11 septiembre 2014

LITORAL, REVISTA nº 257
EL ÁRBOL, Poesía y Arte

Para los amantes de estos temas, una publicación cuidadísima y muy interesante


...Los árboles, esos sondeadores infatigables, como los llamó Vicente Huidobro, siempre se agitan y nos observan por las ventanas cuando preparamos la revista. Muchas veces hemos tenido que cerrarlas para que no supieran lo que hacíamos y se lo contaran a los vientos....

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08 septiembre 2014

CRISTINO GASÓS (Huesca, 1876-1944)
Al almendro
Gentil almendro florido
que creces en la ladera,
si la Musa me dijera:
"voy a inspirarte un cantar"
mejor a ti lo ofrendara,
que a las mujeres hermosas,
que al ruiseñor, que a las rosas,
que a los cisnes y que al mar.

Nuncio de la Primavera,
abres tus flores rosadas,
sin temor a las heladas
ni a los céfiros de Abril;
y, cuando todo está yerto
en el invernal paisaje,
le viste tu flor un traje
de malla blanca y sutil.

Mil pintados pajarillos
saborean en tus ramas
el te amo y el me amas
de sus cánticos de amor;
y con pajas y con plumas
y con barro entretejidos,
construyen sus lindos nidos
en la espuma de tu flor.

Las abejas laboriosas,
zumbando en tus derredores,
liban néctar de tus flores
con que rica miel harán;
y las tórtolas veloces,
perseguidas, temerosas,
entre tus ramas frondosas
esquivan al gavilán.

En el lecho de tu sombra,
el labriego jadeante,
y el mendigo caminante,
duermen su siesta mejor;
mientras, al pie de otro almendro,
que los rayos del Sol doran,
se cuentan lo que se adoran
la zagala y el pastor.

Con la harina blanca y dulce
de tus almendras sabrosas,
se hacen muchas cosas
que agradan al paladar;
y, cuando el invierno llega,
con la leña de tus ramas,
se encienden las rojas llamas
que caldean el hogar.

¡Salve, almendro soberano,
rey de los bellos paisajes,
el que de blancos encajes
viste al campo en el Abril!

Brisa fresca y rumorosa,
¡ofrécele tus amores
y el aroma de las flores
más hermosas del pensil!

Poema de Cristino Gasós publicado en Huesca en 1935 en el libro “Líneas cortas” y publicado de nuevo, en 2011, en la reedición de tal libro llevada a cabo por el Instituto de Estudios Altoaragoneses, de Huesca, bajo la dirección de Fidel Sebastián Mediavilla, con el título “Líneas cortas y otros poemas”
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05 septiembre 2014

EPIFANIO MEJIA (Colombia, 1838-1913)
Las hojas de mi selva


Las hojas de mi selva
     son amarillas
y verdes y rosadas ...
    ¡Qué hojas tan lindas
    Querida mía!
¿quieres que te haga un lecho
    de aquellas hojas?

De bejucos y musgos
    y batatillas
formaremos la cuna
    de nuestra Emilia:
    cunita humilde
remecida a dos manos
    al aire libre.

De palmera en palmera
    las mirlas cantan,
los arrollos murmuran
    entre las gramas
    !Dulce hija mía!
duerme siempre al concierto
    de aguas y mirlas.

Gallinetas reales
    de canto dulce
guardan en la hojarasca
    huevos azules…
    perlas del bosque
que lleva a los altares
    la gente pobre.

Los altivos monarcas
    en sus palacios
con diamantes adornan
    los mismos cuadros.
    Hija, !sé libre!
busca siempre la choza
    del hombre humilde.

En mi selva penetran
    del sol los rayos,
mariposas azules
    pasan volando;
    sobre sus alas 
brilla el blanco rocío
    de la mañana.

Siete-cueros, uvitos
     y amarrabollos
de botones y flores
     visten sus copos,
     de ramo en ramo
los cupidos al aire
     vuelan libando.

Por angostos caminos
     de tierra y hojas
pasan negras hormigas
     unas tras otras,
     para sus casas
llevan verdes hojitas
     en sus espaldas.

