06 mayo 2011

VALDEPEÑAS DE JAÉN 
Quejigo del Amo o del Carbón

Situación: Monte de Navalayegua, N 37º 35' 39" - W 3º 43' 40"
Datos: Perímetro 6,4m; altura 11m; edad 500 años
Estamos en Valdepeñas de Jaén (920m de altitud). Si salimos del pueblo dirección Jaén, a medio km nos encontramos a mano derecha un desvío y una señal de "MONUMENTO NATURAL", Quejigo del Amo (1290 m de altitud). Tenemos por delante 15 km y un desnivel de 400 metros, en el corazón de la Sierra Alta Coloma.


Embalse del Quiebrajano
Monte de la Piedra de Palo





Ruta: La vía es idónea para todos los medios hasta el mismo quejigo.

Dos "jovencitas" en su presentación
de la primavera
con vestidos distintos
También podemos hacer una ruta combinada, dejándole al coche el primer tercio que es el de mayor pendiente.
Enebro



Otros caminos: Saliendo de Noalejo o de Frailes otros caminos nos pueden llevar también hasta este punto pero el que he elegido es el que está señalizado.

Duración: Depende de lo que queramos hacer, andando... unos 10 minutos el km.

Floración del gamón


El primer tercio transcurre entre olivos, nogales y pequeñas huertas. Cuando coronamos vemos el pantano del Quiebrajano.


El resto del camino va transcurriendo entre pastos y encinas bastante jóvenes. No faltan gamones, enebros, cornicabras, etc.



Alguien ha hecho bien las cosas en este lugar, es un bosque expléndido y jóven, salvo los grandes quejigos, las encinas yo diría que tienen entre 50 y 80 años.


En N 37º 35' 36" - W 3º 44' 7", 500 m antes de llegar al quejigo, a 60 m a la derecha del camino, hay una encina (4,1m de perímetro, 22 m de altura) pegada a unas peñas, también catalogada.
¡Qué serena, qué despacio, caía la lluvia en esos días!
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02 mayo 2011

ANTONIO MACHADO (Sevilla, 1875-1939)
Campos de Castilla
(Los olivos)

A Manolo Ayuso
   
                   I

¡Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares polvorientos
del campo de Andalucía!
¡El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas lomas, lueñes sierras
de olivares recamadas!
Mil senderos. Con sus machos,
abrumados de capachos,
van gañanes y arrieros.
¡De la venta del camino
a la puerta, soplan vino
trabucaires bandoleros!
¡Olivares y olivares
de loma en loma prendidos
cual bordados alamares!
¡Olivares coloridos
de una tarde anaranjada;
olivares rebruñidos
bajo la luna argentada!
¡Olivares centelleados
en las tardes cenicientas,
bajo los cielos preñados
de tormentas!...
Olivares, Dios os dé
los eneros
de aguaceros,
los agostos de agua al pie,
los vientos primaverales,
vuestras flores racimadas;
y las lluvias otoñales
vuestras olivas moradas.
Olivar, por cien caminos,
tus olivitas irán
caminando a cien molinos.
Ya darán
trabajo en las alquerías
a gañanes y braceros,
¡oh buenas fuentes sombrías
bajo los anchos sombreros!...
¡Olivar y olivareros,
bosque y raza,
campo y plaza
de los fieles al terruño
y al arado y al molino,
de los que muestran el puño
al destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los señores
devotos y matuteros!...
¡Ciudades y caseríos
en la margen de los ríos,
en los pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares!

                    II

A dos leguas de Úbeda, la Torre
de Pero Gil, bajo este sol de fuego,
triste burgo de España. El coche rueda
entre grises olivos polvorientos.
Allá, el castillo heroico.
En la plaza, mendigos y chicuelos:
una orgía de harapos...
Pasamos frente al atrio del convento
de la Misericordia.
¡Los blancos muros, los cipreses negros!
¡Agria melancolía
como asperón de hierro
que raspa el corazón! ¡Amurallada
piedad, erguida en este basurero!...
Esta casa de Dios, decid, hermanos,
esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro?
Y ese pálido joven,
asombrado y atento,
que parece mirarnos con la boca,
será el loco del pueblo,
de quien se dice: es Lucas,
Blas o Ginés, el tonto que tenemos.
Seguimos. Olivares. Los olivos
están en flor. El carricoche lento,
al paso de dos pencos matalones,
camina hacia Peal. Campos ubérrimos.
La tierra da lo suyo; el sol trabaja;
el hombre es para el suelo:
genera, siembra y labra
y su fatiga unce la tierra al cielo.
Nosotros enturbiamos
la fuente de la vida, el sol primero,
con nuestros ojos tristes,
con nuestro amargo rezo,
con nuestra mano ociosa,
con nuestro pensamiento
—se engendra en el pecado,
se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!—.
Esta piedad erguida
sobre este burgo sólido, sobre este basurero,
esta casa de Dios, decid, oh santos
cañones de Von Kluck, ¿qué guarda dentro?
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28 abril 2011

FRASES Y ÁRBOLES (10)
Dichos y refranes

Naranjos agrios, uno debía haber en cada patio

Naranja amarga, en ayunas, salud segura.

Ten un naranjo agrio en tu corral y tendrás botica para ti y tu vecindad.

El acebo es la madre de la caza

"Agosto secu, castañes en cestu" (dicho asturiano)

Las peras de vino y el vino de durazno (melocotón)

A quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija

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24 abril 2011

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
"el apóstol del árbol"
El árbol de rivera
A Rafael H-R. y C.

