04 julio 2018

MARISA LÓPEZ PALMEYRO
La leyenda del lapacho -Tajy-

     Los que saben de estas cosas cuentan que, hace más de mil años, los guaraníes iniciaron una larga migración hacia el sur desde el corazón de las selvas sudamericanas: quizás desde la meseta del Mato Grosso, donde se separan las aguas que se encauzan hacia el norte, hacia las selvas amazónicas, y las que descienden hacia el sur, a la cuenca del Plata; o quizás desde más al Norte todavía.

     Cuenta la leyenda que el Dios de los guaraníes cuando estaba dispuesta la separación de los hermanos Tupí y Guaraní un día antes de la partida de Guaraní, les dijo: "Los dos son y serán siempre conquistadores de tierras, el símbolo de sus conquistas será, que ustedes al asentarse en una comunidad marcaran con grandes árboles de distintos colores cuyo nombre será Tajy, "las tierras conquistadas". Y así Tupã Tenondete les entregó la semilla de estos fornidos árboles que había traído del "Yvaga", prometiendo que si cultivaban las semillas crecerían los árboles más grandes y ellos utilizarían la madera para todos utensilios que necesitaran: canoas, cubiertos, armas, flechas, casas. Desde que comenzó la conquista de los guaraníes se puede disfrutar por todos los caminos los lapachos de diversos colores: blancos, amarillos y rosados. Desde ese tiempo los guaraníes afirman que los lapachos siempre traen la fortaleza de Tupã a todo el pueblo, pues, al mirarlos y tocarlos, el árbol les transmite una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a esta tribu. Por esto los guaraníes lo llaman "El árbol de Yvaga", el árbol de Tupã Tenondete.


---Fin---

02 julio 2018

JOSÉ ZOILO en...
"Padre Mario: Sanaciones desde el cielo" habla del "Lapacho"
    
     Este es un pasaje en el que Zoilo describe al lapacho, seguido de una poesía que no sabemos si también es del mismo autor. El lapacho, del género Tabebuia, comprende alrededor de un centenar de especies de árboles nativos de la zona intertropical de América hasta el centro-norte de Argentina y Paraguay.

     (...) Es un árbol que crece lento. No tiene apuros. Sabe esperar en la fidelidad de sus ciclos, viviéndolos uno a uno con intensidad, tanto en sus desnudeces invernales como en sus derroches de vida. Su madera se va haciendo lentamente por eso logra ser tan resistente. No necesita ser descortezado como el quebracho su resistencia le llega hasta la piel. Cuando se entrega, se entrega entero. Cuando los antiguos misioneros jesuitas construían sus iglesias monumentales, iban a los montes y arrancaban los lapachos con sus raíces enteras, transportándolos con su terrón de tierra colorada adherida a ellas. Y así los volvían a plantar en el suelo, constituyéndolos en columnas que sostendrán toda la estructura del edificio. Las paredes eran de esa misma tierra colorada apisonada en un encofrado de madera que luego se retiraba. Toda la resistencia del edificio, que aguantó siglos, se fiaba a las columnas. Por supuesto para esta misión había que despojarlo de sus ramas. Pero eso le sucede a todo árbol que tiene que cumplir una misión distinta a la de ser simplemente planta. En San Ignacio Guazú y en muchos otros lugares de tierra guaraní, donde estuvieran antiguas y hermosas iglesias, hoy sólo quedan en pie parte de esos troncos de “taye”, trozos de columna aún clavadas junto a su montículo de tierra colorada que constituían las paredes. Su madera no se pudre. Poco a poco va saltando en astillas que regresan a la tierra madre, uniéndose al humus fértil que alimenta la vida nueva que nace a sus pies (...)

Alerta vigía de septiembre,
ternura de fiesta quinceañera,
se estrella el invierno entre sus flores,
cubriendo de rosa las veredas.