Sobre campos de flores
    revolotean
susurrando apacibles
    rubias abejas,
    miel exquisita
en el hueco de un árbol
   todas fabrican.

Entre dragos y dragos,
    chilcos y chilcos
las arañas pasando  
    tienden sus hilos,
    fabrican nuevas…
!Maquinistas de Europa,
    Venid a verlas!

Entre cedros y robles
    de verdes copas
el yarumo levanta
    las blancas hojas;
    patriarca anciano
que en trono de esmeraldas
    vive sentado.

Adorno de los campos,
Yarumo blanco
    flores humildes
que nacéis en mi selva,
    solas y libres;
    la noche os riega,
el sol os ilumina,
    nutre y calienta.

Oasis escondidos
    bajo las palmas
olorosos jardines
    de mis Montañas:
    para mi esposa,
para mi dulce Emilia,
    tejed coronas.

En las frentes altivas
    de las Cleopatras,
resaltan sobre el oro
    las esmeraldas.
    Hija sé buena;
busca siempre las flores
    que hay en mi selva.
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02 septiembre 2014

ÁLVARO MUTIS (Colombia, 1923-2013)
Soledad 
 
En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.
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Se cumple un año de ausencia...

30 agosto 2014

ANTONIO  MUÑOZ MOLINA (Jaén, 1956)
Los jardines botánicos  
www.antoniomuñozmolina.es

Para las personas de imaginación aventurera pero de carácter perezoso el mejor sustituto de las expediciones novelescas que no llegarán a hacer nunca son las visitas a los jardines botánicos, más que los libros de viajes. Sin duda hay un placer extraordinario en leer las aventuras de Shackleton en la Antártida, o el diario del capitán Franklin en los hielos del Ártico, o seguir en una buena biografía los itinerarios del capitán Cook, que llegó a Tahití cuando parecía el paraíso terrenal y avanzó mucho más al sur de lo que se había atrevido nadie, vislumbrando entre nieblas de tormenta los acantilados antárticos, o caminar por las soledades de la Patagonia o de los desiertos de Australia en las páginas de Bruce Chatwin. Pero el contraste entre el nomadismo esforzado de los relatos y el confort de la lectura es demasiado grande como para dejarle a uno la conciencia tranquila, y después de todo leer es una tarea demasiado sedentaria y demasiado intelectual, que debe ser compensada de inmediato con el ejercicio físico, para evitar ese peligro de desequilibrio entre la vida real y los mundos de los libros del que fue tan consciente Cervantes.
      Un buen jardín botánico es la solución perfecta. Los árboles de los trópicos o los del Himalaya o los de las islas del Pacífico se ofrecen a la mirada y al tacto de uno y le regalan su exotismo, sin la penosa servidumbre de los animales en las jaulas tristísimas de los zoológicos, y desde luego sin los padecimientos pavorosos del explorador que se abre paso entre los pantanos y los mosquitos de una jungla, o el que se juega la vida escalando una montaña. En un botánico, a diferencia de en la naturaleza, cada árbol y cada planta tienen un letrero con su nombre científico y su nombre vulgar, lo cual es un placer para quien disfruta de la sonoridad de los bellos nombres latinos y un alivio para el aficionado ansioso que no sabe ver de verdad una planta o un pájaro si no puede nombrarlos. El problema es más grave en la literatura en español, y quizás más todavía la española, en la que la naturaleza, con raras excepciones, tiene una presencia vaga y general o directamente no existe. Nosotros no hemos tenido un Wordsworth, un Thoreau, un Robert Frost, un William Carlos Williams que celebren con precisión de naturalistas la riqueza botánica del mundo. Tenemos, desde luego, a Antonio Machado, a Miguel Delibes, a José Antonio Muñoz Rojas, pero la nuestra es en general una cultura poco permeada por las ciencias naturales, en la que cualquier referencia no alegórica o despectiva al campo, a los paisajes, a los jardines, queda cancelada por el miedo a la cursilería, o peor aún, al costumbrismo rural.
      Hablo por experiencia propia. Yo creo que no me fijé de verdad en una planta hasta pasados los cuarenta años. Por miedo a parecer paletos, los fugitivos del campo cultivábamos con vehemencia el esnobismo de lo urbano. Era parte de esa negación algo neurótica del pasado que suele afectar a sociedades que se modernizan tardía y atolondradamente, y destruyen y malvenden a cambio de baratijas lo más valioso de su patrimonio popular. Por fortuna, los jardines botánicos, como algunas obras maestras de la literatura, no se dejan afectar por las tonterías de las modas culturales, y esperan con paciencia a que uno llegue a la madurez necesaria para disfrutarlos. El tiempo de los árboles es más lento y mucho más largo que el de las vidas humanas. Los científicos y los jardineros que los cuidan están menos sujetos a las veleidades del gusto que los artistas o los literatos, menos ansiosos por halagar al público. Los jardines botánicos tienen el mismo origen ilustrado que los museos nacionales, que las bibliotecas públicas y que las instituciones públicas de enseñanza. Como nacieron en la época en la que el conocimiento formaba parte del impulso general de la emancipación humana, y en el que la curiosidad científica era uno de los placeres de la imaginación, los jardines botánicos son simultáneamente lugares de investigación y de recreo, parques públicos y laboratorios, espacios de retiro y centros de enseñanza. En un país tan arboricida y tan poco hospitalario para el saber como España, cada vez que uno entra a un jardín botánico le dan ganas de pedir asilo político.



