16 enero 2021

Luis Gil - Pinares

LUIS GIL  (Catedrático UPM)
Sobre los pinares españoles  



Pocas afirmaciones hay en la vida incuestionables. La mayoría requiere de matices y aclaraciones, a la vez que no es raro que tengan diferente interpretación según la perspectiva desde la que se miren o, incluso, se distorsionen por las creencias, prejuicios o sentimientos de quien las defiende. Y si hay un ámbito donde esto se manifiesta de forma recurrente es en el de las Ciencias de la Naturaleza.
     Un excelente ejemplo son los pinos españoles. Las afirmaciones sobre ellos en las últimas décadas tanto en el ámbito científico como en el divulgativo son de sobra conocidas. Que si han desplazado a la vegetación primigenia, que si son alóctonos, que si acidifican el suelo, que si dependiendo de dónde tienen carácter invasor, que si favorecen los incendios forestales, …. No creo que en ningún país de Europa se haya atacado de forma tan inmisericorde a un género del reino vegetal como a ellos, excepción hecha del eucalipto.
     Recientemente (18 de noviembre de 2018), en un aparente intento por cerrar la cuestión, un artículo titulado Pinos, ¿nativos o exóticos? elaborado por conocidos científicos del CSIC-CREAF concluye que “la presencia de pinos autóctonos en nuestro país es indiscutible”.
     El avance no es poco pues quienes firman son ecólogos de formación biológica, uno de los colectivos más beligerante con los pinos, aunque no el único dada su influencia en otras áreas de conocimiento. Han sido necesarios estudios históricos, culturales y paleobotánicos para que se acredite a los pinos su condición de autóctonos tal como afirma el texto aludido “si analizamos registros de polen en estratos antiguos de turberas, o el registro fósil, o los estudios de biogeografía, vemos que todo indica que han existido pinos en la Península desde hace millones de años, aunque no siempre podamos distinguir las especies concretas”.
     Volver sobre un tema que creíamos cerrado en el mundo científico suponemos lo motiva la presencia en la “web” del nuevo Ministerio para la Transición Ecológica (Miteco) de una página dedicada al “Control y eliminación de especies vegetales invasoras de sistemas dunares” (Fig.1). Para nuestra sorpresa y frustración, en la relación de especies “exóticas invasoras” aparece una ficha dedicada a P. pinaster, P. halepensis y Pinus pinea, los pinos xerófilos más adaptados a los territorios degradados y esquilmados desde hace más de 2000 años. Aunque la ficha es de 2011 no ha sido hasta fechas recientes que se ha constatado su presencia.
     Para muchos forestales desazona lo disparatado de tal catalogación, ya bien entrado el siglo XXI, y me remonta a mi etapa de estudiante de biológicas en la Universidad Complutense allá por los años 70. En sus aulas se me enseñó que la presencia de los pinares se debía a las repoblaciones de los ingenieros de montes durante la dictadura franquista, idea expresada y defendida por profesores destacados en disciplinas como la Botánica, la Geografía Física o la Fitosociología. En un contexto de alumno inmaduro y abierto a toda novedad acepté la idea como una verdad absoluta que no necesitaba ser demostrada dados el prestigio y la excelencia de quienes la emitían. Conforme completé mi formación en la Escuela de Montes de Madrid mi opinión fue cambiando gracias al magisterio del Profesor Juan Ruiz de la Torre quien, en 1993, diría: “contra ellos [los pinos] se monta una auténtica «caza de brujas», repitiendo una serie de argumentos gratuitos, elementales y no probados, a veces hasta basados en experiencias inadecuadas, por su falta de diseño científico”.
      Mi experiencia de campo y el interés por profundizar en la historia de los usos antiguos de los recursos forestales me llevaron a los textos pioneros de la Botánica, como los tratados de Teofrasto, Plinio o Dioscórides que mostraban otras perspectivas por lo que empecé a cuestionar el axioma aceptado. En ellos proliferaban noticias relativas a los pinares y a su empleo en la minería antigua o en la construcción civil o naval –¿con qué si no se calafatearon nuestros barcos durante siglos?– También encontré referencias a pinos y pinares en relatos históricos que describían el paisaje, decorando capiteles románicos, o en las toponimias locales, campo novedoso y aclarador, como que Tiétar y Teide derivan del bereber con el significado de Pinar, o Lérez y Cerler incluyen la voz prerromana ler cuyo equivalente románico es Pinar. Pero fueron definitivos los trabajos de los palinólogos los que permitieron desmontar la falacia de una Arcadia hispánica cubierta de bosques de Quercus maliciosamente destruidos por los ingenieros de montes con sus repoblaciones con pinos, obsesionados con “enresinar” y “maderizar” nuestros montes. De ahí que quiera reconocer a estos científicos, en particular al biólogo y palinólogo José Carrión, de la Universidad de Murcia, cuyos numerosos trabajos culminaron en una de las obras de referencia: Paleoflora y paleovegetación de la Península Ibérica e Islas Baleares, que coordina y publica en 2012. También a la historiadora y antracóloga Tina Badal, de la Universidad de Valencia, por sus estudios publicados en 1998, sobre las especies de pinos (P. nigra, P. halepensis y P. pinea) encontrados en la Cueva de Nerja (Málaga) y, en particular sobre el aprovechamiento nutritivo del piñonero que se hizo durante la prehistoria.
