio queremos rendir un modesto homenaje a estos silenciosos vigilantes de la ciudad de Estambul, recordando a aquellos que han alcanzado fama, bien por haber llegado a una edad provecta, por haber sido testigos o incluso protagonistas de hechos curiosos e insólitos, o bien por habérseles atribuido propiedades mágicas o sobrenaturales.
Los árboles de Estambul
La región del Bósforo era en otro tiempo rica en bosques cuyos últimos vestigios (mientras lo permita el gobierno) aún se pueden disfrutar en las inmediaciones del mar Negro. Las especies más comunes eran los castaños, hayas, olmos, robles, fresnos (cuyas hojas dice la leyenda que se añadieron a la argamasa empleada en la construcción de Santa Sofía, para dotarla de mayor robustez), tilos, pistacheros, nogales, sauces y otras muchas. Ni siquiera los olivos eran extraños en la costa del mar de Mármara, e incluso hay una especie, que aunque no es originaria de la región, se conoce en las lenguas occidentales como “acacia de Constantinopla”.
Hoy en día entre las especies más comunes se encuentran el pino
piñonero, la higuera, que inunda con su perfume y sus apreciados frutos
los rincones más insospechados de la ciudad, y también el árbol del
amor, o árbol de Judas. Este último, a pesar de ser de introducción
relativamente reciente, se ha aclimatado perfectamente, e incluso cuenta
con una Asociación de Amigos del Árbol del Amor que promueve su
plantación (aunque no lo necesite, pues se ha asilvestrado y crece
espontáneamente) y va camino de convertirse, por sus espectaculares
flores de color rosa, en uno de los símbolos de la ciudad.
La toponimia de Estambul está llena de referencias a árboles: Fındıklı ‘avellano’, Bademlik ‘almendro’, Zeytinburnu ‘cabo de la aceituna’, Elmadağ ‘pomarada’, İncirlibostan ‘jardín de las higueras’, Söğütlüçeşme ‘fuente de los sauces’, Kirazlımescit ‘mezquita de los cerezos’, y muchas otras. Pero si tuviésemos que elegir las dos especies de árboles más representativas de Estambul, las más presentes, características y longevas, las que han sido más veces testigos mudos de las peripecias de sus habitantes, éstas serían sin ninguna duda el ciprés y el plátano.
Los cipreses
Al parecer el ciprés no es una especie propia de la región del Bósforo, y sólo fue introducida masivamente en época bizantina para proveer de madera a la industria naval. En uno de los mosaicos de la iglesia de San Salvador de Chora, el de los Siete pasos de la Virgen, ya aparecen en segundo plano varios cipreses agitados por el viento, una representación que inspiraría un emotivo poema al premio nobel griego Giorgios Seferis. El propio Teodoro Metoquites, refundador del monasterio de Chora y mecenas de esos mosaicos, dejaría escrito a principios del s.XIV que el ciprés simbolizaba el ascenso espiritual de los monjes ya que “proclama sin ningún tipo de artificio el camino que habrán de seguir afanosamente los que meditan”.
Como en muchas otras partes de Europa, también los cementerios de Estambul están poblados de cipreses. Por su hoja perenne, sus ramas siempre llenas de frutos, su olor a incienso, y su afilada copa apuntando al cielo, han sido en muchas culturas un símbolo de la vida eterna. Aunque las razones por las que se plantan cipreses en los cementerios pueden ser también de otra índole: no necesita podas ni cuidados especiales, y además sus raíces son rectas, con lo cual se evitan posibles deterioros en tumbas, lápidas y ornamentos funerarios.
Pero en Estambul el ciprés no sólo tiene connotaciones fúnebres. En la literatura culta otomana, llamada de divan, los bellos enamorados son frecuentemente “altos y robustos como cipreses”. Junto con los minaretes y las cúpulas de las mezquitas, conformaron durante mucho tiempo la silueta clásica de la ciudad. El propio Chateaubriand, probablemente el viajero occidental más inclemente con la ciudad del Bósforo, confiesa sentirse impresionado por la imagen de los cipreses y los minaretes desde el mar a través de la bruma, que daban a la ciudad el aspecto “de un bosque desnudo”.
Aún es posible ver ejemplares muy longevos y hermosos, especialmente en el cementerio Karacaahmet de Üsküdar.
Los plátanos
Si el ciprés representa en cierta medida el mundo celestial, se puede decir que el plátano hace lo propio con lo terrenal. Al parecer, el fabuloso árbol de bronce que se encontraba en la sala del trono del Gran Palacio de la corte bizantina y que, aparte de maravillar y desconcertar a los embajadores extranjeros con sus prodigiosos autómatas, inspiró el famoso poema de Yeats, no era otro que la representación de un gran plátano.
Pero es en época otomana cuando el plátano alcanzó su gran esplendor. Cuenta una leyenda que Osmán I, el fundador de la dinastía otomana, tuvo un sueño cuando aún el imperio no era más que un insignificante principado anatolio. En su sueño veía como una luna se hundía en su pecho, y de él surgía un enorme plátano que crecía y crecía hasta cubrir con sus ramas todo el cielo.