No me fijé de verdad en una planta hasta pasados los cuarenta años. Por miedo a parecer paletos, los fugitivos del campo cultivábamos con vehemencia el esnobismo de lo urbano

      En el Botánico de Madrid hay una armonía geométrica de parque francés del siglo XVIII. La primera vez que entra al de Lisboa el visitante novelero siente enseguida que se sumerge en un bosque, en una selva tupida pero también apacible, con dragos de Madeira y araucarias y casuarinas gigantes de Australia y Nueva Zelanda, con palmeras altísimas que oscilan como mecidas por un viento del Pacífico. El Botánico de Madrid es plano y de ángulos rectos: el de Lisboa está en cuesta, y sus senderos son sinuosos, de manera que las perspectivas están cambiando siempre, y hay momentos en los que uno se encuentra completamente rodeado por una vegetación tan densa como la que atravesaban a machetazos los exploradores de los antiguos libros de viajes. En el Botánico de Lisboa, cuando el viento ha arreciado, el rumor poderoso de los árboles borra por completo los ruidos de la ciudad. Salgo de él al cabo de una visita de una hora y es como si volviera de un retiro en una montaña y de una expedición.
      Fernando Pessoa escribió que se bajaba del tranvía después de un breve trayecto con el mareo de un viaje al otro lado del mundo. El viaje más exótico de mi vida, y también uno de los más confortables, lo he hecho yo en poco más de un cuarto de hora, en el tranvía número 15, entre la parada de la Praça do Comércio y la de Belém, que me ha dejado a unos pasos del Jardim Tropical, una mañana de domingo entre soleada y nubosa, en este clima que es lo bastante húmedo y lo bastante templado para que prosperen en él plantas que no resistirían los inviernos de Madrid. En el Jardim Tropical hay ficus australianos de cortezas como lomos de paquidermos, de extrañas ramas que cuelgan como estalactitas, de sistemas de raíces que se hunden en la tierra como vastas copas invertidas; hay pavos reales y grandes gallos portugueses de porte arrogante y cresta roja; hay invernaderos abandonados que parecen ruinas de puestos coloniales devoradas por la selva; hay pérgolas con azulejos de tigres, de leones, de elefantes y de gacelas; hay pórticos con tejadillos chinos que dan paso a jardines secretos en los que crecen árboles de Macao y de Goa; hay palmeras decapitadas como columnas de templos emergiendo en la jungla; hay un palacio de amplias estancias sucesivas donde se guardan tesoros cartográficos de la época colonial, anaqueles con muestras de semillas, láminas de plantas disecadas, estanterías de una xiloteca en la que en vez de libros se guardan ordenadas más de tres mil muestras de maderas. En la luz cambiante, en el sol y el nublado, el bosque era unas veces umbrío y otras luminoso. De vez en cuando me cruzaba con alguien tan hechizado como yo. De un botánico así se salen con ganas de escribir un libro de viajes.
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