      Más próximos y accesibles son los trabajos de Cavanilles (1795-97) para el Reino de Valencia, de Cipriano Costa (1864) para Cataluña, de Máximo Laguna (1883) Lázaro Ibiza (1896) para el conjunto español, Cuatrecasas (1928) para la Sierra de Mágina, o el del primer ecólogo español Huguet del Villar (1929) quienes describen los pinares como propios de nuestro paisaje, a los que aludían -con frecuencia- como residuales y degradados por la acción humana. No los debía conocer Salvador Rivas-Martínez quien, en 1964, publica su tesis doctoral Estudio de la Vegetación y Flora de las Sierras de Guadarrama y Gredos, en la que rechaza la presencia natural de la práctica totalidad de pinares. Sorprende que nadie rebatiera nada.
     Sin ser discutido, analizado, ni contrastado, los pinares pasaron a ser negados por la fitosociología (a excepción de los de alta montaña y del pino canario en las islas de su nombre). A esta disciplina novedosa se la consideró base indiscutible de la ecología vegetal y fue asumida por el corporativismo de la comunidad universitaria. Bien es verdad que desde el colectivo forestal algunos ayudaron, conscientes o no, a ello. El ingeniero de montes Luis Ceballos, coautor de excelentes mapas de la vegetación forestal de Cádiz (1930) y Málaga (1933), situó en 1942 a los pinos en sus series sin que nunca llegaran a ser la última etapa de evolución de las masas forestales, destinada exclusivamente a las fagáceas ibéricas. En 1959, Ceballos las calificaba como especies “nobles” y al resto de las especies, y en particular a los pinos, de “plebeyas”. Culminación de la pinofobia vendría de la mano de otro destacado forestal, Ángel Ramos, quien en 1984 fabuló con el diálogo entre don Amador de los Robles y del Fresno con don Próspero Pino Foráneo; los nombres lo dicen todo. También colaboró en esta caza de brujas uno de sus discípulos al incluir en el RD 1302/1986, de Evaluación de Impacto Ambiental, además de las obligadas por la normativa europea, a las Primeras repoblaciones ¡cuando entrañen riesgos de graves transformaciones ecológicas negativas! en el Anexo I (los signos de admiración son míos), de obligado sometimiento a dicha evaluación, equiparándolas a las plantas de residuos radioactivos, las de extracción de amianto, la construcción de autopistas o la minería a cielo abierto. No estimó pertinente sin embargo incluir otras acciones objetivamente negativas como la desecación de humedales o la deforestación.
     El ruido de la web del Miteco por su calificación a tres pinos mediterráneos como exóticas invasoras de sistemas dunares propició que, el 27 de septiembre de 2018, el Presidente de la Comisión de Transición Ecológica del Senado solicitara mi presencia ante dicha Comisión en la sesión del 4 de octubre de 2018, en la que expuse mis opiniones sobre los pinos en España y su historia. Lo cierto es que la presencia de senadores fue poco numerosa.
     Las buenas intenciones del texto antes mencionado no sosiegan por cuanto los autores no cierran el debate. Así, aluden a que: “antiguamente, se plantaban árboles (reforestación) para restaurar áreas degradadas sin pensar mucho en su origen, ni teniendo en cuenta si la especie era o no autóctona ni si la variedad era local o no, y sin considerar si las densidades y estructura reflejaban las condiciones naturales y el hábitat para otras especies”. En síntesis, cuestiona las acciones que se acometieron en unas circunstancias sociales, económicas y ambientales que en nada se parecen a las de hoy en día, además de ignorar nuestra historia forestal. Hay mucha literatura al respecto, pero valga una frase recogida en las primeras relaciones de siembras y plantaciones verificadas en los montes públicos (de 1877 a 1893-94): “los ingenieros se han guiado en esta elección de especie, no solo por las buenas reglas de la selvicultura, sino también por lo que el buen sentido aconseja, reducido en la materia de que se trata a esta sencilla máxima: vale más siempre imitar que no enmendar a la Naturaleza”.
 Las Alpujarras con Órgiva (Granada) en la llanura basal. 
A la derecha cerros de Alcalá de Henares (Madrid). 
En ambas, las laderas carecen de cualquier tipo de vegetación arbórea. Fotos: Ortiz Echagüe, 1939 y Legendre,1936.