El plátano, con sus enormes dimensiones, su ancho tronco, sus largas
ramas y hojas amplias parecía representar la fuerza, el poder y el vigor
de la casa de Osmán. Por ello adquirió casi el estatus de árbol
oficial, una especie de monumento que debía alzarse en las plazas y
espacios abiertos de todas las ciudades del imperio.
Su presencia en la poesía turca, tanto en la culta como en la popular, es constante como metáfora de la grandeza y el poder otomano, desde poetas del s.XVI como Nazmi o Hayreti, hasta otros más modernos como Tevfik Fikret, que deploraron, a través de la imagen de un plátano viejo y marchito, la realidad de un imperio en descomposición.
En Estambul y alrededores hay miles de plátanos centenarios. Sólo en
los jardines del palacio de Topkapı hay 91 considerados históricos,
alguno con casi cinco siglos de antigüedad. Los ejemplares más antiguos
se suelen encontrar en los patios de las mezquitas imperiales.
Tradicionalmente en el centro de todos los barrios históricos había un
plátano centenario cuya amable sombra daba refugio a un café donde los
vecinos se reunían a beber café, té, fumar en narguile y charlar. La
palabra Çınaraltı ‘bajo el plátano’, no es sólo el nombre de
muchas de estas cafeterías, sino también de calles, plazas y hasta de
barrios enteros, aunque en muchos casos el árbol original ya no exista.
Los extraños habitantes de los árboles
Una característica de los plátanos es que al llegar a una edad venerable se ahuecan por dentro. En Estambul muchos de estos árboles huecos llegaron a funcionar como almacenes, o incluso como viviendas de indigentes, bohemios, místicos o anacoretas. Reşad Ekrem Koçu, en su Enciclopedia de Estambul dedica una entrada a estos personajes, y menciona entre otros a un tal Osmán el Desnudo, que en el s.XVII vivió durante cuarenta años en un plátano hueco a orillas del río Lykos, donde recibía a decenas de peregrinos que creían que obraba milagros. También habla de otro personaje conocido como “el tío del hachís”, que vivía a principios del s.XIX en un árbol hueco en Üsküdar. Se sabe que un día, en 1825, entró a la mezquita cercana en un rapto de delirio, y asesinó a un joven almuédano que dormía en una de las estancias. Fue apresado y se ordenó que fuese colgado del mismo plátano donde vivía. Tras la ejecución el árbol fue talado.
Pero veamos ahora algunos árboles que tienen, o tuvieron, nombre propio en esta ciudad.
El Árbol Sangriento
Sin duda uno de los árboles más famosos de la historia de Estambul fue este plátano que se encontraba en la plaza del Hipódromo y que fue testigo de atroces acontecimientos. En 1648 los jenízaros se alzaron con intención de deponer al sultán Ibrahim el Loco. Como primera medida se dirigieron al palacio del gran visir Ahmet Paşa, lo estrangularon y arrastraron su cadáver con un caballo durante varios kilómetros para terminar dejándolo bajo este árbol. Cuenta la historia que algunos jenízaros, ebrios de ferocidad, despedazaron el cadáver y vendieron sus partes al grito de “¡grasa humana, ideal para el dolor de articulaciones!”
Pocos años más tarde, en 1656, tuvo lugar el llamado “incidente del
plátano”. Los jenízaros volvieron a levantarse, enfurecidos por la
reducción de sus pagas en la campaña de Creta. Tras unas negociaciones
infructuosas en palacio, acabaron colgando a más de treinta miembros de
la corte de las ramas del árbol, que desde entonces sería conocido como
el árbol Vakvak, en referencia a un árbol legendario de la tradición islámica cuyos frutos son cabezas humanas.
Finalmente en 1826 el árbol volvería a conocer el horror. Cuando el sultán Mahmut II ordenó la disolución del cuerpo de jenízaros, muchos fueron ejecutados y sus cuerpos apilados bajo ese mismo árbol sangriento. A modo de venganza, el gran visir ordenó que se colgasen los cuerpos y las cabezas de algunos, de la misma manera que habían hecho ellos con su predecesor 178 años antes. El poeta İzzet Molla, celebraba el macabro acontecimiento con estos versos:
El Árbol de los jenízaros
Otro árbol histórico, y algo más pacífico a pesar de su nombre, fue
el llamado “plátano de los jenízaros”, que estaba situado en el primer
patio del palacio de Topkapı. Llamaba mucho la atención de los
visitantes por sus tremendas dimensiones y su interior hueco, en el que
cabían hasta quince personas.
Mucha gente creía que era la entrada a una cueva secreta. Según otra leyenda, un hombre encerró dentro de su tronco a una joven esclava que se había escapado del palacio. Para muchos niños que crecieron en las postrimerías del Imperio Otomano era un árbol mágico, que tenía una personalidad y un carácter propios.
