domingo, 16 de mayo de 2021

El acebuche de la Hoya del Camello, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Técn. Forestal
El acebuche de la Hoya del Camello, un gigante escondido

Los factores que establecen el grado de abundancia de una especie concreta dentro de cada isla o sector geográfico son múltiples, van desde el azar por el hábito alimenticio de las aves, hasta la predilección humana por determinadas especies. Pero, sin duda, el factor que más influye en la presencia de uno u otro árbol es la relación entre los caracteres fisiológicos que definen su capacidad colonizadora y la pendiente o grado de inclinación del terreno.
     De esta forma, en islas como La Palma, la isla de la “verticalidad” como la definiera Leoncio Oramas, el pino canario (Pinus canariensis) resulta una especie muy frecuente, “resbalando” prácticamente hasta el nivel del mar. Por su parte, las largas pendientes aplaceradas de las medianías bajas de Gran Canaria ofrecen un amplio espacio potencial para el bosque termófilo, participando esencialmente árboles como el acebuche (Olea cerasiformis) y la palmera canaria (Phoenix canariensis).
     La estrella invitada de nuestro artículo de hoy es uno de tantos olivos salvajes que todavía salpican el noreste grancanario. Pero no es cualquier acebuche, no; es quizás el pie de mayores dimensiones de toda nuestra geografía. Es el “Pilancones de los Acebuches” como lo expresara Antonio Cardona.

Vista del acebuche monumental de San Lorenzo. / FÉNIX GRAN CANARIA

 
Coordenadas de localización

      El “Acebuche de la Hoya del Camello” se localiza en San Lorenzo, Las Palmas, (28 º 4´26´´ N 15º 28´35´´ W) muy cerca del cauce del barranco del Pintor. Pese a su tamaño, la construcción de un muro de piedra, aledaño a su base, y la exuberancia e inaccesibilidad que le proporcionan el cañaveral hacen que este espécimen, que se encuentra apenas a tres minutos de la civilización, pase prácticamente inadvertido.
El ejemplar del que aquí nos ocupamos presenta una altura aproximada de 15 metros y un solo tronco principal, con un perímetro de casi cuatro metros. Sus ramas bajas se curvan hasta tocar el suelo, con diámetros equivalentes a los acebuches que estamos más acostumbrados a ver. Su corteza es sorprendente, se muestra muy abierta y resquebrajada, con un inusual color anaranjado, simulando que fuera a reventar para dejar ver su preciosa madera. De hecho junto a su pie pueden encontrarse trozos de corteza desprendidas en su metamorfosis de gigante vegetal. Su ancha copa engulle gran parte de una palmera canaria que vino a nacer demasiado cerca. Dado que el acebuche es una especie de crecimiento lento y gran longevidad, su edad debiera estar próxima a los 400-500 años.

El párroco no sabe nada
     
Una vez situado junto al mismo, obligados a voltear la vista hacia sus frondes, nos asalta la pregunta de si, de algún modo, este hito está ligado a la cultura e historia popular del que fuera el ilustre municipio de San Lorenzo. Tratando de contrastarlo acudimos a don Elías, el párroco local a la vez que gran historiador, pero no descubrimos nada: no existen referencias, nunca fue un lindero ni tampoco punto de reunión o similar. En palabras de don Elías: “…tú sabes que antes la gente no le hacía caso a estas cosas…”. Entonces es cuando, por contra, nuestra sorpresa se acrecienta, el gigante, protegido por las cañas, ha permanecido oculto hasta épocas recientes toda vez que no ha sido valorado ni venerado como merece.
     La posición estratégica de este individuo junto al cauce de un barranco que antaño, cuando las fincas cercanas se regaban a manta, hacía las veces de aliviadero, así como la sombra del muro cercano sin duda han beneficiado su crecimiento. No obstante, yo creo que debieron ser su tamaño, unido a la falta de herramienta adecuada, los motivos principales que disuadieran al agricultor-leñador de la época para no convertirlo en víctima de la tala.

Buenas vibraciones

      Según cuentan los sabios de la tierra, una de las cualidades más apreciadas de la madera de acebuche es su buena vibración y cierta flexibilidad, virtud por la que se empleaba para aperos y cabos de herramienta. Para riqueza de nuestro patrimonio forestal resulta de agradecer que este ejemplar no acabara siendo un arado, por ejemplo para camellos, como indica el topónimo local donde se encuentra. Esta circunstancia nos concede una excelente invitación para poder buscar “buenas vibraciones” junto a la madre naturaleza, ya sea al deleite de la salvaje sombra o, por qué no, abrazando tan simpar joya vegetal.


Artículo de "Canarias 7"
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