4/07/2020

El olmo se la calle Dexter, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA 
El olmo de la calle Dexter, en Malden (Massachusetts)
 
(...) El árbol era un olmo que estaba situado en la Calle Dexter, en Malden, una pequeña ciudad cerca de Boston, en el estado de Massachusetts (costa este de los EEUU, más al norte de Nueva York). La calle recibe su nombre de la antigua familia propietaria de la zona, los Dexter, que llegaron en 1663. Tres años más tarde, plantaron una doble hilera de olmos en el camino de acceso a la granja, siendo este el último de los originales. Se trataba de olmos europeos, aunque se desconoce la especie exacta. Datos sin conformar apuntan a que en la época previa a la guerra de la Independencia de los EEUU con Inglaterra, en la propiedad estuvieron escondidos unos cañones. Así mismo, se dice que en 1775, George Washington pasó una tarde allí y ató su caballo a este árbol, que desde entonces fue conocido como "el olmo de Washington", si bien existió otro olmo con el mismo nombre, bajo el cual según la leyenda, Washington tomó el mando de las tropas. Este otro olmo estaba situado en el parque público de Cambridge (también en Massachusetts) y murió en 1923. Las fotos, con pequeñas variaciones en la posición de los hombres y la distancia del fotógrafo, son sin duda del mismo momento (aunque no está claro el año, y según las fuentes varía entre 1894 y 1896). La primera de ellas, rotulada como “Plate XXXVI”, se conserva en la Biblioteca del Congreso de los EEUU y puede ser consultada en la dirección siguiente: https://www.loc.gov/pictures/item/2002715046/
     Los hombres están tratando de librar al árbol de una plaga de de una polilla, la europea polilla gitana "Lymantria dispar dispar". Esta polilla fue llevada a Massachusetts en 1852 y desde Francia, por Étienne Léopold Trouvelot que quería ser entomólogo. Los insectos escaparon y causaron una plaga imposible de controlar. En la actualidad se dice que causan daños por valor de más de 860 millones de dólares anuales. Después del episodio con sus polillas, Trouvelot perdió interés en ellas y decidió recurrir a su experiencia anterior como astrónomo y artista a tiempo parcial. Sus ilustraciones lo llevaron a trabajar en el observatorio de Harvard, y más tarde, una temporada, en el Observatorio Naval de los Estados Unidos, donde se le permitió el acceso a los telescopios de refracción de última generación. Trouvelot se sintió especialmente atraído por el sol, sus protuberancias y las manchas solares "veladas" que descubrió en 1875. Hoy su nombre está vinculado a cráteres tanto en la Luna como en Marte.
     A principios de 1891 se hizo un primer intento de eliminar las polillas del árbol. Un grupo de cuatro hombres, que habían tenido alguna experiencia previa, se pusieron a trabajar para destruir los huevos de la polilla. Después de trabajar durante varios días en el árbol, informaron que estaba despejado. Otro nuevo grupo se puso a trabajar en el árbol, y descubrieron seiscientos grupos de huevos adicionales. A pesar de esto, las orugas reaparecieron en la primavera y se procedió a rociarlo a fondo, utilizando una escalera de extensión de veinte metros de largo, junto con varias escaleras adicionales colocadas en varias partes del árbol. Avanzada la temporada, todo estaba revisado y los pocos racimos de huevos encontrados fueron tratados con aceite de creosota. En 1892, el árbol fue anillado con papel alquitranado, que se mantuvo constantemente húmedo con una mezcla de tinta, alquitrán y aceite. Sin embargo, se encontraron algunas orugas en el árbol, que probablemente eclosionaron debido a los huevos dispersos que habían quedado aún en las grietas de la corteza. En 1893 no aparecieron orugas, y no se encontró ninguna forma de la polilla desde 1892 en el árbol. En las inspecciones del árbol tuvieron mucho cuidado en revisarlo a fondo, desde sus ramas más altas hasta la base del tronco. Se eliminaron las extremidades muertas y se cubrieron  los agujeros, pero no fue necesario ningún otro trabajo en las inspecciones periódicas.
     El olmo Dexter, tenía según las mediciones de la época las siguientes dimensiones: circunferencia en la base, 8,85 metros; circunferencia a 1,80 m del suelo, 6,4 metros, altura, 33 metros; la copa en el eje de nordeste a sudoeste, 32 metros y algunas de las ramas hasta 90 cm de diámetro. Con casi 250 años, el árbol ya muy enfermo, murió en 1915, después de una gran sequía en el año anterior y atacado por otra plaga, esta vez se cita a la "polilla leopardo" (Hypercompe scribonia), una polilla nocturna de la zona, cuyos machos miden unos 5 cm y las hembras 3 cm. Finalmente, los restos del árbol se deterioraron rápidamente, en un clima que le era ajeno, hasta que finalmente el tocón, ya de tan solo 3,4 metros de diámetro y ocho toneladas de peso, fue arrancado y cambiado de lugar con pompa y boato. Allí terminó de pudrirse. En la actualidad es la parte trasera de una pizzería “Dipietro´s”. En el lugar del emplazamiento original, se construyeron posteriormente casas y también la casa de los Dexter fue demolida en 1945, para construir otras en su lugar.
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4/05/2020

