miércoles, 17 de marzo de 2021

El Pino Casandra, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Téc. Forestal
El pino que fue Bonito y quedó para la bruja Casandra

El protagonista en esta ocasión tiene mucho que ver con la mágica relación árbol-agua, que se hace notar de diferentes formas entre las vertientes norte y sur de las islas Canarias. Mientras que en la fachada norte podemos prácticamente tocar las nubes, empapándonos con la humedad interceptada; en la zona sur, una vez discurren los barrancos, encontramos charcas de agua que permanecen llenas durante varios meses. Estos pilancones naturales abundaban junto al paraje conocido como Cuevas de las Niñas, razón que atrajo la atención del Servicio Hidráulico para finalmente construir una presa en la zona.
     Cuando se inicia la construcción de esta presa, allá por 1935, ya existía un testigo de excepción que observaba el trajín de obreros y, a los pocos años, el inusual crecimiento de los pilancones. Probablemente, desde su atalaya temiera que la ingeniería llegara a sumergirlo, pero en 1958 la magna obra hidráulica coronó su muro con una altura de 32 metros sobre el cauce. Sin duda, el diseño del embalse se calculó con precisión para que este respetable testigo pasara a presidir el paisaje que se forma a partir de la mágica combinación árbol-agua.
     En el pinar genuino de sur de la isla de la Gran Canaria, sobre la coordenada 27º 55´ 26 ´´ N y 15º 40´07´´W, reside desde hace aproximadamente cuatro siglos un magnífico ejemplar de pino canario que responde por igual a dos nombres populares: Pino Bonito y Pino de Casandra. El primero, más propio de los lugareños, alude (¡cómo no!) a su singular silueta; el segundo se desprende del halo de la fantasía y leyenda que inspira al ser humano al contemplar tan bella estampa. Debió ser en una noche de acampada, seguramente en plena luna llena, cuando al calor de la convivencia y bajo el lema “el terror une a la gente”, se engendró, a la sombra nocturna del mismo árbol, el mito de la bruja Casandra. El origen de la leyenda
      Aunque no existe una versión oficial de la leyenda de Casandra, todas parecen coincidir en que la joven y guapa bruja fue encadenada al árbol y luego quemada por su esposo. Esta reacción fue la violenta consecuencia por pactar con el demonio el aliento de vida de sus dos hijas, a cambio de la eterna juventud. Continúa la leyenda aseverando que aún hoy puede llegar a oírse el arrastre de cadenas de su fantasma, e incluso los gritos de lamento de su desdichado marido.
     Por ser punto de reunión de pastores, a pocos metros del pino encontramos un círculo de piteras que responden al establecimiento de una gambuesa o recinto para guardar el ganado trashumante, cerrando la entrada con algún arbusto local de quita y pon.

Estatura y heridas de un centenario
     El árbol presenta un perímetro normal (medido a la altura del pecho) de 5,10 metros. A la altura de 3,5 metros se divide en dos grandes brazos o pernadas, hasta alcanzar una altura total cercana a los 20 metros. Ambas pernadas entrelazan sus copas para dotar a este ejemplar de un esbelto porte abierto y redondeado. Como consecuencia de antiguos aprovechamientos pueden apreciarse hasta tres heridas en su base; de éstas, solo la de la cara norte, la más profunda, presenta marca de fuego. La evidencia revela que su posición aislada y su cercanía al embalse lo han redimido de los últimos incendios. En cualquier caso, el estado del ejemplar es saludable y estas heridas no hacen peligrar por el momento su estabilidad biomecánica.
     También puede apreciarse con facilidad cómo algunas ramas bajas fueron enganchadas por furtivos necesitados, que con las prisas ejecutaron unas podas muy poco ortodoxas. Además, como consecuencia de la acción erosiva y posiblemente por el pastoreo, el árbol exhibe varias de sus raíces en superficie.
     Tras el gran incendio de 2007, con la pérdida de centenarios como Pilancones (31/01/2008) o El Mulato (11/06/2012), este ejemplar pasa a ocupar un lugar todavía más sobresaliente en el ranking de nuestro patrimonio forestal. Sería del todo recomendable llevar a cabo ciertas labores protectoras que permitan alargar o acomodar su vida, en especial evitar el pisoteo de sus raíces, sanear los cortes y proteger los huecos de posibles incendios.  


El topónimo

      Como dato curioso conviene decir que el topónimo de Las Niñas poco tiene que ver con la Leyenda de Casandra, aunque a buen seguro se habrá incluido en más de una visión narrativa. El topónimo es muy antiguo y parece aludir al hecho de que en las cuevas habitaron algunas mujeres de “moral distraída”. Pero a juzgar por el aura que envuelve a este espécimen de Pinus canariensis, sí que me inclino a pensar en algún tipo de pacto por la eterna belleza y lozanía; pero ya no sé si con la Madre Naturaleza, con Satanás o por conexión con la mismísima bruja Casandra.



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