28 enero 2009

Cuento tibetano - LA SOBERBIA DEL ÁRBOL

LA SOBERBIA DEL ÁRBOL 
Leyenda tibetana

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas. Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas y andar y andar.
De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir. Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.
Pero al llegar a lo más alto, comprobó que sólo podía distinguir un mar de nubes por debajo de él y no el mundo que deseaba conocer.
Resignado decidió descansar un poco antes de continuar su viaje. Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:
— ¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco, ni arrancar una sola de tus hojas!
—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.
El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol. Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar.
Apareció el viento en persona:
— ¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que ... ¿no soy lo bastante potente para ti y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!
Al sonido de su risa todos los árboles del bosque se inclinaron atemorizados.
—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?
—No, no lo sabía.
—Pues mañana a la salida del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.
—Perdón, ten piedad, no lo haré más.
—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!
Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.
Al verlo, el viento se echó a reír, y cuando pudo parar le dijo así al árbol:
—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, ¡qué mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infringido! De ahora en adelante, todos los años tú y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mi, recuperarás esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.
Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

---Fin---

27 enero 2009

JOACHIM DU BELAY (France, 1522-1560)
Sonnet

Qui a vu quelque fois un grand chêne asséché,
Qui pour son ornement quelque trophée porte,
Lever encore au ciel sa vieille tête morte,
Dont le pied fermement n'est en terre fiché,

Mais qui dessus le champ plus qu'à demi penché
Montre ses bras tout nus, et sa racine torte,
Et sans feuille ombrageux, de son poids se supporte
Sur un tronc nouailleux en cent lieux ébranché:

Et bien qu'au premier vent il doive sa ruine,
Et maint jeune à l'entour ait ferme la racine,
Du dévot populaire être seul révéré:

Qui tel chêne a pu voir, qu'il imagine encore
Comme entre les cités, qui plus florissent ore,
Ce vieil honneur poudreux est le plus honoré.

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26 enero 2009

HAIKUS y el árbol


MORITAKE (1473-1540)

El sauce verde
pinta cejas al mar
sobre la fuente



SOIN (1604-1682)

El alto cielo
miraba, ¡y un aroma!
el del ciruelo



MATSUO BASHO (1644-1694)

Aroma de ciruelo
y de pronto el sol sale:
senda del monte
         *
El cucú
un bosque de bambú
filtra la luna
        *
Un ruiseñor
llora de el bambudal
su senectud
        *
¡De qué árbol en flor
no sé
pero qué perfume!
        *
Las ráfagas de invierno
se abisman en los bambúes
y se calman
        *
Se ha escondido
en el bosque de bambú
el viento de invierno
        *
Adherida a un campiñón
la hoja
de un árbol desconocido


BUSON (1716-1783)

Más que el cerezo
con la casita íntima
el melocotonero



TAIGUI (1709- 1771)

Se ve de noche
la fogata de un templo
Bosque invernal


USUDA ARÔ

Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol a árbol
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23 enero 2009

MURIEL BARBERY - La elegancia del erizo

MURIEL BARBERY (Marruecos, 1969)
En "La elegancia del erizo"


“…Kakuro hablaba del campo ruso con todos esos abedules flexibles, cuyas hojas sonaban como un murmullo, y me he sentido ligera, ligera…
      Después reflexionando un poco sobre ello, he comprendido en parte mi repentina alegría al hablar Kakuro de los abedules rusos. Me ocurre lo mismo cuando se habla de árboles, del árbol que sea: el tilo de la casa de labor, el roble detrás de la vieja granja, los grandes olmos que hoy ya no existen, los pinos doblados por el viento en las costas ventosas, etc. Hay tanta humanidad en esta capacidad de amar los árboles, tanta nostalgia de nuestros embelesos primeros, tanta fuerza de sentirse tan insignificante en el seno de la naturaleza… Sí, eso es: la evocación de los árboles, de su majestuosidad indiferente y del amor que por ellos sentimos nos enseña cuán irrisorios somos, viles parásitos que pululamos en la superficie de la tierra, y al mismo tiempo nos hace dignos de vivir, pues somos capaces de reconocer una belleza que no nos debe nada.
      Kakuro hablaba de los abedules y, olvidando a los psicoanalistas y a toda esa gente inteligente que no sabe qué hacer con su inteligencia, de pronto me sentía más adulta por ser capaz de comprender la grandísima belleza de estos árboles…”

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22 enero 2009

JEAN DE LA FONTAINE - La chêne et le roseau

JEAN DE LA FONTAINE (1621-1695)
La chêne et le roseau

Le Chêne un jour dit au Roseau :
"Vous avez bien sujet d'accuser la Nature ;
Un Roitelet pour vous est un pesant fardeau.
Le moindre vent, qui d'aventure
Fait rider la face de l'eau,
Vous oblige à baisser la tête:
Cependant que mon front, au Caucase pareil,
Non content d'arrêter les rayons du soleil,
Brave l'effort de la tempête.
Tout vous est Aquilon, tout me semble Zéphyr.
Encor si vous naissiez à l'abri du feuillage
Dont je couvre le voisinage,
Vous n'auriez pas tant à souffrir:
Je vous défendrais de l'orage;
Mais vous naissez le plus souvent
Sur les humides bords des Royaumes du vent.
La nature envers vous me semble bien injuste.
- Votre compassion, lui répondit l'Arbuste,
Part d'un bon naturel ; mais quittez ce souci.
Les vents me sont moins qu'à vous redoutables.
Je plie, et ne romps pas. Vous avez jusqu'ici
Contre leurs coups épouvantables
Résisté sans courber le dos;
Mais attendons la fin. "Comme il disait ces mots,
Du bout de l'horizon accourt avec furie
Le plus terrible des enfants
Que le Nord eût portés jusque-là dans ses flancs.
L'Arbre tient bon ; le Roseau plie.
Le vent redouble ses efforts,
Et fait si bien qu'il déracine
Celui de qui la tête au Ciel était voisine
Et dont les pieds touchaient à l'Empire des Morts.

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La encina y la caña.
  
Dijo la encina a la caña: “Razón tienes para quejarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave peso; la brisa más ligera, que risa la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. Mi frente, parecida a la cumbre del Cáucaso, no solo detiene los rayos del sol; desafía también la tempestad.
    Para ti, todo es aquilón; para mi céfiro. Si nacieses, al menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías tanto: yo te defendería de la borrasca. Pero casi siempre brotas en las húmedas orillas del reino de los vientos ¡injusta ha sido contigo la naturaleza!
    -Tu compasión, respondió la caña, prueba tu buen natural; pero no te apures. Los vientos no son tan temibles para mi como para ti. Me inclino y me doblo pero no me quiebro. Hasta el presente has podido resistir las mayores ráfagas sin inclinar el espinazo; pero hasta el fin nadie es dichoso”.
    Apenas dijo estas palabras, de los confines del horizonte acude furibundo el más terrible huracán que engendró el septentrión. El árbol resiste, la caña se inclina; el viento redobla sus esfuerzos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus pies en los dominios del tártaro".
---Fin---