25 octubre 2018


MAPLAL LOBOCH (Guinea Ecuatorial, 1912-1976)
El baobab (Pángola)
Árbol quizá el mayor
de cuantos se adornan
los campos de mi patria chica
¿qué mal hiciste que
doquier te hallas
opá do-fía te llaman?

Dicen mis viejos
allá en sus tiempos
y aún más allá de ellos,
a pesar de su frondosidad,
pájaro ninguno de los pocos
que tenemos por vecinos
vino a hacer su nido
en este árbol, que muere de tristeza
al borde del camino.

Enmudecidas quedan las lenguas
de grandes y chicos todos
de madres y mozas en particular,
y sólo sisean y cuchichean
bajo tu sombra al pasar
por no hallar otro ser al pasar
por no hallar otro sendero
que abreviar el camino
cuando el ocaso contrapuesto,
porque el sol se ha puesto
a la hora del regreso
o invertidas también las sombras
se dirigen hacia el mismo camino.

Niños todos de este pueblo,
desde edad muy temprana,
en sus pechos son depositadas
las sospechas que te atribuyen;
morada de demonios, espíritus malos
brujos, duendes y fantasmas
sólo hacen su nido es este árbol.
¿Qué mal hiciste que
doquier que te hallas
así te motejan?

Mis viejos sospecharon de ti
todas esas atribuciones, y más,
forasteros vendidos acá, que
conociendo lo superticiosos que son
o para intimidarles o acreditarse
de hechiceros capaces de aliviarles penas
o su simpatía ganar, a todos,
grandes y chicos, opá do-fía.

De "Antología de la literatura guineana" de Donato Ndong-Bidyogo
(Biblioteca de Sangüesa)

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21 octubre 2018

JULIO CORTÁZAR, Argentina (1914-18984)
Musicalizado por Atahualpa Yupanqui
El árbol, el río y el hombre



Al árbol ya cortado
No lo claves en tierra
Porque su copa seca
No engañará a los pájaros

Al río que discurre
No le levantes diques
Porque en el aire libre
Cabalgarán las nubes

Al hombre desterrado
No le hables de su casa
La verdadera patria
Caro lo está pagando

El árbol ya cortado
El río que discurre
Y el hombre desterrado
Caro lo están pagando

Atahualpa elige la melodía de una antigua y melancólica canción catalana que, nos cuenta, le gustaba a Julio: "El testamento de Amelia".

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17 octubre 2018

FRANCIS HALLÉ entrevistado por Ramiro Velázquez Gómez
"El poder no sabe el valor del árbol"
En elcolombiano.com
La pérdida de biodiversidad por desaparición del bosque tropical es algo muy negativo, considera Francis Hallé. FOTO DONALDO ZULUAGA
Foto: Donaldo Zuluaga
     Ha recorrido los bosques tropicales y los ha estudiado. Pero también le interesa el árbol urbano. Es preciso en sus conceptos, directo. Cree que el poder político no sabe bien el valor de los árboles, pero sí la gente. Esto dice Francis Hallé, botánico francés, que llegó a Medellín, Colombia, invitado por Colombiodiversidad y la Alianza Francesa. La ciudad, dice, le gusta y destaca el Jardín Botánico.

¿Cómo se resume?
Soy un botánico francés, especializado en plantas tropicales hace 60 años. Durante mi vida he visto desaparecer el bosque tropical en todo el mundo. Es un problema muy grave y tengo una especie de lucha contra la deforestación en muchos países. Aquí en Colombia me dicen que no hay exportación de madera. Eso es positivo”.

¿Dónde está más amenazado el bosque tropical?
“El sureste de Asia. En esta región ya desapareció. Sólo queda bosque secundario sin ningún interés y sin ningún valor económico. En África es mejor. En América del Sur está entre los dos. Hay una región con mucho bosque tropical, Melanesia: Nueva Guinea, norte de Australia, Salomón, etc”.

También ha estudiado el árbol urbano, ¿como debería ser?
“Me interesa mucho el árbol urbano. Medellín es una ciudad muy verde, estuve varias veces en el Jardín Botánico y me parece magnífico, pero no conozco detalles. El árbol debe ser grande, sin podarlo y sin peligro. Si hay flores y frutos mejor, la especie no importa. No hay una lista de especies para la ciudad, depende de la gente.”

¿Pero es una forma de reducir el efecto isla de calor?
“Sí, el calor, el aire que respiramos y el ruido también, pero hay algo más importante en el árbol: hay una relación cercana con el ser humano y por eso necesitamos árboles. Tengo un estudio reciente en Estados Unidos en grandes ciudades como Chicago: donde hay más árboles hay menos crímenes; donde faltan la criminalidad sube. Es lo mismo en hospitales: si los enfermos pueden ver árboles hay una recuperación muy buena de la salud, si no pueden verlos no es tan buena”.