¿Se comunican los pinsapos?

IGNACIO LILLO
¿Se comunican los pinsapos entre sí?

Un estudio científico revela que existen interconexiones entre las raíces de los árboles a través de hongos microscópicos llamados micorrizas
 Las micorrizas permiten que los árboles 'se avisen' sobre ataques de enfermedades. / Migue Fdez.
     La pista surgió durante una serie de visitas de campo, propiciadas por la Academia Malagueña de Ciencias, para preparar unas ponencias sobre la Sierra de las Nieves, en las que los investigadores pudieron observar tocones de pinsapo que permanecían vivos después de 40 años de haber sido talados; que habían cicatrizado e incluso con brotes nuevos. Ahora, las conclusiones de una investigación a cargo de José Carreira, malagueño de Antequera y profesor de Ecología de la Universidad de Jaén, aporta la que previsiblemente sea la clave que explica este comportamiento. El científico acaba de terminar el primer estudio de las comunidades de micorrizas del pinsapar, que apunta a la posibilidad de que los árboles estén interconectados entre sí y con el resto del ecosistema, a través de una vasta red de hongos microscópicos, con mucha diversidad de especies y de funciones, que se asocian simbióticamente con las plantas para obtener beneficios comunes.
      El estudio, que ha dado pie a una tesis doctoral y a un artículo científico, mediante técnicas metagenómicas y muestras captadas a diferentes altitudes, ha permitido caracterizar y describir unas 300 especies diferentes de hongos de este tipo en la Sierra, de los que el 20% no se han podido encontrar en las bases de datos existentes hasta ahora, y posiblemente sean específicos del pinsapo. Además, existe una diversidad amplia, con 10 a 15 tipos de estos en muestras de sólo 3-4 centímetros de raíz, y con distintas funciones.
      El campo de estudio que se ha abierto es enorme, por lo que Carreira anuncia que próximamente se van a hacer nuevas investigaciones para seguir profundizando. En estas también colabora José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo en Andalucía, y la Delegación de Medio Ambiente de la Junta en Málaga, que facilita la logística, los accesos, las localizaciones, los vallados necesarios e incluso aporta propuestas de trabajo.

Relevo generacional. Los estudios sobre micorrizas muestran que los ejemplares jóvenes se pueden desarrollar en condiciones de escasa luz gracias a los aportes de estos hongos. / Migue Fernández
     El problema para su estudio hasta fechas recientes era que estos organismos son microscópicos y se asocian al sistema radical, por lo que era muy difícil observarlos por las técnicas de análisis microbiológico convencionales. Recientemente, la metagenómica ha facilitado esta labor. De esta forma, se ha podido extraer el ADN, secuenciarlo, contrastarlo mediante supercomputadores y conocer las especies asociadas. «Estamos viendo que lo que hay es muchísimo más de lo que se esperaba, y que es universal». Aparte de la función simbiótica, sobre todo en la nutrición mineral (los hongos fundamentalmente aportan fósforo, que es difícil de captar), también se ha observado que por cada centímetro de raíz puede llegar a haber unos 80 centímetros de micorrizas explorando el suelo, lo que le da acceso al árbol a un volumen de terreno al que no podría llegar por su cuenta. A cambio, la planta le aporta nutrientes, fruto de la fotosíntesis, que puede llegar a ser de hasta un 30-40% de su producción.
      Las micorrizas también mejoran la disponibilidad de agua: las raíces sólo tienen capacidad para captar líquido hasta un cierto porcentaje de sequedad del suelo, pero estos microorganismos tienen potenciales mayores de absorción. Junto a las descritas, desarrollan otras funciones que tienen que ver con la protección contra patógenos, pues tienen propiedades antibióticas. De manera que, mientras más diversidad de especies y más población de micorrizas haya en torno a una planta, menos incidencia de enfermedades.