Cuenca del Guadalentin (Murcia). Foto del libro Las Tierras incultas de Elorrieta 1948 en 1948. Autor: Revista Montes.

     Tampoco atinan al enunciar: “Cuando más adelante se plantaron pinos autóctonos, algunas veces se hizo en zonas típicas de la especie, y otras en zonas donde la especie estaba ausente o en baja densidad”. En concreto, denuncian que allí donde no estaban o quedaban en baja densidad no deberían haberse introducido, volviendo a ignorar nuestra historia. Que los pinos frecuentaban nuestra geografía es información accesible, basta acudír a la ignorada Clasificación General de Montes Públicos de 1859 (reeditada en 1990), donde se estiman en 2.178.849 las hectáreas de pinares dispersas por todo el territorio ibérico; eso si, salpicados de rasos y calveros. Porque una cosa es cuánto llegó y otra en qué estado lo hizo. Salvando los requierimientos ecológicos de cada pino, era frecuente que allí donde no estaban era por que los habían erradicado. A qué si no la alusión a la presencia de los pinos en los registros de polen como demostración de su condición nativa. En gran número de estos diagramas se aprecia que el polen de los pinos falta en los estratos más modernos, a la vez que aumenta de forma exponencial el polen no arbóreo. Tampoco está de más recordar que los pinares, para las sociedades rurales de aquellos tiempos, eran árboles que valían más muertos que vivos, árboles con pies de barro, sin adaptaciones para superar la perturbación humana recurrente, ligada al fuego y a la acción de los ganados. Un ejemplo de extinción demostrado es la de Pinus uncinata en el Pinar de Lillo (León). Este rodal relicto de P. sylvestris solo sube hasta los 1650 m. Las formaciones arbustivas dominan las demás vertientes y llegan hasta la cima del llamado, ¡qué curioso!, el “Pico del Pinar”, a 2000 m de altitud.
     La acción secular de fuego y ganado conllevó que llegaran con gran profusión al siglo XX las especies capaces de rebrotar y de turno corto, tanto Quercus como matorrales. Entre unas cosas y otras, a principios de los 80 del siglo pasado el 50% del territorio, el de los mejores suelos suponía la base de la agricultura más feraz. Incluso fuera de ellos, la agricultura marginal, la ganadería extensiva o el silvopastoralismo eran mejores alternativas económicas que los pinares. En un país que aboga por la biodiversidad los encinares monoespecíficos son las formaciones más extensas por eliminar a otros árboles. Sistemas fosilizados por deseo de sus propietarios de no acotar al ganado. La encina es el roble mediterráneo más productor de bellotas, sus leñas son las mejores para su transformación en carbón tras podas frutícolas, y sus masas abiertas proporcionen excelentes pastos.
El Pinar de Azaba (Salamanca) fue propiedad medieval del concejo de Ciudad Rodrigo. Repartido en el siglo XVIII y, luego, desamortizado se transformó en un encinar. Destacan los tamaños de los escasos ejemplares de pinos sobre las encinas por la rusticidad del suelo arenoso. Foto: Luis Gil, 1993.
     Los pinos, como contrapartida a su incapacidad para rebrotar –por la escasa presencia de células vivas en sus fustes– quedarían relegados a los suelos más rústicos de nuestro territorio; entre ellos, los situados sobre pendientes, donde el rejuvenecimiento edáfico impide la progresión del suelo. No es casualidad que a estos terrenos les califiquemos en español como empinados. ¡Lástima que la RAE no incorpore la acepción de “vertientes cubiertas de pinos” a esta voz!
      La condena definitiva a los pinares culminó con la Memoria del mapa de series de vegetación de España 1:400.000, obra de Rivas-Martínez de 1987, financiada ingenuamente por el ICONA, el organismo repoblador por excelencia. En ella se considera el empleo de los pinos en repoblaciones como ¡inadecuado o regresivo! desde el punto de vista biológico e, incluso, manifiesta como dudosa su viabilidad en gran número de localidades; entre ellas, la comarca segoviana de “Tierra de Pinares” caracterizada como tal por documentos medievales, la toponimia y la paleobotánica.
