"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
10 enero 2023
ÁLVARO BAYÓN, en "Muy Interesante" Nov-2022 ¿Cómo llegó el olivo a España?
Uno de los árboles más emblemáticos de España, es, probablemente, el olivo (Olea europaea). En el territorio peninsular hay ejemplares de siglos e incluso alguno supera los mil años de edad. El más antiguo del que se tiene constancia se encuentra en Ulldecona, Tarragona, con una edad estimada de más de 1700 años. Del olivo se obtienen las aceitunas u olivas, aunque tal vez el producto más popular sea el aceite de dicha fruta, el ‘oro líquido’, ingrediente clave en la dieta mediterránea. España, con una producción anual superior a mil millones de toneladas, produce más de un tercio de todo el aceite de oliva elaborado en el mundo. Sin duda, el olivo y sus productos son un icono para España, y el aceite de oliva es prácticamente un meme, en el sentido más sociocultural de la palabra. Sin embargo, y contra toda expectativa, se da la curiosidad de que, probablemente, el olivo no es un árbol nativo de la península ibérica.
En ocasiones, ciertas plantas
cultivadas en una región llevan tanto tiempo introducidas que se han
aclimatado totalmente al entorno. Ese fenómeno ha sucedido en España con
otros árboles, como la higuera o el nogal, y también con el olivo.
La historia del olivo
Se cree que el olivo fue introducido en la península ibérica por los fenicios. Por la edad de algunos árboles, es más que evidente que la presencia del olivo en la península ibérica se remonta, como mínimo, a hace 17 siglos. No obstante, cuando se analizan restos arqueológicos, se puede rastrear su presencia anterior, bien en restos de madera de construcciones, carbón de su leña, registros de granos de polen, huesos de aceitunas o restos de aceite en ánforas antiguas. Los primeros registros de la presencia del olivo en la península proceden del neolítico, hace entre 12 000 y 5000 años y se encuentran en la costa andaluza; concretamente, en los yacimientos de Palmones, la Cueva de Nerja y la Cueva de los Murciélagos de Albuñol. Se han hallado restos arqueológicos que muestran presencia de olivo, de la Edad del Cobre y del Bronce, entre los años 3000 y 1400 a.e.c., especialmente en la costa oriental de Almería. Pero no se localiza presencia en el interior de la Península hasta la Edad del Hierro, entre el 1400 y el 400 a.e.c. Los yacimientos fenicios de Morro de la Mezquitilla, Cerro del Villar y Castillo de Doña Blanca son los más representativos. Pero su presencia sigue siendo puntual. Solo a partir de la época romana, desde el siglo I e.c., el olivo está presente en zonas de interior en mayor cantidad, lo que sugiere un cultivo a gran escala. La mayor parte de los restos prerromanos se corresponden con huesos de aceituna, lo que indica que, probablemente, para los pueblos del sur de la península, las olivas fuesen un producto habitual de comercio. Sin embargo, es evidente que no fueron los romanos quienes lo introdujeron por primera vez.
La presencia de carbón de leña de olivo en asentamientos de hace entre 4000 y 5000 años, acompañado con muestras de polen de una antigüedad semejante, corroboran que ya debía de haber árboles en ese tiempo. En la región oriental de la cuenca mediterránea, sin embargo, se encuentran fragmentos de madera de olivo, huesos de aceituna y restos de aceite de hasta 21 000 años de antigüedad. Todo este viaje arqueológico nos indica que el olivo debió introducirse en la península ibérica antes de la llegada de los fenicios, desde Oriente Próximo. Tal vez este pueblo marinero reintrodujo sus propios olivos donde ya los había. Con toda seguridad, los romanos también lo hicieron. Pero la pregunta de cuál es el origen de aquellas primeras poblaciones de olivo, ya presentes hace cinco milenios, no es tan sencilla de responder.
La respuesta está en la genética… ¿o no?