Muy viejo ya, sucumbió a un vendaval en los primeros años de la República. Hoy en día se pueden admirar otros plátanos similares en el segundo y el tercer patio del palacio.
El plátano de Godofredo de Bouillón
Este impresionante plátano milenario se mantuvo en pie hasta hace un siglo en la zona de Büyükdere. Por ser esta el lugar donde habían acampado los caballeros de la Primera Cruzada, se dice que a su sombra había estado la tienda del propio Godofredo de Bouillón. Tenía siete troncos enormes que le daban el sobrenombre de Los Siete Hermanos.
Durante mucho tiempo constituyó una auténtica atracción turística, y
son muchos los relatos de viajes que lo mencionan, entre los que destaca
el de Théophile Gautier que dice de él:
El Ciprés de la Cadena
En el corazón del Estambul intramuros, no muy lejos de la fortaleza de las Siete Torres, se encuentra el humilde barrio de Koca Mustafa, un barrio tranquilo para los estándares estambuliotas, lejos del bullicio de las zonas más turísticas o más densamente pobladas de la ciudad. En el centro de este barrio se halla la mezquita de Sümbül Efendi. Aunque no es un templo de arquitectura especialmente impresionante, nos encontramos ante uno de los santuarios más antiguos de la ciudad, primero como iglesia de San Andrés en Krisei durante casi mil años, y luego como mezquita desde 1486. En el patio de esta mezquita yacen (o mejor decir se yerguen) los restos de un árbol muy especial.
Para una persona que, como yo, proviene de una ciudad que es famosa entre otras cosas por la tumba de un árbol,
el patio de esta mezquita tiene algo de extrañamente familiar, aunque
más que una simple lápida, aquí lo que tenemos es un auténtico mausoleo
con árbol momificado incluido.
Se trata de los restos del Ciprés de la Cadena, un milenario ejemplar que sucumbió hace menos de un siglo. Evliya Çelebi decía de él ya a principios del s.XVII que era un árbol “digno de contemplar”. Según la leyenda, tenía una larga cadena que terminaba en una especie de mano de bronce con la cual dirimía pleitos, señalando, entre dos litigantes, al que tenía la razón.
Se cuenta que en una ocasión un moroso negaba deber cierta cantidad a un hombre, por lo que fue invitado a someterse al juicio del Ciprés de la Cadena. El moroso, temiendo ser descubierto por aquel primitivo pero infalible detector de mentiras, ideó un ardid. Cogió un bastón hueco y lo rellenó con monedas hasta completar la cantidad exacta que debía. Al llegar bajo el ciprés pidió a su acreedor que sujetase un momento el bastón mientras él preguntaba “Venerable ciprés, ¿acaso no he devuelto ya la cantidad que ahora me reclaman?” La leyenda dice que el anciano ciprés no se dejó engañar y que, con un golpe de su cadena, tiró al suelo el bastón, que se quebró dejando al descubierto su ingeniosa artimaña.
Según otra creencia, este árbol tenía el poder de impedir la llegada del Juicio Final, que se desataría si algún día el ciprés es talado o arrancado. Tal vez por eso, a pesar de que lleva décadas seco, nadie ha querido moverlo de su lugar.
El plátano de Alibeyköy
Es muy doloroso ir a visitar el árbol que hace 30 años recibió el título de más antiguo de la ciudad, para comprobar que hoy no es más que que un tocón abandonado y medio putrefacto.
El barrio de Alibeyköy, al fondo del Cuerno de Oro, está en una zona
que antaño se conocía como “Aguas dulces de Europa”, uno de los lugares
favoritos de recreo de los estambulíes durante bastantes siglos.
Evliya Çelebi dice de él en el s.XVII que “cuenta con no más de 40 casas y está adornado con 70 u 80 grandes plátanos”. Probablemente uno de ellos era el gran plátano que nos ocupa, mencionado en el libro Árboles Monumentales de Estambul, de Çelik Gülersoy.
Hoy Alibeyköy es un barrio populoso, en el que destaca una importante comunidad de inmigrantes de los Balcanes. Aunque en la zona todavía hay varios plátanos centenarios impresionantes, después de mucho preguntar descubrí que el que buscaba hacía tiempo que había sufrido daños importantes y tan sólo conservaba una pequeña parte de su tronco. Un anciano me contó que aquel árbol había sido un personaje muy importante en su infancia, cuando los niños del barrio jugaban en su amplísimo interior hueco.
Los plátanos de Eyüp
Se dice que durante el sitio de Constantinopla por parte de los
otomanos, el sultán Mehmet quería encontrar nuevas formas de subir la
moral de sus tropas. Pensó que una buena forma sería encontrar la tumba
de Abu Ayyub, adalid del profeta Mahoma caído durante el primer sitio
musulmán a la ciudad en 670. De modo que ordenó a su maestro espiritual
Akşemseddin que la buscase y señalase su emplazamiento plantando dos
plátanos.
