lunes, 31 de enero de 2011

ANDRÉS TRAPIELLO (León, 1953)
(en Poemas escogidos)

Del viejo membrillo
la rama más vieja
se quebró. Caída
la encontré en la hierba.

Herrumbrosa rama
de membrillos llena,
apagada y muda
como la tristeza.

El hacha fue haciendo
melodiosa y lenta
su trabajo. Un triste
manojo de leña.

Sonaban los golpes
a calladas quejas.
La tarde pasaba
inhóspita y muerta.

           ***

Yo entonces pensaba:
un día quisiera
para mí la suerte
de esa rama vieja.

Cargado de frutos
posarme en la tierra
silenciosamente
y dormirme en ella.

            ***

El viento de otoño
subía. La huerta
quedaba entre sombras.
Cruzó una oropéndola.

A mis pies estaba 
el montón de leña
y una blanda capa
de hojarasca negra.

Se doraba el hacha
con la luna llena.
Quisiera... Qué importa
lo que yo quisiera.
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jueves, 27 de enero de 2011

BOSQUES SIN FRONTERAS
"CUENTOS DESDE EL BOSQUE"

Un hermoso proyecto didáctico.
Han editado tres libros, con cinco cuentos cada uno, con motivo de la celebración del AÑO INTERNACIONAL DE LOS BOSQUES.
Está enfocado a escolares de entre 6 y 12 años. Al final de cada libro hay una serie de actividades para afianzar y profundizar en los conocimientos, sentimientos y valores transmitidos en ellos. Pueden ser descargados, formato pdf, desde esta página:
http://www.bosquessinfronteras.org/


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domingo, 23 de enero de 2011

GABRIELA MISTRAL (Chile, 1889-1957)
Ronda de la ceiba ecuatoriana

A la maestra Emma Ortiz

En el mundo está la luz
 y en la luz está la ceiba,
y en la ceiba está la verde
llamarada de la América!

¡Ea, ceiba, ea, ea!

Árbol-ceiba no ha nacido
y la damos por eterna,
indios quitos no la plantan
y los ríos no la riegan.

Tuerce y tuerce contra el cielo
viente cobras verdaderas,
y al pasar por ella el viento
canta toda como Débora.

¡Ea, ceiba, ea, ea!

No la alcanzan los ganados
ni le llega la saeta.
Miedo de ella tiene el hacha
y las llamas no la queman.

En sus gajos, de repente,
se arrebata y se ensangrienta
y después su santa leche
cae en cuajos y guedejas.

¡Ea, ceiba, ea, ea!

A su sombra de giganta
bailan todas las doncellas,
y sus madres que están muertas
bajan a bailar con ellas.

¡Ea, ceiba, ea, ea!

Damos una y otra mano
a las vivas y a las muertas
y giramos y giramos
las mujeres y las ceibas...

¡En el mundo está la luz,
y en la luz está la ceiba,
y en la ceiba está la luz
llamarada de la Tierra!

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miércoles, 19 de enero de 2011

MARIA ANTÒNIA SALVÀ (Mallorca, 1869-1958)
La prunera

Passà la joia exquisida
del bell temps de ta florida
i avui regales un plor
d'emmelada fruita d'or;
i la merla llaminera
canta tes glòries, primera.
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sábado, 15 de enero de 2011

ÁRBOLES MONUMENTALES DE NAVARRA

El Gobierno de Navarra ha publicado un libro que aglutina 47 Árboles (o agrupaciones) Monumentales. Es un gran libro, pero al tener un gran formato y mucho peso no es factible llevarlo “de campo”.
¿Puede el título llevarnos a confusiones?

Aquí los podrás ver, árbol a árbol, con las descripciones que hace el libro

Descripción
Detalle de la ubicación del árbol



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martes, 11 de enero de 2011

JUAN JOSÉ RGUEZ. SANTAMARÍA
 (Ecuador, 1979)
Danza en el bosque

West Hamptom , Long Island, 2004


               I

El hacha corta el árbol,
pero no las hojas.
Las hojas son los ojos
que miran el morir.



              II

Árbol de oscuridad
 pintado en la tela.
Árbol de oscuridad
que tiembla.



               III

Un árbol escarlata.
Una aurora más negra,
sus ramajes alumbran.



               IV

Entre árboles, un árbol.
Pósate, pájaro, que soy el día.