Mil soles te diron fortaleza,
mil noches te dieron su frescura;
es tuyo el misterio de las selvas,
del viento y del indio en su espesura.

Tenés corazón que no se pudre,
lapacho de flores sonrosadas,
 pudor virginal que se arrebola
 guardando tu savia acumulada.

Son parcas las ramas de us gestos,
que sólo en la copa se te ensancha,
dejando que el tronco surja recto,
igual como surge la confianza.

Tayé, te llamaron los antiguos,
y el nombre, por gracia, ha perdurado,
volviendo a endulzarlo el acmoatí
que busca la miel entre tus labios.

 Imagen del alma de los curas
-rara conjunción de tierra y gracia-
columna sacada de los montes
y luego de pie crucificada.

Sacado con todas sus raíces
trajiste contigo tu pasado,
bravo imaguaré de los antiguos,
Retá con color de sangre y barro.

Hoy quedas de pie sobre las ruinas,
cual mudo testigo del pasado,
e invitas a todos los que llegan
a ver, a pensar y dar la mano.

 -----

30 junio 2018

LOS ÁRBOLES DE BUENOS AIRES
La ciudad tiene la cantidad mínima de árboles sugerida por persona, de parabuenosaires.com
     El árbol es el amparo para compartir un mate o leer un libro, refugio del sol y del calor o escondite de ese canto del pájaro que anuncia el amanecer. Estas y más funciones son las que tiene el árbol urbano, ese que a veces no se observa ni se valora, pero que nos aporta el oxígeno necesario para vivir. Las ciudades, con todo su cemento y desarrollo tecnológico, también dependen de ellos. En Buenos Aires, por caso, hay unos 372.000 ejemplares en las calles, casi uno cada ocho habitantes.
    Esa relación es la mínima recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para los ambientes urbanos, pero resulta mejor que las registradas en Bogotá, Nueva York o Barcelona.
      “El árbol es el elemento que, sumado uno a uno, conforma el bosque urbano, con capacidad de mitigar muchos de los efectos adversos que genera el crecimiento de las ciudades por falta de planificación y conocimiento”, explicó Carlos Anaya, ingeniero agrónomo y arborista certificado por la International Society of Arboriculture.
     El experto agrega además algo que, muchas veces, se desconoce: “El árbol urbano no sólo es el plantado en las veredas, espacios públicos y semipúblicos, sino también los ejemplares ubicados en sitios privados. Todos ellos conforman el bosque urbano que aporta su beneficio a la ciudad”.
     Según el censo de arbolado urbano, realizado hace tres años, en las veredas porteñas hay 372.625 ejemplares, que se suman a unos 53.000 plantados en espacios verdes. En tanto, el 5% del total corresponde a los plantados por los vecinos.

     “En la ciudad estamos bien, pero hay que seguir mejorando. Prevemos aumentar en 70.000 la cantidad de árboles durante los próximos cinco años. Debemos diseñar y establecer dónde estará cada plantera y, además, acordar con las comunas en qué lugares”, indicó María Inés López Lo Celso, directora general de Espacios Verdes porteña.
     Según el censo, el ficus es el preferido de los vecinos. El censo indicó que hay 23.707 plantados por los residentes, aproximadamente el 5% de la población total. Lo siguen el pindó, el palo borracho, el palto y el níspero.