El olivo tiene varias subespecies silvestres distintas, aparte de la variedad doméstica empleada como cultivo. Lo cierto es que algunas de esas variedades silvestres, conocidas como acebuches, sí están presentes en la geografía ibérica de forma nativa. Esto hace que los registros de polen sean muy poco fiables; en realidad, no es posible diferenciar un olivo cultivado de un acebuche solo mirando la morfología de sus granos de polen. Sin embargo, subespecies distintas tienen marcadores genéticos diferentes, y eso sí puede analizarse.
Los estudios genéticos parecen indicar que los olivos ibéricos tienen un origen múltiple, y no proceden de una misma población. Esta hipótesis es compatible con la idea de las reintroducciones sucesivas de fenicios y romanos. Al fin y al cabo, existen pruebas arqueológicas en Oriente Medio, no solo de la presencia de olivos, sino además de su aprovechamiento y de su cultivo, mucho antes que en el occidente europeo. Sin embargo, algunos marcadores genéticos de los olivos ibéricos parecen corresponder con variedades silvestres que ya estaban en la península ibérica, antes de la llegada de los primeros seres humanos. Existe la posibilidad de que los pueblos del neolítico ya tuvieran relación con los acebuches locales, y los primeros pueblos de la Edad de Bronce, como la cultura argárica, ya hubiesen domesticado los primeros olivos, antes de que los fenicios introdujeran su variedad y se mezclara con la local.
Referencias: Antonio, P. R. 2019. Resultado del estudio de datación olivo no 1878 - Ulldecona. Mancomunidad Taula del Sénia. Besnard, G. et al. 2000. Multiple origins for Mediterranean olive (Olea europaea L. ssp. europaea) based upon mitochondrial DNA polymorphisms. Comptes Rendus de l’Académie Des Sciences - Series III - Sciences de La Vie, 323(2), 173-181. DOI: 10.1016/S0764-4469(00)00118-9 Orús, A. 2022. Aceite de oliva: producción en España 2011-2021. Statista. Rodríguez-Ariza, M. O. et al. 2005. On the origin and domestication of Olea europaea L. (olive) in Andalucía, Spain, based on the biogeographical distribution of its finds. Vegetation History and Archaeobotany, 14(4), 551-561. DOI: 10.1007/s00334-005-0012-z Yll, E. I. et al. 1996. Importancia de Olea en el paisaje vegetal del litoral mediterráneo durante el Holoceno. Biogeografía Pleistocena-Holocena de la Península Ibérica, 1996, ISBN 84-453-1716-4, pág. 117, 117.
EUGENIO MONESMA (Huesca, 1952) La trufa negra. Búsqueda con perros adiestrados, cultivo y su uso en la gastronomía
La trufa negra o Tuber melanosporum es una de las especies más codiciadas por su calidad y versatilidad culinaria, y el pueblo turolense de Sarrión se ha convertido en uno de los importantes productores. En el año 2007 pudimos participar de la recolección de este producto con Daniel Bertolín y María, quienes también nos mostraron cómo poderlo conservar y algunos sencillos guisos con trufas.
TOMÁS CASAL PITA Setenil de las Bodegas (...) Se trata de los pinos de El Tejarejo -Pinus pinea-, que crecen en el cortijo del mismo nombre en el término municipal de Setenil de las Bodegas, Cádiz. Son (o más bien, eran) un grupo de cinco pinos piñoneros de extraordinaria talla o grosor de tronco que, acompañados de otros más pequeños, se divisan desde el pueblo, sobre una loma en una explotación agrícola privada, aunque hace unos ochenta años, su número era de al menos unos veinte. En la actualidad están acompañados de un almendro y algunos eucaliptos rojos (E. camaldulensis). En el invierno de 2014, un temporal que dejó unos 100 litros de agua por metro cuadrado, acompañado de rachas de viento de 80 Km/h, derribó al mayor de estos pinos. Era un hermoso ejemplar con un perímetro de casi cuatro metros, un fuste que ascendía recto hasta los nueve, para luego abrirse en las dos ramas principales que sostenían su copa. Copa que, en sus buenos tiempos, se había elevado hasta los 33 metros. Aunque cayó hace seis años, su suerte había declinado ya hace unos años, cuando fue alcanzado por un rayo que secó mitad del árbol y cercenó su copa, descompensándolo. El invierno del 2014 tan sólo puso fin a la crónica de una muerte anunciada.