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viernes, 7 de enero de 2011

DÁMASO ALONSO (Madrid, 1898-1990)
Chopo de invierno

Huso de la hiladora,
a la mañana blanca y nueva,
chopo desnudo y fino:
entre la niebla,
hilas ropas de boda
para la Primavera.
Un arroyito claro
te lame el pie: se lleva
el hilillo que hilas
de tus copos de niebla;
el hilillo que hilas
y que se va cantando
entre la hierba
fresca.
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lunes, 3 de enero de 2011

EL PESCADOR COCOTERO
Nueva Guinea

     Bueno, ya sabéis cómo son las cosas: algunas personas siempre van a la suya. Siempre lo han hecho y siempre lo harán. De modo que, cuando en el origen de los tiempos, los habitantes de Nueva Irlanda decidieron que lo mejor era que todos se ocuparan de todo —un poco de pesca, cierto cuidado de la granja y algo de caza—, uno de los hombres no aceptó la decisión de los demás.
     —Yo soy pescador —reclamó—. Es lo que conozco y a lo que me dedico. No pienso perder el tiempo esperando a que la comida brote de un trozo de estúpida tierra marrón, pudiendo estar en el luminoso mar azul, recogiendo los alimentos que están ahí, esperándome.
     —Pero es más justo compartir el trabajo —apuntaron los demás—. Debemos turnarnos y hacer un poco de todo.
     —No pienso hacerlo —sentenció el pescador, y se alejó para ocuparse de sus cosas.
     Es posible que él fuese el mejor a la hora de capturar peces y que otros tuviesen más traza que él para crear  jardines o cultivar huertos. Pero ésa no era la cuestión. Los habitantes del poblado estaban molestos y decidieron darle una lección. —Entonces, dejemos que cuide de sí mismo —exclamaron—,Y que se quede todo lo que pesque. ¿Por qué habríamos de preferir el pescado a la batata y la colocasia que tanto trabajamos para cultivar, o a la dulzura de la miel que encontramos en el bosque?
     De modo que, cuando aquella noche el pescador regresó al poblado con su pes­ca, no le hicieron el menor caso. No le dirigieron la palabra, ni le saludaron siquie­ra y, por supuesto, nadie comió con él ni trocó un alimento por otro.
     Cansado como estaba después de pasar todo el día en el mar, el pobre pescador fue de puerta en puerta, hasta llegar al inicio del bosque. Para entonces, ya había caí­do la noche.
     «Tal vez encuentre algo de batata silvestre», se dijo, al tiempo que improvisaba una antorcha con un trozo de bambú. Se adentró en el bosque hasta que llegó a un lugar que le pareció prometedor. Fijó la antorcha en su espalda para ver dónde cavaba.
     Pero cuando se inclinó para sacar una raíz, la llama de la antorcha le prendió fue­go a su pelo. Cayó sin poderlo remediar y, como no había nadie cerca para ayudar­le, murió en el agujero que él mismo había cavado.
     Al día siguiente, cuando los habitantes del poblado encontraron su cuerpo, se arrepintieron de su comportamiento. Pero mientras le enterraban, se dijeron: «El quiso ir a la suya».
     Y probablemente le hubieran olvidado sin más de no ser por el extraño brote que creció sobre su tumba. Poco a poco, el tallo se fue haciendo grueso hasta con­vertirse en un tronco y, al cabo de muchos meses, al árbol le nacieron unas largas hojas. Nadie sabía lo que era, pero todos se esmeraban en cuidarlo.
     Al cabo de un año, el árbol dio un extraño fruto verde y redondo, y los niños del poblado acudieron a verlo madurar. Cuando por fin cayó al suelo, todos los isle­ños se congregaron para ver qué contenía.
     Quitaron una gruesa cáscara verde y encontraron un fruto del tamaño de la cabeza de un hombre. Era rugoso y marrón como un rostro curtido por el viento y el sol, y tenía tres agujeros que recordaban la cuenca de dos ojos y el orificio de una boca.
     Entonces, los habitantes del poblado lo entendieron todo. ¡El pescador había regresado! Pero en aquella ocasión, en lugar de peces, les proporcionaba bebida y alimento: el agua dulce y la carne blanca y firme del coco.
     Y así fue como el hombre que nunca había cultivado nada a lo largo de su vida dio, con su muerte, el mejor de todos los frutos.
---Fin---