Hoy en día esos plátanos aún pueden verse en la gran mezquita de Eyüp. Uno de ellos en el patio interior y otro en el exterior. Independientemente de la veracidad de la leyenda, se calcula que ambos pueden tener más de 600 años de antigüedad.
El plátano de Helvacı Baba
En el jardín de la mezquita de Şehzade, mandada construir por Solimán el Magnífico para su hijo fallecido, hay varios plátanos centenarios. Uno de ellos es más antiguo que el propio templo, se calcula que ronda los 500 años y pudo haber sido trasplantado allí en 1542.
La historia de este lugar, y de este árbol, está íntimamente ligada a un personaje llamado Yakup Efendi, también conocido como Helvacı Baba.
Todos los viernes tras el rezo, este anciano se ponía bajo el árbol a repartir a los fieles necesitados helva, un dulce típico de Turquía, que llevaba en un cesto. Por muchos fieles que hubiera los dulces del cesto nunca se acababan.
Por este y otros portentos similares Helvacı Baba era considerado un santo, y aún hoy en día en su tumba nunca faltan peregrinos que acuden a pedirle favores o intercesión.
El Árbol de la Piedra
Frente a la entrada del parque Gülhane, y justo partiendo en dos las
vías del tranvía, se encuentra otro de los plátanos más célebres de
Estambul, conocido como Taşlı Çınar, el Árbol de la Piedra. Se
trata de un ejemplar enorme, de 30 metros de altura y aproximadamente
350 años. Su nombre le viene porque en una de sus ramas es posible
distinguir una piedra enganchada.
Se cuenta que un sultán había descubierto esa piedra enganchada en el casco de su caballo, y que después de sacarla la lanzó al árbol, donde sigue desde entonces. La realidad puede ser un poco más prosaica.
Al parecer el árbol se encontraba justo en medio del muro de un pequeño cementerio, muro que fue derribado al construir el tranvía, no sin antes dejar como recuerdo involuntario la mencionada piedra.
El Árbol de los Verdugos
En Turquía hubo ejecuciones públicas por ahorcamiento hasta mediados del s.XX. En Estambul el escenario de las ejecuciones era otro árbol de desdichado recuerdo: el gran plátano de la mezquita de Beyazit, justo a la salida del mercado de libros de viejo.
El Árbol Asesino
Y siguiendo con los árboles de nombre tranquilizador, llegamos a este
magnífico ejemplar, uno de los habitantes más antiguos de Estambul, ya
que se calcula que fue plantado a principios del s.XIII. Se encuentra en
el centro de la localidad de Çengelköy, en la orilla asiática del
Bósforo. Es emocionante pensar que probablemente nació cuando la ciudad
estaba en manos de los latinos
de la Cuarta Cruzada, y cómo desde su emplazamiento pudo haber sido
testigo de la construcción de la fortaleza Rumelia, y de la llegada de
la flota otomana en abril de 1453.
Su desgraciado nombre le viene de un suceso acontecido hace pocas décadas. Un fuerte viento derribó una de sus grandes ramas y mató a un hombre que estaba tomando el té a su sombra.
Los plátanos de Subaşı
Más antiguos todavía parecen ser dos plátanos que se encuentran en las colinas del distrito de Çatalca, en la parte asiática, que por ahora son, según me consta, los dos únicos árboles de Estambul declarados monumento natural nacional.
El Árbol-Pulpo
En un terreno conocido como la granja Bilezikçi, cerca del mar Negro,
se encuentra otro de los candidatos al título de árbol más antiguo de
Estambul. Se trata de un plátano milenario, que cuenta con varios
troncos principales que le han valido su extraño apelativo. Además en
sus inmediaciones hay bastantes más ejemplares de plátanos centenarios
espectaculares.
Otros árboles venerables
Vamos a enumerar aquí otros sabiendo que nos dejaremos muchos en el teclado: en el parque de Yıldız, en Beşiktaş, el fabuloso roble de Yıldız tiene más de 400 años de antigüedad.
También en el patio de la mezquita de Sinanpaşa del mismo barrio se encuentra un plátano varias veces centenario.
Junto a la tumba de Abdülhamit II está el conocido como Almez Solitario, un árbol de la familia de los olmos de excepcionales dimensiones.
En el jardín de la pequeña iglesia de San Jorge, la única iglesia
ortodoxa de la ciudad que depende del Patriarcado de Jerusalén y no del
de Constantinopla, inmediatamente pegado al muro hay un plátano soberbio
que según el vigilante de la iglesia tiene más de mil años. Aunque tal
vez sea una exageración, se trata de un ejemplar espléndido. No es
difícil imaginarse a Dimitrie Cantemir contemplándolo desde su casa unos metros más arriba.
En el jardín de la mezquita de Sultanahmet, uno de los plátanos centenarios lleva poco más de treinta años compartiendo espacio con una hiedra que ha alcanzado un tamaño imponente, en una lenta pero encarnizada batalla de la que nos tememos que el plátano resultará derrotado. Mientras tanto la imagen es ciertamente impresionante.
