8/30/2014

ANTONIO  MUÑOZ MOLINA (Jaén, 1956)
Los jardines botánicos  
www.antoniomuñozmolina.es

Para las personas de imaginación aventurera pero de carácter perezoso el mejor sustituto de las expediciones novelescas que no llegarán a hacer nunca son las visitas a los jardines botánicos, más que los libros de viajes. Sin duda hay un placer extraordinario en leer las aventuras de Shackleton en la Antártida, o el diario del capitán Franklin en los hielos del Ártico, o seguir en una buena biografía los itinerarios del capitán Cook, que llegó a Tahití cuando parecía el paraíso terrenal y avanzó mucho más al sur de lo que se había atrevido nadie, vislumbrando entre nieblas de tormenta los acantilados antárticos, o caminar por las soledades de la Patagonia o de los desiertos de Australia en las páginas de Bruce Chatwin. Pero el contraste entre el nomadismo esforzado de los relatos y el confort de la lectura es demasiado grande como para dejarle a uno la conciencia tranquila, y después de todo leer es una tarea demasiado sedentaria y demasiado intelectual, que debe ser compensada de inmediato con el ejercicio físico, para evitar ese peligro de desequilibrio entre la vida real y los mundos de los libros del que fue tan consciente Cervantes.
      Un buen jardín botánico es la solución perfecta. Los árboles de los trópicos o los del Himalaya o los de las islas del Pacífico se ofrecen a la mirada y al tacto de uno y le regalan su exotismo, sin la penosa servidumbre de los animales en las jaulas tristísimas de los zoológicos, y desde luego sin los padecimientos pavorosos del explorador que se abre paso entre los pantanos y los mosquitos de una jungla, o el que se juega la vida escalando una montaña. En un botánico, a diferencia de en la naturaleza, cada árbol y cada planta tienen un letrero con su nombre científico y su nombre vulgar, lo cual es un placer para quien disfruta de la sonoridad de los bellos nombres latinos y un alivio para el aficionado ansioso que no sabe ver de verdad una planta o un pájaro si no puede nombrarlos. El problema es más grave en la literatura en español, y quizás más todavía la española, en la que la naturaleza, con raras excepciones, tiene una presencia vaga y general o directamente no existe. Nosotros no hemos tenido un Wordsworth, un Thoreau, un Robert Frost, un William Carlos Williams que celebren con precisión de naturalistas la riqueza botánica del mundo. Tenemos, desde luego, a Antonio Machado, a Miguel Delibes, a José Antonio Muñoz Rojas, pero la nuestra es en general una cultura poco permeada por las ciencias naturales, en la que cualquier referencia no alegórica o despectiva al campo, a los paisajes, a los jardines, queda cancelada por el miedo a la cursilería, o peor aún, al costumbrismo rural.
      Hablo por experiencia propia. Yo creo que no me fijé de verdad en una planta hasta pasados los cuarenta años. Por miedo a parecer paletos, los fugitivos del campo cultivábamos con vehemencia el esnobismo de lo urbano. Era parte de esa negación algo neurótica del pasado que suele afectar a sociedades que se modernizan tardía y atolondradamente, y destruyen y malvenden a cambio de baratijas lo más valioso de su patrimonio popular. Por fortuna, los jardines botánicos, como algunas obras maestras de la literatura, no se dejan afectar por las tonterías de las modas culturales, y esperan con paciencia a que uno llegue a la madurez necesaria para disfrutarlos. El tiempo de los árboles es más lento y mucho más largo que el de las vidas humanas. Los científicos y los jardineros que los cuidan están menos sujetos a las veleidades del gusto que los artistas o los literatos, menos ansiosos por halagar al público. Los jardines botánicos tienen el mismo origen ilustrado que los museos nacionales, que las bibliotecas públicas y que las instituciones públicas de enseñanza. Como nacieron en la época en la que el conocimiento formaba parte del impulso general de la emancipación humana, y en el que la curiosidad científica era uno de los placeres de la imaginación, los jardines botánicos son simultáneamente lugares de investigación y de recreo, parques públicos y laboratorios, espacios de retiro y centros de enseñanza. En un país tan arboricida y tan poco hospitalario para el saber como España, cada vez que uno entra a un jardín botánico le dan ganas de pedir asilo político.



No me fijé de verdad en una planta hasta pasados los cuarenta años. Por miedo a parecer paletos, los fugitivos del campo cultivábamos con vehemencia el esnobismo de lo urbano