     Volviendo al texto, al tratar de las diferencias entre las repoblaciones con fines protectores ante la erosión y el resto, se afirma que “…en otras ocasiones, sin embargo, se parecen más a cultivos [las plantaciones de pinos] para producción de madera. Una de las principales diferencias entre estos cultivos de madera y los demás cultivos es que los primeros son más propensos a propagar fuegos intensos, especialmente si están deficientemente gestionados”. Ante esta lectura muchas son las preguntas que se suscitan ¿acaso no arden los matorrales? y los encinares, quejigares o rebollares, ¿no se queman también en verano? o ¿qué culpa tienen los pinares de que nadie los gestione? Y otro tanto cabe decir del olvido de los autores de algo consustancial a los bosques, su multifuncionalidad. ¿O es que esos “cultivos de madera” no retienen y mejoran el suelo, evitando que los embalses se llenen de sedimentos y pierdan su función, fijan CO2, generan paisaje, producen setas, acogen a visitantes además de proporcionar ingresos a sus propietarios? ¿No es esto de lo que va también la sostenibilidad y la bioeconomía?
     Los autores achacan el rechazo a los pinares a que “La sociedad actual convive con plantaciones y restauraciones realizadas con criterios del pasado, donde las percepciones ambientales y el conocimiento ecológico eran muy diferentes. Esta convivencia genera cierto conflicto social y está en el origen de muchos debates sobre la naturaleza nativa o no de los pinares” lo que evidencia un enfoque más que discutible de la realidad. Convive los fines de semana, y no todos, y su sensibilidad –dominada por la “escuela de Rivas-Martínez”– no va más allá de imágenes bucólicas artificialmente construidas y aprendidas en libros escolares poco rigurosos sobre unos bosques que hace siglos que desaparecieron de gran parte de España. Lo que es indiscutible es que nuestros conocimientos son mucho mayores que los de hace medio o un siglo.
Masas naturales de pino carrasco sobre dunas en “Es Trenc” (Campos, Mallorca). Supuesta exótica invasora por la ficha del MITECO: Foto Luis Gil, 2014.
     Como ejemplo del conflicto acuden a los pinares sobre dunas. En esta ocasión “salvan” a los artífices de la repoblación, pero vuelven a evidenciar desconocimiento de nuestra historia: “La finalidad de estas plantaciones era bienintencionada: fijar las dunas, crear puestos de trabajo, y generar un ambiente forestal agradable. En aquella época, se valoraba más cualquier estructura arbolada densa, aunque fuese pobre en especies, que un matorral, por muy diverso en especies que fuera”. Quizás desconozcan los trabajos del botánico Reyes Prósper quien en 1915 afirmaba: “Un suelo que produce escasa ó ninguna riqueza […] puede decirse que no pertenece al patrimonio nacional, y en este caso se encuentran en España en sus estepas, y fuera de las mismas, 30 millones de hectáreas. Es decir, que nuestra Nación posee en realidad varias provincias menos de las que figuran en el mapa”. ¿Alguien se imagina que la mejor política social, económica o ambiental a mediados del siglo XX pasaba por ampliar la superficie de matorrales? Aún hoy, de los 27 millones de ha forestales en España cerca de 10 son no arboladas.
     En su desmedida alabanza a los matorrales, los autores afirman: “…tras el incendio que afectó a los pinares de la zona de Doñana (julio 2017), se ha constatado una regeneración muy satisfactoria de muchas de las especies del mosaico de matorral y brezal que dominaron antes de las plantaciones, mientras que el pino prácticamente no se regenera. Si se facilita y potencia la regeneración de estos matorrales, que son muy diversos en especies, los incendios (inevitables) que ocurran en el futuro serán menos intensos (por la menor biomasa) y se regenerarán más rápidamente; por lo tanto, estas comunidades serían más sostenibles”. No parece acertado poner en plano de igualdad a unas especies (los matorrales) rebrotadoras y anemócoras y a otra (el pino piñonero) que es barócoro y zoócoro, no tiene piñas serótinas y no rebrota. Además, el pinar estaba tan denso que propició, en las condiciones de viento y humedad de aquellos días, que el incendio prosperara y se hiciera inmanejable.