         En el parque de Murcia, cerca del Segura, se ve un grupo de cipreses, que alzan sus aguzadas copas, y junto a la misma orilla del agua un bello sauce, de los llamados poéticamente ya llorones, ya desmayos, porque sólo a que lloran o a que desfallecieron puede atribuir el pueblo la dejadez de sus ramas.
        Cierta tarde de primavera de 1914, cuando la tierra llevaba cinco años enteros privada de abundantes lluvias, dijo el río al árbol...
        -¿A qué viene esa exclamación de extrañeza, amigo lector? ¿Supones que no soy verídico, porque trato de referir lo que el Segura dijo? ¿Olvidaste que el más famoso lírico español, el reverendo Fray Luis de León aseguró, en maravillosas estrofas, que el río Tajo sacó fuera el pecho, y dirigió un intencionado discurso al último rey godo?
         El Segura, menos poeta y orador que el Tajo; pero sin duda mas preguntón, dijo al árbol:
         -Te compadezco, caro vecino, porque siempre estás triste, y hasta lamento en extremo que tú y los de tu misma especie, que os miráis en mi linfa, no halléis alivio al dolor que os embarga, derramando algunas lágrimas, porque con ello, al mismo tiempo, algo acrecería mi escasísimo caudal. Ya veis a qué lamentable extremo me hallo reducido: al de pedir que, siquiera como limosna, me den una gotita de agua, porque la prolongada sequía de los últimos años me ha empobrecido, me ha arruinado. Por eso el otro día, olvidando mi gloriosa historia, un paseante se atrevió a llamarme riachuelo y aunque tal insulto despertó mi cólera y ansiaba el dulce placer de la venganza, ya que no me caracteriza la humildad, nada pude hacer. Añoré aquellos felices tiempos en que mi lecho era mucho más profundo, cuando el hombre aún no había venido a transformar la tierra y numerosos cocodrilos se bañaban en mi corriente, porque cualquiera de ellos bastara para imponer silencio perpetuo al calumniador.
          ¡Si a lo menos hubiese sido suficientemente fuerte para inundar la huerta de Murcia, como hice mas de una vez en tiempos no lejanos! Mas ahora me muero de sed y ni aún hallé suficientes gotas para salpicar la cara del muy desvergonzado! Dejando esto aparte, ya que no tiene remedio, cuéntame querido sauce tus pesares, como yo te he referido los míos.
         -Así se escribe la historia, dijo éste. ¡Suponen que las aguas ríen y los sauces lloran! Porque los sauces no somos tan charlatanes como las corrientes de agua, a pesar de nuestro claro y alegre follaje se nos compara a los cipreses, a esos estúpidos árboles, que aspirando a huir de la tierra, porque no les agrada lo que en ella ocurre, sólo logran ser destinados a entristecer los cementerios. Los árboles de mi especie somos por el contrario verdaderos filósofos de esa prudente filosofía que hace mas grata la vida y a nosotros mas aptos para cumplir nuestros deberes. Gracias a ella aprendimos a transformar lo malo en bueno y lo ingrato a lo menos tolerable. Se dice, con razón, que el mundo anda transtornado ... mas esto sólo sucede desde que el hombre tomó posesión de la tierra, porque antes todo estaba admirablemente dispuesto. Viendo el mal y aspirando a cumplir nuestro deber, nos dijimos los de mi especie: ya que no podemos cambiar la marcha de la tierra y sin embargo debemos vivir en ella para purificar el aire y embellecer el paisaje, busquemos la orilla del agua e inclinando nuestras ramas, miremos el mundo en su líquido espejo. Así le vemos debidamente arreglado: contemplamos lo rápidamente que se hunde el vicio y cómo la virtud se eleva hacia nosotros; y cuando la brisa produce un pequeño oleaje, los contornos ganan en belleza lo que pierden en precisión; todo se hace mas poético, y el sol al ser reflejado por el líquido elemento, en vez de cegarnos se nos muestra transformado en brillantes. Lloren los cipreses de columnas, eleven sus agujas sin mirar a la tierra; nosotros preferimos contemplar el cielo en lo profundo de las aguas.
---Fin---

19 abril 2011

JOSÉ HIERRO (Madrid, 1922-2002)
en Con las piedras, con el viento
Árboles, árboles, ¿quién

Árboles, árboles, ¿quién
os regala, quién os tiende
velos de niebla dorada
desde las cimas celestes?

¿Quién os da trescientos, tres-
cientos mil pájaros tenues
que vuelan, cantan, encantan
vuestra hermosura presente?

Flautistas del viento sur.
Arpistas de los relentes.
Liras entre vuestras copas
tañen su música verde.

Las almas, ante vosotros,
qué a gusto pasan, se pierden.
Los cuerpos, cómo desean
cantar, si el amor los prende.

Qué prodigiosa palabra
decís a los que se quieren.
Qué castillos inefables
alzáis en el sol poniente.

Oh qué hermosura. Le dais
al amor los ramos verdes
y os los torna en primavera
al alma, amorosamente.

El tiempo sobre nosotros;
pero el tiempo no os vence.
Sobre vosotros, el tiempo,
os dora, os desnuda...
Y vuelve.

el amor, la primavera,
la ilusión. Nada se pierde
si queda entre vuestros troncos
nuestro eterno amor, latiendo
mágicamente.

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