domingo, 28 de diciembre de 2008

 SYLVIA PLATH (1932-1966)
The moon and the yew tree

This is the light of the mind, cold and planetary
The trees of the mind are black. The light is blue.
The grasses unload their griefs on my feet as if I were God
Prickling my ankles and murmuring of their humility
Fumy, spiritous mists inhabit this place.
Separated from my house by a row of headstones.
I simply cannot see where there is to get to.

The moon is no door. It is a face in its own right,
White as a knuckle and terribly upset.
It drags the sea after it like a dark crime; it is quiet
With the O-gape of complete despair. I live here.
Twice on Sunday, the bells startle the sky ----
Eight great tongues affirming the Resurrection
At the end, they soberly bong out their names.

The yew tree points up, it has a Gothic shape.
The eyes lift after it and find the moon.
The moon is my mother. She is not sweet like Mary.
Her blue garments unloose small bats and owls.
How I would like to believe in tenderness ----
The face of the effigy, gentled by candles,
Bending, on me in particular, its mild eyes.

I have fallen a long way. Clouds are flowering
Blue and mystical over the face of the stars
Inside the church, the saints will all be blue,
Floating on their delicate feet over the cold pews,
Their hands and faces stiff with holiness.
The moon sees nothing of this. She is bald and wild.
And the message of the yew tree is blackness -- blackness and silence

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La luna y el tejo

Esta es la luz de la mente, fría y planetaria.
Los árboles de la mente son negros. La luz es azul.
Las hierbas se lamentan a mis pies, como si yo fuera Dios,
hiriendo mis tobillos murmuran su humildad.
Espirituosas brumas humeantes habitan este lugar
separado de mi casa por una hilera de lápidas.
Simplemente no puedo ver si hay un sitio adónde ir.
La luna no es una puerta. Es una cara por derecho propio,
blanca como un nudillo y terriblemente turbada.
Arrastra al mar detrás de sí, como un crimen oscuro;
y está en calma con el bostezo en O del total desencanto. Yo vivo aquí.
Dos veces cada domingo las campanas sobresaltan el cielo-
ocho grandes lenguas afirmando la Resurrección.
Finalmente, ellas proclaman con sobriedad sus nombres.
El tejo apunta hacia arriba. Su forma es gótica.
Sus ojos se elevan por sobre él, y encuentran a la luna.
La luna es mi madre. Ella no es dulce como María.
Sus vestiduras azules sueltan pequeños murciélagos y lechuzas.
Cómo desearía creer en la ternura-
el rostro de la efigie, dulcificado por las velas,
inclinándose, sobre mí en particular, con ojos indulgentes.
¡He caído tanto! Las nubes están floreciendo,
azules y místicas sobre el rostro de las estrellas.
Dentro de la iglesia, los santos serán todos azules,
flotando con sus pies delicados sobre los bancos fríos,
sus cabezas y sus caras rígidas de santidad.
La luna no ve nada de esto. Ella es calva y salvaje.
Y el mensaje del tejo es negrura -negrura y silencio.
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