miércoles, 26 de mayo de 2010

EL HUECO EN EL NUDO DEL ÁRBOL
Suecia

La gente dice que los árboles tienen espíritu. Algunas personas afirman que esos espíritus tienen hijos, y en Suecia se cree que los hijos del pino nacen a través de los huecos que los nudos dejan en su tronco.
Cuentan que un día, un granjero que paseaba por el bosque oyó el llanto de un niño. Se acercó al lugar de donde procedía el sonido y encontró a una niña pequeña que sollozaba, sentada sobre un montón de agujas de pino. El hombre miró a su alrededor y dio voces pero nadie acudió. Era una persona bondadosa incapaz de dejar a una criatura a merced de los lobos y de los fríos vientos. De modo que la ayudó a levantarse, la protegió con su abrigo y la llevó a su casa, donde lo esperaba su mujer.
La niña permaneció con ellos, pasando a formar parte de la familia, y no tardó en ser tan robusta y sana como los hijos de la pareja. Pero, a pesar de ser la más joven, los años la dotaron de una altura y una belleza fresca y distante que la distinguían del resto. Era una niña muy soñadora; a menudo, se quedaba largas horas de pie, balanceándose ligeramente, con los ojos cerrados y cantando en voz baja. ¡Como si no hubiese cosas por hacer! Pero su atareada madre no se sentía con ánimos de regañarla, se limitaba a sacudirla un poco para que volviese a la realidad. Aquella niña era... diferente. No merecía la pena intentar cambiarla.
El tiempo pasó. La niña creció y los padres se hicieron mayores, por lo que estaban ansiosos de ver a sus hijos bien situados. La menor era la única que permanecía con ellos y no tardaron en buscarle marido. Se trataba de un joven apuesto, hijo de un granjero vecino. Ella aportaba una dote suficientemente importante y un aspecto muy atractivo. Todo el mundo estaba encantado con el compromiso y el novio no dudó en trabajar largas horas con el objetivo de construir un hogar para su futura esposa.
Pero a medida que la fecha del enlace se acercaba, la joven se volvía más y más retraída. Su madre no parecía darse cuenta pero su padre empezó a preocuparse.
El día antes de la boda, la encontró en su habitación, sola y suspirando.
—Ven, hija —le pidió. Salieron a dar un paseo agarrados del brazo y cruzaron el pueblo en dirección al bosque. Allí cerca, en el extremo derecho, podía verse su futuro hogar, una encantadora cabaña hecha con madera recién cortada, blanca y reluciente.
—¡Fíjate! —comentó el padre—. ¿Ves lo afortunada que eres? No debes temer dejar tu antigua casa.
La muchacha sola entró en la cabaña y respiró hondo el fresco aroma de los pinos. Las paredes eran rugosas porque estaban hechas con troncos cortados a mano que no habían sido lijados. Recorrió con la mano su superficie rugosa y algo pegajosa, y encontró el hueco de un  nudo sin tapar. El murmullo del viento se colaba por el agujero. Acercó el ojo a la luz y miró hacia el exterior. Vio un bosque enorme que parecía estar esperándola. Los árboles inclinaban sus copas para saludarla e invitarla a unirse a ellos. El viento se puso a silbar una melodía que le llegó al corazón. Sus recuerdos la impulsaban a seguirles pero sus promesas la retenían. Intentó girar la cabeza pensando en su padre, su madre, su novio... pero una fuerza superior tiraba de ella. Se fue doblando como una hoja y se encogió hasta que fue lo suficientemente pequeña como para poder colarse por el diminuto agujero y avanzar libre hacia los árboles.
Cuando su padre entró en la cabaña, no encontró ni rastro de su hija, salvo el lejano eco de una canción que le resultaba conocida. Desde entonces, siempre que pasea entre los grandes y verdes pinos le parece volver a oír esa melodía.

---Fin---

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