En el jardín de la mezquita de Rum Mehmet Paşa, la más antigua de la parte asiática, hay dos árboles, un plátano y un pino, cuyos troncos están tan juntos que a día de hoy se puede decir que se están abrazando sin ningún tipo de pudor.
Y muchos, muchos más árboles excepcionales en esta ciudad sin igual, árboles que a tenor de los últimos acontecimientos, sabemos que no son sólo venerables, sino también vulnerables. Por su bien, esperemos poder ser dignos herederos de aquellos djinns protectores.
Nâzım Hikmet
Según una antigua creencia extendida en otro tiempo entre los turcos,
algunos árboles estaban permanentemente custodiados por los djinns, genios protectores invisibles que velaban por su integridad y protegían sus frutos. En la obra Crear a un hombre,
del autor turco Necip Fazıl, el joven protagonista Hüsrev cae víctima
de uno de estos genios por atreverse a jugar bajo una higuera que estaba
protegida, lo cual obliga a su abuela a preparar un dulce especial para
intentar aplacar con él la ira del vengativo y goloso djinn.En vista de los planes que las autoridades de Estambul tienen para el parque Gezi, uno de los últimos reductos de quietud en esta frenética megalópolis, y en vista también de las talas masivas que está provocando la construcción del tercer puente sobre el Bósforo, se podría pensar que aquellos celosos djinns han abandonado definitivamente estas regiones, dejando a la cada vez más indefensa ciudadanía la dura tarea de preservar el patrimonio natural amenazado.
Árbol en el barrio de Yenikapı |
Y no es nada extraño, ya que éste ha sido siempre un pueblo amante de los árboles. Del chamanismo preislámico parece haber pervivido una cierta dendrolatría que aún se percibe en los motivos de muchas alfombras anatolias, y en la costumbre, muy viva en toda Turquía, de los árboles votivos, en cuyas ramas se atan trozos de tela o papel con la esperanza de que se cumpla un deseo.
Aunque en Estambul hay muy pocos parques, la ciudad cuenta con muchísimos árboles (alguien debería explicarle la diferencia al primer ministro), y no es la primera vez que la ciudadanía se moviliza para salvar un ejemplar. En la memoria de muchas personas está la lucha que mantuvieron hace menos de dos décadas los vecinos del distrito de Bakırköy para salvar un lentisco milenario que iba a sucumbir a la construcción de una autopista. O, unas décadas antes, las movilizaciones de los habitantes del barrio de Şehremini para impedir que se talase un plátano centenario que se creía plantado por el mismísimo Mehmet el Conquistador.
Desde nuestro humilde espacio queremos rendir un modesto homenaje a estos silenciosos vigilantes de la ciudad de Estambul, recordando a aquellos que han alcanzado fama, bien por haber llegado a una edad provecta, por haber sido testigos o incluso protagonistas de hechos curiosos e insólitos, o bien por habérseles atribuido propiedades mágicas o sobrenaturales.
Los árboles de Estambul
La región del Bósforo era en otro tiempo rica en bosques cuyos últimos vestigios (mientras lo permita el gobierno) aún se pueden disfrutar en las inmediaciones del mar Negro. Las especies más comunes eran los castaños, hayas, olmos, robles, fresnos (cuyas hojas dice la leyenda que se añadieron a la argamasa empleada en la construcción de Santa Sofía, para dotarla de mayor robustez), tilos, pistacheros, nogales, sauces y otras muchas. Ni siquiera los olivos eran extraños en la costa del mar de Mármara, e incluso hay una especie, que aunque no es originaria de la región, se conoce en las lenguas occidentales como “acacia de Constantinopla”.
Árbol del amor junto a al fortaleza de Rumelia |
La toponimia de Estambul está llena de referencias a árboles: Fındıklı ‘avellano’, Bademlik ‘almendro’, Zeytinburnu ‘cabo de la aceituna’, Elmadağ ‘pomarada’, İncirlibostan ‘jardín de las higueras’, Söğütlüçeşme ‘fuente de los sauces’, Kirazlımescit ‘mezquita de los cerezos’, y muchas otras. Pero si tuviésemos que elegir las dos especies de árboles más representativas de Estambul, las más presentes, características y longevas, las que han sido más veces testigos mudos de las peripecias de sus habitantes, éstas serían sin ninguna duda el ciprés y el plátano.
Cementerio de Üsküdar hacia 1890 |
Los cipreses
Al parecer el ciprés no es una especie propia de la región del Bósforo, y sólo fue introducida masivamente en época bizantina para proveer de madera a la industria naval. En uno de los mosaicos de la iglesia de San Salvador de Chora, el de los Siete pasos de la Virgen, ya aparecen en segundo plano varios cipreses agitados por el viento, una representación que inspiraría un emotivo poema al premio nobel griego Giorgios Seferis. El propio Teodoro Metoquites, refundador del monasterio de Chora y mecenas de esos mosaicos, dejaría escrito a principios del s.XIV que el ciprés simbolizaba el ascenso espiritual de los monjes ya que “proclama sin ningún tipo de artificio el camino que habrán de seguir afanosamente los que meditan”.
