27 octubre 2023

Cien años de la muerte de Ricardo Codoníu y Stárico (1ª parte)

ELISA RECHE / ERENA CALVO, "elDiario.es", oct.23
Reforestaciones pioneras y parques urbanos: Ricardo Codorníu se adelantó un siglo a la lucha contra el cambio climático

El 'apóstol del árbol', tal y como era conocido el ingeniero forestal Ricardo Codorníu, murió hace 100 años
. Fue responsable de la primera gran reforestación de España en Sierra Espuña, mientras que su apuesta por las soluciones basadas en la naturaleza y la divulgación ambiental le hacen plenamente actual.

Ricardo Codorníu, el llamado 'apóstol del árbol', vestido de uniforme profesional en el homenaje con la medalla del Mérito Agrícola en 1914 | Revista Ibérica, colección particular
(Cartagena, 1846-Murcia, 1923)

“Lo que nos enseña Ricardo Codorníu es cómo intervenir en la naturaleza para conservar y recuperar el paisaje y el árbol, con todo lo que este trae. Las palabras más tensas que hemos podido leer de él son las acusaciones contra quienes cortan árboles”, explica Pedro Jesús Fernández, comisario de la muestra 'El hombre que soñó el futuro' sobre el llamado 'apóstol del árbol' en el Museo de la Ciencia y el Agua de Murcia, una de las pocas conmemoraciones realizadas en la Región a raíz del centenario de la muerte el pasado 26 de septiembre del ingeniero forestal cartagenero, pionero en la reforestación a gran escala en España y un adelantado en la lucha contra el cambio climático.
     Codorníu y Stárico, imbuido de la filosofía regeneracionista del siglo XIX “muy por la labor de avanzar y progresar en el conjunto de la sociedad”, se dio cuenta, entre otros aspectos, de la importancia de cuidar el suelo fértil, uno de los recursos no renovables más escasos en el mundo desarrollado.
     Tanto sus ideas como sus acciones siguen siendo de actualidad ante los problemas a los que se enfrenta Europa y, especialmente la propia Región de Murcia: la desertificación, la lucha por la conservación del suelo, los montes y el suelo forestal, los límites del paisaje marítimo, las inundaciones, la gestión hidrográfica y los parques urbanos. “Su obra en Sierra Espuña va mucho más allá de plantar pinos”, advierte el comisario de la exposición del Ayuntamiento de Murcia.
     Codorníu nace en una familia de Cartagena de orígenes italianos y catalanes que se había enriquecido con el comercio y con la desamortización. Estudia Ingeniería de Montes en Madrid y empieza a trabajar como ingeniero de montes, pero fue ascendiendo hasta obtener cargos en la Inspección Nacional, el Jardín Botánico de Madrid, la Escuela de Montes y el Ministerio de Fomento.
     Con la riada de Santa Teresa en Murcia en 1879 en la que murieron más de mil personas, el llamado 'apóstol del árbol' se da cuenta de que con los bosques deforestados se va perdiendo el suelo y queda la piedra viva. El control hidráulico permite la conservación del suelo, se van acumulando los sedimentos y entonces la tierra no se va arrastrando. A través de sus contactos y de una enorme insistencia emprende la reforestación de Sierra Espuña, hoy un parque regional ubicado a unos 40 km de Murcia.
Vista del Morrón de Espuña y del Barranco de En medio | Archivo General de la Región de Murcia
“Codorníu fue un hombre polifacético, y muy adelantado a su tiempo”, coincide el profesor de Ecología de la Universidad de Murcia (UMU), José Francisco Calvo. En aquella época, finales del siglo XIX, los montes de Sierra Espuña estaban totalmente esquilmados por el consumo de madera de los habitantes de la zona -que se acentuaría con el más industrial de las navieras que hacen barcos para el Ejército-, y el pastoreo, entre otros factores. “Aquella deforestación estaba en el origen de las enormes riadas que se estaban produciendo, y Codorníu lo supo ver”, explica. “Estamos en un momento de efervescencia internacional de corrientes que apostaban por la protección de los espacios naturales y sus especies o de la promoción de los parques”. El cartagenero se subió a esa ola.
     Sierra Espuña se presentó como “una oportunidad” -relata José Francisco Calvo- para llevar a cabo un “gran experimento” de reforestación. Y la obra que acometió fue “pionera” porque previamente “hizo un estudio pormenorizado que le llevó cerca de dos años, de todas las características del entorno para repoblar cada especie en el lugar indicado; en este sentido, fue un ejemplo modélico y con un valor ecológico muy importante”.
     En palabras del profesor de Ecología de la UMU, “este modo de operar fue un avance en la época, era la primera vez que se seguían unos criterios tan rigurosos en una obra de tanta extensión”, 17.804 hectáreas y con su punto más alto en el Morrón de Espuña (1.583 metros de altitud). El Parque de Sierra Espuña es el principal referente geográfico y se sitúa en el centro del territorio que engloba los municipios de Aledo, Alhama de Murcia, Librilla, Pliego, Totana y Mula.
     La repoblación se hizo con pino carrasco principalmente, además de pino rodeno a partir de los 700 metros de altitud, o pino laricio, además de otras especies como álamos, cipreses, madroños, chopos en las inmediaciones de las ramblas, y plantas arbustivas como zarzaparrillas, rosales o madreselvas. 
