GABRIELA MISTRAL (Chile 1889-1957)
Selva austral
Algo se asoma y gestea
Selva austral
Algo se asoma y gestea
y
de vago pasa a cierro,
un
largo manchón de noche
que
nos manda llamamientos
y
forra el pie de los Andes
Aunque
taimada, la selva
va
poco a poco entreabriéndose
y
en rasgando su ceguera,
ya
por nuestra la daremos.
Caen
copihues rosados
atarantándome
al ciervo
y
los blancos se descuelgan
con
luz y estremecimiento.
Ella, con
gestos que vuelan,
se
va a sí misma creciendo;
se
alza, bracea,, se abaja,
echando,
oblicuo, el ojeo;
abre
apretadas aurículas
y
otras hurta, con recelo,
y
así va, la Marrullera,
llevándonos
magia adentro.
Sobre
un testuz y dos frentes
ahora
palpita entero
un
trocado cielo verde
de
avellanos y canelos,
y
la araucaria negra,
toda
brazo o toda cuello.
Huele
el ulmo,
huele el pino,
y
el humus huele tan denso
como
fue el Segundo Día,
cuando
el soplo y el fermento.
Por
la merced de la siesta
todo,
exhalándose, es nuestro,
y
el huemul corre alocado,
o
gira y se estruja en
cedros,
reconociendo
resinas
olvidadas
de su cuerpo...
Está
en cuclillas el niño,
juntando
piñones secos,
y
espía a la selva que
mira
en madre, consintiendo...
Ella
como que no entiende,
pero
se llena de gestos,
como
que es cerrada noche
y
hierve de unos siseos,
y
como que está cribando
la
lunada y los luceros...
Cuando
es que ya sosegamos
en
hojarascas y légamos,
van
subiendo, van subiendo
rozaduras,
balbuceos,
mascaduras,
frotecillos,
temblores
calenturientos,
pizcas
de nido, una baya,
la
resina, el gajo muerto...
(Abuela
silabeadora,
yo
te entiendo, yo te entiendo...)
Deshace
redes y nudos;
abaja, Abuela,
el aliento;
pasa
y repasa las caras,
cuélate
de sueño adentro.
Yo
me fui sin entenderte
y
tal vez por eso vuelvo,
pero
allá olvido a la Tierra
y en
bajando olvido el Cielo...
Y
así, voy, y vengo, y vivo
a puro desasosiego...
a puro desasosiego...
La tribu de tus pinares
gime
con oscuro acento
y
se revuelve y voltea,
mascullando
y no diciendo.
Eres
una y eres tantas
que
te tomo y que te pierdo,
y
guiñas y silbas, burla,
burlando, y hurtas el cuerpo,
carcajeadora
que escapas
y
mandas mofas de lejos...
Y no te mueves, que tienes
los pies cargados de sueño...
Se está volteando el indio
y
queda, pecho con pecho,
con
la tierra, oliendo el rastro
de
la chilla y el culpeo.
Que te
sosiegues los pulsos,
aunque
sea el puma-abuelo.
Pasarían rumbo
al agua,
secos
y duros los belfos,
y
en sellos vivos dejaron
prisa,
peso y uñeteo.
El
puma sería padre;
los zorrillos
eran nuevos.
Ninguno
de ellos va herido,
que
van a galope abierto,
y
beberemos nosotros
sobre
el mismo sorbo de ellos...
Aliherido
el puelche junta
la
selva como en arreo
y
con resollar de
niño
se
queda en pialas durmiendo...
Vamos
a dormir, si es dable,
tú,
mi atarantado ciervo,
y
mi bronce silencioso,
en
mojaduras de helechos,
si
es que el puelche maldadoso
no
vuelve a darnos manteo...
Que
esta noche no te corra
la
manada por el sueño,
mira
que quiero dormirme
como
el coipo en su agujero,
con
el sueño duro de esta
luna
donde me recuesto.
¡Ay,
qué de hablar a dos mudos
más ariscos
que becerros,
qué
disparate no haber
cuerpo
y guardar su remedo!
¡A
qué dejaron voz
si
yo misma no la creo
y
los dos que no la oyen
me bizquean
con recelo!
Pero
no, que el desvariado,
dormido sigue
corriendo.
Algo
masculla su boca
en
jerga con que no acierto,
y
el puelche ahora berrea
sobre
los aventureros...