      En el Botánico de Madrid hay una armonía geométrica de parque francés del siglo XVIII. La primera vez que entra al de Lisboa el visitante novelero siente enseguida que se sumerge en un bosque, en una selva tupida pero también apacible, con dragos de Madeira y araucarias y casuarinas gigantes de Australia y Nueva Zelanda, con palmeras altísimas que oscilan como mecidas por un viento del Pacífico. El Botánico de Madrid es plano y de ángulos rectos: el de Lisboa está en cuesta, y sus senderos son sinuosos, de manera que las perspectivas están cambiando siempre, y hay momentos en los que uno se encuentra completamente rodeado por una vegetación tan densa como la que atravesaban a machetazos los exploradores de los antiguos libros de viajes. En el Botánico de Lisboa, cuando el viento ha arreciado, el rumor poderoso de los árboles borra por completo los ruidos de la ciudad. Salgo de él al cabo de una visita de una hora y es como si volviera de un retiro en una montaña y de una expedición.
      Fernando Pessoa escribió que se bajaba del tranvía después de un breve trayecto con el mareo de un viaje al otro lado del mundo. El viaje más exótico de mi vida, y también uno de los más confortables, lo he hecho yo en poco más de un cuarto de hora, en el tranvía número 15, entre la parada de la Praça do Comércio y la de Belém, que me ha dejado a unos pasos del Jardim Tropical, una mañana de domingo entre soleada y nubosa, en este clima que es lo bastante húmedo y lo bastante templado para que prosperen en él plantas que no resistirían los inviernos de Madrid. En el Jardim Tropical hay ficus australianos de cortezas como lomos de paquidermos, de extrañas ramas que cuelgan como estalactitas, de sistemas de raíces que se hunden en la tierra como vastas copas invertidas; hay pavos reales y grandes gallos portugueses de porte arrogante y cresta roja; hay invernaderos abandonados que parecen ruinas de puestos coloniales devoradas por la selva; hay pérgolas con azulejos de tigres, de leones, de elefantes y de gacelas; hay pórticos con tejadillos chinos que dan paso a jardines secretos en los que crecen árboles de Macao y de Goa; hay palmeras decapitadas como columnas de templos emergiendo en la jungla; hay un palacio de amplias estancias sucesivas donde se guardan tesoros cartográficos de la época colonial, anaqueles con muestras de semillas, láminas de plantas disecadas, estanterías de una xiloteca en la que en vez de libros se guardan ordenadas más de tres mil muestras de maderas. En la luz cambiante, en el sol y el nublado, el bosque era unas veces umbrío y otras luminoso. De vez en cuando me cruzaba con alguien tan hechizado como yo. De un botánico así se salen con ganas de escribir un libro de viajes.
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8/27/2014

MAGDA STELLA QUINTERO 
(Colombia, 1935-1998)
Limonero

Limonero que creces, limonero
que adornas de azahares tu follaje
perfuma mi camino y mi equipaje
porque mi ruta es larga y desespero.

No ves que le amo en vano? Que me altero
sabiendo que no está, que el andamiaje
de mi arduo pasar es solo ultraje
por las tristes angustias en que espero.

Verde árbol de soles amarillos
que creces frente a mí, que no me dejas
en esta reducida geografía.

Por qué no lo detienes con tu brillo?
por qué no lo aprisionas en las rejas
de tu cárcel de espinas, hoy vacía?

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8/24/2014

PÁVEL GRUSHKÓ (Rusia, 1931)
En el bosque

Aquí fueron batallas... Por la pendiente de abedules
me precipito al bosque de pinos sin cabeza,
esas ruinas de un Partenón silvestre
con las columnas rotas de los troncos.

Bajo el ronco y oscuro tabletear delos cuervos
enmarañados bajo la yerba soñolienta,
yacen los gruesos troncos apilados...
(Es dudoso que sueñen los árboles caídos).

Pero si de repente algo les pica,
y ese algo es parecido al sufrimiento humano, 
bajo el sordo rumor del aguacero
los árboles acaso recuerdan las raíces,

 esas mismas raíces de que fueron tronchados...
Al bosque no le entierran. Se cubrieron de musgo, 
los árboles se pudren en el templo ruinoso,
manchados por la sangre del fruto del saúco.

Vibrando, los visores de las telas de araña
taladran con mirada voraz el día terrestre.
Más es a mí, y a ustedes, que estas cosas ocurren.
Aún nos envuelve a todos la urdimbre de la guerra, 
aunque el mundo, tal vez, se ha humanizado un poco.
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8/21/2014

PANDO, EL ÁRBOL TEMBLOROSO

Este Gigante Tembloroso (The Trembling Giant) se encuentra en el centro del estado norteamericano de Utah, en Fishlake National Forest, y lo llaman Pando (Populus tremoloides). Es un álamo, o mas bien toda una colonia de álamos de un mismo clon. Este bosque de 43 hectáreas y 47.000 troncos proviene de un único especimen que creció desde una sola raíz. Debajo de la tierra todos los árboles están interrelacionados. Acumulan el récord de ser el organismo vivo de más peso del planeta con 6.650 toneladas.

A partir de marcadores genéticos se ha determinado que todo el bosque forma parte de un único organismo viviente con un sistema masivo de raíces bajo tierra. El sistema de raíces de Pando se considera entre los organismos vivientes más viejos del mundo, con una edad aproximada de 80.000 años, aunque no todos los científicos comparten el método utilizado para la estimación de su edad.

Pando fue descubierto por Burton Barnes de la Universidad de Míchigan en la década de 1970 y fue estudiado en detalle por Michael Grant de la Universidad de Colorado en Boulder en 1992.

"Los grupos clonales del P. tremuloides al este de Norteamérica son muy comunes, pero generalmente menores a 1 hectárea en tamaño mientras que en áreas de los grupos de Utah se ha observado que los grupos llegan a una extensión de 80 hectáreas (Kemperman y Barnes). En el oeste semi-árido de los estados Unidos algunos arguyen que su expansión a través de semilla no ocurrió desde la última glaciación, hace unos 10 000 años (Einspahr y Winton 1976, McDonough 1985). Ciertamente, algunos biólogos creen que los clones del oeste podrían ser tan viejos como un millón de años (barnes 1966,1975). Se afirma que un clon nombrado como "Pando" (del latín, "(yo) esparzo"), cubre 47 hectáreas conteniendo más de 47 000 tallos y pesa más de 6 millones de kilogramos, haciéndolo el organismo más grande conocido." 
 Grant et al. 1992, Milton y Grant 1996.

...el álamo temblón se reproduce regularmente a través de un proceso llamado reproducción asexual. Un tallo individual puede mandar raíces laterales esto bajo las condiciones correctas, pueden propiciar el crecimiento de tallos erguidos por encima de la tierra que aparecen como nuevos árboles individuales. El proceso se repite hasta una gran cantidad de tallos aparecen dando la forma de árboles individuales, esta colección de tallos múltiples es llamada ramete, toda ella forma una forma única genéticamente individual, usualmente denominada clon.  
Michael Grant dijo en BioScience
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