La red social del bosque

      El máximo nivel del estudio es constatar –como ya ha ocurrido– que las micorrizas llegan a interconectar las raíces de distintos árboles entre sí. «Es el culmen de esta maravilla, demostrar que la cooperación no se limita al microorganismo y la planta, sino que sirven de nexo en un 'network' (red cooperativa) en el bosque que conecta a diversos individuos». En esta dirección apunta la observación de grandes regenerados de pequeños plantones que no reciben apenas luz, pero que se mantienen con vida. En este punto intercede Quintanilla: «En el pinsapar de la Sierra de las Nieves se han observado tocones que siguen vivos incluso 40 años después de talados, e intentan cicatrizar como si fueran heridas de poda». Ello da una pista de la existencia de vínculos subterráneos entre ejemplares, que deben estar motivados por las micorrizas, dado que el sistema radical del pinsapo tiene poca capacidad de extensión en un suelo tan pedregoso.
      La universidad de British Columbia ya ha descubierto que las hifas (filamentos) de hongos conectan a individuos, especialmente en el mundo de las coníferas. En la comunidad científica ya se habla de la 'Wood Wide Web' (la red social del bosque), un tipo de comunicación que permite compartir alimentos o favorecer la supervivencia de los retoños. Pero incluso hay evidencias de laboratorio sobre señales químicas que tienen que ver con la advertencia de unos árboles a otros ante el ataque de patógenos.

     
El tocón que seguía vivo. Uno de los hitos más sorprendentes fue el descubrimiento de este tocón, talado hace más de 40 años, que había cicatrizado la herida y de hecho seguía vivo. / Migue Fernández
     Los estudios multidisciplinares en el pinsapar comenzaron en la etapa de Miguel Ángel Catalina al frente del parque natural –en breve, nacional– hacia 1992, y entonces se centraban en el control de plagas y enfermedades. Posteriormente, han avanzado hacia cuestiones ecosistémicas, en las que se tienen en cuenta los múltiples factores que intervienen. José Carreira empezó a trabajar en este espacio en 1999, con los primeros estudios de caracterización y funcionamiento ecológico, y ahora se ha centrado en los componentes ocultos del bosque milenario malagueño, de los que no se sabía nada hasta ahora. Y es que la Sierra de las Nieves todavía guarda grandes secretos por descubrir.

Cooperación entre especies vinculada a la evolución

      Desde la perspectiva evolutiva, la posibilidad de que las algas pudieran salir del mar y colonizar el medio terrestre se vincula precisamente a la asociación con hongos, que les suministraban los nutrientes del suelo, el agua, etc. Ese tipo de asociación es casi universal en el reino vegetal, donde más del 98% de las plantas a nivel global tienen micorrizas que interactúan con sus raíces de manera muy íntima, incluso penetrando dentro de ellas, para ayudarse mutuamente.
      Así lo explica el malagueño José Carreira, que dirige el grupo de investigación sobre Ecología Forestal de la Universidad de Jaén: «Ahora que está tan de moda hablar de la competencia en la Naturaleza hay que reclamar que los mecanismos de cooperación son fundamentales. Y este es uno de ellos».

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4/03/2020

El abeto recupera espacios

JESÚS A. CAÑAS en "El País"
El abeto prehistórico recupera sus fueros al sur de España

