sábado, 9 de julio de 2022

Faya de las vacas, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA (Ing. téc. forestal)
La Faya de las Vacas, “¡cristiano, fuerte árbol, qué hermosura!

Suele ocurrir con frecuencia que los nombres o topónimos que existen en los montes transcriben o encierran la propia historia de los mismos. Así, a mayor número de términos relacionados con la flora y fauna local –barranco del Cuervo, llano de los Poleos– mejor habrá sido el grado de conservación; mientras que si lo que predominan son los nombres propios o referencias directas a los aprovechamientos –El Cargadero, Pozo de la Brea, hoya de Félix, Los Timoneros– mayor habrá sido la intensidad de uso en el actual medio natural.


     Y pesar de ello existe hoy un abundante y cerrado bosque donde hace apenas un siglo la vista podía alcanzar desde el mar hasta la cumbre, allí no escapaba ningún animal del arma del cazador y “apañar unos palitos y unos puños” constituía la más cotidiana de las tareas. El hombre debe al bosque mucho más de lo que pudiéramos pensar, prácticamente en igual proporción con la que gran parte de la sociedad actual no valora su importancia.
     De entre los topónimos que proceden de aquella época de subsistencia y hambrunas, todavía persisten muchos en los montes de La Palma, los mismos que unen la costa con los bordes cumbreros de la Caldera de Taburiente por el este insular. A media altura de estas empinadas faldas del relieve palmero se nos repiten tres hitos con un mismo denominador: el lomo, el llano y la Faya de las Vacas. Aunque parezca difícil de imaginar, hubo un tiempo en el que estas laderas fueron pastadero de estos enormes rumiantes, cual estampa típica de muchos montes altos de la España peninsular. La raza vaca palmera se encuentra hoy reconocida como descendiente de las primeras rubias gallegas que llegaron tras la Conquista.
     Ya sin vacas, el nombre persiste. Todavía hay un lomo, un llano y también un gran ejemplar de Morella faya. La faya es uno de los árboles más abundantes de los montes canarios. En asociación con el brezo (Erica arborea) ocupa los lugares menos aptos para el desarrollo de la laurisilva, colándose también en las mezclas de los pinares húmedos. Normalmente, las fayas son árboles de escaso tamaño y altura, pero la protagonista de este artículo se sale de la norma.

Buena sombra y cualidad forrajera
      Se desconoce cuál sería la razón por la que la Faya de las Vacas evitó la roturación histórica. Debió ser una mezcla entre demasiado trabajo para la tala, la buena sombra, la estupenda cualidad forrajera, las condiciones de refugio para una chocita y un corral y, además, un “¡cristiano, fuerte árbol, qué hermosura!”
     En realidad, la Faya de las Vacas es un pedacito respetado del bosque primigenio que reinó en La Palma sobre la coordenada 28º 43´ 40″ N y 17º 47´ 40″ W. La faya en sí es un gran ejemplar constituido por cuatro potentes troncos principales, pero al este de la misma nacen otras dos, también multicaules (varios tallos). Todo el conjunto entrelaza una misma carpa verde de unos 20 metros de diámetro por 15 metros de altura.
     El bosquete se encuentra circundado por dos pistas forestales que se vuelven a interconectar, por pastizales en proceso colonizante por los helechos y el cortejo del pinar húmedo, así como con contadas parcelas de cultivo en las que algún resto de papas todavía se observa. Tal y como nos cuenta Fano Hernández, pariente cercano a la propiedad de los terrenos y ex trabajador de Medio Ambiente, es muy difícil sacar cosechas, porque a esta altitud (1.300 m) los arruís (Ammotragus lervia) suelen bajar de las cumbres y escarbarlo todo.
     También nos cuenta que cuando se aprovechaba todo el monte para pasto, madera y carbón, hubo un viejito que hizo un corral de cabras bajo la Faya de las Vacas, protegiendo la base de la misma con otro corral interior para que los animales no mordiesen la corteza. Fano nos dice que antiguamente la faya era hasta más esplendorosa y altiva, seguramente por el efecto de los estercolados gratuitos que recibía.
     Por otra parte, la falta de abrigo de la selva original que rodeó a este bosquecillo ha dejado notar su vulnerabilidad ante fenómenos adversos como fuertes vientos. Es por ello que aunque se trate de un árbol situado en propiedad privada, han sido varias las veces en las que la Administración ha realizado labores culturales de mantenimiento, recortando y retirando las ramas altas y desgajadas.

El más longevo
     Actualmente presenta un estado saludable, aunque resulta patente el paso de los años. Ya que esta frondosa se renueva por cepa, es difícil calcular su edad, pero no tememos equivocarnos al afirmar que se trata del ejemplar de Morella faya más longevo, desarrollado y grueso que exista en su especie.
     Con el tiempo, el trajín de los aprovechamientos forestales ha ido cesando, ya no existe carboneo y el pastoreo y la agricultura tienen un carácter testimonial. Poco a poco el espacio se va transformando hacia una naturaleza cercana al estado original. Un tipo de monte con mayor riesgo de incendio y a su vez hacia una preocupante naturaleza de carácter insostenible. La idea nostálgica de que el monte se recupere no debe confundirnos con la necesidad de la gestión forestal que requiere el territorio, incluyendo, cómo no, la preservación de nuestros árboles más admirables e insignes.

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