martes, 16 de agosto de 2022

¿Y después del fuego?

JAVIER RICO
Cómo recuperar el bosque tras un incendio


Incendio forestal en Puente Sampayo, Pontevedra. Autor: Contando Estrelas.

Desde ‘Bosques para Siempre’ nos planteamos cómo recuperar un monte arrasado por un incendio. Lo primero: recuperar el ánimo –a veces vinculado a enormes pérdidas económicas– de las personas que han sufrido directamente la violencia de las llamas, como en el reciente caso de la Sierra de la Culebra. A partir de aquí, los expertos recomiendan no precipitarse. Hay que valorar qué se ha quemado, dónde y cómo. A partir de ahí, empezar a recuperar principalmente la base de todo: el suelo; evitar que la erosión se convierta en un “segundo incendio”. ¿Reforestar, plantar árboles? También, pero no de forma inmediata. Hay que esperar a ver cómo evoluciona por sí misma la vegetación quemada y dejar pasar uno o dos años para comenzar a plantar. Viajamos, de la mano de los expertos, la sensatez y la esperanza, a la Sierra de la Culebra (Zamora), Sierra Bermeja (Málaga) y Sierra de la Paramera (Ávila), tres zonas dramáticamente afectadas el verano pasado y este.
      «Calculamos unas pérdidas micológicas en la zona de 200 toneladas de boletus al año durante dos decenios al menos, lo que corresponde a unos tres millones de euros al año». Estas declaraciones a la agencia EFE de Juan Andrés Oria de Rueda, ingeniero de Montes, son de las primeras que ponen cifras a una parte de las consecuencias económicas –la derivada de la actividad de la recolección de setas– provocadas por el macro-incendio (30.800 hectáreas) de la sierra de la Culebra. Oria de Rueda sabe de lo que habla porque dirige la Cátedra de Micología de la Universidad de Valladolid, y junto a su equipo llevan más de 30 años realizando estudios ecológicos, forestales y micológicos en la zona.
      ¿Y cómo se recupera esta pérdida micológica? Cuando se piensa en la restauración de un área arrasada por un incendio forestal, se tiende a pensar en los árboles o en los arbustos, pero las personas que llevan años investigando sobre esta cuestión enseguida remiten al suelo. “El suelo pierde el componente biológico necesario para la formación de humus, mueren los organismos que airean el suelo, micorrizan vegetales y retienen humedad; se mineraliza el suelo y queda desnudo, pudiendo perderse fácilmente por lluvias, lavarse y quedar sin nutrientes”, explican desde la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA) .
     Una de las últimas iniciativas que ha abordado esta cuestión es el proyecto europeo EPyRIS, acrónimo de Estrategia conjunta para la protección y restauración de los ecosistemas afectados por incendios forestales (Gestión integrada en zonas naturales de alto riesgo). Entre los socios de España, Francia y Portugal que han participado en EPyRIS está el Centro de Investigación Forestal (CIF) Lourizán de la Xunta de Galicia, que ha desarrollado un modelo para el noroeste de España y ambientes similares y que aborda las pérdidas por erosión durante el primer año después de un incendio en función de la severidad del fuego en el suelo, la precipitación anual y el uso de ese suelo.
      

No en todas las zonas se debe actuar igual

       Cristina Fernández, investigadora del CIF Lourizán, aclara: “El primer paso es evaluar el nivel de daño y zonificar las áreas que han quedado más severamente afectadas, porque no en todas se debe actuar igual”. EPyRIS aplica una escala para definir el riesgo de erosión del suelo y determinar esas áreas severamente afectadas. “En esos momentos procedemos a poner vendas a las heridas provocadas en el suelo para evitar su pérdida y su función, esparciendo desde paja hasta la vegetación que ha quedado tras el incendio”, asegura Fernández. Añade: “Con los restos de leña quemada hay veces que la trituración no es posible hacerla porque tienes que llegar andando hacia laderas con mucha pendiente, además la paja es capaz de cubrir mucha superficie con poca cantidad –hasta cinco o seis veces más– y la puedes esparcir desde el aire”.
      En el decálogo de buenas prácticas tras un incendio que propone ARBA habla de favorecer la recuperación del suelo y la vegetación mediante “siembras con hongos simbióticos a las especies que se están regenerando, a fin de fomentar el micorrizado”. El primer punto de ese decálogo apuesta por no introducir maquinaria pesada tras un incendio, con el fin de no compactar más el suelo, no alterar el régimen hídrico, no dañar los posibles rebrotes de la vegetación ni el banco de semillas autóctono que se encuentre en el medio y merme su viabilidad, así como proteger los pocos espacios de refugio de fauna beneficiosa que se mantengan.
     Tras otro incendio de grandes dimensiones (22.000 hectáreas quemadas), el del pasado año en la sierra de la Paramera (Ávila), las primeras actuaciones, aparte de atender a los sectores económicos más afectados, se centraron en frenar la posible erosión, los arrastres de cenizas y suelo a los cauces –una consecuencia que supera los límites del área quemada– y la posibilidad de plagas forestales mediante la saca de madera quemada, además de la recuperación de las áreas de captación de agua para abastecimiento. ARBA no está muy de acuerdo con la retirada de la madera totalmente quemada, porque “no sufre especialmente el ataque de escolítidos –coleópteros que se alimentan de madera–, siendo los pies afectados parcialmente o con daños mecánicos los más propensos a sufrir este tipo de ataques”. La asociación Reforesta añade: “Algunas investigaciones insisten en que los insectos perforadores se van a dirigir más a los árboles aún vivos que a los muertos”.