      “De aquí a 15 años habrán destruido el último pinsapo”. Tan preocupado se quedó el naturista Abel Chapman cuando visitó la sierra de Grazalema (Cádiz) en 1909 que no se ahorró el categórico vaticinio en su libro Unexplored Spain publicado un año después. Talas masivas, desprendimientos e incendios incontrolados amenazaban a esta especie única de conífera, encapsulada en las montañas de Cádiz y Málaga desde hace más de 12.000 años. Lo que no pudo la subida de las temperaturas posterior a la última Glaciación (durante el Cuaternario superior), lo iba a lograr la mano destructora del hombre: a principios del siglo XX apenas subsistían 100 hectáreas de pinsapar en la Sierra de Cádiz.
     Pero, contra todo evidente pronóstico, Chapman se equivocó. Más de un siglo después de su aseveración, la realidad de esta especie endémica en peligro de extinción es bien distinta. “Ha pasado de esas 107 hectáreas a tener entre 450 y 500 hectáreas en la sierra del Pinar de Grazalema. Aunque nunca sabremos cómo de extensos llegaron a ser, podemos afirmar que el pinsapo está recuperando sus dominios ancestrales”, reconoce a pie de bosque José Manuel Quero, director del parque natural Sierra de Grazalema. Y con esta conífera relicta en plena fase expansiva, ahora el reto es averiguar cómo le afectará el cambio climático que ya sufre el planeta.
      El buen estado de conservación del pinsapar hoy es visible en las 8.146 hectáreas de superficie por las que se extiende, ubicadas entre las sierra de las Nieves, los Reales de Sierra Bermeja (ambos en la provincia de Málaga) y la sierra de Grazalema. Todos son hoy espacios naturales protegidos. En la cordillera gaditana el área de distibución del pinsapo alcanza las 1.988 hectáreas, aproximadamente. Dentro de ella, han sobrevivido bosques densos, bien puros o mezclados con encinas y quejigos, en una superficie cercana a las 500 hectáreas. Su extraordinaria supervivencia en estos páramos sureños, contra toda aparente lógica climática, no es casual.
      Desde tiempos inmemoriales, en la sierra de Cádiz, los vecinos reconocían al pinsapo bajo el nombre común de pino. Pero no fue hasta 1838 cuando el ginebrino botanista Pierre Edmond Boissier lo identifica bajo el nombre de Abies pinsapo en su obra Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne. Ahí la ciencia empieza a bosquejar la importancia y trayectoria histórica de este abeto, considerado una reliquia de los bosques de coníferas que cubrían vastas extensiones de Europa durante el Terciario (era iniciada hace 66 millones de años). Con el ascenso térmico postglacial “se quedó en diferentes reductos mediterráneos y fue evolucionando”, como detalla Quero. 

     En las sierras de Cádiz y Málaga, el pinsapo consiguió sobrevivir encapsulado en laderas y cumbres montañosas de los 800 a los 1.800 metros de altitud, como explica José Luis Sánchez, técnico del parque natural de Grazalema. La conífera se aclimató a zonas escarpadas y sombreadas de orientación norte, resguardadas de los vientos secos de levante, con clima fresco y elevada humedad. Ahí pueden alcanzar hasta los 500 años de vida y los 30 metros de altura. Posee copas piramidales, de hojas punzantes verde oscuro y dispuestas en ramas preparadas para las nevadas. La parte superior del ramaje concentra los conos femeninos y la inferior, los masculinos. “Eso facilita que, en las laderas, ambas se toquen y se fecunden”, como relata José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

Una cápsula del tiempo

      En la Sierra de Grazalema, de singular orografía, la especie se hizo fuerte en un bosque gracias a que las borrascas atlánticas convierten a la zona en el punto de mayor pluviosidad del sur peninsular. “Estas condiciones especiales de microclima y relieve abrupto también ayudaron a que, para el hombre, fuese complicado esquilmar la especie”, reconoce Sánchez. Con todo, los intentos fueron constantes, como añade el técnico: “Por ejemplo, en 1904 el pinsapar sufrió una intensa corta, pero el elevado coste del desembosque y transporte hizo que los troncos se quedaran desparramados allí mismo en la finca y fueran utilizados posteriormente para hacer carbón”.
      En una economía de subsistencia, basada en el aprovechamiento intenso de los recursos naturales, el pinsapo era un árbol de cierta aptitud maderera que ayudó a sobrepasar las penurias del siglo XIX y principios del XX. Pero la situación cambió cuando, en junio de 1972, el Estado decidió comprar por 18 millones de pesetas (108.000 euros) las dos fincas donde se conservaba la masa del pinsapar. “Fue un momento fundamental”, resalta Quero. Entonces cambió el modelo de gestión: se suspendieron los aprovechamientos madereros, se acotó el pinsapar al pastoreo y se inició la práctica de una selvicultura preventiva de incendios. Tan solo cinco años después de ese primer paso, la UNESCO declara la zona Reserva de la Biosfera y, en 1985, se convierten en un parque natural de 51.695 hectáreas.
      La decisión pronto encontró la respuesta de un abeto milenario y con una capacidad colonizadora que favorece su pronta regeneración natural. “La especie invierte años en distintas fases. Los primeros 20 años crece lento porque se esfuerza en asentarse y luego toma altura”, explica el director el parque. La regeneración natural ha sido tan exitosa que, en Grazalema, pueden fijar sus miras en más necesidades, como añade Quero: “Ahora nos centramos fundamentalmente en proteger y favorecer la extensión del pinsapar”
      De ahí que en la actualidad se trabaje también en la identificación y caracterización de zonas adultas de pinsapar. Con ello, en el Parque Natural buscan ejemplificar la importancia de los denominados bosque maduro en la conservación de la biodiversidad. Es una línea de trabajo en la que ya están inmersos paises mediterráneos como Francia o Italia y que impulsa la Federación de Parques Nacionales y Naturales de Europa (Europarc), en su Grupo de Conservación. “Tenemos la idea de que un bosque es una foto fija sin madera muerta en el suelo y perfectamente limpio. Pero la realidad es que evolucionan constantemente y la riqueza está en la existencia de árboles muertos que son hábitat de especies o claros creados por derribos que permiten la regeneración. Y de eso, tenemos muy pocos ejemplos como éste en Europa”, sentencia Quero con orgullo.
      Y mientras el pinsapar se convierte en ejemplo europeo de madurez, la regeneración del abeto en la sierra de Grazalema ha hecho posible que, por sí solo, haya comenzado a recuperar dominios que fueron suyos mucho tiempo atrás. En zonas cercanas a la masa del bosque histórico se aprecian diversas coníferas que asoman entre encinas y quejigos que, previsiblemente, acabarán claudicando ante el milenario regresado. En contra de toda previsión, la conífera incluso ha llegado a introducirse en laderas con orientación sur en un fenómeno apreciable también en las sierras malagueñas.
 