Ricardo Codorníu inspeccionando el paisaje repoblado con pino carrasco en el paraje de La Tenganera, Sierra Espuña | Archivo General de la Región de Murcia
     “Fue una obra enorme, y para acometerla contó con un equipo de ingenieros que se encargaron de las infraestructuras: los diques y puentes para contener el agua, la red de caminos o las casas forestales”, continúa José Francisco Calvo, quien añade que con el paso de los años “se ha podido comprobar el éxito de aquella repoblación; no solo en el campo de los árboles, porque Codorníu se dio cuenta de que tenía que reproducir todo el sotobosque, y crear los espacios adecuados para la pervivencia de las especies animales”. Su visión, y ahí radica también parte de su innovación, fue “multidisciplinar” en un momento en el que todavía no se hablaba del concepto de biodiversidad. “Pero el cartagenero sí que lo hizo así, de una manera integral y con una interpretación ecológica de la naturaleza, porque si vas a Sierra Espuña ahora parece que sea totalmente natural y no una reforestación”.
     También Codorníu se enfrentó a bulos y tuvo que ir desmintiendo pueblo por pueblo de la zona para explicarles que aquella obra se hacía en pro del conjunto de ciudadanos, explica el comisario de la exposición en la capital murciana.
     Otra de las grandes intervenciones del 'Viejo Forestal' fue la repoblación de las dunas de Guardamar. Las dunas se estaban comiendo el pueblo y promovió una obra de de ingeniería con tablestacas de madera que iban haciendo de bloque, permitían afianzar las dunas y plantar luego árboles que ya no se podía llevar el viento.
     El ingeniero forestal también reclamó el derecho al árbol en la ciudad al plantear el Parque Ruíz Hidalgo en la capital murciana que existió entre 1908 y 1955. Se creó en el lado norte del río Segura y fue lo que hoy se llamaría un parque inundable con una zona de uso social, pero también de arbolado. En ese momento se superaron los estándares de porcentaje de zona verde en zona urbana, “cosa que no hemos vuelto a recuperar”, explica el comisario de la exposición. El parque también era un arboreto, donde se iba probando cómo se adaptaban nuevas especies al clima mediterráneo.
     El 'apóstol del árbol' fundó diversas publicaciones ambientales, promocionó una escuela gratuita para niños sin recursos y montó la primera caja rural Murcia para luchar contra la usura a los huertanos y quienes cultivaban el campo. Era profundamente religioso, terciario franciscano, que “son los franciscanos seglares”, explica Fernández.
      Antitaurino, antibelicista y promotor en España del Esperanto, “su figura no habría desentonado para nada en la actualidad”. Otra de sus facetas más relevantes fue la de divulgador, “en una época en la que era revolucionario porque no había tantos medios, pero él puso muchísimo empeño en dar a conocer sus investigaciones”. También impulsó la Fiesta del Árbol, como actualmente se hace en los colegios, apunta el comisario de la exposición Pedro Jesús Fernández. “Se congregaba a la familia y a los niños y se hacían plantaciones comunitarias para extender ese amor que tenía por el árbol”.
Grupo de niños plantando pinos durante la celebración de la Fiesta del Árbol en Guardamar del Segura | Archivo General de la Región de Murcia
     A Jorge Sánchez, técnico de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), lo que más le impresiona de la figura del 'Viejo Forestal', como también era conocido Codorníu, es “su visión holística”. El 'apóstol del árbol' contaba con conocimientos de flora muy elevados para la época, así como de diversidad faunística, mientras que también conocía los temas relacionados con suelo y el clima. Eso, sumado a su perfil humanístico nos llevan a la figura de “un sabio del siglo XIX”.
     El ingeniero forestal “planteó la renaturalización de ciudad y la necesidad de establecer arbolado en los núcleos urbanos y fue un pionero de la educación ambiental. Codorníu ya hablaba hace más de 100 años de las cosas que hoy en día consideramos modernas”, explica el biólogo. “Creo que su visión tan adelantada también viene de que él era un personaje muy internacional. Fue un un promotor del esperanto y eso le tuvo que dar una una visión global; veía una necesidad de confluir entre distintas culturas”, considera Sánchez.
     Codorníu formaba parte de la Academia de Ciencias de Barcelona y una rama de su familia eran comerciantes de Génova que, ya desde la Edad Media, tenían mucho contacto con Murcia.
     Otro de los aspectos más llamativos de Codorníu para el biólogo de ANSE fue la introducción de la Sabina Mora en Sierra Espuña. “Esa planta solo tiene una población en la sierra de Cartagena, pero lo curioso es que cuando él la introdujo en Sierra Espuña no se conocían esas poblaciones. Es decir, las trajo por paralelismo con el norte de África, advirtiendo que el sur de Europa se iba a parecer cada vez más a esta zona”.
     Sánchez cree que el espíritu de Codorníu se refleja hoy en el manejo de agricultura en aquellas zonas en las que se están ejecutando plantaciones con setos. “Él hubiera puesto sobre la mesa la utilización de vegetación natural como herramienta para frenar la erosión y la escorrentía de los terrenos de cultivo”, apunta. (...)