Masas naturalizadas de pino piñonero sobre dunas en Doñana. Libro Unexplored Spain de Abel y Chapman.








     Estamos de acuerdo en que no se justifica la plantación de pinos en cualquier sitio ni manera, también en una “planificación integrada del territorio”. Pero no con la forma en que concluyen al afirmar que “deberíamos poder decidir con criterios objetivos dónde son preferibles pinares lo más naturales posibles (por ejemplo, en áreas protegidas), dónde queremos plantaciones de pinos para la protección del suelo y la regulación hídrica, y dónde queremos plantaciones de pinos productivas y sostenibles” por cuanto establece unas categorías simplistas que menoscaban el multiobjetivo y la multifunción de la obra repobladora de los forestales.
Fig. 7. Masas naturalizadas de pino piñonero sobre dunas en Doñana. Foto del libro Unexplored Spain de Abel y Chapman.
Fig. 9. La Dehesa de El Saler en 1563 dibujada por Anton van den Wyngaerde. En documentos de 1265, el administrador de la “Dehesa del Rey” señala, entre otras, la presencia de pinos en primer lugar.
Pinares de repoblación del primer tercio del siglo XX de P. halepensis, poseedores de conos serótinos, en la dehesa de El Saler (Valencia). Foto Luis Gil, 2004. 
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13 enero 2021

Takahashi en Toyama, el cromnista de Japón (021)

TAKAHASHI HIROSHI (Yamagata, 19060)
El Gran Inugusu de Nagasaka (prefectura de Toyama)

Especie: Tabunoki (Machilus thunbergii, familia de las Lauráceas, género Machilus)
Dirección:Aza Maeda 598, Nagasaka, Himi-shi, Toyama-ken 935-0417
Perímetro del tronco: 7,02 m.   Altura: 12 m.   Edad: 500 años
Declarado monumento natural de la prefectura de Toyama.
Tamaño: ★★★     Vigor: ★★★★   Porte: ★★★★   Calidad del ramaje: ★★★★   Majestuosidad: ★★★

      Partiendo de la pequeña ciudad pesquera de Himi (prefectura de Toyama) en dirección Norte, hacia la península de Noto, nos internamos en un paisaje de suaves colinas con arrozales en terrazas ocupando sus laderas. A unos 10 kilómetros, a un lado de la carretera, hallamos un solitario árbol de soberbio porte. Es un tabunoki (Machilus thunbergii) conocido por el nombre de Gran Inugusu de Nagasaka.
La fractura de su tronco principal, ocurrida hace ya mucho tiempo, le ha privado de alcanzar una gran altura, pero a cambio su compleja horqueta, a dos metros de altura, lo ha dotado de un ancho y denso ramaje que nos hace pensar en un bonsái gigante de bellísima estampa.
      El tabunoki es un árbol de hoja perenne de la familia de las lauráceas que, como su pariente el alcanforero (kusunoki) crece bien en regiones cálidas, alcanzando grandes proporciones especialmente en zonas próximas a la costa.
      Sus buenas relaciones con el mar se patentizan también en las áreas afectadas por el Gran Terremoto del Este de Japón de marzo de 2011, pues estos árboles no se han dado por vencidos y siguen creciendo sanos y fuertes incluso en terrenos que sufrieron una alta salinización al quedar anegados por el mar. Hasta ese punto están en buenos términos mar y tabunoki.
      Pese al gran hueco que se ha formado en su tronco principal conserva un gran vigor. Un buen indicativo de su salud es el hecho de que parte de su ramaje haya ido extendiéndose hacia abajo, hasta niveles incluso inferiores a su propio pie. Si nos internamos en su copa, veremos que impide la penetración de los rayos del sol, creando un espacio oscuro incluso en pleno día, con una temperatura fresca muy agradable.
El núcleo de población de Nagasaka, donde se alza este tabunoki, se encuentra en una suave pendiente. Alrededor del árbol se extienden arrozales que forman magníficas terrazas. Es un paraje que ha atraído un gran interés y ha sido elegido entre los 100 arrozales en terraza más destacados del país.


