JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Técn. Forestal
La palmera bicolor de Mirca, una caprichosa curiosidad...
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La Palmera Albina de Mirca, en La Palma | FOTO CARLO MORICI |
Si bien una mayor
concentración humana ha sido siempre sinónimo de reducida pendiente a la
vez que de consumo de bosque y territorio, por el contrario, una
pendiente elevada se ha establecido como el mejor baluarte para la
defensa y conservación de la naturaleza. En este sentido la isla de La
Palma, destacable a nivel mundial por su sorprendente relación entre
superficie y grado de inclinación, también sobresale hoy por albergar
buena parte de los recursos naturales canarios.
En los montes de Santa Cruz de La Palma, cerca de la ermita de Las
Nieves, siempre me ha llamado la atención la estampa constituida por un
pequeño bosquete que mezcla grandes pinos y palmeras. Es precisamente la
cuasi verticalidad territorial la que provoca que, en esta isla, se
sucedan con rapidez los pisos climáticos y sus ecosistemas asociados. La
estrecha banda del bosque termófilo se ve a menudo desbordada por el
poderoso pino canario que en ciertas localizaciones llega prácticamente
hasta el mar. A tenor de estos motivos, si fuéramos a renombrar esta
isla por su árbol más abundante sería más correcto denominarla como la
“Isla del Pino”.
Rareza y excepcionalidad
Aún así, entre los muchos ejemplares de la selvática Isla Bonita, la
palmera bicolor de Mirca es, con creces, un individuo a resaltar tanto
por su rareza como por su excepcionalidad. Esta palmácea se localiza
(28º 42′ 22” N y 17º 46′ 06” W) a una altura de 325 m, en concreto en la
parcela anexa a la casa de doña Cecilia Hernández, zona conocida como
El Morro, muy cerca del principio de la carretera que discurre hacia las
cumbres palmeras.
La práctica totalidad de los vegetales son, como bien conocemos, de
color verde. Algunas teorías postulan que son de este color porque es el
verdadero color del sol. El color verde se debe a la presencia de la
clorofila, pigmento vegetal por excelencia, pero también hay plantas
color púrpura así como las formas llamadas variegadas, donde amarillos y
verdes se entremezclan. En los vegetales color púrpura la clorofila
queda enmascarada por otros pigmentos más oscuros, pero en los vegetales
variegados las partes amarillas se encuentran vacías de clorofila. Las
formas variegadas han sido siempre objeto de colección y propagación en
viveros, pero en el medio natural tales plantas son muy escasas, raras
y, en la mayoría de los casos, se encuentran abocadas a la extinción.
La palmera bicolor –también llamada Albina– de Mirca no es la única
palmera que presenta estas características en las islas Canarias, pero
sí resulta ser la más matizada. En La Gomera (barranco de Benchijigua y
campo de golf de Playa Santiago) y en Gran Canaria (palmeral de Sataute y
palmeral de La Baranda) se conocen unos pocos ejemplares, así como en
los Jardines de La Era, en El Paso (La Palma).
En todo caso, la variegación en la palmera canaria se comporta de un
modo aleatorio, es decir, las proporciones entre verdes y amarillos no
son constantes, sino más bien caprichosas. En la palmera observada en
Santa Brígida, las hojas jóvenes presentan manchas amarillas pero luego,
de adultas, acaban tornándose en verde.
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Foto: Carlo Morici biólogo, experto en palmeras |
Sin clorofila no hay crecimiento
Es importante señalar que la ausencia parcial de clorofila influye
sobremanera en el crecimiento, ya que las partes amarillas no colaboran
en la fotosíntesis. Por esta razón nuestra palmera de Mirca no presenta
un tamaño proporcional a su edad. A pesar de tener una edad aproximada
de 55 años, su altura sólo es de cinco metros. En sus primeros años nos
recuerdan sus propietarios que el guarda forestal amenazaba con
denunciarlos por “tratar de matar la palmera con herbicida”.
A medida que se fue desarrollando pudo constatarse que era una
palmera muy distinta a las que estamos acostumbrados. Pronto su atípico
aspecto se hizo popular: sus hojas se usaron para engalanar a los
santos locales y sus dueños las utilizaban para adornar el ventorrillo
que atendían durante las fiestas. Doña Cecilia nos relata que la gente
les comentaba con aire socarrón: “Menuda paciencia para pintar así el
palmito”.
En el año 1972, el yerno de doña Cecilia, que se hallaba cumpliendo
el servicio militar, recibió una oferta por parte de sus superiores:
seis meses de permiso y una cantidad dineraria –ya no recordada– si se
trasladaba la palmera a los jardines del cuartel. En el año 1976 un
vecino de la zona también ofreció la cantidad de 500.000 pesetas (3.000
euros) a cambio de tan bello ejemplar, acción que solo logró unir más a
los dueños con su palmera.

Por una mutación genética
La palmera bicolor de Mirca resulta ser del sexo femenino, por lo que
todos los años florece y también fructifica. Esta circunstancia ha sido
siempre un recurso extra para tratar de reproducirla. Lo cierto es que,
hasta la fecha, las semillas que han logrado germinar han salido siempre
de color amarillo por lo que, finalmente, no han prosperado.
Según el profesor Pedro Sosa, experto genetista vegetal, todas las
evidencias parecen indicar que este comportamiento responde a una
mutación genética, circunstancia que en todo caso merecería un estudio
demostrativo. La palmera de Mirca ha conseguido sobrevivir gracias a sus
partes verdes, variando a lo largo de su historia: unas veces más
verdes y otras veces más amarillas. Actualmente las proporciones
resultan de un 75/25 a favor del amarillo y, según nos cuentan, parece
acusarse la tendencia hacia el amarillo en los últimos años.
La longevidad de la Phoenix canariensis puede establecerse
entre los 200 y los 300 años, quizás más. Se nos antoja, por qué no, que
el capricho azaroso de una genética tan particular pueda ser capaz de
conservar la palmera de Mirca durante muchos años más. Ante la
imposibilidad reproductiva y mientras la naturaleza lo permita,
disfrutemos de tan infatigable y hermosa luchadora, de esta creación
botánica digna de la mejor de las colecciones.
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