ANTONIO REDONDO ANDÚJAR (Zaragoza, 1966)
Otra vez los árboles se agitan
Mira allá: otra vez los árboles se agitan
y el sol se ha derrumbado
sobre todos los cuerpos que lo adoran incautos.
¡Qué sonido tan torpe el crepitar del fuego!
Se parece al tic-tac del reloj.
Mira allá: otra vez los árboles se agitan.
Sus copas describen círculos inmensos.
La bóveda del cielo es de un azul que miente.
Sentido circular de la existencia: ¿Dónde caerás de nuevo?
¿En un cilindro
o en la masa viscosa de un nadie inexistente?
Camino, vuelvo la vista atrás y, a lo lejos
–guardando la distancia necesaria–,
una mujer, ocultando su cuerpo
–de manera que no pueda saber qué es lo que me oculta–,
me persigue incansable.
No me sirve de nada que mi paso sea raudo,
que corra como un loco
–encerrado entre muros de carne–
porque describo círculos inmensos.
Otra vez los árboles se agitan
y el cielo es de un azul que miente.
Otra vez los árboles se agitan
Mira allá: otra vez los árboles se agitan
y el sol se ha derrumbado
sobre todos los cuerpos que lo adoran incautos.
¡Qué sonido tan torpe el crepitar del fuego!
Se parece al tic-tac del reloj.
Mira allá: otra vez los árboles se agitan.
Sus copas describen círculos inmensos.
La bóveda del cielo es de un azul que miente.
Sentido circular de la existencia: ¿Dónde caerás de nuevo?
¿En un cilindro
o en la masa viscosa de un nadie inexistente?
Camino, vuelvo la vista atrás y, a lo lejos
–guardando la distancia necesaria–,
una mujer, ocultando su cuerpo
–de manera que no pueda saber qué es lo que me oculta–,
me persigue incansable.
No me sirve de nada que mi paso sea raudo,
que corra como un loco
–encerrado entre muros de carne–
porque describo círculos inmensos.
Otra vez los árboles se agitan
y el cielo es de un azul que miente.
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