10 junio 2010

AMY LEVY (G. Bretaña, 1861-1889) 
In the black forest


I lay beneath the pine trees,
And looked aloft, where, through
The dusky, clustered tree-tops,
Gleamed rent, gay rifts of blue.

I shut my eyes, and a fancy
Fluttered my sense around:
"I lie here dead and buried,
And this is churchyard ground.

"I am at rest for ever;
Ended the stress and strife."
Straight I fell to and sorrowed
For the pitiful past life.

Right wronged, and knowledge wasted;
Wise labour spurned for ease;
The sloth and the sin and the failure;
Did I grow sad for these?

They had made me sad so often;
Not now they made me sad;
My heart was full of sorrow
For joy it never had
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EN EL BOSQUE NEGRO
Amy Levi (1861-1889)

Me acosté debajo de los pinos,
Miré hacia arriba, hacia el verde
Oscuro, en la copa de los árboles,
Brillo sombrío que marca el paso del azul.

Cerré los ojos, y un increíble
Sentido fluyó sin criterio:
Aquí yazgo muerta y enterrada,
Y este es un cementerio.

Estoy en un reposo eterno,
Han terminado todos los conflictos.

Caí recta y sentí los lamentos
Por mi pequeña vida pasada.

Derecho injusto y labor perdida,
Sabio conocimiento despreciado;
La pereza y el fracaso y el pecado,
¿Yo fui triste por esto?

Me han puesto triste a menudo;
Ya nunca más asaltan mi pudor,
Mi corazón estaba lleno de dolor
Por la alegría que nunca tuvo.
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07 junio 2010

FRASES Y ÁRBOLES (9)
 
"Comido el tejo, engendra grandísima frialdad en el cuerpo, causa grande angustia de anhélito y es veneno para hacernos una idea que pronto despacha"  Laguna


"El tejo conserva aún, inconscientemente, aquel sentido protector o de refugio de los lares de la familia". 
Enciclopedia Asturiana


"Quizás ha llegado el momento de hablar de los escudos. Su impronta significaba: "¡detente marqués!", "¡alto abad!, esta casa es hidalga", "no pecha", "no sirve a nadie", (...) . Un escudo se aumenta o se reconstruye, pero el solar, no. Por eso la antigüedad de una hidalguía se medía por la vejez de los árboles del solar y el mayor castigo a un hidalgo era cortarle los árboles solariegos. 
Manuel Gutiérrez Aragón, "Cantabria, El laberinto de los montes" Viajar nº 22


Las casas señoriales solían tener a su lado un tejo, cipreses o una palmera, como puede verse en Mondoñedo o en zonas rurales. Era la bandera o distintivo de los señores. 
Párroco de San Justo de Cabarcos, Lugo



El tejo crece donde se le deja, y evidentemente su principal enemigo son los enredos humanos. 
Ignacio Abella

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03 junio 2010

AMÉLIE NOTHOMB (Bélgica, 1966)
Ni de Eva, ni de Adán

(…) Abandoné el pueblo en dirección al vacío. El sendero ascendía afablemente por la nieve, y enseguida constaté, con una estúpida alegría de sultán, que estaba virgen. Aquel sábado por la mañana, nadie me había precedido en aquel repecho. Hasta los dos mil metros de altura, el paseo fue una delicia.
      El bosque de coníferas y árboles frondosos se detuvo bruscamente para señalarme la presencia de un cielo cargado de advertencias a las que yo no atendí. Ante mí se desplegaba uno de los paisajes más hermosos del mundo: sobre una larga ladera en forma de falda acampanada, un bosque de bambú bajo la nieve. El silencio me devolvió, intacto, mi grito de éxtasis.
Siempre he sentido un desaforado amor por el bambú, esa criatura híbrida que los japoneses no clasifican ni como árbol ni como planta y que combina una delicada flexibilidad con la elegancia de su abundancia. En mis recuerdos, sin embargo, el bambú jamás había alcanzado el singular esplendor de aquel bosque nevado. Pese a su finura, cada silueta presentaba su propia carga de nieve y su cabellera almidonada de blancura, a la manera de jovencitas convocadas prematuramente para realizar alguna misión sagrada.
      Crucé el bosque como quien recorre otro mundo. La exaltación había sustituido el sentimiento de duración, ignoro durante cuánto tiempo me vi absorbida por el ascenso de aquella ladera.
      Al llegar, divisé, trescientos metros más arriba, la cima del Kumotori Yama. (...)