Tecnología y naturaleza

      Su aparición en puntos que, de entrada no parecían óptimas para su crecimiento, intrigaba a Quintanilla hasta que la aplicación de la tecnología le dio la respuesta que necesitaba. En colaboración con distintas entidades científicas andaluzas, han conseguido desarrollar un Modelo Digital de Incidencia Solar por el cual se emplean sistemas de información geográfica para localizar zonas de umbría. Así han descubierto todas aquellas localizaciones que, con independencia de su orientación, presentan condiciones óptimas para la supervivencia de la especie.
      “Gracias al modelo podemos avanzar hacia nuestro próximo objetivo, la creación de masas diversificadas”, reconoce el técnico. Porque hoy, con el acceso controlado por permisos (por ejemplo, en Grazalema para hacer rutas por la zona es necesario solicitar autorización previa) “la única gran amenaza sigue siendo el incendio”, como explica Francisco Jarillo, coordinador adjunto de los agentes de Medio Ambiente en la sierra gaditana. Todo ello, pese a las amplias medidas de prevención que van desde la vigilancia, construcción y mantenimiento de cortafuegosa la mejora de infraestructuras contra incendios, como las balsas de agua.
      “Ante este eventual riesgo, se trata de no jugársela todo a una carta”, añade Quero. Pero no es el único reto al que ayudará tanto el Modelo de Incidencia Solar como los estudios que se hagan en la zona. Con un cambio climático en ciernes, aún es una incógnita la incidencia que éste tendrá para estas masas de coníferas, necesitadas de menores temperaturas y humedad constante. Es de imaginar que posibles aumentos de la temperatura media y los largos periodos de sequía podrían afectar a un abeto con el que no pudo ni la última postglaciación.
      Tampoco es menos cierto que ese carácter relicto capaz de sobreponerse a las más adversas circunstancias también es su mejor baza de superviviencia. “Hay muchas investigaciones en cuanto al cambio climático, pero nada es concluyente. Lo que hoy por hoy tenemos claro es que el pinsapo ahora está en buen estado de conservación y que es una especie resistente. El tiempo dirá”, remacha Quero.

El primo marroquí del pinsapo

      Además de su similitud a otras coníferas, el pinsapo o ‘Abies pinsapo’ tiene un primo directo que sigue vivo a pocos kilómetros de las sierras de Cádiz y Málaga. Se trata de los abetos Abies maroccana y Abies tazaotana, ambos supervivientes de la postglaciación en el Parque nacional de Talassemtane, ubicado en el norte de Marruecos. Su similitud llevó a que, durante años, se llegase a pensar de que se trataba de la misma especie que el pinsapo andaluz. Sin embargo, los últimos estudios genéticos lo descartaron, aunque confirmaron la cercanía de ambas variedades. El primo marroquí del pinsapo “susbiste recluido en zonas altas, en una extensión de 3.000 hectáreas, y amenazado por una importante deforestación impulsadas por talas para dedicar los terrenos a cultivos”, reconoce José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

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4/01/2020

Los puentes de Meghalaya

NATHALIE GEORGES
Los puentes vivientes de Meghalaya, India
 
Hace más de quinientos años, en el estado indio de Meghalaya, los habitantes comenzaron a construir puentes con raíces de árboles. Los llamados "puentes vivientes" o "puentes raíz" son indispensables para la población local.

Francia, 2019, 25 min.
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