Setenil de las Bodegas es famoso por sus casas "sin tejado". Varias de las calles son singulares por sus cuevas, las Cuevas de Sol, las Cuevas de la Sombra...
Foto de Mario G.Vargas
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01 enero 2023
MIGUEL ANTÚNEZ LÓPEZ (Córdoba, 1983) A la sombra de plátanos maduros
A la sombra de plátanos maduros dos están conectados, compartiendo sentimientos en evolución convergente. En orgía de polen y miradas que se encuentran y se incendian, alcanzan a no besarse, con pizcos en los ojos y alergia a sentirse lejos. Dos. Cubiertos de frutos en poliantocarpos globulares y esféricos, abrigados por miles de aquenios claviformes rodeados de un penacho de pelos erectos, de color canela, que se desprenden, vuelan como copos de nieve y se posan para ser alfombra para mirlos. Dos. Polinizados por árboles cansados de contaminación, condenados a dosis cada vez mayores de antihistamínicos en abrazos.
SARA FDEZ. SAINZ Y SONIA ROIG Entrevista de JAVIER PIZARRO Siete maravillosos cuentos con árboles
Ilustración del libro ‘El bosque es nuestra casa’
(…) Gracias al trabajo de Sara Fernández Sainz y Sonia Roig, autoras del libro El bosque es nuestra casa,publicado por A buen paso, vamos a descubrir como funcionan, porque cada bosque es diferente, cómo debemos cuidarlo. Nos han hablado con tanta pasión de los bosques y de sus secretos en esta entrevista, que esperamos que su entusiasmo nos ayude a crear más conciencia medioambiental entre lectores de todas las edades.
Tras el verano que tuvimos, con más bosque quemado que nunca en las últimas décadas, ¿por dónde empezamos?
Somos bosquedependientes. Así que empecemos por acordarnos de los bosques no solamente en verano, cuando son protagonistas a causa de los incendios, sino durante los 365 días del año. Y empecemos también por darnos cuenta de que somos nosotros los que les necesitamos a ellos. Un incendio de sexta generación como los que hemos tenido este verano puede arrasar varias decenas de miles de hectáreas. Además, por las altísimas temperaturas que alcanzan (¡más de 2.000ºC!), destruyen también la mayor parte de bancos de semillas que guarda un bosque. Esto hace muy difícil que, tras el incendio, nazca vegetación de forma espontánea y el suelo fértil quedará totalmente desprotegido y expuesto. Las lluvias que vienen después arrastran ese suelo que tardó entre cientos y miles de años en crearse. Y, sin embargo, es más que probable que, pese a todo, dentro de varias decenas o de varios cientos de años, de forma natural, allí surja de nuevo un bosque. Pero la naturaleza tiene unas escalas de tiempo muy distintas a las nuestras y el verdadero problema lo tenemos nosotros, que no podemos esperar todo ese tiempo. Somos nosotros los que necesitamos los bosques para vivir y el ejemplo más claro lo tenemos en el agua potable, que es lo primero que perdemos tras un incendio.+
¿Qué tendríamos qué hacer para evitar nuevos veranos como el de este año?
En España no existen bosques vírgenes, todos tienen influencia humana desde hace miles de años. Y aunque el fuego siempre ha formado parte de nuestros ecosistemas, ya sea de una forma natural o provocada, nunca antes lo ha sido de este modo. Que los incendios que conocíamos se estén convirtiendo en estas bestias de fuego que se escapan a nuestra capacidad de extinción responde a un cúmulo de causas, todas ellas englobadas en el cambio climático y cambio global: sequías y olas de calor, abandono de usos y de paisajes culturales, despoblación rural, urbanismo desestructurado, auge de las macrogranjas en detrimento de una ganadería extensiva bien gestionada, etc… Por eso no existe una simple, única y rápida receta para evitar que se vuelva a dar una situación como la de este verano y la solución no puede ser simplemente limpiar los bosques.
