
Historia de un olivo
Aquel día, ante aquel olivo encogido, reducido a una caricatura de sí mismo, me sorprendí pensando en su dignidad. Era un adorno en el centro de una mesa.
Otras veces había visto bonsáis pero nunca tan cerca, porque no me gustan. Mis ojos los aprecian, advierten su belleza, y sin embargo, hay algo en ellos que repugna a mi espíritu. Ya sé que los árboles no sienten. Si no creo en el alma humana, no puedo ni concebir el alma vegetal, pero aquel día, ante aquel olivo encogido, reducido a una caricatura de sí mismo, me sorprendí pensando en su dignidad. Y me pareció intolerable que alguien se hubiera atrevido a aplicar una técnica remota, extranjera, bárbara de puro refinada, al árbol totémico de mis antepasados, el símbolo de Atenea, el don que los atenienses eligieron para vincularse a la diosa de la razón, el origen del bálsamo que durante siglos ha definido la cultura de las dos orillas del Mediterráneo. Esa ofensa cruel, imperdonable, me vinculó a aquel olivo concreto, tan especial como si fuera único, como si fuera el último, en la comida de entrega de un premio literario, y apenas escuché a los oradores, los poetas que se sucedían en el estrado.

Mi olivo estuvo un año entero en esa maceta y el año pasado dio tres aceitunas, tres bolitas verdes y preciosas que justificaban el paseo que daba cada tarde sólo para verlas. El verano pasó, tuve que volver a Madrid, dejarlo solo en Cádiz por segunda vez, pero siguió creciendo, atravesó el otoño, sobrevivió al invierno y este año, en primavera, hice un viaje hasta Rota sólo para transportarlo desde la casa de mi amigo hasta mi casa, donde mi jardinero lo plantó en el lugar que yo le había asignado hacía más de un año y medio, en el instante en que nos conocimos en el centro de una mesa. Y siguieron pasando cosas maravillosas.
Mientras escribo su historia, lo estoy viendo. Ahora mide aproximadamente 1,20 metros y es, indiscutiblemente, un árbol. Su rama principal, la que con el tiempo será la única, ya tiene un tronco sólido, rugoso, que se destaca de las otras, las que perderá cuando crezca un poco más. Y en todas tiene aceitunas, más grandes o más pequeñas, arracimadas o solitarias. Este año, en invierno, vendré a recogerlas. Calculo que, con suerte, pesarán en total 350 gramos, 400 quizás. Y las lavaré, las pondré en salmuera, las aliñaré y me las comeré.
Ese será el definitivo final feliz de la historia de mi olivo.
-----
No hay comentarios:
Publicar un comentario