Como en muchas otras partes de Europa, también los cementerios de Estambul están poblados de cipreses. Por su hoja perenne, sus ramas siempre llenas de frutos, su olor a incienso, y su afilada copa apuntando al cielo, han sido en muchas culturas un símbolo de la vida eterna. Aunque las razones por las que se plantan cipreses en los cementerios pueden ser también de otra índole: no necesita podas ni cuidados especiales, y además sus raíces son rectas, con lo cual se evitan posibles deterioros en tumbas, lápidas y ornamentos funerarios.
Pero en Estambul el ciprés no sólo tiene connotaciones fúnebres. En la literatura culta otomana, llamada de divan, los bellos enamorados son frecuentemente “altos y robustos como cipreses”. Junto con los minaretes y las cúpulas de las mezquitas, conformaron durante mucho tiempo la silueta clásica de la ciudad. El propio Chateaubriand, probablemente el viajero occidental más inclemente con la ciudad del Bósforo, confiesa sentirse impresionado por la imagen de los cipreses y los minaretes desde el mar a través de la bruma, que daban a la ciudad el aspecto “de un bosque desnudo”.
Aún es posible ver ejemplares muy longevos y hermosos, especialmente en el cementerio Karacaahmet de Üsküdar.
Los plátanos
Si el ciprés representa en cierta medida el mundo celestial, se puede decir que el plátano hace lo propio con lo terrenal. Al parecer, el fabuloso árbol de bronce que se encontraba en la sala del trono del Gran Palacio de la corte bizantina y que, aparte de maravillar y desconcertar a los embajadores extranjeros con sus prodigiosos autómatas, inspiró el famoso poema de Yeats, no era otro que la representación de un gran plátano.
Pero es en época otomana cuando el plátano alcanzó su gran esplendor. Cuenta una leyenda que Osmán I, el fundador de la dinastía otomana, tuvo un sueño cuando aún el imperio no era más que un insignificante principado anatolio. En su sueño veía como una luna se hundía en su pecho, y de él surgía un enorme plátano que crecía y crecía hasta cubrir con sus ramas todo el cielo.
Plátano en Sulukule, 1ª mitad del s.XX |
Su presencia en la poesía turca, tanto en la culta como en la popular, es constante como metáfora de la grandeza y el poder otomano, desde poetas del s.XVI como Nazmi o Hayreti, hasta otros más modernos como Tevfik Fikret, que deploraron, a través de la imagen de un plátano viejo y marchito, la realidad de un imperio en descomposición.
Dinos, plátano orgulloso, cuéntanos qué fuego arde en tu corazón qué gusanos tenebrosos te están royendo por dentro [...]La admiración por este árbol es tal, que el propio Nazım Hikmet pidió como último deseo ser enterrado bajo un gran plátano, voluntad que no fue cumplida.
Gran plátano en el barrio de Maltepe (fuente: agaclar.net) |
Los extraños habitantes de los árboles
Una característica de los plátanos es que al llegar a una edad venerable se ahuecan por dentro. En Estambul muchos de estos árboles huecos llegaron a funcionar como almacenes, o incluso como viviendas de indigentes, bohemios, místicos o anacoretas. Reşad Ekrem Koçu, en su Enciclopedia de Estambul dedica una entrada a estos personajes, y menciona entre otros a un tal Osmán el Desnudo, que en el s.XVII vivió durante cuarenta años en un plátano hueco a orillas del río Lykos, donde recibía a decenas de peregrinos que creían que obraba milagros. También habla de otro personaje conocido como “el tío del hachís”, que vivía a principios del s.XIX en un árbol hueco en Üsküdar. Se sabe que un día, en 1825, entró a la mezquita cercana en un rapto de delirio, y asesinó a un joven almuédano que dormía en una de las estancias. Fue apresado y se ordenó que fuese colgado del mismo plátano donde vivía. Tras la ejecución el árbol fue talado.
Pero veamos ahora algunos árboles que tienen, o tuvieron, nombre propio en esta ciudad.
El Árbol Sangriento
Sin duda uno de los árboles más famosos de la historia de Estambul fue este plátano que se encontraba en la plaza del Hipódromo y que fue testigo de atroces acontecimientos. En 1648 los jenízaros se alzaron con intención de deponer al sultán Ibrahim el Loco. Como primera medida se dirigieron al palacio del gran visir Ahmet Paşa, lo estrangularon y arrastraron su cadáver con un caballo durante varios kilómetros para terminar dejándolo bajo este árbol. Cuenta la historia que algunos jenízaros, ebrios de ferocidad, despedazaron el cadáver y vendieron sus partes al grito de “¡grasa humana, ideal para el dolor de articulaciones!”
