lunes, 14 de noviembre de 2011

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
"el apóstol del árbol"
El árbol escarnecido

A. Joaquín H-R y C.

Mucho tiempo había pasado desde que la tierra fue una nebulosa separada del sol, y también desde que la luna, imitando tal tendencia al aislamiento, había huido de nuestro planeta y éste se balanceaba en el espacio redondeándose, aunque presentando ciertos graciosos achatamientos hacia los polos e irregularidades en su superficie, que le quitan monotonía.
Cuando el calor comenzaba a ser soportable para la materia organizada, germinó en cierto valle andaluz, entre otras, una hierbecilla que solo servía para comida de los ganados, aunque aspiraba a ser más útil el favorito de Júpiter, al hombre.
      Perdonad que haya olvidado decir, a su debido tiempo, que entonces este caballero era el padre de los dioses y de las hierbas, en aquella dichosa época pensaban mejor que la mayoría de los hombres en este siglo XX de la nueva era, y no solo pensaban sino que hablaban también. Por cierto que hay quien asegura que hablaban Esperanto. Júpiter, por ser relativamente joven, aún no se había vuelto sordo. Reconoced que esta explicación no huelga.
      El caso es que la hierbecilla dijo al dios de la electricidad:
      -¡Papito! Cuando llegue el invierno, sus hielos desgarrarán mis celdillas y fibras, me mustiaré, y acabará por secarse todo mi cuerpo, quedando hecha una lástima. Ciertamente ya habré esparcido semillas, que germinarán la próxima primavera, mas antes de cubrir la tierra con su verdor, habrán de fabricar raíces, que son productos que no pueden utilizar ni los hombres ni los animales. Si tú quisieras volver leñoso mi sistema radical, yo produciría mas hojas y flores y frutos.
      Júpiter, siempre amable, menos cuando tenía algún disgusto con su cara mitad y le daba por aterrorizar el mundo con truenos y relámpagos, consintió, y la hierba fue provista de una raíz leñosa, dejando de ser planta anual y pasó a figurar entre las vivaces.
      Sin embargo, reflexionando la plantita tanto como un filósofo alemán, e insistiendo mas que un mendigo pedigüeño, suplicó que las celdillas y fibras de su tallito se endureciesen por la adición en otoño de lignina o vasculosa, sustancia que, aun cuando de ambos modos es denominada por los botánicos, todavía no resulta bien conocida, porque los hombres de ciencia saben mejor los nombres de las cosas que lo que son en realidad. De tal suerte, cada año quedaba modificada, por decirlo así, la última capa de materia leñosa producida, que recubría las anteriores y se aumentaba la altura y el grueso del tronco, resultando, por cierto, una madera de las más fuertes y duras.
      El árbol, dominado por su afán de perfeccionarse, de nuevo pidió al dios que diese a sus hojas la consistencia del cuero, para que con mayor lentitud evaporasen el agua de la savia, y de esta suerte ser productiva aún durante los años de sequía, y hasta le rogó también que agrandase y dulcificase sus semillas, transformándolas en bellotas. Entonces el hombre le llamó encina.
Mas ésto no fue suficiente para calmar sus laudables aspiraciones. Aunque sabía vivir en los países mas secos, dar grata sombra y refrescar el aire, fijando con su poderoso sistema radical la tierra de las laderas a la roca subyacente, y por mas que producía durísima madera, excelente carbón y sabroso fruto, no le bastaba, aspirando siempre a ser más útil al hombre. Pero ¿cómo?.
      El amor es ingenioso, y halló lo que buscaba diciendo: “Si logro hacer más gruesa mi corteza, podría defender al hombre del calor y del frío, de la humedad y de la sequía, sirviendo también para conservar largo tiempo el precioso fruto de la vid y para tapar las botellas en que guarda el vino, que le alegra y le transporta al país de los sueños.
Entonces se transformó en alcornoque, a quien deben su prosperidad extensas regiones y su bienestar muchos hombres, que de tiempo en tiempo le desnudan, arrancándole su gruesa corteza, y causándole terribles heridas.
      Y el hombre muestra su gratitud al árbol llamando a todo el que nada bueno hace y para nada sirve ¡ALCORNOQUE!

---Fin---

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