Número 021 del mapa
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10 enero 2021

Antonio Vicente - Plantador de Bosques

ANTONIO VICENTE
Plantador de bosques

Vicente, 84 años
Antonio Vicente era el hombre al que tildaban de loco pero que plantó su propia selva. Sus vecinos lo tildaban de loco. ¿A quién si no se le ocurriría comprar un trozo de tierra despejada a unos 200 km de Sao Paulo, Brasil, y empezar a plantar árboles?
     "Cuando empecé a plantar, la gente me decía: "No vas a poder comer las semillas, porque la planta tarda 20 años en dar frutos", le cuenta Antonio Vicente a Gibby Zobel, reportero de la BBC. Yo les decía: "Voy a plantar estas semillas, porque alguien plantó las que estoy comiendo ahora. Así que las plantaré para que otros las coman'".
      Vicente, a punto de cumplir 84 años, compró su terreno en 1973, una época en la que el gobierno militar ofrecía facilidades de crédito para invertir en tecnología agrícola, con la intención impulsar la agricultura. Pero su idea, era exactamente la opuesta.
      Criado en una familia numerosa de campesinos, Vicente veía con preocupación cómo la expansión de los campos destruía los bosques, la flora y fauna local, y cómo la falta de árboles afectaba los recursos hídricos. "Cuando yo era niño, los campesinos cortaban los árboles para crear pastizales y por el carbón. El agua se secó y ya no regresó", le dice Vicente al reportero de BBC. "Yo pensé: el agua es valiosa, nadie fabrica agua y la población no deja de crecer. ¿Qué va a pasar? Nos quedaremos sin agua'". Los bosques son fundamentales para la conservación del agua porque absorben y retienen agua en sus raíces. Además, evitan que se erosionen los suelos.

Aunque no alcanzó los niveles de 2004, la deforestación está creciendo nuevamente en Brasil.

El regreso de los animales y el agua

   Cuando tenía 14 años se mudó a la ciudad, donde trabajó como herrero. Con el capital que hizo vendiendo su negocio pudo comprar unas 30 hectáreas en una región de montañas bajas, cerca de San Francisco Xavier, una localidad de unos 5.000 habitantes.
     La vida en la ciudad no fue fácil, recuerda. En un momento "terminé viviendo bajo un árbol porque no podía pagar la renta. Me bañaba en el río y vivía bajo el árbol rodeado de zorros y ratas. Juntando muchas hojas me hice un cama y dormía allí", le cuenta Vicente a Zobel. "Pero nunca tuve hambre. Comía sándwiches de banana de desayuno, almuerzo y cena".

A contracorriente

Vicente y su primer árbol, un castaño
     Tras regresar, empezó a plantar, uno por uno, cada uno de los árboles que hoy forman este bosque lluvioso tropical de cerca de 50.000 árboles. La labor de Vicente iba en contra de lo que ocurría a su alrededor: durante los últimos 30 años en que reforestó su terreno, cerca de 183.00 hectáreas de bosque atlántico en el estado Sao Paulo fueron deforestadas para dar lugar a la agricultura.
      Según según la Fundación Bosque Atlántico SOS y el Instituto Nacional de Brasil para la Investigación Espacial (INPE), el bosque Atlántico cubría originalmente el 69% del estado de Sao Paulo. Hoy día, sólo queda el 14%.
      El problema es más amplio: si bien los niveles de deforestación no son lo que fueron cuando alcanzaron su máximo en 2004, cuando se destruyeron 27.000 hectáreas de árboles, estos niveles están comenzando nuevamente a incrementarse en Brasil. Entre agosto de 2015 y julio de 2016, por ejemplo, se destruyeron 8.000 hectáreas de selva. Esto representa un 29% más que el año anterior y el nivel más elevado desde 2008, según el INPE.