¿Influye también la grama? Porque en muchas ciudades como Medellín están retirando la grama para construir grandes aceras de cemento, ¿importa eso?
“Sí importa porque cada hoja produce el oxígeno que respiramos. Si se quita la hierba falta el oxígeno. Se ve muy bien en el Jardín Botánico: ayer he visto un montón de gente en la grama. La necesitamos, es muy útil y no cuesta nada, mucho menos que el concreto.”

¿Cuánto deben tener las ciudades de espacio verde?
“Depende de la región, de la altitud y de la latitud. Vengo del sur de Francia, cerca del Mediterráneo, faltan muchos árboles en las ciudades del Mediterráneo pero está el mar, acá no hay mar, si no hay mar y no hay árboles es una vergüenza para la gente, que no sabe cómo utilizar los domingos y los días libres.”

Un experto decía que los árboles no deben estar tanto afuera sino adentro de la ciudad…
“En la ciudad el único límite es que el árbol no debe ser peligroso. Es el único límite, más árboles es mejor para la gente. Deben ser sólidos, sin peligro”.

Se le atribuye a usted afirmar que en las obras que se hacen en las vías en la ciudad, se dice ‘vamos a cortar 100 árboles, pero vamos a sembrar 200 nuevos’ y eso no es bueno. ¿Es así?
“Los árboles viejos no necesitan dinero, no necesitan agua, no necesitan nada, pero si se cortan los viejos y se plantan nuevos, hay que comprarlos, hacer huecos con buena tierra, irrigación, cuesta mucho. Pero lo más importante es ecológico: la producción de oxígeno de un árbol está en relación a su superficie y los jóvenes no pueden competir con la superficie de los grandes. Por eso, si remplazamos los grandes por pequeños, durante 25 años la gente del barrio no tendrá sombra y falta el oxígeno, es una posibilidad de violencia y de crímenes. Está bien en la sociedad humana remplazar viejos por jóvenes (ríe) pero en árboles no.”

¿Cree usted como botánico que se les da más importancia a los animales que a las plantas?
“Para la gente en todas partes lo más importante son las plantas medicinales, porque la mayoría de nuestros medicamentos viene de ellas y no de los animales. Por eso hay un interés muy fuerte, incluso acá en Colombia, de la gente para las plantas y árboles medicinales.”

¿Se debería estudiar más eso, como en Colombia, cómo se puede hacer?
“Quizás se necesitan más etnobotánicos, que estudian la relación entre la gente y las plantas. He visto algunos en Bogotá, pero creo que faltan, sería mejor tener muchos más. También erboristas y farmacéuticos.”

¿Qué pasa si se pierde un árbol, cuántas especies se afectan?
“Hay resultados muy nuevos en Amazonas: en un árbol enorme hay insectos endémicos de este árbol y por eso si se destruye ya perdimos especies animales. Hay una relación muy fuerte. Para pequeños animales un árbol es como una isla, aislado de los otros y por eso hay endémicos en la copa de un árbol.”

¿Hay conciencia en el mundo sobre la necesidad de conservar los árboles, los bosques?
“No. En la población sí, pero en los políticos no. Acá no conozco bien pero en todos los países es casi igual, a la gente le gustan mucho los árboles y el bosque, saben que es útil, lo necesitamos, pero el poder no lo sabe.”

¿Es en todo el mundo?
“Hay regiones muy interesantes donde el poder político tiene interés en el bosque. Por ejemplo Costa Rica, Sri Lanka, Gabón en Centro África, pero no hay muchos.”

¿Qué se necesitaría para que haya más conciencia?
“El nivel de conciencia es muy alto en la población, acá, en Europa, en Norteamérica, el problema es cómo podemos dar esta conciencia a los políticos. Voy a dar una conferencia: es cierto que los políticos no vendrán y la gente que viene ya conoce la importancia de los árboles. En Francia hay una escuela para los políticos, Escuela Nacional de Administración, es muy grande y fuerte, no hay ni una sola palabra de ecología…”.