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23 octubre 2023

NAPKO ABE (Japón)
El hombre que salvó los cerezos

La fascinante y desconocida historia del británico que luchó por preservar los cerezos en flor japoneses.

En Japón cada primavera la floración de los cerezos es una fiesta de los sentidos, y todo un símbolo de la cultura del país. Lo que casi nadie sabe es que si hoy sigue vivo ese patrimonio de la humanidad es gracias a un inglés llamado Collingwood Ingram, cuya historia nos descubre este libro.
     Ingram, hijo de una familia rica, se interesó en su adolescencia por la ornitología, y el entusiasmo lo llevó a viajar a Japón para escuchar el canto de los pájaros de aquellos parajes. Con el tiempo fue abandonando la pasión ornitológica y la sustituyó por la horticultura, y en el país asiático quedó fascinado por las múltiples variedades de cerezos, de las que se calcula que había unas doscientas cincuenta. Cuando en 1919 se instaló con su familia en Kent, descubrió alborozado que en el jardín de la casa había dos espléndidos cerezos japoneses, que cultivó con mimo.
     En 1926 emprendió un nuevo viaje a Japón en busca de esos árboles y descubrió alarmado que, debido a la occidentalización y modernización del país y a la decisión de apostar por una única variedad clonada, se estaba perdiendo la riquísima diversidad de cerezos japoneses, incluido el espectacular Taihaku o «gran blanco». Ingram dedicó su vida a salvaguardar esos árboles y a proteger la tradición de la sakura (palabra japonesa para referirse al cerezo en flor) hasta su muerte, ya centenario, en 1981.
     Este es en parte un libro sobre botánica, pero fundamentalmente trata sobre una pasión y una obsesión, sobre la preservación de un patrimonio estético mediante una lucha callada y constante. Trata también sobre la historia de dos países y dos culturas; sobre el final del mundo victoriano, en el que nació Ingram en 1880, y sobre el convulso siglo XX. La fascinante historia de un hombre enigmático y de un árbol cuya floración es de una belleza que admira al mundo entero.