La Amazonía cumple un rol vital en regular el clima del planeta.

El regreso de los animales y el agua

      Una pintura colgada en la pared de la casa de Vicente sirve de recordatorio de los cambios que ha conseguido con su trabajo a pulmón. "En 1973 no había nada, como puedes ver. Era todo un pastizal. Mi casa es más hermosa que lo que ves aquí, pero hoy no podrías tomar una fotos desde ese ángulo porque la tapan los árboles, que son tan grandes", dice.
      Y a esa selva han regresado muchos animales. "Hay tucanes, todo tipo de aves, un gran roedor llamado apaca, ardillas, lagartijas, zarigüeyas, e incluso están regresando los jabalíes".
"Tenemos un pequeño jaguar y un ocelote, ¡que se come todas las gallinas!", dice riendo.
Pero, y más importante aún, han regresado los cursos de agua. Cuando compró el terreno había sólo una fuente, hoy hay cerca de 20.

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07 enero 2021

¿Qué son los Daisugi?, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
Daisugi

A primera vista estas fotos de árboles nos resultan llamativas y extrañas, pero no lo son tanto si pensamos en nuestros árboles trasmochos y sus usos a lo largo de los siglos. En este caso es “daisugi”, una técnica forestal japonesa donde unos árboles especialmente plantados se podan fuertemente para producir "brotes" que se convierten en perfectamente uniformes, rectos y completamente libres de nudos. Estos brotes son cuidadosa y suavemente podados a mano cada dos años dejando solo las ramas superiores, que hacen de tirasavias obligándoles a crecer rectos.
      Un tipo de arquitectura japonesa denominada sukiya-zukuri, que se caracteriza por unas líneas muy rectas y estilizadas, se puso de moda en el siglo XVI en el período Momoyama (la segunda unificación de Japón bajo un mismo poder). En ese momento, conforme a la moda, cada noble o samurái quería construir una vivienda de ese tipo, pero no había suficiente materia prima para construirlas. De ahí esta inteligente solución de usar técnicas de bonsai en los árboles.
     Cada 20 años se recoge la “cosecha”, que en árboles viejos puede llagar a ser de hasta cien de estos brotes. El daisugi es una técnica muy peculiar y llamativa, por lo que incluso cuando la demanda de madera cayó en el siglo XVIII, la demanda de ellos en jardines ornamentales mantuvo ocupados a los jardineros. Naturalmente no todos los árboles valen. Se emplea sólo la Cryptomeria japonica, árbol que fue conocido en occidente como “cedro japonés”, aunque cada vez con más frecuencia se le denomina “sugi”, su nombre original, puesto que nada tiene que ver con los cedros y se parece más a la sequoias gigantes (Sequoiadendron giganteum), como se ve en la foto 3, con los que comparte familia. La elección no es al azar, se trata de un árbol forestal, de crecimiento muy recto (última foto) y cuya madera es resistente, aromática, de un color rojo rosado, liviana pero fuerte, y resistente al agua.


Un pergamino que representa a un daisugi de Housen Higashihara
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04 enero 2021

Jardines silvestres en las ciudades


CHRIS BAINES por Mª JOSÉ ESTESO POVES
Chris Baines
Entrevista al naturalista y escritor, precursor de los jardines silvestres en las ciudades.

     (...) Baines mantiene que la solución pasa por los árboles. Por ello, explica que las ciudades españolas necesitan plantar centenares de árboles para mitigar el cambio climático, porque "las hojas de los árboles son 'nuestros aires acondicionados' y filtran la contaminación". Las hojas de los árboles son un filtro natural de la contaminación en las ciudades      Afirma que, si conseguimos más arbolado y más parques interconectados, "estos pueden ayudar a ralentizar los efectos del calor extremo e incluso las inundaciones que se van a producir debido a las lluvias torrenciales características del cambio climático" (...)
    