Desolador paisaje tras un incendio en Alcalá la Real, Jaén. Autor: Michelangelo-36.

      A finales del pasado año, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miterd) daba a conocer también los trabajos de restauración ambiental tras otro gran incendio (Sierra Bermeja, 10.000 hectáreas): “Creación de albarradas con restos de madera y piedra en la red de drenaje de cabecera de cuenca y fajinas –junto a las albarradas forman muros de contención– con restos de madera en las laderas más expuestas, con el fin de evitar la erosión y permitir la pronta implantación de especies vegetales”. Todas las iniciativas cuentan. A pequeña escala (unas 20 hectáreas), y gracias a un acuerdo entre Carrefour, Mahou-San Miguel y el sello de certificación forestal FSC, se van a restaurar también determinadas áreas asoladas por incendios forestales que ocurrieron en años pasados en Ponte Caldelas (Pontevedra), Mesas de Galaz (Gran Canarias) y Olmedo (Valladolid).

Plantar pensando en el cambio climático

      Una de las explicaciones que se dan a la rápida expansión de las llamas en la sierra de la Culebra, además de la ola de calor y las rachas de viento, es la proliferación de pinares (pino silvestre y resinero), fruto de las repoblaciones forestales que se produjeron a mediados del siglo pasado en detrimento de los robles autóctonos. “Es un error demonizar a los pinos, porque la mayoría de las frondosas no son especies pioneras, es decir, las primeras que crecen y se asientan en un terreno para la posterior recuperación de este”, advierte Cristina Fernández. Por esto mismo, no descarta “tener en cuenta a los pinos en algunos lugares y como etapa anterior a la llegada o plantación de otras especies”. No hay que olvidar que en los grandes incendios, incluido el de la Culebra, arden también muchas hectáreas de matorral.
      En general, la investigadora del CIF Lourizán afirma: “Antes de volvernos locos y cambiar el modelo de bosque de pinar se puede empezar por las franjas en los cursos de agua, e intentar expandirlas, ya que es un nicho de biodiversidad muy grande. También debemos buscar islas donde plantar otras especies en función de los suelos que nos encontremos: pobres, poco profundos, pedregosos…”. Pablo Martín Pinto, catedrático de Lucha y Prevención de Incendios Forestales en la Universidad de Valladolid y subdirector de la Cátedra de Micología, recuerda que en la Culebra, “ardieron en menor medida, álamos temblones, chopos, fresnos, abedules y alisos, y curiosamente han funcionado como pantallas cortafuegos”.
      En un artículo publicado en el portal especializado en incendios forestales Osbo Digital, Luis Martín y Margarita Martínez-Núñez, ambos ingenieros de Montes, explican: “Las actuaciones a realizar estarán encaminadas a aumentar la madurez del bosque, su valor paisajístico y económico, y a reducir el riesgo de incendios mediante el control del combustible acumulado, considerando en todo el proceso las posibles implicaciones de las proyecciones del cambio climático”. Desde la asociación Reforesta coinciden en que “debe aprovecharse el incendio para intentar generar una nueva combinación de especies más resistente al fuego y al cambio climático”.

Prevención, extinción y restauración, de la mano

      Otro aspecto que sale a relucir cuando se habla de restauración es su relación con las otras dos etapas de los incendios: la prevención y la extinción. Lo explican muy bien Martín y Martínez-Núñez: “La restauración de incendios forestales debe ser una continuación de las labores de extinción y, a la vez, debe facilitar las actuaciones de prevención, que tenga como consecuencia una reducción en la frecuencia e intensidad de los incendios”. Añaden: “Una vez declarado un incendio forestal, las labores de extinción podrían orientarse a facilitar y reducir en lo posible las posteriores actuaciones de restauración”.
      Para Cristina Fernández es “muy importante trabajar con una idea clara de cómo ha sido la extinción, porque puede orientar sobre cómo atacar un incendio futuro. Además, puedes hacer una restauración del paisaje teniendo en cuenta las dificultades que has tenido en la extinción. Esto no siempre es posible, pero hasta ayuda a saber dónde vas a tener más dificultades de recuperación”.
      “La restauración da un pelín de esperanza dentro de la tragedia”, acaba diciendo la investigadora del CIF Lourizán. Esperanza sobre todo para el medio rural. Lourdes Hernández, de WWF España, considera que “la única medida eficaz es invertir en desarrollo rural sostenible y en transformar el territorio hacia paisajes más resistentes al fuego”. Rosa María Canals, profesora titular y miembro del grupo de investigación Ecología y Medio Ambiente de la Universidad Pública de Navarra, escribe en The Conversation : “Necesitamos promover y facilitar una vida rural activa y utilizadora de los recursos de su entorno si queremos protegernos y proteger nuestro medio natural de eventos devastadores de gran magnitud”. 

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