«Una biografía cautivadora sobre el hombre que ayudó a cambiar el rostro de la primavera» (Ian Critchley, The Sunday Times).
«De lectura compulsiva... Escrito con elegancia y erudición» (Tania Compton, Country Life).
«Un retrato de un gran encanto y sofisticación, rico en detalles botánicos e históricos; tras su lectura no volverás a contemplar los cerezos en flor del mismo modo» (Christopher Harding, The Guardian).
«Un libro conmovedor... Bellamente escrito, y todo un logro en cuanto a su investigación» (Claire Kohda Hazelton, The Spectator).

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19 octubre 2023

¿Te gustan los cipreses?

LUIS FERRER I BALSEBRE
Cipreses


     Todos tenemos un árbol favorito. Son como los animales, cada cual tiene su preferencia. Hay gente que es más de perros que de gatos, igual que hay amantes de los camelios, los robles o los sauces llorones. Charlando salió a colación este tema y constaté que los gustos arbóreos tienen tanto connotaciones estéticas como sentimentales. Había quien mostraba nostalgia por un carballo centenario de la casa de sus abuelos. Otro se emocionaba recordando la corteza del abedul dónde grabó con su chica un corazón ensartado, después de un revolcón veraniego. Una se derretía hablando de la higuera que asombró su infancia, otro de un limonero, otro de un souto de castaños, donde, decía, iba a reiniciarse abrazándolos. A mí me gustan los cipreses, dije. ¡Qué horror! —contestaron al unísono— si son árboles de cementerio, tristes, no dan flores ni sombra, ni te puedes subir a ellos, ni grabar corazones en su piel ¿Cómo te pueden gustar? En Cataluña, los cipreses son árboles que expresan hospitalidad. Toda mi vida he vivido entre ellos y en mi casa presiden la entrada y salpican todo el espacio.
     La sombra del ciprés, efectivamente, es alargada, cosa singular para un árbol; están en
los cementerios no solo por su carácter hospitalario, sino también por sus dignidades, tienen un cepellón muy pequeño que no extiende raíces y no causa daño a las sepulturas, y muchos sostienen que ahuyenta de ellas a los ratones. Son árboles perennes de un verde seco que relaja la vista y el alma. No admiten grafitis ni ahorcados. A todos los árboles los mueve el viento, pero, al ciprés, lo acaricia. Muy pocas especies bailan como el ciprés, que flamea habaneras, elegante, serio, sin estridencia alguna. Los Cupressus sempervivens, además de creer en Dios, actúan como antenas que recogen las malas energías, como una especie para malos rollos. Y, por si fuera poco, es magnífico remedio para la circulación, alivia varices, mata verrugas y se faja con herpes y hemorroides con unas indudables propiedades antivíricas. Además, desprende una resina con profundo olor a cedro que es uno de los olores más relajantes que hay, con reminiscencias a inciensos árabes. Los cipreses se miran de abajo para arriba, obligan a levantar la vista al cielo y eso siempre reconforta. Fueron mis razones, pero he de reconocer que alguien que contó su idilio con un liquidámbar me hizo dudar. Un relato apasionado que transcurría acariciando la corteza del liquidámbar —esas cordilleras de corcho que lo envuelven— y lágrimas de ámbar. Pero me quedo con el ciprés, es mucho más fiable, no muda de color, no se desnuda, ni llora y, en estos tiempos, se agradece.