Cuando hablamos de incendios nos encontramos con varias paradojas, que contamos en nuestro libro. Una es que toda esa vegetación que queremos proteger es, a la vez, el combustible que utiliza el fuego para crecer y avanzar. Equilibrar estos dos platos de la balanza es de todo menos sencillo. Actualmente tenemos más y mejores medios de extinción y la mayoría de los incendios se apagan muy pronto. Pero cuando uno de estos incendios se desborda, nos encontramos ante situaciones como las que hemos visto este verano (y unos años antes en Australia, en California, en Portugal): incendios de unas dimensiones tan bestiales como nunca antes se habían visto y que, sencillamente, no podemos apagar. No somos capaces de diseñar y construir los medios para extinguirlos, es imposible. Por eso, los grandes expertos en este tema nos dicen que “la era de la extinción” ha llegado a su tope y que la solución pasa por centrarnos en la prevención, mediante gestión forestal sostenible, ganadería extensiva bien gestionada y gestión del paisaje. Es decir, saquemos algo de ese combustible, usando una pequeña parte de lo que los bosques nos ofrecen y nosotros necesitamos y, siempre, velando por su persistencia.
Por supuesto, la solución ha de tener en cuenta a las personas que trabajan en prevención y extinción, que se les reconozca su profesionalidad y no estén solamente contratadas en verano (tarde y mal). Yo añado que también hay que abrir la perspectiva más allá del límite del bosque: cualquier decisión que se tome no solo en el bosque, sino también en el resto del territorio rural (urbanismo, agricultura y ganadería, industria…) se debería tomar siempre con el fuego en mente. Y a todos, como ciudadanos, nos toca también darnos la vuelta para volver a vivir de cara a ese territorio que tenemos olvidado. En cualquier caso, el bosque no arde si no se prende y solamente el 10% de los fuegos son por causas naturales, el 90% restante se debe a causas humanas y, de estos, la mayoría se deben a accidentes de maquinaria que se usa en época de máximo riesgo, tendidos eléctricos, chispas de trenes, colillas voladoras, etc…
Sara Fernández Sainz y Sonia Roig, autoras del libro ‘El bosque es nuestra casa’.
Se habla mucho de que niñas y niños tienen ‘déficit de naturaleza’. De niñas y niños que ya no saltan en los charcos, que no se llenas los bolsillos de arena y de hojas, que no se manchan las manos de barro y que esto influye negativamente en su desarrollo. Vuestro libro invita a hacer todo lo contrario, a que se ponga a disposición del bosque y se dedique a realizar descubrimientos. ¿Cómo nació la idea del libro?
La idea surgió de unos talleres de ciencia, bosques y agua que empecé a dar en colegios hace unos nueve años. Ahí me di cuenta de que las niñas y niños son capaces de entender ciencia a un nivel muy profundo y de hacer unas deducciones asombrosas si se les plantea de forma adecuada. También me di cuenta de la necesidad de trabajar desde la perspectiva de la relación personas-bosque en un sentido amplio. Y de ahí fue surgiendo la idea (y la necesidad) de hacer este libro en el que, al igual que pasa en un bosque, todo está conectado.¡
¿Por qué son importantes los bosques?
Están presentes en nuestro día a día mucho más de lo que nos imaginamos, incluso en las ciudades. Muchas veces no somos conscientes de todo lo que hay en nuestras casas que procede de los bosques: el agua potable que bebemos, el papel higiénico… incluso la madera que se utilizó para encofrar los cimientos y estructuras de nuestras casas de hormigón, todo eso viene de los bosques. Insisto en nuestra total bosquedependencia, somos nosotros los que los necesitamos a ellos y por eso somos nosotros los que necesitamos cuidarlos, tenemos que asegurarnos de que persistan. Necesitamos los productos que nos ofrecen y todos sus servicios, porque son fundamentales para preservar los ciclos hídricos, los suelos fértiles, la biodiversidad… De hecho, hablamos ya de Una sola salud (One Health) en la que nuestra salud, la de los animales y la de los ecosistemas son interdependientes. Solo se cuida lo que se ama y solo se ama lo que se conoce, por eso es tan importante que niñas y niños conozcan los bosques. Para ellos, además, los bosques son uno de los mejores lugares para descubrir la naturaleza y lo que eso implica: también para descubrirse a sí mismos. Porque existimos en relación al otro, pero también en relación a nuestro medio.