Cuidado

     “Hay que tener mucho cuidado con los ficus porque siempre buscan la humedad. Hay casos en que las raíces llegan hasta las cañerías. Es un buen árbol para estar en el centro de un jardín amplio”, indicó la funcionaria.
      Ana Guarnaschelli, profesora adjunta de dasonomía de la Facultad de Agronomía de la UBA, indicó: “El árbol cumple una función ambiental muy importante. Está capturando gases que no son saludables para la vida humana, filtrando partículas en suspensión, atenuando ruidos; representa barreras de protección. Los espacios verdes los mejora, incluso desde el punto de vista psicológico tiene un efecto favorable, genera ámbitos más agradables, y también contribuye a la valoración de las propiedades”.
      Según la experta, “Buenos Aires tiene una particular problemática que data de muchos años atrás: se han plantado árboles muy grandes en muchas veredas para los espacios de crecimiento que ellas ofrecen. Por ejemplo, plátanos en calles muy angostas. El ejemplar no tiene capacidad para desplegar todo su potencial. Los árboles grandes se deforman e interfieren en las edificaciones, y para conducirlos han sido sometidos a podas muy drásticas (a menudo, realizadas en las épocas del año incorrectas); por eso, muchos árboles quedan mal conformados y presentan podredumbres”.
      Respecto de la cantidad de árboles la ciudad, “está en niveles intermedios. Creo que debería haber más. Pero hay que elaborar un plan de forestación”, sostuvo Guarnaschelli.
      Para Anaya, es fundamental tener en cuenta las características propias de cada urbe. “Hay un viejo dicho que afirma que el mejor momento para plantar un árbol es 20 años atrás y el segundo mejor momento, ahora. Es muy importante estudiar y planificar el nuevo arbolado como consecuencia del cambio climático global. Cuáles son las especies adecuadas para cada sitio en función de, por ejemplo, la problemática de cada barrio: contaminación por ser una zona de alto tránsito vehicular, zona fabril, cuenca de un río ligada al riesgo por inundaciones”.
      El censo de 2012 determinó que la Capital cuenta con 420.000 espacios para plantar árboles, lo que significa que hay lugar para 47.300 ejemplares para oxigenar a la metrópolis. Los casi 25.000 extras que planea plantar el gobierno deberán encontrar un lugar.
-----

28 junio 2018

¿ORO EN LOS EUCALIPTOS?
De "Turismo botánico"


     En las vastas tierras del oeste y sur de Australia, las formaciones de eucaliptos nativos ocupan miles y miles de hectáreas. Científicos de la Agencia Nacional de Ciencia Australiana, junto con otros socios, han descubierto que las hojas de algunas especies de eucaliptos contienen pequeñas concentraciones de oro que aparecen de forma natural. Los resultados del estudio han sido publicados en la revista Nature. La sorpresa que se llevaron dichos científicos fue descomunal. Rápidamente, comenzaron a trabajar para darle explicación a este fenómeno.
Arboreto del Villar. Lugar dedicado exclusivamente a los eucaliptos. Oro.
Arboreto de El Villar. Lugar dedicado exclusivamente a los eucaliptos
     El sistema radicular de los eucaliptos puede alcanzar hasta los 30 metros de profundidad. En muchas ocasiones pueden llegar al sedimento que se encuentra depositado justo por encima de la roca madre. En los casos que este sedimento contenga partículas de oro, las raíces del eucalipto actúan como una bomba hidráulica absorbiendo el agua que contiene dichas partículas. Este metal en realidad es tóxico para la planta, por eso el eucalipto lo mueve hacia las hojas para expulsarlo. De esa manera, en la superficie de estas hojas se puede encontrar oro.
     Ya se sabía que las plantas tenían la posibilidad de absorber oro en condiciones de laboratorio. Este es el primer caso que se reporta de que este hecho ocurra en la naturaleza.
Arboreto de El Villar-Huelva
 
La utilidad del descubrimiento 
       Es posible que muchos de nosotros estemos pensando en plantar eucaliptos para hacernos ricos. Está claro que no va a ser la solución a nuestros problemas. Para lo que si puede resultar útil el descubrimiento es para encontrar concentraciones de oro en profundidad. De hecho, ese ha sido el principal uso que los propios autores del artículo han reportado.
     De alguna manera, haciendo análisis de las hojas de los eucaliptos se podría saber si bajo ellos existen depósitos de oro. Incluso también cuál es la magnitud de los mismos. Una manera mucho más económica de buscar oro que las prospecciones de gran impacto que se hacen hoy en día.

-----