Grabado del hipódromo, con el Árbol Sangriento a la izquierda |
El legendario árbol Vakvak |
Finalmente en 1826 el árbol volvería a conocer el horror. Cuando el sultán Mahmut II ordenó la disolución del cuerpo de jenízaros, muchos fueron ejecutados y sus cuerpos apilados bajo ese mismo árbol sangriento. A modo de venganza, el gran visir ordenó que se colgasen los cuerpos y las cabezas de algunos, de la misma manera que habían hecho ellos con su predecesor 178 años antes. El poeta İzzet Molla, celebraba el macabro acontecimiento con estos versos:
Eran en otro tiempo los sediciosos quienes colgaban cuerpos de inocentes junto a la mezquita del Sultan Ahmet. Hoy son cabezas de villanos las que caen. El tiempo de la cosecha ha llegado al árbol Vakvak.A finales del s.XIX este árbol sangriento de tan infausta memoria fue talado para dejar espacio a la fuente del Kaiser Guillermo.
El Árbol de los jenízaros
Plátano de los jenízaros |
Mucha gente creía que era la entrada a una cueva secreta. Según otra leyenda, un hombre encerró dentro de su tronco a una joven esclava que se había escapado del palacio. Para muchos niños que crecieron en las postrimerías del Imperio Otomano era un árbol mágico, que tenía una personalidad y un carácter propios.
Muy viejo ya, sucumbió a un vendaval en los primeros años de la República. Hoy en día se pueden admirar otros plátanos similares en el segundo y el tercer patio del palacio.
El plátano de Godofredo de Bouillón
Este impresionante plátano milenario se mantuvo en pie hasta hace un siglo en la zona de Büyükdere. Por ser esta el lugar donde habían acampado los caballeros de la Primera Cruzada, se dice que a su sombra había estado la tienda del propio Godofredo de Bouillón. Tenía siete troncos enormes que le daban el sobrenombre de Los Siete Hermanos.
El plátano de Godofredo de Bouillón |
No hay nada más majestuosamente pintoresco que esta gigantesca masa de follaje sobre la que se han deslizado los siglos como gotas de agua, y que ha visto extenderse a su sombra las tiendas de los héroes cantados por Tasso en su Jerusalén liberada.Después de la primera guerra mundial, un incendio acabó con él, y sus restos fueron definitivamente talados en 1930.
El Ciprés de la Cadena
En el corazón del Estambul intramuros, no muy lejos de la fortaleza de las Siete Torres, se encuentra el humilde barrio de Koca Mustafa, un barrio tranquilo para los estándares estambuliotas, lejos del bullicio de las zonas más turísticas o más densamente pobladas de la ciudad. En el centro de este barrio se halla la mezquita de Sümbül Efendi. Aunque no es un templo de arquitectura especialmente impresionante, nos encontramos ante uno de los santuarios más antiguos de la ciudad, primero como iglesia de San Andrés en Krisei durante casi mil años, y luego como mezquita desde 1486. En el patio de esta mezquita yacen (o mejor decir se yerguen) los restos de un árbol muy especial.
Restos del Ciprés de la Cadena |
Se trata de los restos del Ciprés de la Cadena, un milenario ejemplar que sucumbió hace menos de un siglo. Evliya Çelebi decía de él ya a principios del s.XVII que era un árbol “digno de contemplar”. Según la leyenda, tenía una larga cadena que terminaba en una especie de mano de bronce con la cual dirimía pleitos, señalando, entre dos litigantes, al que tenía la razón.
Se cuenta que en una ocasión un moroso negaba deber cierta cantidad a un hombre, por lo que fue invitado a someterse al juicio del Ciprés de la Cadena. El moroso, temiendo ser descubierto por aquel primitivo pero infalible detector de mentiras, ideó un ardid. Cogió un bastón hueco y lo rellenó con monedas hasta completar la cantidad exacta que debía. Al llegar bajo el ciprés pidió a su acreedor que sujetase un momento el bastón mientras él preguntaba “Venerable ciprés, ¿acaso no he devuelto ya la cantidad que ahora me reclaman?” La leyenda dice que el anciano ciprés no se dejó engañar y que, con un golpe de su cadena, tiró al suelo el bastón, que se quebró dejando al descubierto su ingeniosa artimaña.
Según otra creencia, este árbol tenía el poder de impedir la llegada del Juicio Final, que se desataría si algún día el ciprés es talado o arrancado. Tal vez por eso, a pesar de que lleva décadas seco, nadie ha querido moverlo de su lugar.
El plátano de Alibeyköy
Es muy doloroso ir a visitar el árbol que hace 30 años recibió el título de más antiguo de la ciudad, para comprobar que hoy no es más que que un tocón abandonado y medio putrefacto.
