El acebuche de la Hoya del Camello, un gigante escondido
Los factores que
establecen el grado de abundancia de una especie concreta dentro de cada
isla o sector geográfico son múltiples, van desde el azar por el hábito
alimenticio de las aves, hasta la predilección humana por determinadas
especies. Pero, sin duda, el factor que más influye en la presencia de
uno u otro árbol es la relación entre los caracteres fisiológicos que
definen su capacidad colonizadora y la pendiente o grado de inclinación
del terreno.
De esta forma, en islas como La Palma, la isla de la “verticalidad” como la definiera Leoncio Oramas, el pino canario (Pinus canariensis)
resulta una especie muy frecuente, “resbalando” prácticamente hasta el
nivel del mar. Por su parte, las largas pendientes aplaceradas de las
medianías bajas de Gran Canaria ofrecen un amplio espacio potencial para
el bosque termófilo, participando esencialmente árboles como el
acebuche (Olea cerasiformis) y la palmera canaria (Phoenix canariensis).
La
estrella invitada de nuestro artículo de hoy es uno de tantos olivos
salvajes que todavía salpican el noreste grancanario. Pero no es
cualquier acebuche, no; es quizás el pie de mayores dimensiones de toda
nuestra geografía. Es el “Pilancones de los Acebuches” como lo
expresara Antonio Cardona.
El “Acebuche de la Hoya del Camello” se localiza en San Lorenzo, Las Palmas, (28 º 4´26´´ N 15º 28´35´´ W) muy cerca del cauce del barranco del
Pintor. Pese a su tamaño, la construcción de un muro de piedra, aledaño a
su base, y la exuberancia e inaccesibilidad que le proporcionan el
cañaveral hacen que este espécimen, que se encuentra apenas a tres
minutos de la civilización, pase prácticamente inadvertido.
El ejemplar del que aquí nos ocupamos presenta una altura aproximada
de 15 metros y un solo tronco principal, con un perímetro de casi cuatro
metros. Sus ramas bajas se curvan hasta tocar el suelo, con diámetros
equivalentes a los acebuches que estamos más acostumbrados a ver. Su
corteza es sorprendente, se muestra muy abierta y resquebrajada, con un
inusual color anaranjado, simulando que fuera a reventar para dejar ver
su preciosa madera. De hecho junto a su pie pueden encontrarse trozos de
corteza desprendidas en su metamorfosis de gigante vegetal. Su ancha
copa engulle gran parte de una palmera canaria que vino a nacer
demasiado cerca. Dado que el acebuche es una especie de crecimiento
lento y gran longevidad, su edad debiera estar próxima a los 400-500
años.
El párroco no sabe nada
Una vez situado junto al mismo, obligados a voltear la vista
hacia sus frondes, nos asalta la pregunta de si, de algún modo, este
hito está ligado a la cultura e historia popular del que fuera el
ilustre municipio de San Lorenzo. Tratando de contrastarlo acudimos a
don Elías, el párroco local a la vez que gran historiador, pero no
descubrimos nada: no existen referencias, nunca fue un lindero ni
tampoco punto de reunión o similar. En palabras de don Elías: “…tú sabes
que antes la gente no le hacía caso a estas cosas…”. Entonces es
cuando, por contra, nuestra sorpresa se acrecienta, el gigante,
protegido por las cañas, ha permanecido oculto hasta épocas recientes
toda vez que no ha sido valorado ni venerado como merece.
La posición estratégica de este individuo junto al cauce de un
barranco que antaño, cuando las fincas cercanas se regaban a manta,
hacía las veces de aliviadero, así como la sombra del muro cercano sin
duda han beneficiado su crecimiento. No obstante, yo creo que debieron
ser su tamaño, unido a la falta de herramienta adecuada, los motivos
principales que disuadieran al agricultor-leñador de la época para no
convertirlo en víctima de la tala.
Buenas vibraciones
Según cuentan los sabios de la tierra, una de las cualidades más apreciadas de la madera de acebuche es su buena vibración y cierta flexibilidad, virtud por la que se empleaba para aperos y cabos de herramienta. Para riqueza de nuestro patrimonio forestal resulta de agradecer que este ejemplar no acabara siendo un arado, por ejemplo para camellos, como indica el topónimo local donde se encuentra. Esta circunstancia nos concede una excelente invitación para poder buscar “buenas vibraciones” junto a la madre naturaleza, ya sea al deleite de la salvaje sombra o, por qué no, abrazando tan simpar joya vegetal.
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