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15 octubre 2023

 Mapa de los Árboles Singulares de Aragón

 

Este mapa pretende ubicar los Árboles Singulares de esta gran comunidad. Está basado en el libro: Árboles de Aragón, que editó la Dirección General del Medio Ambiente en el año 2000. 

Todos los mapas envejecen rápidamente porque la remodelación del medio ambiente es constante. Si percibís alguna incorreción no dudéis en comunicármelo y lo corregiré, gracias de antemano.

Para cualquier comunicación: juanechegoyen@gmail.com

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11 octubre 2023

El roble de Liernu - Bélgica, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA 
El Gros-Chêne de Liernu


Este es el Gros-Chêne de Liernu (provincia de Namur, en Bélgica). Se trata de un roble común (Quercus robur) superviviente de los grandes bosques que en otro tiempo cubrían parte de Bélgica. Siendo el árbol más famoso del país, se dice que puede ser también el más grande, aunque no es el más alto, y como tal, la historia y las leyendas se le acumulan. No hay referencia cierta de su edad, lo que inmediatamente le coloca como milenario, lo sea o no. Parte de la rumorología popular le coloca como nacido en tiempos de Carlomagno (muerto en 814), leyenda que nos lleva a que fue el mismísimo emperador quien lo plantó. 
     Sus medidas actuales son: 14 metros de circunferencia a nivel del suelo (esta medida nunca se tiene en consideración), a un metro de altura 10,82 m (la referencia suele tomarse a 1,30 metros) y una altura de 18 metros. Todavía produce bellotas en abundancia y resiste el peso de sus ramas y la fuerza de los temporales gracias a tres columnas metálicas que le ayudan, puesto que el tronco está hueco, lo que permite el acceso a su interior. No se sabe cuándo un rayo rompió parte de la copa, provocando una gran grieta dejando paso a su interior. Esta cavidad servía de refugio a los peregrinos que iban a Santiago de Compostela, ya que Liernu está en el paso de la cuenca de Rin a la del Sena (una calzada romana pasaba cerca, por las mismas razones). Esa misma oquedad acogió a lo largo de los siglos a algunos forajidos y a un hojalatero que se instalaba allí cuando iba a trabajar al pueblo. El roble acogió también bajo sus ramas a la administración de justicia por el señor local y se sabe que sirvió de horca (tal vez de alguno que durmió en el interior del tronco). 
     En 1836, el pueblo quiso talar el roble, a lo que se opuso el sacerdote local, que incluso cuando el árbol fue incendiado, dirigió la restauración y raspado de la oquedad para recubrirla con arcilla. En 1838 se instaló en el hueco una imagen de San Antonio Ermitaño -padre de la vida monástica- para atraer la protección divina, al tiempo que se colocó una placa de madera que dice lo siguiente. 

"Tú que eres invocado en este viejo roble,
poderoso protector de este lugar,
consuélanos en nuestro dolor,
San Antonio, amigo del Buen Dios"
 
     Desde 1898 una valla, renovada en el 2000, rodea el roble para protegerlo. En julio de 1924, pasó a ser árbol notable de Bélgica y monumento catalogado en de abril de 1939. Pese a la protección divina, la imagen de San Antonio desapareció en el verano de 1970. Desde 1978 una cofradía, que exclusivamente custodia y pone el valor este viejo roble, le colocó las muletas metálicas y cambiaron las rejas. En 1981 y en 1991, se hizo un “hermanamiento” con otros robles históricos y en 1992 fue declarado patrimonio inmobiliario excepcional de la Región Valona, designándosele en 2015 como “Árbol Belga del Año”.
 
Las fotos modernas son de Jean-Pol GRANDMONT para Wikipedia, bajo licencia “Creative Commons Attriution-Share Alike 3.0 Unported”.
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