miércoles, 21 de septiembre de 2022

La industria artesanal en torno al 'abrigo' del alcornoque es negativa en huella de carbono

Eloi Madrià
JOSÉ A. GONZÁLEZ
El milagro ecológico del corcho


«¡Chsss! ¡Escucha! Él nos dirá si está listo», asegura Eloi Madrià, sacador de corcho. «No os preocupéis le voy a hacer una pequeña intervención quirúrgica», apunta con una sonrisa mientras rodea un alcornoque catalán centenario. Un golpe de hacha sobre la hendidura de la corteza del árbol y su piel se rasga. «Hemos acertado hoy», añade.
     Así comienza la saca del corcho, justo cuando las hogueras de San Juan se apagan, «le quitamos el abrigo al alcornoque», responde Madrià. Un desviste que dura hasta San Jaime, justo un mes después. «Pero, no pasa nada, porque le vuelve a salir el abrigo, ¿eh?», confirma el veterano sacador mientras deja reposar en el suelo una de las planchas de corcho extraída.
     Un breve paseo por el Macizo de Les Gavarres (Gerona) deja ver que el ‘cirujano’ Madrià ha comenzado sus intervenciones. «Esto no causa ningún impacto negativo», asegura. «El corcho es un material natural renovable», le añade Albert Hereu, director de la Fundación Institut Català del Suro (corcho en catalán).
     Este trabajo artesanal «tiene una huella de carbono negativa», advierte Hereu. «Desde su sacada hasta que se convierte en tapón», apostilla. La extracción de este «abrigo» es un «oficio», responde Madrià. Un hacha y poco más es su utensilio diario. Si se tiene en cuenta todo el ciclo de vida del tapón de corcho, se confirma que la producción ayuda a retener 234 gramos de dióxido de carbono.


     Y es que la respuesta está en el alcornoque, «es un árbol muy generoso», defiende Madrià. Plantas centenarias con una captación de CO2 superior a la media y «que multiplica la fijación tras la extracción del corcho», apunta el director de la Fundación Institut Català del Suro.
     Sin embargo, este acto de servicio milenario cada vez es más complicado por la situación de los bosques. «Vivimos un mal momento», denuncia Madrià. «Hay que gestionarlos», apostilla Hereu. Uno de cada cuatro hectáreas de alcornocal está en España, un total de 506.000 hectáreas.
     Los incendios y la falta de lluvias dejan una cicatriz cada vez más persistente en los paisajes de los alcornocales por toda la Península Ibérica. «El fuego se apaga en invierno y eso ya no se hace», deja caer el sacador catalán.
     Estos bosques son sistemas forestales únicos y muy exclusivos, sólo siete países cuentan con estas plantas: España, Portugal, Francia, Italia, Argelia, Marruecos y Túnez. Sus gustos por los climas calientes y húmedos del Mediterráneo y la influencia atlántica hacen que la Península Ibérica sea su terreno preferido, aunque «se están adaptando bien al cambio climático», asegura Madrià.
     Estos árboles son un freno a la desertización, gracias a la capacidad de retener el terreno en sus raíces al mismo tiempo que con sus copas frenan la intensidad de la lluvia, reduciendo la escorrentía del agua y evitando la erosión del terreno.


De bellota a tapón

     De los alcornocales españoles salen todos los años más de 1.000 millones de tapones de corcho, además de placas aislantes y otros materiales. Solo España, concretamente Andalucía, Extremadura y Cataluña, representa el 30% de la producción de corcho a nivel mundial.
     Una industria puntera, junto con la portuguesa, pero que tiene sus propios tiempos. «Ahora estamos trabajando el corcho del año pasado», explica Joan Enric de Maria, responsable de compras y producción de 'De María Taps’, una empresa corchera con sede en Gerona.
     Trescientos sesenta y cinco días de reposo marcados por el CIPR (Código Internacional de Prácticas Corcheras por sus siglas en inglés) «para que el logre una estabilización óptima». Un descanso que se puede hacer en el propio bosque, durante el periodo de saca es habitual verlas apiladas cerca de los alcornocales o también se pueden almacenar en las propias fábricas. «El tiempo nunca puede ser inferior a seis meses», señala este reglamento. Pero, «el corcho tiene más tiempo», advierte Madrià.

Placas de corcho apiladas. / José A. González

     Las explotaciones de alcornoques suelen tener una duración de 200 años, «si se gestiona bien», apostilla el sacador catalán. El clima, las lluvias, las plagas y la acción humana son los factores que pueden arrancar años de vida a estas plantas, pero «bien trabajadas dan mucho», añade.
     Así el corcho que llega a las botellas de vino de las mesas españolas pueden tener un ‘padre’ centenario. «Los alcornoques del Mediterráneo tienen un corcho más denso, porque viven en un clima más seco y su primer descorche se hace a los 25 años», explica Madrià. Esa cifra se reduce en los alcornocales portugueses, extremeños y andaluces que «suele ser a los 8 o 9 años», puntualiza.
     Esta primera saca, «no es válida para los tapones de vino», apunta Hereu. Su uso es para paneles aislantes o pavimentos. Una década después llega el segundo descorche con el «corcho segundero que tampoco vale para tapones», explica Hereu. Es en la tercera saca, cuando el árbol tiene entre 40 y 50 años, y posteriores, cuando se obtiene con las propiedades adecuadas para la producción de tapones de calidad. «Cuenta el tiempo que pasa entre que cae la bellota al suelo, crece el alcornoque y podemos hacer un tapón», cuenta Madrià.
     Es este el momento que los expertos del sector llaman «corcho de reproducción». Desde ese instante, «el alcornoque dará unas 14-15 sacas», revela el sacador catalán. «Tardan en regenerar su abrigo unos 9-14 años y que quede claro que no se tala ningún alcornoque», aclara. «El proceso de envejecimiento del alcornocal es largo y costoso. Muchos no le ven rentabilidad, pero si entendieran todo el proceso la cosa sería distinta», responde de María.

80.000 tapones diarios

     Tras su periodo de reposo, las planchas se «sanean, porque han estado mucho tiempo a la intemperie», detalla Alicia de Maria, responsable de administración y finanzas de 'De María Taps’. Luego se le dan varios hervidos, varios secados para quitar la humedad y listos para tapar botellas. «Nosotros nos dedicamos a vinos no espumosos», revela la responsable de esta compañía catalana.

Tapones de corcho. / José A. González

     Un trabajo mecanizado que al día produce entre 70.000 y 80.000 tapones, «al año son entre quince y veinte millones», asegura Joan Enric. «Y no desperdiciamos nada», asegura su hermana Alicia. En toda la cadena se aprovecha hasta el último gramo de corcho, «los recortes y los restos no aprovechables se reutilizan como biomasa», apostillan.
     La asignatura pendiente está en el reciclaje tras su uso. El tapón de corcho natural «es totalmente reciclable», asegura Hereu. Sin embargo, el cierre del círculo aún no está sellado.
     Estos pequeños objetos han de ser desechados al contenedor marrón de orgánico, en las ciudades o comunidades donde exista, porque, una vez recogidos se pueden triturar y destinar a la confección de productos de corcho no destinados a alimentación, como materiales para la construcción.

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