Si no se tiene un bosque cerca, ¿vale con observar y sentir curiosidad por los árboles que nos rodean?
¡Por supuesto! Los bosques urbanos y periurbanos son lugares estupendos donde se puede disfrutar de la naturaleza y descubrir muchísimas especies de animales y plantas. Son espacios que presentan una gran biodiversidad y a los que se puede llegar con más facilidad, ya que es más probable que haya transporte público y no hay que invertir tanto tiempo en desplazamientos, sobre todo cuando hablamos de grandes ciudades. Además, son los lugares idóneos para practicar ciertas actividades en la naturaleza, como algunas prácticas deportivas que, si las hiciéramos en el bosque, tendrían más impacto ambiental
¿Qué huellas negativas dejamos en los bosques y de las que no somos conscientes?
Hay muchas… Pero una curiosa y de la que muy poca gente es consciente es la compactación del suelo por nuestras pisadas. No pasa nada porque una persona pase por allí, pero si esto se convierte en varias decenas (incluso centenas) de personas al día, la compactación puede llegar a ser considerable. Por eso es importante respetar los senderos. Y luego hay huellas que dejamos en los bosques sin ni siquiera pisarlos. Por ejemplo, cuando creemos que para cuidar y respetar un bosque no hay que tocarlo, muchas veces estamos haciendo todo lo contrario a nuestra intención. Ya he comentado que en nuestro país no existen bosques vírgenes. A menudo nos encontramos con que los árboles están demasiados juntos, no hay espacio ni agua para todos… lo más probable es que muchos mueran, se conviertan en un foco de plagas que ataque al resto y, con tanta madera seca en el bosque, el riesgo de incendios aumente muchísimo. Sin embargo, si cortamos alguno, estaremos permitiendo que los que quedan tengan más recursos, crezcan más sanos y fuertes, y también dejaremos sitio para que otros arbolitos nuevos puedan crecer: estaremos ayudando a que ese bosque tenga más diversidad de especies, de edades y a adaptarse al cambio climático y, además, podremos utilizar esa madera, que ya hemos visto que necesitamos. Otra huella es la que dejamos cuando vamos a comprar: cada vez que elegimos productos de ganadería extensiva bien gestionada (en la que se aprovechan los pastos y matorrales y se disminuye el combustible en los bosques) frente a productos de macrogranjas (en la que se utilizan toneladas de cereales importados), estamos contribuyendo a prevenir incendios forestales; cada vez que elegimos un producto procedente de un bosque bien gestionado frente a su homólogo de plástico, contribuimos a que nuestros bosques estén mejor cuidados…
¿Quién es esa niña pelirroja de melena infinita que nos acompaña por todo el libro?
Esa niña se llama Silvia. Acompaña a los lectores y va descubriendo los secretos del bosque a la vez que ellos, con una mirada científica pero también emocional. Es un personaje que no hemos querido definir muy bien, pero que podría ser una pequeña Basandere (de la mitología vasca) o una pequeña Anjana (de la cántabra) o quizás una mezcla de ambas. Aunque en versión moderna, porque a lo largo de todo el libro aparece, además, como naturalista, investigadora, operaria en campo, técnica especializada, directora de operaciones en incendios forestales, comunicadora, analista de datos, calculando estructuras y un muy largo etcétera. Y es que queríamos que, además, fuera un modelo para que las niñas se acerquen a todas las profesiones relacionadas con los bosques y las carreras STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
Maestro de Educación Infantil, desde hace más de 15 años en la escuela pública. Acompaño a los niños/as así como a sus familias en el proceso de aprender. Apasionado por la literatura infantil y juvenil, que vista desde un punto desde la aproximación adulta, resulta llena de ironía, sentido común y nos ayuda a reflexionar sobre la educación, la vida y nuestras fantasías.
Decía José Saramago en su cuento para niños La flor más grande del mundo: “¿Y si las historias para niños fueran de lectura obligatoria para los adultos? ¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que, desde hace tanto tiempo, venimos enseñando?”