Plátano de Alibeyköy |
Evliya Çelebi dice de él en el s.XVII que “cuenta con no más de 40 casas y está adornado con 70 u 80 grandes plátanos”. Probablemente uno de ellos era el gran plátano que nos ocupa, mencionado en el libro Árboles Monumentales de Estambul, de Çelik Gülersoy.
Hoy Alibeyköy es un barrio populoso, en el que destaca una importante comunidad de inmigrantes de los Balcanes. Aunque en la zona todavía hay varios plátanos centenarios impresionantes, después de mucho preguntar descubrí que el que buscaba hacía tiempo que había sufrido daños importantes y tan sólo conservaba una pequeña parte de su tronco. Un anciano me contó que aquel árbol había sido un personaje muy importante en su infancia, cuando los niños del barrio jugaban en su amplísimo interior hueco.
Los plátanos de Eyüp
Plátano del patio exterior de Eyüp |
Hoy en día esos plátanos aún pueden verse en la gran mezquita de Eyüp. Uno de ellos en el patio interior y otro en el exterior. Independientemente de la veracidad de la leyenda, se calcula que ambos pueden tener más de 600 años de antigüedad.
Gran plátano de Helvaci Baba |
El plátano de Helvacı Baba
En el jardín de la mezquita de Şehzade, mandada construir por Solimán el Magnífico para su hijo fallecido, hay varios plátanos centenarios. Uno de ellos es más antiguo que el propio templo, se calcula que ronda los 500 años y pudo haber sido trasplantado allí en 1542.
La historia de este lugar, y de este árbol, está íntimamente ligada a un personaje llamado Yakup Efendi, también conocido como Helvacı Baba.
Todos los viernes tras el rezo, este anciano se ponía bajo el árbol a repartir a los fieles necesitados helva, un dulce típico de Turquía, que llevaba en un cesto. Por muchos fieles que hubiera los dulces del cesto nunca se acababan.
Por este y otros portentos similares Helvacı Baba era considerado un santo, y aún hoy en día en su tumba nunca faltan peregrinos que acuden a pedirle favores o intercesión.
El Árbol de la Piedra
Árbol de la Piedra |
Se cuenta que un sultán había descubierto esa piedra enganchada en el casco de su caballo, y que después de sacarla la lanzó al árbol, donde sigue desde entonces. La realidad puede ser un poco más prosaica.
Al parecer el árbol se encontraba justo en medio del muro de un pequeño cementerio, muro que fue derribado al construir el tranvía, no sin antes dejar como recuerdo involuntario la mencionada piedra.
El Árbol de los Verdugos
En Turquía hubo ejecuciones públicas por ahorcamiento hasta mediados del s.XX. En Estambul el escenario de las ejecuciones era otro árbol de desdichado recuerdo: el gran plátano de la mezquita de Beyazit, justo a la salida del mercado de libros de viejo.
El Árbol Asesino
El Árbol Asesino |
Su desgraciado nombre le viene de un suceso acontecido hace pocas décadas. Un fuerte viento derribó una de sus grandes ramas y mató a un hombre que estaba tomando el té a su sombra.
Los plátanos de Subaşı
Más antiguos todavía parecen ser dos plátanos que se encuentran en las colinas del distrito de Çatalca, en la parte asiática, que por ahora son, según me consta, los dos únicos árboles de Estambul declarados monumento natural nacional.
El Árbol-Pulpo
Árbol “pulpo” de Bilezikçi |
Otros árboles venerables
Vamos a enumerar aquí otros sabiendo que nos dejaremos muchos en el teclado: en el parque de Yıldız, en Beşiktaş, el fabuloso roble de Yıldız tiene más de 400 años de antigüedad.
También en el patio de la mezquita de Sinanpaşa del mismo barrio se encuentra un plátano varias veces centenario.
Junto a la tumba de Abdülhamit II está el conocido como Almez Solitario, un árbol de la familia de los olmos de excepcionales dimensiones.
Plátano de la iglesia de San Jorge |
En el jardín de la mezquita de Sultanahmet, uno de los plátanos centenarios lleva poco más de treinta años compartiendo espacio con una hiedra que ha alcanzado un tamaño imponente, en una lenta pero encarnizada batalla de la que nos tememos que el plátano resultará derrotado. Mientras tanto la imagen es ciertamente impresionante.
En el jardín de la mezquita de Rum Mehmet Paşa, la más antigua de la parte asiática, hay dos árboles, un plátano y un pino, cuyos troncos están tan juntos que a día de hoy se puede decir que se están abrazando sin ningún tipo de pudor.
Y muchos, muchos más árboles excepcionales en esta ciudad sin igual, árboles que a tenor de los últimos acontecimientos, sabemos que no son sólo venerables, sino también vulnerables. Por su bien, esperemos poder ser dignos herederos de aquellos djinns protectores.
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Muchas gracias por el enlace. Y enhorabuena por este blog. Un espacio imprescindible para quienes amamos los árboles.
ResponderEliminarUn saludo desde Estambul
Gracias, un fuerte saludo y excelente trabajo.
ResponderEliminarThis is gorgeous!
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