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13 octubre 2018

ANTONIO MARTÍ
Árboles, Árboles, Árboles ...
Año XIV, nº56, julio de 1929, 
de la revista Rincones del Atlántico

     Sin agua no puede haber arbolado ni jardines. Sin agua no pueden progresar los campos ni los pueblos. Sin agua no puede haber riqueza, ni belleza, ni higiene, ni confort...
     El agua, en resumen, es la base de todo: de la agricultura, de la higiene, de la vida de los pueblos... y del turismo. El agua, en Tenerife, cada año escasea más. Llueve menos. Como no llueve los manantiales reducen su caudal; muchas fuentes se secan; baja el nivel de los pozos; decrece la humedad de los campos; los barrancos no corren y las presas no se llenan.
     Surgen, no obstante, cada año, nuevas galerías y nuevos caudales hidráulicos. Las entrañas de la isla parecen guardar un inagotable tesoro de humedad. Cada sonda en su tripa de rocas deja paso a una corriente de agua constante; a veces es como si la cata hubiera roto una gruesa arteria vital el agua, -sangre de la tierra-, corre, pródiga, sobre las laderas sedientas, yendo a perderse en el mar.
     Entonces los hombres, ávidos de ella, tienden sus redes de atargeas y tuberías, y el agua, aprisionada, corre, dócil, donde la masa ansiosa de los terrenos incultos, aguarda el beneficio maravilloso de su frescura.
     También esos grandes caudales, -promesa de redención para los pueblos sedientos-, merman y se reducen en estos años de constante sequía, sumiéndonos en el terror máximo de una amenaza pavorosa. Y es que, como los cuerpos decaen y mueren cuando el agotamiento los consume, así la tierra, falta de savia vital, esquilmada, agotada por la sequía, se empobrece, se desangra, por esas miles de heridas abiertas en sus flancos angulosos y esqueléticos.
     Hace unos cuantos lustros, en La Laguna se abría un hoyo de unos, metros y se encontraba agua. Llovía en invierno y los campos se anegaban, convirtiéndose las huertas en maretas enormes. Barranquillos como el de «La Triciada» llevaban agua durante casi todo el año y solo se secaban en los meses más fuertes del verano. El arbolado en la vega lagunera era frondoso y el monte de las Mercedes como un manto verde, casi negro, cubriendo todo el fondo de la ladera, en lo que la vista alcanzaba.
     Antes, unas cuantas décadas hará de esto, Vilaflor estaba rodeado de bosques. Los árboles, -estos maravillosos pinos canarios, tan recios y tan bellos-, llegaban casi hasta la plaza. Hoy la vista corre sobre calveros áridos, resecos, hasta lo alto de las lomas, donde los pinos se extienden aún, separados unos de otros por anchos espacios despoblados, de tierra amarilla.
     (El «Pino Gordo» hubo de ser rodeado de una pared de mampostería, para que el hacha, socavándolo, no diera con él en tierra, convirtiéndolo en botín fabuloso de leñadores y carboneros…)
     Y antes aún, hará unos siglos, según la Historia, los montes cubrían toda la superficie de la isla, llegando a la orilla misma del mar... Entonces los barrancos eran ríos. «Las Lagunas», llamábanse así por serlo, cruzándose en barcas en casi toda su extensión. Y la isla entera, fragante, umbrosa, ayudaba a la obra de la Naturaleza, acumulando sobre sus campos nubes que luego, convertidas en lluvia, formaban la cadena sin fin de la vida; cadena rota más tarde por nuestra ignorancia, por nuestro abandono y por nuestra incomprensión.
     La enseñanza cruel no ha bastado a convencernos del valor del árbol y de su importancia para la riqueza y progreso de la isla. Ni hemos acertado a comprender que el árbol es la base de todo y principio de todo.
     Todavía arrancamos árboles y los dejamos perder. Todavía no nos hemos cuidado de plantarlos ni hemos hecho de su cuidado deber y devoción. Todavía las carreteras de la isla se tienden al sol calcinadas, hostiles, sin que los árboles las bordeen y todavía las cumbres y los campos muestran su sequedad desolada, desnudos de frondas.
     Mucho hablar de progresos ansiados; mucho soñar en un porvenir esplendoroso para los pueblos isleños, y poco preocuparnos del árbol, que es llave de ese porvenir y secreto de ese progreso que anhelamos y perseguimos. La obra es lenta y sus frutos tardíos. No obstante seria la más alta y noble que se pudiera emprender, siendo también la que mayor empeño y voluntad exige, puesto que habría de tropezarse en ella con la ignorancia y la incomprensión, y eso son obstáculos invencibles cuando un ideal máximo no anima las empresas.
     Los intentos realizados en este sentido, sin frutos, por desgracia, no han producido efecto porque no se han hecho objeto de un verdadero empeño fundamental. La obra, no obstante, así lo exige, pues es el porvenir todo de Tenerife, toda su riqueza y el esplendor de sus ideales, lo que de esa labor depende.
     Árboles, árboles, árboles... Sin ellos, vano es pensar en redimir a la isla, de las culpas pasadas de nuestro abandono y de nuestra incomprensión.

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