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30 mayo 2010

ANTONIO MACHADO (Sevilla, 1875-1939)
A un naranjo y a un limonero

(Vistos en una tienda de plantas y flores)

    Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
Medrosas tiritan tus hojas menguadas.
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte
con tus naranjitas secas y arrugadas!.
    Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!
    De los claros bosques de la Andalucía,
¿quién os trajo a esta castellana tierra
que barren los vientos de la adusta sierra,
hijos de los campos de la tierra mía?
    ¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
que enciendes los frutos de pálido oro,
y alumbras del negro cipresal austero
las quietas plegarias erguidas en coro;
    y fresco naranjo del patio querido,
del campo risueño y el huerto soñado,
siempre en mi recuerdo maduro o florido
de frondas y aromas y frutos cargado!

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26 mayo 2010

EL HUECO EN EL NUDO DEL ÁRBOL
Suecia

La gente dice que los árboles tienen espíritu. Algunas personas afirman que esos espíritus tienen hijos, y en Suecia se cree que los hijos del pino nacen a través de los huecos que los nudos dejan en su tronco.
     Cuentan que un día, un granjero que paseaba por el bosque oyó el llanto de un niño. Se acercó al lugar de donde procedía el sonido y encontró a una niña pequeña que sollozaba, sentada sobre un montón de agujas de pino. El hombre miró a su alrededor y dio voces pero nadie acudió. Era una persona bondadosa incapaz de dejar a una criatura a merced de los lobos y de los fríos vientos. De modo que la ayudó a levantarse, la protegió con su abrigo y la llevó a su casa, donde lo esperaba su mujer.
     La niña permaneció con ellos, pasando a formar parte de la familia, y no tardó en ser tan robusta y sana como los hijos de la pareja. Pero, a pesar de ser la más joven, los años la dotaron de una altura y una belleza fresca y distante que la distinguían del resto. Era una niña muy soñadora; a menudo, se quedaba largas horas de pie, balanceándose ligeramente, con los ojos cerrados y cantando en voz baja. ¡Como si no hubiese cosas por hacer! Pero su atareada madre no se sentía con ánimos de regañarla, se limitaba a sacudirla un poco para que volviese a la realidad. Aquella niña era... diferente. No merecía la pena intentar cambiarla.
     El tiempo pasó. La niña creció y los padres se hicieron mayores, por lo que estaban ansiosos de ver a sus hijos bien situados. La menor era la única que permanecía con ellos y no tardaron en buscarle marido. Se trataba de un joven apuesto, hijo de un granjero vecino. Ella aportaba una dote suficientemente importante y un aspecto muy atractivo. Todo el mundo estaba encantado con el compromiso y el novio no dudó en trabajar largas horas con el objetivo de construir un hogar para su futura esposa.
     Pero a medida que la fecha del enlace se acercaba, la joven se volvía más y más retraída. Su madre no parecía darse cuenta pero su padre empezó a preocuparse.
    El día antes de la boda, la encontró en su habitación, sola y suspirando.
    —Ven, hija —le pidió. Salieron a dar un paseo agarrados del brazo y cruzaron el pueblo en dirección al bosque. Allí cerca, en el extremo derecho, podía verse su futuro hogar, una encantadora cabaña hecha con madera recién cortada, blanca y reluciente.
    —¡Fíjate! —comentó el padre—. ¿Ves lo afortunada que eres? No debes temer dejar tu antigua casa.
    La muchacha sola entró en la cabaña y respiró hondo el fresco aroma de los pinos. Las paredes eran rugosas porque estaban hechas con troncos cortados a mano que no habían sido lijados. Recorrió con la mano su superficie rugosa y algo pegajosa, y encontró el hueco de un  nudo sin tapar. El murmullo del viento se colaba por el agujero. Acercó el ojo a la luz y miró hacia el exterior. Vio un bosque enorme que parecía estar esperándola. Los árboles inclinaban sus copas para saludarla e invitarla a unirse a ellos. El viento se puso a silbar una melodía que le llegó al corazón. Sus recuerdos la impulsaban a seguirles pero sus promesas la retenían. Intentó girar la cabeza pensando en su padre, su madre, su novio... pero una fuerza superior tiraba de ella. Se fue doblando como una hoja y se encogió hasta que fue lo suficientemente pequeña como para poder colarse por el diminuto agujero y avanzar libre hacia los árboles.
Cuando su padre entró en la cabaña, no encontró ni rastro de su hija, salvo el lejano eco de una canción que le resultaba conocida. Desde entonces, siempre que pasea entre los grandes y verdes pinos le parece volver a oír esa melodía.

---Fin---