Ciudades más amables 
     Frente a esto, es necesario que los ayuntamientos creen grandes "anillos verdes, espacios abiertos y tranquilos para poder respirar". Asegura que existen estudios científicos sobre cómo las personas mejoran si están en un entorno natural. "Está comprobado que si una persona con estrés se puede tumbar, caminar o sentarse en un jardín tranquilo, en sólo cuatro minutos, mejora y se relaja. Los espacios verdes son beneficiosos para la salud".
     Mientras aquí hablamos de despoblación y recuperación de los pueblos, en Reino Unido el discurso se centra en las ciudades. Es obvio, admite Baines: "El 90% de la población en mi país [más de 65 millones de personas] vive en grandes aglomeraciones, y en los últimos años estas se han vuelto espacios hostiles. Por eso es necesario hacerlas más amables".
     Baines fue cofundador del colectivo de defensores de la vida natural urbana Urban Wildlife Group, ha participado en un gran número de asociaciones en defensa de la jardinería silvestre, la gestión del agua y la conservación de la naturaleza. Además ha escrito varios libros, algunos de ellos para niños.
     Jardines silvestres explica con naturalidad qué es y cómo se diseña un jardín silvestre, privado o público: "No es una reserva de la naturaleza. Está concebido como un espacio agradable, con muchas flores silvestres para atraer a los insectos y aves, un pequeño lago con anfibios, una protección natural alrededor y claros para que entre el sol". Y aclara que "por supuesto no se emplea ni química ni pesticidas". Pero también es un lugar donde relajarse: "Un jardín tiene que tener bancos, sillas y una mesa ...".
     Su libro Wildlife Gardening (Vida Silvestre, 1985) es un clásico en el que da consejos prácticos para elegir las plantas que van a atraer a aves e insectos a través de la jardinería. En Reino Unido se usa también el glifosato en los jardines públicos, como en el Estado español. Es "un problema universal," asiente.
     La alternativa en las ciudades, si no hay mucho espacio, es hacer jardines urbanos en las fachadas, "como, por ejemplo, hacen los pub de Londres, donde existe una especie de corredores de madera en las fachadas con plantas colgantes y flores, a donde llegan abejas y pájaros", relata el ambientalista. Y así transformar la ciudad, como "en Nueva York, donde están triunfando los jardines y huertos en las azoteas de los edificios", cita Baines. También sostiene que es "una buena iniciativa la renaturalización de los ríos de las ciudades", tal y como se ha hecho con el Manzanares, en Madrid.
     A la pregunta de cuáles de sus luchas como activista le han marcado más, responde sin vacilar: "La de convencer a políticos e ingenieros para que no corten los árboles de las aceras". Relata que, al enterrar los cables de la luz en las ciudades inglesas, se talan todos los árboles, pero no es imposible hacerlo de otra manera. "Las raíces crecen de forma horizontal y es cuestión de convencer a los ingenieros de que se cave más abajo y se respeten los árboles". Y sentencia: "La mayor amenaza para los árboles no son los ingenieros, sino las políticas de los ayuntamientos para prevenir riesgos para la ciudadanía".

Central Park,  NYC
Talas de árboles y podas
     Pero nuestros árboles tienen más amenazas: "Se podan cada vez más para hacerlos más seguros y eso es malo; al final el árbol se pierde porque todo el beneficio está en la copa, las hojas nos ayudan contra la subida de las temperaturas por el cambio climático".
     Otra tendencia ha sido la corta de árboles en las carreteras. Asegura que en su ciudad, Sheffield, en South Yorkshire, sur de Inglaterra (534.500 habitantes), se ha conseguido un acuerdo con el Ayuntamiento contra la tala de árboles en las carreteras. Hasta ahora se habían cortado hasta un 25% de los situados en las vías de acceso a la ciudad "porque dicen que son un riesgo para los coches y que esa es la única manera de evitar los accidentes". Esta medida ha provocado una gran oposición por parte de la ciudadanía. "Muchas mujeres se han encadenado a los de las carreteras y han conseguido parar las talas".
     Baines explica que su trabajo ahora es el de 'mediador' entre ayuntamientos, empresarios y ecologistas. "Son necesarias las luchas de los ecologistas para contrarrestar las ideas moderadas de los políticos y conseguir acuerdos. Los ecologistas son más pragmáticos y pueden demostrar que conservar los árboles tiene beneficios", concluye.
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